martes, 29 de marzo de 2016

Carterista en el metro




Vuelvo cansado del viaje. En el metro, escribo un correo electrónico a los geólogos y me guardo el móvil en el bolsillo de la chaqueta. La próxima es la mía, me acerco a la puerta. El tío que está agarrado al poste que hay en medio se aparta y sigo avanzando. Solo queda un joven de rasgos sudamericanos, bloqueando la puerta. Le miro a los ojos con cara de mala leche y se aparta. Un poco, sólo a un lado de la puerta. Lo justo para que yo llegue al pulsador. Me extraña, porque hay mucho espacio en el vagón, no es hora punta. Mala espina: lleva una chaqueta doblada en el brazo y no le veo la mano. ¿Qué hace un chaval con esa pinta con una chaqueta dobladita en el brazo? Uy, uy. Me aparto un poquito para que no haya contacto... y él se mueve también. Imperceptible, pero sigue habiendo contacto. Ahí ya me huelo lo peor y me aparto descarado, buscándole la mano. Al tiempo, el tren se ha detenido y he pulsado para abrir la puerta. Cuando me aparto, le veo las puntas de dos dedos. ¿Estaban entrando en el bolsillo de mi chaqueta? Seguro. Era un carterista que quería aprovechar que en el momento exacto en el que uno se baja del metro está a otra cosa. Mi primer pensamiento fue palpar que llevaba aún el móvil; luego, pensar ¡qué tío más tonto!, pues incluso a mí me cuesta sacar algo del bolsillo de la chaqueta, lo llevo siempre cerrado: es fácil meter cosas, pero no al revés. Y acto seguido quiero volverme y gritar "tengan cuidado con el carterista", pero inconscientemente he bajado del vagón y el tren ya se está yendo. En fin, otra vez será.

En mi casa tenemos una media de dos robos al año. Algunos, como el de hoy, son sólo tentativas, no salen bien. Pero no siempre es así, ni mucho menos. De hecho, ahora que lo pienso... ¿dos robos al año? ¿Sólo? No, creo que más. Mínimo tres, y si hago memoria me saldrían cuatro. Es cierto que estos últimos años nos ha pasado muchas veces, antes sí, una o dos veces al año. Digamos que, en los últimos veinte años, un par de robos al año, y si contamos los últimos cinco, cuatro en cada uno. Una media, ya digo.

Y eso que somos de aquí, no quiero ni pensar lo que debe ser para los turistas. Fijo que a todo el que pasa dos noches le roban al menos una vez.

Pero esto no se dice. Lo insegura que es Barcelona. No queda bien decirlo, ¿verdad?

Mientras escribo, voy recordando. En los últimos doce meses me parece que me salen 6. No, siete. Ocho: me olvidaba de cuando mi mujer metió el móvil en el bolso para picar la tarjeta del autobús y cazó a un tipo con la mano dentro del bolso y el móvil dentro de la mano. ¡Joder! Mejor que pare de pensarlo. Es triste, pero nos pasa tantas veces que ya ni lo comentamos.

Yo ya vivo en Barcelona y no puedo evitarlo. Pero si usted, por la razón que sea, se pasa por aquí, sea consciente: le están vigilando. Y van a ir a por usted. Por cierto, olvídese de la imagen glamurosa de los carteristas, tipo ladrones artistas de guante blanco. Espere que le pase a usted o a alguien cercano: descubrirá que en realidad son unos cabrones hijos de puta que, como le digo, van a por usted.

Habrá quien lo niegue, claro, pero que no nos guste no es motivo para ignorarla. Es otra cara de Barcelona, eso es todo.




Queen - Another one bites the dust (coreografía de un grupo de niñas de 11 años)

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