https://www.youtube.com/watch?v=xbHPTPUpQ1I
Está en los
titulares estos días. Daniel Arias Aranda, un catedrático de Organización de
Empresas en la Universidad de Granada, ha publicado en LinkedIn un artículo
titulado Querido alumno universitario de grado: te estamos engañando, y que
puede leer directamente en su fuente original:
https://www.linkedin.com/pulse/querido-alumno-universitario-de-grado-te-estamos-daniel-arias-aranda/
Por si acaso esa
fuente se pierde, pongo aquí el texto completo, y mas abajo escribo mis
reflexiones:
Llevo impartiendo
clases en la universidad cerca de 25 años, dos de ellos en la Universidad
Complutense de Madrid y el resto en la Universidad de Granada. Por mis clases
han pasado directivos de grandes
empresas que tenían más o menos mi edad cuando les di clase y otros que,
en sus generaciones respectivas, han ido ganándose un puesto en la sociedad
gracias a su formación y a su esfuerzo.
La primera
asignatura que impartí fue en el curso 1997/98. Era Dirección Estratégica de la
Empresa (sigo aún impartiéndola), entonces del plan antiguo de 5 años de
Económicas y Empresariales. Tenía matriculados
524 alumnos en cada grupo. Era imposible distinguir las caras de los que
se sentaban atrás en aquellas gigantescas aulas del Pabellón de Tercer Curso de
la UCM. Eso sí, las aulas estaban llenas. Algunos
alumnos se tenían que sentar en las escaleras porque no cabían.
En las horas
de tutoría, los alumnos hacían cola en la puerta de mi despacho. Responder
todas las consultas, curiosidades, dudas… era tan agotador como satisfactorio.
Las constantes preguntas de los estudiantes en clase me obligaban a llevar la
materia muy preparada. Yo ya tenía 25 años y no recuerdo estudiar más que
entonces.
La asignatura
era dura y las preguntas de desarrollo configuraban exámenes que duraban horas. Era imposible corregir todo
aquello en menos de diez días. Las revisiones eran complejas (sobre todo para
los que estaban entre el 4 y el 5).
Todo lo
anterior es tan sólo un eco del pasado.
Hoy me dedico a engañar más que a enseñar. Me
explico a continuación.
Los grupos hoy son
de unos 50 alumnos, de los
cuales raramente viene a clase más de un 30%. Los que vienen, lo hacen en su mayoría con
un portátil y/o un teléfono móvil que utilizan sin ningún resquemor durante las
horas de clase. Las caras de los alumnos se esconden tras las pantallas. De
hecho, me sé mejor las marcas de sus
dispositivos que sus rasgos faciales. Es
raro que alguien pregunte, por mucho que se les incite a hacerlo. Quince
minutos antes de que acabe la clase ya están recogiendo sus cosas, deseosos de
salir.
Cada vez me siento más como un profesor del instituto
de una serie mediocre de los 80 que
como un catedrático. A menudo tengo que callarme porque el rumor
generalizado se extiende por el aula y me da vergüenza mandar callar a
universitarios constantemente. He separado a gente para que no hablen entre
ellos, he expulsado alumnos del aula y me
he llegado a marchar de clase ante el más absoluto desinterés.
Soy consciente que para vosotros, soy sólo un estímulo más que
compite con las redes sociales y el vasto imperio de internet.
Evidentemente, soy más aburrido que un video de influencers
de Tiktok.
Como respuesta a
este panorama y, siguiendo las cambiantes normativas universitarias (siempre
peores que las anteriores), los profesores hemos tomado cartas en el asunto con las siguientes medidas:
-El nivel de la
asignatura ha bajado. Impartimos menos temas de
manera mucho más superficial.
- Hacemos parciales
tal y como establece la evaluación continua para tratar de aprobar a un mayor número de alumnos, pues un
número de suspensos superior, a lo que la universidad establece como límite,
conlleva una sanción que influye en el presupuesto del departamento,
esclavizado a través del denominado contrato-programa.
- El nivel de los trabajos y presentaciones de los
alumnos no pasaría, en su mayoría, los estándares del teatrillo de Navidad de primaria. Pero eso, para nosotros es
más que suficiente para poner un 5.
De este modo,
cumplimos el contrato-programa, el departamento es feliz, la universidad es
feliz, nuestros alumnos aprueban, creen que saben algo y son felices y nosotros
languidecemos ante la triste realidad.
Por eso, te digo que
me dedico a engañarte, querido alumno/a. Vives en una mentira que nosotros edulcoramos. Por eso, es mejor que si
quieres seguir viviendo en tu burbuja, mientras puedas, no sigas leyendo, ya que voy a contar lo que hay detrás de Matrix.
Bueno, si sigues
leyendo, lo haces bajo tu propia responsabilidad.
No digas que no te advertí. Aquí van algunas realidades que no te van a
gustar:
- Te faltan habilidades básicas
indispensables en estudios superiores. No tienes capacidad de
expresión.
Tu vocabulario es muy básico y se limita a verbos débiles
(hacer, ser, estar) en lugar de específicos como desarrollar, evolucionar,
ampliar, …
- Por ello, cuando entregas un
trabajo o haces una exposición de un texto que has copiado de Wuolah, El rincón del vago u otros, donde plantas frases como
«considerando la posibilidad de articular el concepto de selección adversa
con las bases teóricas de la economía de las organizaciones…», sé de sobra
que no lo has escrito tú porque, para más INRI, cuando te pregunto en clase
sobre el significado de esa frase, no sabes qué contestar.
- Por supuesto, al exponer en
clase, la frase del punto anterior la has leído literalmente de tu móvil,
del que no despegas los ojos aún enfrente de tus compañeros, y la has
colocado en una transparencia de Powerpoint cuyo diseño en
1995 ya estaba obsoleto. El resto de tu presentación se limita al «efecto
karaoke», leer
los interminables párrafos que has cortado y pegado.
- No sabes estar. Sí, estar. Balbuceas, te encorvas,
no fijas la mirada, llevas una o las dos manos en los bolsillos, vienes a
una exposición en chándal o con leggins… No te dignas a respetar la institución milenaria que te
acoge y que se llama universidad. No entiendes lo que eso
significa y tampoco tienes ningún interés en saberlo.
- Si tu expresión es limitada,
tu escritura lo es más. Se nota que ya no se hacen dictados en
educación secundaria. Caso aparte merecen los alumnos que no hablan
español
y no comprendo que hacen ocupando un asiento, especialmente aquellos
provenientes del país creador de Tiktok.
- Jamás
hubieras superado esta asignatura hace 10 o 20 años. De hecho, de tu clase, no
más de 10 personas seguirían admitidas en estos estudios. Te lo dice un
licenciado que acabó dos titulaciones en la Universidad Carlos III de
Madrid donde tras 4 convocatorias suspensas de una asignatura, ibas a la
calle.
- Tu nivel de lenguas extranjeras es nulo. Doy
clases en un Máster íntegramente en inglés donde apenas hay españoles y el
nivel de los estudiantes extranjeros es infinitamente superior. De hecho,
el máster es lo único que alimenta mi motivación a enseñar.
- Las habilidades blandas
brillan por su ausencia. ¿Liderazgo, resiliencia, trabajo en
grupo? Son
básicas para cualquier empleo. Cuando me escribes un email para decirme
que te has peleado con tus compañeros de grupo o envías a tu madre a una
revisión de exámenes, mi perplejidad no cabe en mi persona. Hace
años que no recomiendo a ningún alumno para ninguna empresa.
- Vives
anestesiado por las redes sociales. ¿Te crees que no me entero? Mientras doy clase veo tu
cara de soslayo tras la pantalla con risitas y yo sé que explicar la
cadena de valor de la empresa es de todo menos gracioso. No estás en
clase, estás en Instagram. Pero yo me hago el tonto y miro para otro
lado.
Estos puntos son
sólo la cima del Iceberg. Los profesores estamos hartos de formarnos en
técnicas docentes multidiversas y de pelajes exóticos para motivar al alumnado.
Lo que está claro es que si tú, estudiante, no
tienes interés, yo no puedo plantarlo en ti. Pero sí puedo hacerte creer que vales, aunque sepa que es mentira.
Me he convertido en un experto en hacerlo porque el sistema me lo exige y
cumplo. Y rezo por que esto sólo me ocurra a mí, y como mucho en mi facultad,
pero no ocurra en Medicina o Ingeniería de caminos, sobre todo cuando cruce un
puente o, Dios no lo quiera, esté en la camilla de un quirófano.
Podemos echarle la
culpa a la universidad pública y tiene bastante, pero no toda. «Si quieren calidad, que se vayan a la privada»,
he escuchado por ahí. Y los números van apuntando en esa dirección. Quizás, el
pago de una matrícula de cuatro ceros aumente la motivación en lugar de las
irrisorias tasas académicas públicas. Puede
que la universidad pública reaccione cuando la privada le coma la tostada,
cosa que está haciendo muy bien.
No obstante, mis
evaluaciones docentes son muy buenas y las he publicado. Pero no soy una
excepción. Cuando hablo con compañeros coinciden con mi visión. Escribir esto es arriesgado y es más cómodo callar y
obrar. Lo entiendo perfectamente, patada y al área es la actitud
mayoritaria.
No quiero terminar
exponiendo un problema sin dar soluciones. Las hay. Pero para ello, hay que
romper el paradigma en que estamos sumergidos y ser muy valientes. He aquí
algunas propuestas incómodas:
- No somos todos iguales. Hay
estudiantes con vocación e interés eclipsados por la mediocridad
imperante. Centrémonos en ellos. La universidad es para formar a las élites
intelectuales. Antes de que me llaméis facha, esa frase es del insigne
Gregorio Peces-Barba, mi rector cuando estudiaba en la Universidad Carlos
III, padre de la Constitución y socialista de los de verdad (cómo han
cambiado las cosas). La Formación Profesional forma grandes profesionales
que no han de ser universitarios.
- Devolvamos al profesorado universitario las competencias
perdidas como autoridad intelectual a la hora de diseñar planes
de estudio, modelos de enseñanza y currículum. No podemos esperar dos años
a que la ANECA dé el visto bueno a una modificación de los planes de
estudio. El mundo cambia demasiado rápido para seguir impartiendo
contenidos obsoletos.
- Reforcemos las capacidades
básicas en enseñanzas no universitarias: Enseñar a pensar, a
enfrentarse a obstáculos, a expresarse, a tener modales, a leer y escribir bien
en español e inglés, a tener tolerancia a la frustración y, sobre todo, a buscar
la superación constante.
- Eliminemos cualquier rastro de gadgets tecnológicos en
la enseñanza (lo que incluye ordenadores portátiles). Darle un
Chromebook a un niño de 10 años es como darle una cuchilla de afeitar a un
bebé. SEÑORES TECNO-PROGRES LEAN ESTO POR FAVOR: Cruzar un
puente no te hace ingeniero de caminos, de la misma manera que tener un
ordenador no te hace nativo digital. Mis alumnos no saben, en su mayoría,
elaborar un Excel o dar formato a un texto en Word. Las TICs a
edades tempranas sólo sirven para distraer. La plasticidad neuronal se
desarrolla con lápiz y papel, no con la dictadura de los teclados.
- Hacer
sentir a los chavales orgullosos de quienes son y donde están, con
admiración hacia lo que les rodea y hacia otras culturas. Fomentar la
curiosidad innata y el respeto. Crear descubridores y jamás plantar la
semilla del odio o la desolación. Huir de
los nacionalismos, siempre manipuladores y huir de los populismos, de
cualquier cosa negativa que acabe en ismo. La mente de un niño es
sagrada.
- Fomentar
la cultura de la competición y la colaboración en todo tipo de enseñanzas. El
esfuerzo conlleva recompensa, a veces a largo plazo. Los mejores serán
premiados y los peores se quedarán fuera de juego y, si quieren volver a
entrar tendrán que esforzarse más, o bien, centrarse en otro juego, esto
se llama flexibilidad académica. Si tu hijo es malísimo en matemáticas,
pero le encanta tocar la guitarra, quizás tengas que ponerle un profesor
particular en guitarra y no en mates. Y el sistema ha de aceptar esto. Saquemos lo mejor de cada individuo.
- Con 18 años no sabes, salvo
que tengas una vocación innata, que es lo que quieres estudiar (yo no lo
sabía, pero tuve suerte al elegir). Flexibilicemos los primeros años
universitarios y de FP. Las titulaciones no han de ser bloques de cemento.
¿Empiezas Informática y no te gusta? Hagamos pasarelas. Implantemos el
major y el minor como en EE. UU. Que una mala decisión no
frustre una vida.
En fin, querido
estudiante, esto es lo que hay. Quizás seas la excepción a todo lo escrito,
ojalá sea así, pero los números me dicen que las probabilidades son inferiores
al 10%. En todo caso, no busques la solución en
el estado, ni en los sindicatos, ni en los cantos de sirena de los
-ismos, ni en las redes sociales. La solución está en ti. Si tú cambias, el mundo cambia.
Y si no quieres cambiar, no te
preocupes, te seguiremos engañando,
haciéndote creer que lo estás haciendo muy bien.
Bien. Está claro que
los alumnos de la ESO han llegado ya a la universidad. O quizá fuera mejor
decir que los alumnos del deterioro formativo han llegado ya a la universidad.
¿Qué pasará, nos preguntábamos muchos hace muchos años, cuando estos chicos lleguen
a la universidad? Ahora ya lo sabemos: la universidad ha bajado su nivel
adaptándose al material que les entra. Parece ser, según se desprende de la
carta del profesor, que porque no han podido mantener sus estándares de
calidad: tendrían que haber suspendido a casi todo el alumnado. Como pasaba en
mi época, pero en mi época no éramos los alumnos los que valoraban al profesor.
Ahora, en cambio, suspender al mal alumno acarrea demasiados problemas al
profesor, y éste claudica. Las universidades quieren altas cifras de alumnos
licenciados, y qué caramba, es algo que no tiene consecuencias, ya será la vida
la que ponga al alumno en su sitio… Pero esta discusión es ya pasado, ahora la
pregunta es qué pasará cuando estos chicos sean los profesionales que marquen
el estándar de nuestra sociedad.
Lo cierto es que
estos alumnos ya se han graduado en la universidad y están ahí, entre nosotros.
Y seré sincero, no
quiero ser catastrofistas: son buenos chicos. O al menos hay entre ellos
suficientes buenos chicos como para no condenar a todos. ¿Que se toman todas
las bajas posibles? Bueno, sí, pero… es el curso de los tiempos, y no les
importa dejar un trabajo seis meses para cubrir un permiso de paternidad (horas
de lactancia incluidas). Es lo que hay, y de todas formas son buenos chicos.
Y con interés con
aprender. Solo que de una manera especial, eso sí: hay que enseñarles. El
esfuerzo en el proceso de aprender lo hemos de hacer nosotros, no ellos.
Lo que pasa es que
me sale mi alma de ingeniero. Y veo que ellos con 28 años están en el nivel que
tenía yo a los 23, que con 35 están como yo a los 25… Y sí, veo que son buenos
chicos y que van aprendiendo, y que no he de compararles conmigo, y que saben
mucho más inglés, pero… qué quieren que les diga. Creo que, socialmente
hablando, el proceso de formación de un ingeniero (imagino que de cualquier
otro titulado universitario) se ha alargado. Que se tarda más en tener un nivel
dado. Y sí, son buenos chicos y al final alcanzan el nivel necesario (quiero
creer), pero formar a una persona es una ineficacia. Es una ineficacia
necesaria, nadie nace sabiendo, pero ineficacia al fin y al cabo. Además,
estamos reduciendo el periodo en el que el ingeniero trabaja a su máximo
operativo: otra ineficacia. Y el objetivo del global de la sociedad debería
ser, pensando como ingeniero, reducir las ineficacias de nuestro sistema al
mínimo, así que entenderán que piense que no vamos bien.
¿Qué pasará cuando
estos chicos sean los profesionales que marquen el estándar de nuestra
sociedad? En realidad, la pregunta que yo suelo hacerme es qué pasará cuando
nosotros no estemos ya ahí. Y sí, siempre pienso que será un desastre, pero sin
duda es porque me lo tengo muy creído. Cuando reflexiono, he de reconocerlo, la
verdad es que termino opinando que no, que no pasará nada y que nos sustituirán
sin mayores problemas.
A fin de cuentas,
son buenos chicos.
Hans Zimmer & Lisa Gerrard - Gladiator (Elysium + Honor him + Now we are free)