miércoles, 29 de febrero de 2012

El gran expolio

Como saben, en España se suelen jugar tres competiciones futbolísticas.

Una de ellas es la competición Barcelona - Real Madrid. De hecho, si los medios de comunicación reflejaran la realidad española, aquí sólo habría dos equipos. Estos dos compiten el uno contra el otro; incluso cuando compiten contra el resto del mundo, la verdadera competición es cuál de los dos es el que vence al resto del mundo. 

La segunda competición la juegan los demás clubes de Primera División, aunque esto es algo que a los seguidores de los dos grandes no les cabe en la cabeza. Sí, existen aficionados que prefieren a cualquier otro equipo. Y sí, estos equipos compiten entre ellos; no quieren ganar la liga, no sueñan con ganar la liga. Quieren ser terceros.

Esta segunda competición aparece alguna vez en los medios de comunicación: brevemente, los lunes, por decoro profesional, y quizás entre semana si al reportero de turno se le caen los huevos de vergüenza ante la poca enjundia de la noticia de que el Madrid o el Barça se han subido a un autobús o han llegado a un hotel.

Y la tercera competición es la de todos los demás. Desde el primero de Segunda hasta el último del último grupo de la liga laboral más humilde. Esto es ya directamente fútbol aficionado, fútbol de picnic dominguero, un jugar por pasar el rato. Sólo aparece en la prensa escrita los lunes, en el espacio reservado al cumplimiento de la función social del periódico en cuestión.

Yo, por supuesto, soy un seguidor de la segunda competición. Se me da un ardite lo que les pase al Madrí o al Barça, en qué puesto queden o si ganan o si no ganan. Reconozco que lo del Barcelona tiene mucho mérito y que el Madrid tiene, en el álbum de cromos, un equipazo. Como lo puedo pensar del Manchester United, del A.C. Milán o de los Oklahoma City Thunders de la NBA. No me generan ninguna pasión. Pero, ¡ah, mi equipo de mis amores! La vida carece de sentido cuando pierde, y sin embargo ¡que radiante día cuando le mete cuatro al Español! Lo que, por cierto, espero que ocurra alguna vez y yo que lo vea.

Este año vamos a bajar a Segunda. Es decir, el mundo se va a acabar para nosotros. Y yo estoy preocupado. No por bajar en sí mismo: antes, si se bajaba se volvía a ascender; era cosa de uno o dos años, a lo sumo. No, lo que me preocupa es que veo una dinámica perdedora: ya vemos normal bajar, es algo que aceptamos. Hace veinte años no se nos habría pasado por la cabeza, no sería una opción aceptable y si se jugase la promoción la ciudad iba a muerte con el equipo y el equipo a muerte por la ciudad. En cambio ahora el planteamiento es "Ojalá este año nos salvemos". Y me preocupa, porque he visto esto mismo antes en otros equipos: en el Castellón, en el Córdoba, en el Hércules, el Salamanca, el Elche, el Las Palmas, el Granada, el Sporting, el Huelva,... equipos que fueron de Primera, que se llegaron a considerar claramente de Primera, y que entraron en una dinámica perdedora que los llevó a aceptar la Segunda División y poco a poco a olvidarse de la Primera. En tiempos el Las Palmas jugaba la UEFA y era un equipo potente. Ahora les suena a imposible. Y es que estos equipos, batacazo tras batacazo, pierden a la afición, y ésta pasa a tener otro equipo favorito y al de la casa como equipo adicional. Y sin el apoyo de todos, los equipos dejan de sostenerse y se hunden, a menudo definitivamente.

Pero lo que me da rabia no es eso. Lo que me da rabia es que hace veinte años, en 1992, nos robaron a todos. Nos robaron nuestros equipos del alma, con premeditación y alevosía, en una jugada preparada desde dos años antes. 

Aquel año, ante la ruinosa situación financiera del fútbol profesional, los políticos decidieron que lo mejor era convertir los clubes de fútbol en sociedades anónimas. Así serían gestionadas por gente que se jugaba su propio dinero y se acabarían las deudas, los equipos darían beneficios y se cobrarían impuestos, y el mundo sería un lugar maravilloso.

Claro que hubo clubes que se olieron la tostada y se negaron. Adujeron que ellos no tenían pérdidas, que no gastaban lo que no ingresaban. Y el legislador dijo que vale, que ellos se salvaban. Eran el Athletic de Bilbao y el Osasuna. 

Y entonces el Madrid y el Barcelona, que también querían salvarse, presionaron "un poquito". Consiguieron que se cambiara la ley: se podía exonerar a los clubes que no hubieran tenido pérdidas algún año de los anteriores cinco. El límite justo para que ellos entraran. Los demás, a ser S.A.D. y a ser gestionados como tenía que ser.

No sé qué paso en otros equipos, pero en el nuestro la venta de acciones se programó en tres fases.

En la primera cada uno podía comprar hasta tres acciones. Nadie podía comprar cuatro.

En la segunda fase el número de acciones sería ya el que se quisiera; empezaba no sé qué día de julio, pero ese día se anunció... que ya se habían vendido todas al señor Solans y que ya no quedaban más para los aficionados. No hubo tercera fase y el club pasó a ser propiedad del señor Solans, por obra y gracia de una directiva anterior totalmente incapaz e impresentable. Solans murió años después y las acciones las heredó su hijo (¿recuerdan eso de "hombre rico, hijo tonto, nieto pobre"?) y luego éste se las vendió a un señor de Soria llamado Agapito Iglesias. Que quería tener un equipo de fútbol, y compró el nuestro. 

Ahora el equipo es suyo y no se le puede echar: nos puede echar él a nosotros, en realidad. Se ha jugado su dinero y con su pan se lo come (bueno, su dinero en teoría, que ya sabemos lo que pasó realmente). Antes, cuando el equipo no iba bien, al campo se iba con pañuelo y se hacía la pañolada de rigor. Gritos de fuera, fuera, todos los domingos y el torpe presidente de rigor dimitía. Y a veces el nuevo presidente conseguía cambiar el rumbo. Pero ahora...

Por eso digo que a la ciudad, a la afición y a todos nosotros, en suma, nos robaron el equipo de fútbol. Antes el equipo era de todos, y ahora es propiedad y capricho de un impresentable con ínfulas cualquiera. ¡Y pensar que nos dijeron que sería para mejor, que así se arreglaría la situación económica de los equipos y todo eso!

Y desgraciadamente, como no podremos echar al dueño el equipo no se enderezará y se irá al pozo de la Tercera Regional. Quien no me crea, que pregunte a los aficionados del Alavés, a dónde fueron con Piterman. O a los del Logroñes, a los del Burgos,...

Mientras siga ese tío, sin duda.

lunes, 27 de febrero de 2012

Ishmael

Ya les conté quién era Daniel Quinn y el premio que ganó con su obra Ishmael. Imagino que a nadie le habrá interesado un pepino, porque aparte de que no hubo un solo comentario, tampoco hubo quien me preguntara cómo leer esta obra. 

Pero bueno, son cosas que ya estoy acostumbrado: ustedes se lo pierden y yo, a lo mío. Que hoy es glosar sobre Ishmael.

El punto de partida de la obra es que en un periódico se publica un anuncio que dice:
Maestro busca alumno. Ha de tener verdadero deseo de salvar el mundo. Presentarse personalmente.
Ya dije que el libro ganó un concurso en el que debían presentarse soluciones positivas a los problemas globales. Total, que el protagonista se presenta y encuentra a un maestro que quiere enseñarle. Resulta que el maestro es un experto en jaulas, en la cautividad. Y sabe que la mejor jaula es aquella en la que el prisionero no ve los barrotes y ni siquiera sabe que está. Si no sabe que está preso, no intenta escaparse.

¿Qué tiene esto que ver con salvar el mundo?

Primero: La humanidad está poco a poco destruyendo el mundo. Esto no hace falta explicarlo: destruimos el medio ambiente, la capa de ozono, los casquetes polares, los glaciares del Pirineo (y los demás glaciares), los desiertos que avanzan imparables, miles y miles de especies que se están extinguiendo por la acción humana, caladeros esquilmados, el Mediterráneo sin atún rojo ni anchoas, cada vez menos pájaros en nuestros campos, el Mar Muerto casi seco, el Mar de Aral ya seco, acuíferos esquilmados, la Amazonia menguando,... la lista es inacabable. Es un hecho, pues, que nos estamos cargando este planeta.

Segundo: ¿Por qué no detenemos este proceso? Pues porque no sabemos cómo hacerlo, realmente. ¿Y eso?

Tercero: Porque somos cautivos de un sistema de civilización que nos obliga, más o menos, a seguir destruyendo el mundo para vivir. ¿Se nos acaba el petróleo? A explotar más yacimientos. Los países selváticos necesitan destruir la selva, porque son sus recursos para crecer. Cada vez hay más población, más demanda de pescado, más demanda de agricultura, más demanda de dientes de tigre (en China), más demanda de coltán para nuestros móviles y más recursos mineros, más urbanizaciones en la costa, en la montaña y en el centro del pantano de Búbal, más autopistas, más líneas de Muy Alta Tensión, más coches circulando, más, más, más... ¿sigo?

Poco a poco, leyendo el libro uno descubre que nuestra civilización es una anomalía temporal. Cuando una especie aparece sobre la Tierra, o se adapta o se extingue rápidamente. En esto, hasta ahora, la Naturaleza es sabia y funciona así. Pues bien, nosotros no lo sabemos, pero el hombre, en su configuración actual, no está sabiendo adaptarse al mundo y se va a extinguir. Llevándose, eso sí, medio planeta por delante.

El caso es que esto no ha ocurrido siempre. El formato "Hombre" lleva por ahí más o menos un millón de años. Hasta hace unos diez mil, evolucionó de manera "natural", adaptándose al medio. Y no le debió de ir mal, porque se extendió por los cinco continentes y sobrevivió a las glaciaciones. Sin embargo, hará unos diez mil años pasó algo que cambió al Hombre. Y no a todos, una parte siguió el camino natural. A éstos los conocemos como "los salvajes": los bosquimanos y los hotentotes, los africanos hasta hace poco más de cien años, los maoríes, los esquimales, los indios del amazonas o los ya extinguidos indios de Norteamérica. Pero, como digo (como dice Quinn), un grupo evolucionó y desarrolló la civilización actual. A éstos Quinn los llamará "Los Tomadores", y a los salvajes, "Los Dejadores". Yo, permítanmelo, llamaré a los primeros "los del Dinero" y a los segundos, "Los salvajes". Quinn no menciona el dinero en su libro, pero yo no tengo tanto espacio y prefiero decirlo así, porque pienso que me comprenderán mejor.

Sí, porque si se fijan, en estos momentos la civilización "occidental" es la única civilización; el que no esté integrado es un ser "incivilizado". Y una característica de nuestra civilización es el dinero. Que mueve montañas, aquí, en China, en Australia, en Tanzania, en Perú y en Yemen. En todos los países, el rico y poderoso manda y el pobre obedece. Hablamos idiomas distintos, comemos comidas distintas y tenemos leyes y valores diferentes, pero... nos entendemos todos. Somos todos una misma civilización, que además es "la nuestra". Amalgamada a través de los siglos por los contactos entre todos los que vivimos en el Viejo Mundo, en realidad. Pero es una sola. Y la tenemos todos tan dentro de nuestra cabeza que no concebimos que ser un incivilizado, un "salvaje", sea lo correcto. No, de ninguna manera, y así hemos obrado a lo largo de los milenios. El hombre civilizado siempre ha llevado la civilización a los salvajes, y éstos debían aceptarla e integrase o morir. Porque es lo correcto y punto pelota. Es la trampa que nos tiende nuestra Cultura: está tan imbricada en nosotros mismos la idea de que nuestro modo de vida es el bueno y el de los salvajes es el malo, que no vemos la prisión en la que nos hemos encerrado. Como pasaba en Planolandia, ¿recuerdan?

Pero no es el dinero lo que caracteriza a nuestra civilización, no. Es otra cosa. Es una actitud, es la actitud de querer sobrevivir.

Cualquier otra comunidad de seres vivos se autorregula. Una población de leones, si tiene mucha caza, crece. Si crece mucho, la caza baja. Entonces la población de leones mengua. Al menguar la caza vuelve a ser abundante. Globalmente, está en equilibrio. Los pueblos "salvajes" nunca se extinguieron (de manera natural) y nunca crecieron de manera desorbitada. Tuvieron buenos años y malos años, pero en su conjunto estaban en equilibrio con la naturaleza. Quemaban selvas para conseguir claros, pero nunca acabaron (¡ni de lejos!) con la selva. Ni con los bisontes, ni con los peces.

Pero un pueblo civilizado no funciona así. Un pueblo pastorea y labra lo que necesita. Si le va bien, su población sube y necesita más alimentos. Entonces rotura los bosques vecinos para tener más tierra cultivable y lleva los ganados más allá. Construye presas para regular los ríos y los riegos y balsas para asegurar su agua de boca. Lo que sea para que no muera nadie, para que su población no disminuya. Consigue aumentar su producción. Y si le va bien y aumenta su producción más de lo que necesita, ¿para de producir? No, genera excedentes y mercadea con ellos; con el producto de su comercio adquiere nuevos bienes que no tenía, ahora ya bienes de lujo, mejores paños, mejores metales, mejores armas o lo que sea. Y ahora tiene otra razón para aumentar su producción. Porque su población ha aumentado y quiere más bienes de los que da su entorno. Y si su entorno no basta, buscará nuevos entornos. Es una civilización que quiere más, siempre más. Es una civilización que no para de crecer, en población, en producción, en calidad, en todo. Es, somos, una civilización que no está en equilibrio con el planeta.

Así que, de acuerdo con una premisa inmemorial que lleva cumpliéndose desde que apareció la vida, al no tener un equilibrio con la Naturaleza nos hemos de extinguir.

¿Saben qué pasó hace diez mil años y que cambió al Hombre? Una pista: no cambió a los bosquimanos ni a los pigmeos, a los jíbaros o a los esquimales. Por lo tanto, debe ser algo que nosotros hacemos y ellos no. Piensen. Y fíjense que no es el nomadismo, porque ni los esquimales ni muchos de los pueblos salvajes son nómadas.

Una pista. La civilización nació en el Creciente Fértil, lo que es Mesopotamia, Siria, Israel y el valle del Nilo.

Otra pista: hay un libro que cuenta leyendas antiguas de un pueblo muy antiguo. A menudo me he referido a él y les he dicho que dichas leyendas hay que aprender a leerlas. La Biblia. Y no, no es la escritura.

Piénsenlo; mañana sigo.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Arcos y bóvedas

Acabo de leer "Arcos y bóvedas", de Francisco Moreno García. El libro versa sobre arcos de mampostería y de sillería, y los distintos tipos de bóvedas y cúpulas: cómo construirlas, los aparejos, las cimbras necesarias, etc. Todo eso. ¿Sabe usted cuál es la diferencia entre un arco conopial y un arco carpanel? ¿No? ¡Necesita leer este libro! ¡Ya! ¿A qué espera?

Bromas aparte, y sin faltar al autor, el libro... no vale nada. Yo lo he leído porque trabajo mucho con arcos y bóvedas de edificios antiguos, y necesitaba información sobre cómo calcularlos, pero en este libro sólo encontré cómo son, cómo se trazan y cómo se construyen. Nada de cómo se calculan.

Y puede que sí, que la información que aporte sea útil y veraz, pero es para las personas que los hacen, los oficiales obreros, los capataces y los obreros que se enfrenten al dilema de construir un arco de mampostería. Y, a ver, no sé si al cabo del año se construye algún arco de éstos en España, pero lo que sí les aseguro es que las personas que lo construyen... no son de las que leen libros. Eso, fijo. Y menos de las que si algo no lo saben se dedican a investigar en bibliotecas y similares hasta que encuentran la información que necesitan. Me da a mí que no son de ésos.

Así que lo dicho. Es un libro que no vale nada y no va a leer nadie salvo por error. ¿O no?

No estoy tan seguro. De acuerdo que no formará parte de la instrucción básica que reciben los Rangers del ejército de los USA, pero... caray, una vez lo leí no pude evitar acordarme de Teodorico (no me lo digan: ¡tampoco saben quién era Teodorico!). Me explico:

Tengo para mí que el Imperio Romano fue decayendo a medida que se fueron quedando sin ingenieros (pero esto es tema para otro día). El caso es que cuando el rey ostrogodo Teodorico deseó para su cadáver un mausoleo como los que veía que habían tenido los emperadores romanos a los que acababan de extinguir, se encontró que ya nadie sabía hacer ni bóvedas ni cúpulas. Así que no idearon otra cosa que llevar desde Dalmacia hasta Rávena -cruzando el Adriático- un monolito enorme de mármol, ponerlo como tapadera del mausoleo y darle un poco de forma curva por debajo.

Y ésa fue la última cúpula que se hizo en Occidente hasta que casi mil años después, Brunelleschi consigue hacer la cúpula de la catedral de Florencia.

¿Qué quiero decir con ésto? Que el libro de marras, explicando cómo se construyen los arcos y las bóvedas, sí cumple una función clave: transmite la cultura, el conocimiento. Seguramente el autor conoce a personas que conocieron a los que las construyeron (por ejemplo, yo he conocido a personas que quizá en los años cuarenta tuvieron maestros de obra que treinta años antes sí habían construido estos elementos ahora antiguos), y él deja por escrito ese know-how por si algún día se quisiera. Lo que es seguro es que si no fuera por su obra y la de otros como él, en unos años ese conocimiento se habría perdido por completo.

Así que a lo mejor el libro no es tan inútil como parece a simple vista.

EN otro orden de cosas, permítanme una reflexión adicional.

Marta me localizó el libro por internet, pero no pertenecía al fondo de la biblioteca de mi barrio. No problema. Lo solicité y en un par de días me enviaron un correo avisándome que ya lo tenían y que podía pasar a recogerlo. Dicho y hecho.

Aquella noche, en la tertulia, salió la pregunta de en qué se había gastado el enorme caudal de fondos públicos que se ha dilapidado estos años. Yo respondí que, por ejemplo, en una red de bibliotecas públicas capaz de localizarme el libro más inútil del mercado y ponerlo totalmente gratis a mi disposición, y que obviamente se gasta el dinero en tener semejante birria de libro. El pueblo más pequeño tiene ya una biblioteca que para sí querría Zaragoza hace 25 años. Por ejemplo. Además de cineclub, servicio médico 24 horas, autovía hasta la entrada y, si me apuran, apeadero del AVE y aeropuerto.

¿Realmente necesitamos unos servicios públicos tan espectaculares y universales como los que tenemos?


lunes, 20 de febrero de 2012

Normas idiotas o normas e idiotas

En Cataluña, en las piscinas públicas y en las privadas pero de pública concurrencia (como las de hoteles y clubs deportivos), si son techadas es obligatorio el uso de gorro de piscina. Es una norma un poco curiosa, porque no queda claro porqué si es higiénico utilizarlo en una piscina cubierta no lo es en una abierta; o si no cuál es el sentido de la norma.

El caso es que un día asistí, en mi club de natación, a una bronca enorme que le echó una socorrista a una madre porque su hija no llevaba el susodicho gorro. La piscina era apenas una bañerita que tenemos para bebés, y la hija en cuestión rondaría los seis meses. Por supuesto, era pelona del todo. Comentando con la madre lo broncas que era esa socorrista determinada, ella me contó que ya había tenido roces parecidos por sus otros hijos con ella. Y yo, y todos. La verdad es que esa socorrista ejemplarizaba el prototipo de cumplidora estricta (estrictísima) de la norma, no en espíritu sino en su letra. Y así, por ejemplo, en la piscina infantil uno puede jugar con su hijo a lanzarle un caballito de plástico, porque es un caballito. Pero si en vez de una figura fuera una esfera... ¡una pelota! Eso está prohibido y en seguida te pita. Los otros socorristas tampoco la aguantaban.

En cambio, en una piscina municipal de Sabadell destinada al público infantil, las normas se interpretan antes de aplicarlas. Es una piscina circular, de unos cien metros de diámetro, que los fines de semana de verano llega a tener cinco mil usuarios. Me recuerda a las fotos de las piscinas chinas. Tiene un nutrido grupo de socorristas, con camisetas rojas, y de mediadores, con camisetas blancas (estos últimos se dedican al cumplimiento de las normas cívicas, como no comer en la hierba, y a resolver cualquier contratiempo que uno tuviera con su vecino). Pues bien, los días laborales, que hay bastante menos gente (pongamos sólo 500 personas), permiten que en la piscina se juegue con pelotas, hinchables, etc. Incluso la organización saca, a ratos, hinchables gigantes para que la chiquillería - y sus padres- jueguen a gusto en el agua. Y a mí, en esa piscina, me parece bien. Es una piscina infantil, cubre en casi todas partes entre 30 y 70 cm. Sólo acuden familias con niños, no tiene sentido otro público. No verás a adultos sin hijos ni a bandadas de jóvenes hiperhormonados que compiten por ver quién es más burro. No, ves a familias con niños pequeños, a familias con niños medianos y a familias con niños grandes. Todos asumen que es una piscina para niños y a ninguno nos molesta que haya pelotas o inflables. Siempre, como digo, que el aforo sea razonable y haya espacio suficiente. Es, ya digo, un ejemplo de aplicación razonable de las normas.

El caso es que vivimos en una sociedad con normas para casi todo. Tenemos tantas que los que se dedican a eso - porque tenemos un porrón de gente que se dedica sólo a eso- están ya mayormente modificando normas viejas antes de inventar normas nuevas. Estas normas son o bien de corte negativo (prohíben) o de corte positivo (obligan). Por suerte, la mayoría de las normas son en la práctica "recomendaciones", ya que el normalizador carece del poder auténtico para obligarnos a su cumplimiento. 

Por ejemplo, cuando se anuncia nieve: en seguida el consejero de interior y el departamento de tráfico piden que la gente se quede en sus casas, que no cojan los coches. Está prohibido escupir en la calle y es obligatorio pagar todo lo que el Fisco quiere que paguemos. En la práctica, son consejos que acataremos con mayor o menor voluntad, según cada cual. 

La parte mala, espantosa, es cuando el normalizador es una entidad privada e impone la norma en un ámbito privado, donde sí puede obligar a su cumplimiento. Como la socorrista que mentaba al principio.

Como ingeniero, ya expliqué lo que pienso: la disciplina es para los soldados.  Muchas de las normas de convivencia yo no las necesito porque las acato de natural: no piso calzado la hierba, no dejo basura en el monte, no viajo sin cancelar el billete y no hago fotos con flash en los museos, por ejemplo. Pero, desde luego, cuanto más coincido con mis conciudadanos más añoro a la policía ésa saudí que va con porras de madera imponiendo "la moral y las costumbres".

Sin embargo, sí sufro dos males que la mayoría de la gente desconoce. El primero son las entre nosotros famosísimas OCT, organismos de control técnico. 

Las OCT son entidades que de siempre han existido y dedicado al control de la calidad de los trabajos; en nuestro caso, los proyectos y las direcciones de obras. Buró Veritas, Secotec, LLoyd, TÜV, son grandes empresas que se juegan su prestigio en cada trabajo que certifican como bien hecho.

Pero resulta que desde hace unos años la norma española de edificación obliga a que los edificios residenciales (las viviendas), para defender al propietario final que por supuesto no tiene ni idea de ingeniería, estén sometidos a la aprobación de una OCT. Las cuales, al coincidir esta norma con los años de oro del ladrillo, surgieron como setas en otoño, y se llenaron de titulados - que no de profesionales- a los cuales les dijeron: esto tenéis que controlar, estos son nuestros criterios, o cumplen o no cumplen. 

No me voy a extender aquí sobre la china que esto nos ha supuesto a los ingenieros de estructuras, a quien le interese seguro que encuentra cien millones de blogs en internet despotricando sobre esta manga de tarados; baste decir que mi socorrista era una viva la virgen a su lado. Quien las conozca ya sabe lo que digo y quien no las conozca jamás llegará a imaginar lo que se vive con ellas.

Pero al menos las OCT son vencibles, y si no se puede convencer al promotor que las mande a escaparrar y se busque otra más razonable. 

Con los que no podemos hacer nada son con los responsables de seguridad y prevención en las fábricas. Ahí me han dado.

Verán. Cojan a los técnicos titulados más inútiles. Los que no sirven para nada más. Pues esos se reciclaron hace unos años como "técnicos de seguridad y prevención de riesgos laborales". Y se pusieron a hacer normas. Claro, una a una cada norma es irreprochable. Es evidente que llevar calzado de seguridad es mejor que no llevarlo. He estado en empresas donde exigen que los chóferes lleven casco, chaleco reflectante y calzado de seguridad. Teniendo en cuenta que un chófer, sea del camión que sea, tiene prohibido participar en la carga y descarga,... ¿para qué quiere el calzado de seguridad? Si el tío maneja mejor su dieciocho ruedas de cuarenta y cuatro toneladas con bambas, ¡dejále, caramba! He estado en fábricas donde nos hacen dejar en armaritos los relojes, las cadenas, los anillos y los pendientes, entre otras cosas. Independientemente de la parte de la fábrica que vaya a visitar. He estado en fábricas donde se prohíbe llevar sandalias y camisas de manga corta. Donde se prohíbe el empleo de teléfonos móviles en todas las instalaciones. Donde me obligan a seguir una linea amarilla pintada en el suelo... y que me vi obligado a abandonar porque mi coche estaba unas plazas más allá... Que, por cierto, éramos un grupo de ocho personas -constructora, propiedad, el ingeniero...- que íbamos a inspeccionar cómo hacer un arreglo en una fachada de una nave, y ahí nos ven a los ocho caminando por el patio de la fábrica en fila india, sin salirnos de la raya amarilla...

Lo dicho. Si quieren normas estúpidas, vayan a las fábricas. Es cierto que en las mayoría las normas suelen ser muy razonables y se aplican con mayor o menor flexibilidad, y que todas las normas, en el fondo, tienen una razón de ser. Pero es que esa razón no se me debe aplicar a mí, caramba. Si yo voy a visitar al jefe del departamento de ingeniería para tener una reunión, ¿porqué he de presentar el TC1 y el TC2 en la puerta, firmar que he realizado cursos de prevención de riesgos laborales y que estoy al corriente de las normas de actuación en caso de accidente en esa empresa? Sí, es lo que me va a pasar mañana en la fábrica donde tengo que ir. Además de que debo asistir a la reunión con casco, botas y chaleco reflectante. Para una reunión en un despacho.

En fin. Lo dejo, porque he visto de todo y cada día me asombro más. Y es que el problema no es que las normas sean idiotas, sino que ponen a idiotas a vigilar las normas.

viernes, 17 de febrero de 2012

La disciplina es para los soldados

Hace años yo trabajaba en una fábrica donde el gerente me dijo, un día, una frase que se me quedó para siempre: "La diciplina es para los soldados". 

Me explico:

1.- El gerente

El gerente, en aquella empresa, era un tipo impactante. En su juventud, tras licenciarse, fue contratado por una empresa como gerente de cualquiera de las empresas del ramo (hay que tener en cuenta que en aquella época no había tantos licenciados como ahora ni personas con la formación suficiente). 

El hombre, que aunque físicamente era poca cosa en lo demás no se arrugaba por nada, aceptó el reto. Poco a poco fue evolucionando dentro de aquel grupo, siempre como gerente de empresas. Llegó un momento en que el grupo le encomendaba la gestión de empresas, digamos, con problemas. En los años 80, por cierto, muchas empresas tenían muchos problemas. Problemas estructurales, que debían resolverse cortando por lo sano. 

Ya cercano el final de su vida laboral, mi gerente dejó el grupo, se tomó un año sabático (que dedicó, entre otras cosas, a aprender informática) y buscó una empresa en la que invertir sus ahorros, ganar un buen dinero y retirarse ya definitivamente. Lo que hacía trabajando para un grupo de empresas, pero ahora los beneficios serían para él. Y, claro está, una de las condiciones para invertir era que él fuera el gerente. ¡Se jugaba sus ahorros, no iba a dejárselos a otro! 

El caso es que nuestro gerente era un hombre ya curtido en mil batallas. Puede que no fuera un experto en el ramo, pero tenía a paletadas lo que yo no entonces: horas de vuelo.

2.- El socio mayoritario

Si el gerente era un tipo especial, el socio mayoritario y presidente de la empresa también había roto su molde. 

Un inmigrante que dejó su Andalucía natal en los años sesenta y se plantó aquí poco menos que con una mano delante y otra detrás. Encontró trabajo en una fábrica pequeña y antigua (de antes de la Primera Guerra Mundial, que en la Guerra Civil fue nacionalizada y que en la carestía de los 40 supo reconvertirse con lo que había y sobrevivir), de maquinaria. Como vendedor. Un pequeño sueldo y a comisión.

Pero este hombre era un lince. Un tipo como yo no he visto otro. Su gran pelotazo lo dio cuando le sacó al principal cliente del sector un pedido imposible de máquinas. Le faltó tiempo para localizar una cabina telefónica y llamar a la fábrica: ¡el pedido del siglo, y con un cheque de anticipo! Pero ¡diantres!, al día siguiente llaman los hijos del anciano cliente y cuentan (traduzco): "El papá se ha vuelto loco ha perdido la cabeza, lo está tirando todo" (más o menos). El anciano, ese día, acababa de perder la chaveta y se había puesto a delirar y a decir y hacer insensateces. Como nuestro pedido.

Total, que mi héro decide anular el pedido y devolver el talón y los hijos, agradecidos, se convierten en fieles suyos. Acaba de comerse al mayor pez del estanque.

A partir de ahí, va como un tiro. Y, por si fuera poco, el tipo era listísimo y un fenómeno, tanto comercial como técnico del sector. Llega un momento en que, con las comisiones, gana mucho más que los socios de la fábrica. Éstos, desesperados, le hacen un trato: en vez de pagarle tantas comisiones, le pagan con participaciones de la empresa. En unos años era el dueño absoluto. Y a los 53 decide que ya está bien y que se retira.

Contrata a un gerente, pero no congenian (¿he dicho ya que el presidente era un carácter imposible?) y lo echa a patadas. Vale que también el gerente era tonto, porque se echó una amante en Berlín y la veía a cargo de la empresa, disimulando las razones de los viajes y los gastos. Escarmentado, encuentra a mi gerente. Le vende el 15% y empieza a planificar su retirada.

3.- El ingeniero (osea, yo)

El nuevo gerente, al poco de llegar, detecta que la empresa además de antigua tiene una estructura muy arcaica, con unos técnicos muy especializados. Y busca un ingeniero que sepa de todo y que defienda a la Casa en el nuevo berenjenal de mercado en el que se iba a meter: a partir de ahora, no sólo venderíamos máquinas de fabricación propia, sino que iríamos a montar la instalación industrial completa. Obra civil incluida.

Mi fichaje no fue fácil, pues el presidente tenía dudas por no hablar yo el catalán. ¿El gerente? Me dijo a la cara en la entrevista: "Usted es un fraude". Según opinaba, era imposible que yo fuera todo lo que decía ser. Recuerdo que yo contesté que no le mentía, que no le estaba diciendo que supiera alemán. ¡Cielos! ¿Cómo iba yo a saber que el gerente estaba casado con una alemana (a la que había cortejado en Lisboa mientras estaba casado con su primera mujer)? El hombre quiso allí mismo que cambiáramos al alemán, y ya me ven chapurreando las excusas necesarias en el idioma de Goethe.

Pero el caso es que me ficharon. Y allí que me fui, joven y arrogante, dispuesto a comerme el mundo. Y es que yo era muy muy bueno. Pero mi conocimiento era de las cosas técnicas, no de la gestión de las personas. Y era muy, muy arrogante. ¿Quién dijo miedo? Pues eso.

4.- El conflicto

Una de las cosas que tenía contra mí el presidente es que yo era ingeniero superior. Es decir, oficialmente yo sabía más que él. Y eso no lo podía soportar. Por ejemplo, cuando vio mis tarjetas de visita (con el título profesional debajo) ordenó devolverlas. Debía aparecer mi puesto, como en las suyas el de "presidente", y nada de títulos (chascarrillo: años después, se contrató a un nuevo comercial. Pero el fichaje casi se frustró - y el presidente se negó a pagarle el sueldo que pedía - porque conducía un BMW 750. Y el presidente tenía sólo un 735. Demasiado para él. Que no sabía, por cierto, que el BMW era de segunda mano).

También hay que decir que, hasta entonces, el presidente en la fábrica era Dios en la Tierra. Las aguas se abrían a su paso. Cuando llegaba, por las mañanas, hacía "la ronda" (yo solía decir que se ponía "la gorra de capitán de yate"). Iba uno por uno, saludando y viendo qué hacían.  Y especialmente en la oficina técnica le gustaba sentarse en un tablero e inventar él las líneas generales de la nueva máquina. Por decreto, nadie sabía más que él y nadie era mejor que él. Mis choques con él fueron constantes.

Al principio, evidentemente, me ganaba él. Y le gustaba ganar por goleada. Pero aprendí. Y mejoré. Y conseguí darle la vuelta a la tortilla y (estúpido de mí) cuanto más fracasaba el presi en machacarme más se encolerizaba.

Tampoco aguantaba el presi al gerente, pues éste tenía más tablas que un teatro y soslayando con habilidad al socio mayoritario estaba realmente cambiando la empresa. Pero es que yo, además de bastarme, era el fichaje estrella del gerente, la persona en la que éste se estaba apoyando para hacer el cambio.

5.- La bronca

A la fábrica se iba en coche. Es razonable pensar que, tal como está el tráfico, un día al mes llegara algo tarde. Un día de veinte, un cinco por ciento. No es mucho, ¿verdad? Le pasa a cualquiera, vaya. Pero en mil días, menos de cinco años, son cincuenta días de llegar tarde. Y cincuenta son muchos días. Un día tenía que pasar algo. Y pasó. Llegué tarde y ... me convocaron a una sala de visitas. El presidente y el gerente. La bronca fue de campeonato; a esas alturas yo había aprendido a aguantar cualquier chorreo, pero aquel día fue duro. Y sin embargo, lo mejor me ocurrió al acabar.

El socio mayoritario, sentada su autoridad, se fue más contento que Chupillas. Yo me quedé un segundo con el gerente, y de pronto éste me dice: "No hagas caso de todo esto. La disciplina es para los soldados, y ni tú ni yo somos los soldados aquí".

Los obreros, los trabajadores de la fábrica y el personal de las oficinas, todos tienen un horario que cumplir y unas obligaciones. Cada día tienen que hacer unas tareas que se les encomiendan, y un modo de hacerlas. No pueden saltarse las normas. Han de hacer lo que han de hacer y como lo han de hacer. Si no, sería el caos.

Pero además de ellos, estamos algunas personas - como el gerente y como yo- que somos los que escribimos esas normas. Los que marcamos el camino, distribuimos, investigamos, mejoramos. Un delineante tiene una metodología que seguir para hacer un plano; un proyecto se gestiona con un método y se ordena de una forma determinada. Pero yo, en cambio, puedo hacer lo que me dé la gana. Porque parte de mi trabajo es descubrir nuevos modos de hacer las cosas, cosas que mejoren lo que se hace. Si el orden en la olla para el gazpacho es ajo, pimiento, tomate, sal, aceite y vinagre, yo soy el que puede intentar hacer el gazpacho en otro orden o con otros ingredientes: quizás así sepa mejor o resulte más fácil hacerlo.

6.- Desde entonces

Pienso que a tipos así no se nos debe tener encorsetados con las rígidas normas de los demás. Y qué, si llego tarde. También me voy tarde. No pasa nada si algún día no justifico un gasto, si me tomo un día libre o abandono unas horas mi trabajo para hacer una gestión que no se le permitiría a otro. La disciplina es para los soldados.

Desde entonces, me he topado con muchas normas. Normas lógicas que regulan cosas básicas para el funcionamiento global, y normas estúpidas que regulan lo trivial. Y a menudo he encontrado que cuanto más tonta es la persona que pone la norma, más estúpida es. Y mi cruz es que mi capacidad de aceptar tonterías es limitado.

Así que los demás me tienen catalogado como un irredento, un verso suelto, uno que va por libre.  Yo suelo defenderme usando el símil de las películas del oeste, el explorador que acompaña al destacamento de caballería. ¿Lo conocen? El explorador es parte del destacamento, pero ni viste el uniforme de los soldados ni cabalga en las columnas de dos que forman todos los demás. No, él se adelanta, va por aquí, por allá, retrocede... Acompaña al destacamento, sí, pero no hace lo que los demás soldados. Y ¿saben? el éxito del destacamento radica en el éxito del explorador. Pues en definitiva será éste el que descubra el mejor camino.

Por suerte para mí, ahora suelo tratar con ingenieros y éstos entienden fácilmente este concepto. Hablamos de innovar, de investigar, de probar cosas nuevas en  equipos piloto. Entienden que no somos soldados.

Pero no todas las personas con mando en plaza son ingenieros. Y, lo dicho, cuanto más tonto sea el teniente que manda el destacamento, más va a querer atar en corto al explorador. Hasta que se meten en un desfiladero estrechísmo con paredes muy verticales sin advertir las señales de humo que llevan dos días siguiéndoles. Y les pasa lo que les pasa.

lunes, 13 de febrero de 2012

O.J. Simpson y el cine

A las nuevas generaciones probablemente el nombre de O.J. Simpson no les dirá nada; los que ya tienen una edad y fueran conocedores del deporte norteamericano les dirán que fue la gran estrella del fútbol americano en los setenta (lo que fue Michael Jordan en la NBA años más tarde), jugaba de running back. Los que tengan edad pero no sepan de fútbol americano lo recordarán por su famosísimo juicio, paradigma para los que lo consideraron culpable (¿todo el planeta?) de que con dinero suficiente se salvaría hasta Judas Iscariote.

Yo, sin embargo, estoy convencido que para la Historia, O.J. Simpson será siempre Nordberg, el inefable compañero del más inefable aún teniente Frank Drebin, de la brigada criminal de L.A. ¿Porqué digo esto? Pues porque saber quién era O.J. es necesario para entender lo que ocurre de trasfondo del final de una de las mejores escenas del cine.

Pero antes unas explicaciones. La escena en cuestión es una parodia de una escena de Los Intocables de Eliott Ness, que a su vez homenajeaba una escena de Eisenstein de su película (muda) El Acorazado Potemkin.

Obviamente yo no he visto la película muda, pero sí vi en el cine la de Los Intocables, con Kevin Costner en estado de gracia y Sean Connery merendándoselo en cada fotograma. La escena, en la pantalla gigante de los cines de entonces, era sobrecogedora, salía uno diciendo ¡Peazo película hemos visto! En casa, en la pantalla del ordenador o del televisor propio, pues no es lo mismo. Se harán una idea, pero si no lo vivieron entonces las sensaciones no serán las mismas. Y las risas que soltamos todos con la película de O.J. Simpson en el cine… ¡por Dios, si hasta tenían que hacer pausas para que la gente recuperara! Y esto último es verdad: en las películas de los hermanos Marx siempre había un par de números musicales en medio. Su objetivo era precisamente ése, cortar el ritmo de la película y que la gente pudiera descansar un rato de tanto reír: en sus películas te reías tanto que acababas con agujetas.

Y es lo que tiene el cine. Son obras que están concebidas para verlas en una sala enorme, en una pantalla gigantesca, en la oscuridad y con un sonido atronador. Verlas en casa es como oír la Marcha Turca de Mozart en versión para flauta infantil y batería. Como el Hooked on Classics de Luis Cobos o como admirar la Estatua de la Libertad en las reproducciones de una tienda de recuerdos. Lo que pasa es que a veces no hay otra cosa, claro. 

En fin, al grano.
  1. La escena de la película El Acorazado Potemkim: (ojo, que es muda): http://www.youtube.com/watch?v=8ORUQvD6qyQ&feature=related
  2. La escena de Los Intocables de Eliot Ness: http://www.youtube.com/watch?v=grd8vVuhIdQ
  3. La gran escena de O.J.Simpson (suban los altavoces y atentos al final, al fondo): https://www.youtube.com/watch?v=Ohk7PiJINEc
Y, por último y adelantándome a los comentarios que mentalmente puedan hacer ustedes sobre que sí pero que es mucho mejor… (aquí va la escena que usted esté pensando), le digo cuál es la escena más divertida de la historia del cine. Porque, no importa los años que pasen, nos hace reír a mandíbula batiente y aún más: sólo de recordarla ya nos reímos. Con todos ustedes… http://www.youtube.com/watch?v=E-Rmx0aXga0

Ahora, que si alguien cree que conoce una escena mejor y sabe su URL de Youtube, por favor que la comparta con todos.

domingo, 12 de febrero de 2012

Nespresso

Tengo un amigo que es bebedor de whisky. Y es sorprendente, si usted lo viera, porque no se ajusta para nada a la estampa que usted tiene del bebedor de whisky; pero es porque usted tiene una idea equivocada de lo que es un bebedor de whisky.

Mi amigo bebe whisky porque le gusta el whisky. Saborea el whisky. Su ideal de turismo es recorrer Escocia e Irlanda conociendo nuevas destilerías y tastando sus líquidos. No bebe whisky por beber, ni se bebería cualquier cosa sólo por tener la etiqueta whisky. Su consumo es totalmente moderado porque necesita que lo sea para calibrar plenamente la experiencia. Como él dice, nunca verás a un bebedor de whisky borracho. A uno de cerveza, sí. Pero a uno de whisky, no.

En cierto modo, yo soy bebedor de café. Me gusta el café. Pero tomo muy poco. En las mañanas frías tomo el requemado que me sirven en un bar o el brebaje que dan las máquinas de autoservicio, pero todos los que me rodean saben que nunca lo llamo café sino "bebedizo" o incluso "brebaje"; y lo hago porque es una bebida caliente que me da un respiro antes de entrar de lleno en la tensión del trabajo.

Tampoco suelo tomar café en restaurantes y bares, fuera de las tardes calurosas de verano después de comer: mi madre me contó hace años que en su juventud los viajantes de comercio, en las más calurosas horas de la tarde se tomaban un café solo e hirviendo para combatir el calor, y yo no sé porqué es pero funciona, refresca más que el café con hielo.

De hecho, antes prácticamente sólo tomaba café cuando lo hacía yo, en mi casa, en una cafetera de verdad, un café finamente molido natural, nunca torrefacto ni mezclado, apagando el fuego un instante antes de que el café comenzara a hervir... todo eso. También, además, requiero tomarlo en un rato de sosiego, de manera que pueda recrearme en él y paladearlo debidamente.

Así que, como se imaginarán, cuando hace años Nestlé sacó su idea "Nespresso" (que fabricaba desde 1986) y puso en todos los canales a George Clooney, yo consideré que aquello lo podían llamar como quisieran, pero que no era café. Y, por supuesto, que a mí nunca me verían tomar uno.

Hoy después de comer me he tomado un café. Un Capriccio, si conocen las tipologías de Nespresso. Y les voy a decir una cosa. Si no fuera Nespresso, no me lo habría tomado.

Sí, porque yo tenía cafeteras en casa, pero no las ponía para tomarme apenas un sorbito de café. Tampoco soy de hacer café a capazos, guardarlo y recalentar el que quiero en cada momento. Y como no tomo café más que en circunstancias preparadas, tampoco le salía a cuenta a mi mujer ponerse una cafetera para ella sola.

Así que un día compramos una cafetera Nespresso, y desde entonces. No sé si nos queda alguna cafetera en algún armario, pero sí que ya no tenemos café de cafetera. Ahora, cuando queremos tomar un café simplemente vamos y lo tomamos, no dependemos de que haya más gente que quiera. Tardamos unos 30 segundos en tenerlo listo y no hay que limpiar nada más que la taza (muy de vez en cuando la cafetera, pero tan de vez en cuando que no cuenta). La pereza ya no es una razón para no tomar café. Incluso nuestra prima, que tiene unos minutos antes de trabajar cerca de casa, sube más y se toma un café, puesto que ya no es molestia.

Así que quizás sea caro (33 céntimos la taza), puede que no tenga la calidad del auténtico café ritual que me servía años ha, pero... es la diferencia entre tomar y no tomar. Antes de Nespresso, simplemente hoy no me habría tomado un café.

jueves, 9 de febrero de 2012

Técnicos al gobierno

Así, a bote pronto, se me ocurren tres tipos de lectores de este anodino blog: a) los técnicos, que en líneas generales estarán de acuerdo conmigo; b) mi familia, que como ya me conoce no se escandaliza demasiado con mis ideas, y c) los que aterricen por error. Éstos, con suerte, leerán media entrada y seguro que lo abandonan despavoridos. Y es que, lo reconozco, para el lego y estulto este cuaderno debe parecer algo presuntuoso: los técnicos somos los que valemos y los demás están para nuestro solaz y esparcimiento. Seguro que ellos creen que no es para tanto.

Tradicionalmente la política italiana la gestionaban cinco partidos. Todos ellos tenían representación parlamentaria, ninguno solía tener mayoría absoluta y las componendas entre ellos eran el pan nuestro de cada día. Cincuenta años después apareció Il Cavaliere, el inefable Silvio Berlusconi, y los políticos tradicionales fueron barridos de la escena. Pero la cosa no mejoró demasiado y el año pasado la deuda pública de Italia era monstruosa. Así que Merkel y Sarkozy decidieron que Berlusconi debía dejar paso a un gobierno de gente seria y responsable, poco amiga de juergas y francachelas y a los que se conoció por "Los Técnicos". A la cabeza el aburrido Mario Monti. Edad media del gobierno, 64 años. Todos ellos ultrapreparados para la gestión de un país arruinado.

Los técnicos.

Los técnicos se dieron cuenta que uno de los problemas de Italia era que la gente pagaba muy pocos impuestos. La evasión fiscal era de proporciones gigantescas; a los españoles no nos cabe en la cabeza. Y a los técnicos del gobierno tampoco.

El primer paso lo dieron estas navidades, en la elitísima estación de esquí de Cortina d'Ampezzo. La policía empezó a parar a los conductores de vehículos de hiperlujo (Ferrari, Lamborghini, Maseratti, etc). La gente se bajaba creyendo que les iban a hacer la prueba de alcoholemia, y no, les pedían la documentación del vehículo. Querían saber cuándo lo habían adquirido. Por ordenador se comunicaba al Fisco y se sabía cuánto había declarado ganar el propietario aquel año.

Empezaron parando a unos 250. Resultó que 42 de ellos aquel año habían ganado oficialmente menos de 30.000 euros. Decenas de coches (de más de 300.000 euros cada uno, no como el mío) estaban a nombre de empresas que habían tenido pérdidas o beneficios raspados.

Siguieron el método en los sitios más puestos de Milán y Florencia. Apareció gente que ganaba menos de 20.000 euros al año y que tenía avión privado o helicóptero.

Ahora van por los puertos, investigando los yates de más de diez metros de eslora. Hay decenas de miles a nombre de trabajadores asalariados (lo que declaran ser, anoto). Se cree en las carreteras hay 200.000 vehículos de alta gama de gente que declara entre 20.000 y 50.000 euros...

Esto es como el chiste que leí hace poco no recuerdo dónde, que estaba Zapatero leyendo en un periódico que Rajoy bajaba el sueldo a los banqueros, y decía el hombre: "¡Qué cabrón! ¿Cómo no me me había ocurrido a mí esta idea antes?".

Caray, todos estamos de acuerdo en que esto de Monti era lo que se tenía que haber hecho hace años. Pero es que entonces en el gobierno estaban políticos, y luego empresarios.

Es ahora, cuando el gobierno italiano lo forman "técnicos".

martes, 7 de febrero de 2012

Los viejos se quedan, los demás se van

El tema del día este mes de febrero es claramente la fuga de cerebros. Parece ser que 300.000 jóvenes españoles se están buscando los garbanzos fuera del solar patrio, y que estos jóvenes son a) emprendedores, pues son capaces de dejar lo conocido y arriesgarse, y b) bien cualificados, pues son capaces de prosperar fuera, conocen idiomas y saben cosas que los de allí no saben.

Y según parece, esto es un problemón para el país. Sin embargo, yo no lo veo del todo un problema, sino que más bien los periodistas no saben realmente de qué hablan. Vamos por partes.

En primer lugar, el hecho existe, es real, y se lleva advirtiendo desde hace años. Les recomiendo que lean, en particular, el artículo que mi admiradísimo Carlos Sala (uno de los mejores periodistas de aquí, si no el mejor) escribe en su blog: la historia de los de Villacañas.  Es decir, los jóvenes que pueden se van y los que no pueden se quedan. Así de simple.

Ahora bien, ¿acaso no ha sido siempre así?

Panticosa es un pueblecito del Alto Pirineo, de 820 habitantes (según wikipedia). En términos aragoneses, es un pueblo afortunado: tiene chavalería, escuela, iglesia con cura, puesto de la guardia civil, gente joven que organiza fiestas patronales,... y estación de esquí. En el mismo pueblo, no en lo alto de una montaña que pertenece al pueblo. Allí mismo. Lo que explica que sea el pueblo más próspero del valle.

Ahora imaginemos que un chaval de allí acaba el ciclo escolar. Para hacer la educación secundaria, tiene que ir a Sabiñánigo, a 33 km y 36 minutos en coche según google. Carretera de alta montaña, por si alguien no conoce la zona. El tiempo pasa y el chico, con 16 años, puede volver al pueblo o seguir estudiando. ¿Qué le espera en el pueblo? Las actividades típicas de montaña: pastoreo, cultivo de huertos, recoger leña; también puede dedicarse a trabajar en la estación de esquí (de mozo) o, si su familia tiene algún comercio, tienda de ropa o lo que sea, pues ponerse detrás del mostrador. Ah, también podría trabajar en la administración: por ejemplo, en las piscinas municipales, en las brigadas de carreteras, esas cosas. De mozo.

Pero imaginemos que no, que el chico promete y la familia puede. Lo envían a Zaragoza a que estudie... ingeniería. Para un pandicuto Zaragoza es como para los que vivimos en las grandes ciudades sería Manhattan: el no va más. ¡Si hasta tiene aceras en las calles! Si el chaval no se deja arrastrar por los puestos de salchichas, las chicas y los cines, y acaba la carrera, ¿creen que volverá a Panticosa a ponerse detrás del mostrador? ¿Hay alguna industria en el valle, aparte de la central eléctrica (con dos puestos de trabajo cualificados)? Hay algún fontanero, algún electricista, algún leñador y puede que algún taller de coches. Todo lo mas, encontraría industrias en Sabiñánigo. También sería allí donde encontrará viviendas, si no quiere vivir en casa de sus padres a 36 minutos en coche de su trabajo. Y sólo en Sabiñanigo. Ni al norte, ni al sur, ni al este ni al oeste hay industrias que puedan contratar ingenieros. Tendría que bajar a Huesca capital, a Barbastro o a Monzón.

Pero lo más normal es que el chico, con suerte, encuentre trabajo en Zaragoza. ¿Por qué con suerte? Porque es un ingeniero joven, sin experiencia. No sabe, realmente. Tiene capacidad de aprender, pero no de enseñar. No puede llegar a una fábrica y decir cómo se van a hacerlas cosas a partir de ese momento. Así que o entra en una empresa muy muy pequeñita, que pueda manejar un chaval, o en una gran empresa que tenga cantera de ingenieros. 

Las empresas muy pequeñitas, normalmente o ya tienen a alguien que hace ese trabajo o son lugares de paso y aprendizaje, unos meses, destetarse y adiós. 

Las empresas grandes sí pueden ofrecerle una carrera profesional. Pero en la provincia de Huesca no creo que haya tres. En Zaragoza, media docena. Bueno, quizá más. Pero la escuela de ingeniería tiene tres mil setecientos alumnos. Si se mantuvieran las proporciones con mi época, mil setecientos estarían en primero, ochocientos en segundo, quinientos en tercero y 350 en cuarto y quinto. Es decir, saldrían trescientos cincuenta nuevos ingenieros cada año. Corcho, en Zaragoza no hay tantas necesidades de ingenieros. No hay tantos puestos para ingenieros novatos en épocas buenas, no las habrá en años de crisis. Si usted quiere contratar a un ingeniero, es porque lo necesita. Y puestos a elegir, ¿prefiere uno con diez años de experiencia que le salga rentable desde el primer día o prefiere un chavalín con la carpeta de gomas debajo del brazo y al que tendrá que enseñar (otro de sus ingenieros) durante al menos dos años?

Así que el ingeniero recién salido lo que hará es buscarse la vida. En Madrid o en Barcelona lo tendría más fácil: hay más industria. Pero también hay más universidades que escupen más ingenieros como él por sus puertas. ¿Qué hacer? Chaval, eres joven y crees que te puedes comer el mundo. ¿Has tenido una beca Erasmus? Vete fuera. Allí hay mucha más industria que aquí y sus escuelas sacan menos ingenieros.

Por eso muchos de los recién titulados se buscan las habichuelas en otros sitios. El panticuto de la historia no las encontrará en su valle. Un jaqués le quitará la plaza en Sabiñanigo, así que intentará encontrar algo en Aragón. No imposible pero difícil. Y cuando vea que le da lo mismo Madrid que Toulouse, se irá a Toulouse. Es el ciclo de la vida y no hay que escandalizarse porque ocurra.

¿Es bueno? Intrínsecamente, no es bueno ni malo. Es sólo una señal del empobrecimiento del tejido industrial del país. Nos estamos debilitando, vaya sorpresa. Mientras no bajemos de la masa crítica necesaria para regenerarnos cuando esto pase, no es excesivamente preocupante; tampoco lo es la fiebre si no supera los 40 grados, ¿no? Pues con la pérdida del tejido industrial pasa lo mismo.  Pero esto es tema para otro día.

lunes, 6 de febrero de 2012

Réquiem por Megaupload

Desde luego, estos días se ha hablado mucho sobre Megaupload. ¿Tenían, derecho, no tenían derecho? ¿Qué pasará ahora? ¿Quién será el siguiente? o ¿qué era realmente Megaupload?

Yo, que de pirata tengo más bien poco, reconozco que he bajado cosas con megaupload unas cuantas veces. No muchas, sólo unos capítulos de mi serie favorita que me perdí en su momento y que me compraré cuando salgan (que yo creo que sí) en DVD. Moralmente yo no me considero un pirata, el contenido se emitió públicamente, yo quise verlo pero no lo conseguí y cuando ellos lo permitan yo regularizaría mi situación. En el interín, usé Megaupload. Y como ahora se habla mucho de ellos, pues he indagado por internet para enterarme qué era eso.

Megaupload era, en principio, un sitio donde almacenar archivos. Sin más. Como un guardamuebles o alquiler de trasteros, pero con archivos digitales. Tiene sentido: hoy en el despacho queríamos archivar un expediente de 66 gigas. Mucho espacio. E imagino que en proyectos de investigación universitarios y en megaproyectos tecnológicos con modelos computerizados con elementos finitos se gasta muchísimo más espacio; espacio que los servidores de los sitios donde están no pueden permitirse. Y Megaupload tenía más que mucho espacio. Tenía millones de gigas. Así que uno podía alquilar unos bytes y guardar en sus ordenadores la información. Megaupload, por supuesto, te daba una clave para poder acceder a esos archivos. Tú y tus colegas de proyecto.
Otra fuente de ingresos de Megaupload era por la publicidad. Tenía mucho tráfico, y generaba muchos ingresos. Y luego había gente que pagaba algo para tener un acceso mejorado, "Premium". 

Por otro lado, si algo que estuviera almacenado allí generaba mucho tráfico, Megaupload recompensaba económicamente al almacenador; éste recibía una comisión y así se le incentivaba para que consiguiera más cosas que interesaran a la gente. El almacenador, sin conocimiento de Megaupload, colocaba la clave de acceso en otras páginas web (como seriesyonkies), que eran las que generaban tráfico para megaupload. Y, por cierto, estas webs también "subvencionaban" al aportador de la clave por el tráfico que lograra, y más si era el primero en conseguir ese contenido. Los aportadores de información, claramente, se lucraban. Aunque no tanto como Megaupload, al igual que no come lo mismo una hormiga y un elefante.

Hasta aquí, aparentemente todo banal. Megaupload no sabía qué había en esos archivos ni si su mera existencia era legal o no. Su uso era responsabilidad del almacenador. Megauload le daba la clave solamente a él; si luego el almacenador compartía la clave con seis millones de personas o no era cosa suya.

Bueno.

Esto es como si yo tuviera un hotel. Alquilo las habitaciones, y además tengo máquinas de autoservicio (bebidas, sandwiches, cafés,...) por todos los pasillos. La gente viene y alquila una habitación. Vienen con maletas, y de vez en cuando entran y salen. Ni tengo porqué saber qué hay en las maletas ni saber qué hacen dentro ni qué hacen fuera. Yo no soy responsable de eso.

Hay otros que vienen sin maletas o con maletas muy raras. Y que entra mucha gente a esa habitación. Por ejemplo, porque allí están haciendo una demostración de productos de Avon o presentando una nueva línea de zapatos a mayoristas.  O incluso han alquilado una suite y la utilizan para realizar entrevistas de trabajo. Todo perfectamente legal. De hecho, como además vendo bebidas y café, estos clientes me interesan más que los de las maletas.

Pero es que hay algunos que alquilaron una habitación y vinieron sin maletas. Sólo trajeron una chinita de 12 años que se quedó en la habitación. Desde entonces no para de subir gente a esa habitación. Llegan de uno en uno, están quince minutos y se van. No me compran tabaco porque es ilegal, pero sí preservativos. Y el chorreo de gente es constante. El que trajo la chinita viene muy poco, y por lo que sé la chinita no ha vuelto a salir. Y cada vez tengo más habitaciones para chinitas, que las máquinas de autoservicio echan humo; tan es así, que le voy dando una pequeña comisión al de la chinita.

Por cierto, que si cualquier día leyera cualquier periódico vería, en las páginas pares y en las impares, que en mi hotel hay chinitas sumisas a quince euros.

¿Puedo decirle al juez que yo no sabía qué pasaba en la habitación y que no tenía ni idea de que se usaran las habitaciones para eso? Yo pensaba que eran turistas... Oiga, la ley y los leguleyos dirán lo que quieran y el dueño del hotel saldrá libre, pero mi juicio ético yo ya me lo he hecho (y coincide con el de usted).

Pues el de megaupload igual. Es imposible que ese tío no supiera qué se guardaba en sus servidores (que son archivos digitales, por favor) ni la gestión que se hacía con ellos. Es imposible del todo que él no supiera que cada segundo había miles (o millones) de personas viendo películas gratis almacenadas en sus servidores. Y una cosa es un usuario corriente y moliente que quiere ver "Tiburones de acero" (gran película, por cierto) que no hay manera de verla de forma legal, y otra cosa es Megaupload. No es lo mismo un niño de diez años que ve un episodio atrasado de Pokemon o Mickey Mouse y otra cosa es un negocio organizado de semejante escala. Aunque "la industria" y la SGAE quieran meter en la cárcel a ambos.

Por lo que respecta al futuro, no me preocupa. Cuando era joven, me grababa canciones de la radio en cintas de casette. Luego tuve amigos que tenían los discos originales - yo yambién - y nos los intercambiábamos para grabarlos. Cuando se pudo, me descargué música con Napster. Luego apareció el Emule, el Torrent y luego con Megaupload directamente te bajabas las discografías completas. En dos meses tendremos algo que dejará a Megaupload en tablillas de mármol, y si no al tiempo.

De todas formas, que lo sepan: hace un rato me he descargado de internet 75 obras de Isaac Asimov para leerlas con mi lector electrónico. ¿Porqué lo he hecho? Pues realmente, dado que ya las he leído y que además las tengo (seguramente todas) en papel comprado legalmente, lo he hecho por lo que apunté una vez: porque si no, para mí, esos relatos se perderían. Yo no lo veo (en mi caso) como pirateo, sino como  copia para conservación de ejemplares adquiridos previo pago. Ya sé, ya sé, pero tampoco es para tanto: ¡no es como si me hubiera encendido un cigarrillo!

Así que tengamos las cosas claras: el malo no es el fumador sino la tabacalera que pone vaya usted a saber qué, y en este caso, el malo es Megaupload.

Post scriptum: el uso de megaupload para proyectos "legales" es teórico y suposición mía. Es posible que sólo fuera de aplicación en casos contados o incluso que no hubiera ni un solo caso real. Al igual que nadie se alojaba como turista en el "Saratoga"  o el "Riviera" de Castelldefells y resto de establecimientos dedicados a la prostitución.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Hacia un mundo más feliz

Se ha publicado en imagino que todos los periódicos, porque la noticia se brinda a titulares llamativos, que unos investigadores han conseguido descifrar los impulsos eléctricos que envía el oído al oír unas palabras determinadas. Y resaltan que éste es un paso importante para poder permitir saber lo que quieren decir personas que no pueden decirlo (por enfermedad o minusvalía, se entiende), como el famoso científico Stephen Hawkins que actualmente se expresa a través de una maquineja y en una forma harto poco operativa.

La lógica de esto es que las neuronas que transducen las ondas sonoras se comunican con las del resto del cerebro mediante impulsos eléctricos (descubrimiento de Ramón y Cajal); si sabemos asociar esos impulsos con su contenido (las palabras) estaremos en condiciones de hacerlo a la inversa: captar esos impulsos en el cerebro y saber qué quiere decir ese cerebro. 

Ahora, que todavía no saben si los impulsos son de sílabas, de palabras, de conceptos,… pero todo se andará, es un largo camino que se recorre paso a paso.

En cualquier caso, en todos los artículos hay un vibrante entusiasmo ante este gran avance y las tremendas posibilidades que ofrece.

Periodistas… Uno no sabe qué hacer con ellos. ¿Son tan lerdos como parecen? Si de mí dependiera, este descubrimiento debería ser silenciado, su contenido y notas  destruido y sus autores enviados como voluntarios a Saturno. El ser humano jamás, repito, jamás, debería avanzar por ese camino.

¿Cómo es que ningún periodista alerta sobre esto? ¿No saben el significado de lo que quieren?

¿Alguien se imagina que se pueda construir una máquina que te permita expresar lo que piensas leyendo tu cerebro? ¿Y si no quieres expresarlo?  ¿Y si no quieres que lo sepan?

Se me dirá que todo eso son paparruchas, que nadie va a utilizar la máquina con fines perversos, que no, que el objetivo es sano y decente.

Ya, como la idea de que es bueno tener armas porque así te puedes defender de los criminales, que también las tienen.

Porque, a ver, ¿cuánto tardaría el típico senador Nathaniel Mokesky de Arkansas en imponer este aparato en los aeropuertos de entrada a Estados Unidos? Desde su lógica, si alguien quiere entrar en los USA a cometer un crimen, y si ellos pudieran saberlo, deberían hacer lo que fuera por saberlo e impedirlo. Sería una cuestión de Seguridad Nacional, para saber si entra algún terrorista con fines perversos. Y todo el mundo sabe que el primero que consiga meter las palabras "Seguridad Nacional" en su argumentación ganaría el pleito si los de derechos humanos protestasen

Caramba, ya espían automáticamente todas nuestras comunicaciones por internet y teléfono (autorizado por Bush tras el 11-S aquél), como prueba que el otro día impidieran la entrada a unos jóvenes británicos que antes habían bromeado en Twitter que iban a "quemar" -jerga de parrandas- América… Y, oye, todos tan tranquilos. Científicos americanos han protestado porque ya no pueden colaborar con sus colegas europeos, recelosos éstos de que les estén espiando las comunicaciones; pero a quién le importa la opinión de unos bichos raros en sus laboratorios?

Ya me lo estoy imaginando: primero se harían artefactos que tendría la policía en habitáculos especiales. Sólo para sospechosos. Y luego estarían en todos sitios, como las cámaras de seguridad, escaneando a todo el mundo a granel. Bastaría un cartel que dijera, con letras grandes, "¿Va usted a cometer un crimen?" para que todo el mundo, inconscientemente, supiera la respuesta. La máquina detectaría quién ha pensado que sí, y listos.

A ver, en los 120 primeros km de Barcelona a Zaragoza por la N-II hay diez radares que miden la velocidad de circulación de todos los coches. Y a los que se pasan, los multan. Pero las máquinas saben la velocidad de todos. Y están pensando en radares inteligentes: detectan cuando pasas por el primero y por el segundo, y calculan tu velocidad media. Quiero con esto decir que cosas algo parecidas se han hecho. A los que deciden no les importa si tiene derecho o no a saber a cuánto circulamos, y en este caso está claro que esa información se descarta instantáneamente si no es la que buscan y que la cosa se utiliza en interés general, pero aquí todos como borregos aceptamos que nos vigilen, nos controlen y sepan cosas de nosotros que a lo mejor ni nosotros sabemos.

Y tengo razón en esto último. Si nos presentásemos a un proceso de selección de un puesto de trabajo, nos harían test de personalidad y todos aceptaríamos encantados escribir un texto a mano, aunque nos dijeran que sería para un examen grafológico. Y el grafólogo descubriría cosas de nosotros que seguramente preferiríamos que no se supieran, o incluso que ni nosotros éramos conscientes.

En 1932 Aldous Huxley escribió "Un mundo feliz". Puede que ninguno de ustedes lo haya leído, pero conocerán lo que vulgarmente se cree que es su argumento: una sociedad donde seleccionan genéticamente y educan a los bebés para ser machos (o hembras) alfa, beta, gamma, delta,… cada uno con una categoría. Los alfa son los dominantes, los delta son obreros y peones, y los épsilon no quieran saberlo. Y los delta y los otros son educados -descargas eléctricas mediante- para respetar, temer y jamás tocar a los alfa, por ejemplo.

Pues bien, yo sostengo que ese mundo que pinta llegará. O podría llegar. Puede que ahora suene a ciencia ficción; desde luego, a menos ciencia ficción que en 1932. Yo no sé si funcionaría, pero lo que dice Huxley que se hacía ya se puede hacer. No se hace, pero se puede hacer. Ya se engendran niños de encargo, con un perfil genético determinado para hacer de donante de cierta cosa porque sólo un hermano del enfermo que reuniera ciertas condiciones sería capaz. Por ejemplo. Quiero decir, nos separa la técnica y la ética. La técnica nos separa cada vez menos, pero por suerte sólo a los que tenemos ética. Y los que carecen de ética, por suerte no tienen la técnica.

El miedo mío es que de momento los que sabemos hacerlo (los países más desarrollados de Occidente) no queremos hacerlo. Pero amigos, sólo es cuestión de tiempo que ese conocimiento llegue a los países que sí querrían hacerlo. ¿Qué no? ¿Creen que no existen? China. 

China no tiene reparos en hacer lo que sea si sirve a sus propios fines (a los de su politburó, quiero decir; a la secreta clase de humanos alfa alfa que descubre el protagonista del libro que regían el mundo). ¿Quieren que no llueva en las olimpiadas? No problema. Aviones a bombardear las nubes a 150 km y listos. Que las fábricas contaminan mucho y el aire es irrespirable? Un mes antes de las olimpiadas se manda cerrar todas las fábricas. ¿Queremos todas las medallas? No problema. Se empareja a campeones olímpicos de ambos sexos. Concepción y gestación controlada. Control de genética. Sus hijos se les aparta tras el destete y se llevan a centros especiales de entrenamiento. No colegio, no formación. La medalla olímpica, sea de gimnasia, natación o ping-pong, es lo único que importa. Y por cierto, sólo importa la medalla de oro, que es la que da el orden en el medallero. Las demás no las quieren. Y si el atleta no consigue la medalla de oro, fuera de la casa, fracasado. Sin formación, sin estudios, sin sueños, sólo con la etiqueta de fracasado; un juguete roto. 

China no tiene reparos en nada. ¿Que contaminan lo increíble? El medio ambiente es de todos, que limpien los demás que también es suyo. ¿Libertad de expresión? Sí, sólo si me gusta. ¿Internet libre? No me hagan reír, por favor. Libertad de culto, de acuerdo. Puedes ser católico. Pero no católico romano, entonces vas a la cárcel. Has de ser católico "pequinés", seguidor de un "papa" chino que elije el Partido (este ejemplo lo pongo para mostrar cómo algo que para nosotros es irrelevante, para ellos es cuestión vital: es extranjero, ergo se prohíbe porque se podría dudar de la lealtad de esa persona). Y por cierto, si vas a la cárcel es para "reeducarte"... ¿Usted cree que a esa gente le importan las personas reales? ¿Que creen que el fin no justifica los medios y que hay límites que no serían capaces de cruzar? Pero usted ¿en qué mundo vive?

Diablos, podría estar rajando de China hasta que me llegue mi hora y aun así me quedarían cosas por decir. No nos cabe en la cabeza lo que llega a pasar allí. Quedémonos entonces en la clave: China clonará personas, sin ningún escrúpulo, en cuanto pueda hacerlo. Educará como en Un mundo feliz en cuanto pueda hacerlo. Y si Occidente consigue averiguar cómo leer el cerebro y China accede a ese conocimiento, leerá el cerebro.

Así que, por favor, que no digan los científicos ni los periodistas que ese avance es beneficioso para la humanidad. No lo es, y la humanidad no debería jamás intentar investigar en este campo.

Y si alguien me dice que un invento bueno no tiene porqué utilizarse para el mal...

El 17 de diciembre de 1903 los hermanos Wright lograron el primer vuelo que merece tal nombre.

Ocho años después, el ejército español utilizó aviones en la guerra de Marruecos para detectar al enemigo y sus movimientos.

En 1914, en la primera guerra mundial franceses y alemanes también empleaban aviones para conocer los movimientos de tropas. Esos pioneros eran todavía caballeros y no enemigos, se saludaban en el aire y todo. Un día, un aviador francés se llevó una pistola y, en vez de saludar al piloto alemán le pegó un tiro. Los aviadores, ahora ya pilotos de guerra, empezaron a tirar cascotes y piedras sobre las tropas de abajo.

Treinta años después se tiraban desde aviones bombas que mataban de golpe a 150.000 personas, no más porque no las había.

Les aseguro que ni los hermanos Wright ni los ocurrentes españoles habían pensado lo que se haría con sus aviones cuando la técnica avanzase lo suficiente y la ética retrocediera a la par. Y si lo miramos fríamente, la única ventaja objetiva e inapelable de la aviación es que facilita los trasplantes de órganos.

Y yo no sé qué necesidad tiene la humanidad de saber leer el cerebro de las personas.