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lunes, 30 de octubre de 2023

Curiosidades de las montañas

https://www.youtube.com/watch?v=bUjPPBxbQrQ 

 

 

Cuando se habla de montañas, solemos pensar en su altitud. Claro que sí, es lo más importante. Las montañas se clasifican por su altitud. Pero las montañas tienen más conceptos geográficos divertidos.

El más famoso de ellos es la prominencia: cuánto hay que bajar para subir a una montaña aún más alta. Para explicar bien la prominencia, lo habitual es emplear el símil del agua: imagine usted que la Tierra está cubierta de agua y ésta se va retirando, poco a poco, hasta que aparece su pico. Si se sigue retirando, por fuerza habrá un momento en que se podría ir en seco a otro pico más alto: la prominencia es cuánto han tenido que bajar las aguas para ese camino. Como es lógico, el Everest no tiene prominencia, porque no hay montaña más alta, y la montañas más altas de una isla tienen como prominencia su altitud, ya que no hay camino seco para ir hasta el Everest.

De hecho, se llama montaña a un máximo topográfico (puntos en los que en cualquier dirección necesariamente se ha de descender) con una prominencia de al menos 300 m. En una montaña puede haber varios máximos topográficos, y sólo se considerarán cimas a los que tengan una prominencia de al menos 30 m (esta clasificación es de la UIAA, no es un concepto universal).

Así que la prominencia está bien, pero no termina de ilustrar la importancia de una montaña. 

Otro concepto que puede ayudar es el aislamiento topográfico; que además se entiende muy fácil: es la distancia mínima a un punto más alto. En el círculo con ese radio, la montaña es el elemento más alto. Que quede claro que no es una medida del aislamiento como se entiende habitualmente: una montaña puede estar rodeadas de montañas más bajas, nadie diría que el Everest es una montaña aislada; así que es posible que el término no esté bien escogido.

Con todo, para mí es lo que da un carácter especial es algo que no sé qué nombre tiene: a qué distancia se ve una montaña y no se ve otra más alta. 

Por ejemplo, en Cataluña el macizo de Montserrat, desde el sur, se ve a muchos kilómetros:


Mi favorita, desde siempre, es el Moncayo. 


No es una montaña muy alta, pero cualquiera que en el valle del Ebro levante la cabeza y mire hacia el oeste lo verá. Además, el viento del Norte  que barre Francia se encuentra el obstáculo de los Pirineos, así que se apelotona por sus bordes, cabos de Higuer y de Creus (por eso hace siempre tanto viento en el Ampurdán) para rodearlo. Por el oeste, baja hacia el sur y al acabar la Navarra se encuentra con la pared inmensa del Moncayo. El efecto del monte es desviar ese viento norte, encajonándolo en el valle del Ebro hacia el este-sureste: es el famoso cierzo, cortante y cruel, que cualquiera que haya vivido en Zaragoza conoce y que nos convierte a todos en cheposos. Más aún: las nieves duran más y aparecen antes en la cima del Moncayo, por lo que el viento primaveral u otoñal, al rebotar con la cima nevada, se enfría y aumenta su efecto congelador.

Es la montaña de donde viene el viento y el frío, la que domina el valle del Ebro y es visible con claridad a más de 200 km. Donde, sin duda, para los primitivos habitantes del valle vivían los dioses.



Morgan Wallen - Last night

 


miércoles, 23 de marzo de 2022

Cae la tasa de fracaso en los estudios de ingeniería

https://www.youtube.com/watch?v=YgSPaXgAdzE 

 

 

Leo que la tasa de abandono de las carreras de ingeniería en la Universidad de Zaragoza se ha reducido en 10 años (del curso 2009-10 al 19-20) de casi el 29% al 16%.

Como motivos se apuntan las notas de corte, el nivel socioeconómico del alumnado y la edad. Parece ser que un nivel socioeconómico menor hace que el alumno tenga que dedicarse antes a trabajar, y cuesta compaginar la carrera y el trabajo. Cuanto más joven menor abandono hay, y las mujeres dejan los estudios menos que los hombres (aunque esto no debería afectar si, como se dice, apenas hay mujeres estudiando ingeniería). Lo de la nota de corte no lo termino de ver claro, porque diría que en la mayoría de las ingenierías, las que tienen más alumnos, con un 5 pelado se entra. Vamos, que casi están en la puerta repartiendo folletos a la gente que pasa.

Pero, dejando aparte lo de la nota de corte, hay algo que a mí me chirría.

Cuando yo estudié ingeniería habría 600 alumnos en 1º y 60 en 5º. Si 1 de cada 10 llegaba a 5º, la tasa de abandono era del 90%. Pongamos que me equivoco y el éxito en los estudios era el doble, y que la tasa de abandono real era del 80%. En realidad, la tasa de éxito medida en "los que empiezan 1º" y "los que acaban 5º" sería menor, porque muchos de los 60 que terminaban venían del curso puente con la escuela de ingeniería técnica, pero dejémoslo en el 80%. ¡Qué diantres, 80/90%!

Si en el 2009-10 (muchos años después de mi tiempo) la tasa era del 29%, caray. Y sólo el 16% en la actualidad. A mí se me ocurren cuatro posibles explicaciones:

1) Ahora hay muchas más ofertas y los alumnos pueden estudiar lo que de verdad quieren. Sería como decir que la gente se apuntaba en ingeniería por hacer algo, por estar entretenido. No digo que no hubiera casos (conocí), pero ni aunque la mitad del alumnado se matriculara sólo para pasar el rato se justificaría el bajón.

Cabe decir, al respecto, que un matiz del informe que no acabo de entender es que dicen que no se considera que abandona el estudiante que, simplemente, cambia a otra carrera (o a otra universidad). Que empieza ingeniería y luego se cambia a derecho, que lo ve más facilito o le gusta más. Lo que significaría que la tasa de abandono real es superior al 16%, pero dado que la vicerrectora que presentó el estudio alardeó de que la vocación es lo que consigue que no haya abandono, entiendo que los estudiantes que cambian de carrera son un número poco significativo. Como en mis tiempos.

Descartado el cambio de carrera como explicación principal de un descenso de la tasa de abandono tan grande, quedan tres explicaciones: 

2) ¡El Plan Bolonia es la releche! Es posible que el Plan Bolonia suponga una revolución pedagógica de tal calibre que obre el milagro de que los alumnos que antes suspendían porque no aprendían, ahora aprenden y aprueban. Como si antes las clases fueran en ruso (a veces nos lo parecía) y ahora se dieran en cristiano. 

3) Ahora los alumnos llegan a la universidad mucho más preparados, y por eso fracasan menos.

4) El nivel de exigencia en la carrera ha bajado.

Lo del Plan Bolonia no termino de verlo claro (quizá interese lo que escribí, hace años, en esta entrada sobre los estudios de ingeniería). No lo conozco de primera mano, claro, pero no creo que aporte unos cambios pedagógicos tales que sea la causa de que casi todos los alumnos, que antes no conseguían terminar, ahora lo logren. En su día, hablando con profesores de ingeniería sobre Bolonia, me dijeron que no iba a cambiar nada, que iba a ser todo igual. Mismos profesores, mismas asignaturas, mismo temario. Por otro lado, la tasa de abandono de ingeniería que teníamos era específica de ingeniería, no se daba en las otras carreras, siendo la metodología similar. Y, sobre todo: la vicerrectora no ha dado loas a Bolonia como explicación de tamaño éxito. Por no decir que Bolonia no puede explicar el cambio de mi época a 2010.

¿Cuál creen ustedes que es la verdadera explicación?

¿Qué opinan del hecho de que ésa sea la verdadera explicación?

 

 

 

Dice la vicerrectora de Estudiantes de la Unizar que lo importante es que la tasa de abandono ha bajado. Y yo... creo que ella también lo cree. Lo que cuadraría con la verdadera explicación.

 

 

Beck - Loser

domingo, 13 de septiembre de 2020

Tiempos salvajes

https://www.youtube.com/watch?v=0HhA0Cghr4k 

 

 

Cuando era pequeño, el colegio estaba en la esquina de la manzana de mi casa. Pero al poco tiempo se trasladaron a las afueras, a 3 km, y para llevar a los alumnos montaron una red de autobuses. A mí me recogían en la placeta donde antaño estaba el portón de entrada del colegio, y luego el autobús enfilaba lo que ahora es la calle de san Ignacio de Loyola, pero que en aquel tiempo no era calle: era un callejón, el callejón de Rodón (mucho antes, al final de la calle estaba la fundición de Rodón, de ahí el nombre que luego se perdió).

El callejón de Rodón, recuerdo, no estaba abierto al tránsito en toda su longitud, había unos pilones de piedra en el final, pero cuando el autobús sí que lo estaba. Lo que pasa es que la calle, ya digo, no se parecía en nada a la comercial y transitada calle que es ahora. 

Entre otras cosas, era más estrecho. Y no estaba enfilado del todo con la entonces cortísima calle de San Ignacio, había que hacer un pequeño ajuste. Y ahí estaba el problema.

En aquella época había menos coches que ahora. También los coches eran más pequeños y estrechos, pero lo importante es que había menos. Muchos menos. Y parece mentira, pero una consecuencia de esa escasez era que no era normal dar vueltas para aparcar, porque solía haber sitio donde se quería ir. O cerca. Quiero decir, uno no tenía costumbre de dejar el coche lejos. A veces, eso suponía aparcar de una forma no muy canónica, No solía importar, porque había poco tráfico: pasa todavía en pueblos pequeños, que uno deja el coche debajo de la señal de prohibido detenerse e incluso en la puerta de un vado: el dueño ya conoce el coche que está ahí, y si lo necesita le avisará.

El caso es que con relativa frecuencia había coches aparcados en la entrada del callejón de Rodón, impidiendo el paso del autobús, A menudo, unos bocinazos solían bastar: el culpable los oía, regresaba y aparcaba el coche. Pero esto no siempre funcionaba, y a los niños había que llevarlos al colegio a tiempo.

Por suerte, aquellos eran tiempos rudos, en los que los hombres no paraban mientes y resolvían los problemas sin grandes alharacas, y sobre todo en los que los demás no nos espantábamos por ello.

Así que cuando el conductor del autobús decidía que lo de los bocinazos no funcionaba, se bajaba del autobús. Mi parada era la segunda de la ruta y a esas alturas éramos pocos, pero sabíamos que había que hacer. Los mayores - yo creo que tendrían en torno a 10 años, porque los mayores creo que entraban al colegio una hora antes, pero puede que esto sucediera en la ruta de la tarde y sí que hubiera chicos más mayores- se bajaban también. Y juntamente con el conductor, entre todos levantaban el coche que molestaba y lo desplazaban a donde fuera necesario. Tras lo cual se frotaban muy contentos las manos, se subía al autobús y se reemprendía la marcha.





Rocky sharpe and the replays - Rama lama

viernes, 30 de junio de 2017

Corriendo por mi vida




No me acuerdo de muchos lances de mi niñez; supongo que eso nos pasa a todos. El caso es que una de esas vivencias la recuerdo, sin duda porque aquella vez corrí por mi vida: todavía me dura el susto. Y aunque han pasado muchas décadas, jamás he vuelto a encontrarme en una como ésa.

Puedo datar el año en que sucedió, porque participó mi bicicleta amarilla. Por lo tanto, yo tenía 7 años, ya que me la regalaron ese año. Fue en verano, así que mi hermano Julio tenía 8 años y Guillermo 9 ó 10 (cumple los 21 de julio). Y, como era costumbre entre nosotros, también estaría en la partida mi hermano menor, que tendría 6. Cuatro hermanos, de 9-10, 8, 7 y 6 años. Bicicletas, tres: la mía, amarilla, recién estrenada; la Makiki, una bicicleta pequeña que heredamos de los primos de mi padre (y que quizá habían estos heredado, a su vez, de otros primos), y la azul, la bicicleta titular de mis dos hermanos mayores y que era demasiado grande para los pequeños. Como es lógico, uno iría de paquete en la bicicleta azul. Guillermo, de largas ancas llevaría la azul y al pequeño; yo, en la amarilla, que por algo era mía, y sin duda Julio iría en la makiki.

El lugar era la finca "Los Almendros", a la salida de Zaragoza. Describí la finca en esta entrada, por lo que ahora daré cuatro trazos: Al sur había una charca natural, quizá de unos 50 m o más de diámetro (yo era pequeño para juzgar estas cosas). Ya no existe, porque lo he comprobado con Google Maps, que la finca está en 41,6805/-0,9620, pero entonces estaba: tenía patos, y todo. Detrás de la chacar estaba la carretera. Al norte, un cementerio de coches. Al oeste, una escuela vacía (como todas las escuelas, en verano) de sordomudos. No íbamos mucho, porque ningún niño quiere ir a una escuela en verano, y porque una vez que fuimos y bajamos a la piscina vacía, cuando yo estaba descendiendo por la escalerilla (manos ocupadas) una avispa me picó y no me pude soltar. Y al este había un camino y un polígono industrial. Hoy no queda nada de estas cosas, pero entonces estaban ahí. 

Nunca íbamos al polígono industrial. Fuimos una vez, y fue suficiente.

Aquel día cogimos las bicis, los cuatro hermanos, y nos fuimos. Sin duda, era por la tarde: Por la mañana vagueábamos en casa, hacíamos los trabajos de vacaciones, llegaba el "Panadero Díaz" con su 2CV haciendo el reparto del pan, desayunábamos como se desayunaba entonces, y esperábamos que dieran, más o menos, las once, la hora en que podíamos meternos en la piscina. Las mañanas se pasaban en la piscina, a la vista de mi madre; en cambio, por la tarde no nos bañábamos: supongo que las primeras dos horas serían las reglamentarias, y luego haríamos juegos de hermanos: cuatro niños pequeños es una banda mucho mayor de las que suele haber ahora, en las casas de vacaciones. También las tardes eran los momentos de las aventuras, así que sí: sería por la tarde.

Aquel día, ya lo he dicho, cogimos las bicis y nos fuimos por el camino del polígono. Mi hermano mayor tendría 9 ó 10 años; los demás, 8, 7 y 6. ¿Adultos? Por supuesto que no. En aquella época, los niños podían largarse solos; supongo que bastaría con un "nos vamos con las bicis" o algo así.

Íbamos tan panchos, a la descubierta. Sabíamos que más allá estaba la vía del tren, ése era nuestro objetivo primario, pero luego no lo teníamos claro. ¿Qué habría, más allá de la vía del tren? ¿Se podría ir siguiendo la vía del tren hasta Zaragoza? ¿Y hacia el otro lado? Había que explorarlo. Y para explorar, había que darle a los pedales. Tarde de verano, naves en el campo, niños pequeños en bicicleta con ganas de explorar...

En ese momento, unos perros asesinos salieron de alguna nave que habría por allí y, ladrando, se abalanzaron sobre nosotros. Ya no hay perros como los de antes, se lo aseguro: ahora son de raza y están todos domados, tienen un chip y pasan los controles veterinarios, pero en aquella época, perros como ésos estaban en las industrias para espantar a los gitanos (a los ladrones, es lo correcto decir).

Ahora bien: tampoco hay ahora niños como los de antes. Aquí nadie se paralizó: al contrario, prietas las filas, inyección de adrenalina y a pedalear como si fuéramos Ocaña y Merckx. Y sin aflojar, oiga, que nos iba la vida en ello.

Nos salvamos. Corrimos tanto que no nos alcanzaron, y los dejamos atrás. Eso sí, no paramos hasta las vías del tren. Y volvimos por otro camino, que ése nunca más lo cogimos.

Desde entonces, he montado en bici muchas veces, pero nunca me han atacado perros. Y, si alguna vez lo han hecho, un simple golpe de pedal habrá sido suficiente. Ya digo, no hay perros como los de entonces.

Porque, se lo aseguro, aquella tarde dependí de mí mismo para sobrevivir. Nadie daría los pedales por mí, era yo quien se había metido en ese lío y yo quien me sacó de él.

Tenía siete años, y todavía me acuerdo. 



John Denver - Rhymes and reasons (cover de Mike Sinatra Rendition)

lunes, 17 de abril de 2017

El Polyester



En mis años mozos, cerca de mi casa había un pub llamado Polyester. Antes de ir al Polyester, yo iba a bares. Bares donde bebía cerveza y, como mucho, tomaba tapas de papas bravas. Eran bares de barra sucia, cabezas de gambas en el suelo, camareros que van por faena. En muchos de ellos había máquinas de discos, uno metía una moneda y seleccionaba la canción que quería oir. Oí miles de veces las canciones de Tequila, porque los repertorios de las máquinas eran limitaditos.

Pero uno crece, y las novias se merecen algo mejor. Y más o menos por esas fechas abrieron el Polyester. El Polyester era un pub: limpio, oscuro, con moqueta en el suelo y focos iluminando la barra.

En el Polyester no se servían tapas. Pero el camarero solía acompañar las bebidas con una tapita de cacahuetes, maíces y cosas así. 

No era como los bares, en los que hay que agolparse en la barra para pedir y consumir, siempre de pie. No, allí uno se sentaba en un taburete, o en las mesas. Y uno hablaba con tranquilidad, sin alzar la voz, porque no tenía la televisión puesta y las conversaciones se daban entre susurros.

Es cierto que era más caro que ir a un bar. Pero la diferencia valía la pena.

Además, en el Polyester había una mesa de billar. También unos dardos, pero yo nunca jugué a los dardos. Las incontables horas las pasé jugando al billar.

No era un billar muy tradicional: el espacio es el que era, y había una columna muy cerca de la mesa. La columna era de sección bastante grande, y molestaba mucho. Muchísimo. Obligaba a golpes realmente complicados, pero era parte del atractivo de ese billar. Hasta que en la fábrica el maestro de taller me torneó un palo de escoba reconvirtiéndolo en un minitaco (para más inri, le fabricamos una fundita). Con ese palo, la columna ya no suponía un reto insuperable: era cuestión de emplear el minitaco. Lo llamábamos "el balabushka".

Pero lo mejor del Polyester era la música. Como estaba cerca de mi casa, yo solía llegar pronto, y con el paso del tiempo acabé entablando conversaciones con el camarero, que en realidad era el dueño del local y tendría apenas unos años más que yo. A menudo esas conversaciones trataban sobre la música que ponía.

Me recomendó muchos grupos que entonces yo no conocía.

Uno de sus favoritos, creo recordar, eran los Waterboys. Y cuando sacaron disco me lo grabó.

Total, que en mi entrada anterior les he puesto una versión de la canción más famosa del disco, y qué quieren que les diga. La original la he oído en infinidad de ocasiones, y siempre me recuerda al barman del Poly. Y al Poly. Y a mis años de juventud.




The Waterboys - Fisherman's blues

lunes, 28 de marzo de 2016

Las procesiones de Semana Santa



Podría decirse que soy un fan de la Semana Santa, pero yo creo que los auténticos capillitas y también la mayoría del público diría que no lo soy tanto. Que soy, más bien, un aficionado moderado. A favor de la primera idea está el hecho de que cada año, haga frío o calor, me voy a Zaragoza a ver las procesiones. A favor de lo segundo... que no me gustan.

A ver. Yo soy lo que se podría decir un aficionado viejo. Yo las veía en los setenta. ¿Quién hay que pueda decir lo mismo? En los ochenta era un fanático. Lo sabía todo, las veía todas. Me junté con gente que vivía sólo para las procesiones, y aprendí un montón de cosas que la gente no sabe. Ví en primera línea cuando la Piedad salió con seis cofrades a caballo y espachurraron a los del Prendimiento, que se habían negado a desalojar san Cayetano hasta que no entraran su paso. Permitir al Prendimiento entrar habría, en primer lugar, desorganizado la salida de la Piedad, pero sobre todo habría roto su sacrosanta tradición de que salieran a las 12, y esto último la Piedad no lo iba a permitir. Como el Prendimiento se negó a hacerlo, algunos de la Piedad apartaron el paso del Prendimiento y ¡tacatún! no sé de donde salieron, pero los seis jinetes obligaron a la sorprendida sección de tambores del Prendimiento a apretarse contra las vallas verdes y la Piedad desfiló ente las filas de los del Prendimiento. Y, a todo esto, el Descendimiento, viendo lo que estaba pasando, se metió como pudo en la calle Santa Isabel para hacer sitio y esperar a salvo a que escampara todo ese lío. Al año siguiente, el 850 arena de C.P. se plantó en la esquina de Alfonso I y el coso, y A.E. y otros, con equipos de radioaficionados, fueron avisando de por dónde iba cada procesión, en un intento de regular el tráfico de cofradías. Y el año anterior, el Descendimiento había tenido un problema parecido con los de Atado a la Columna... Pero todas estas historias son de hace muchos años, y sólo las sabíamos los que estuvimos allí o aquellos oyentes de testigos a los que les interesara mucho lo que pasaba. Y ni había muchos testigos, ni había apenas oyentes interesados. 

La parte buena de aquel definitivo incidente fue que se desató una carrera entre todas las cofradías por coger la posición en la calle Alfonso, y facilitó, para el lego y poco exigente, la contemplación: ya no había que saber itinerarios y horarios, bastaba con ir a la plaza de España y todas pasarían por delante, una detrás de otra. Eso, más la promesa de espectáculo en san Cayetano: los ingredientes definitivos para el boom de las cofradías. A los pocos años, todo el mundo podía presumir de haber visto a todas las cofradías. Todo el mundo se autocalificaba de conocedor profundo. El Heraldo empezó a publicar los itinerarios, y el ser un entendido fue aún más fácil.

Como es lógico, cuanta más gente viera las procesiones más populares se hicieron las cofradías, y el número de inscritos aumentó más allá de toda lógica. No quiero decir que el incremento de cofrades - y por tanto de personas con derecho a voto en las asambleas y de nuevas intenciones en las juntas de gobierno- fuera la razón, pero coincidió en el tiempo con una práctica que yo aborrezco pero que todo el mundo cree que es secular y característico: las cofradías aumentaron sus salidas. Antes, a las Siete Palabras se la veía el Viernes Santo. Y punto. Y la Piedad salía el jueves a las 12 de la noche. Se contaban con los dedos de una mano las cofradías que hacían dos procesiones. Y, de pronto, como por arte de birlibirloque, todas las cofradías se inventaron traslados, vía crucis y procesiones "de la...". Muchas fueron procesiones en barrios periféricos, barrios por los que nunca había procesionado nadie. ¿Buscaban nuevos caladeros? No lo sé, pero, de nuevo, más procesiones era más visibilidad. Y las cofradías aumentaron. Y aumentaron. Y más gente acudía a verlas.

Mi cofradía, por ejemplo. A nuestra salida acudían únicamente los más capillitas, los más metidos en el mundillo. Y durante el recorrido, los familiares de los cofrades y poco más. Y como éramos muy pocos cofrades, era muy poco público. Además circulábamos por calles muy degradadas del casco antiguo, calles que nadie quería pisar. Desde luego, si alguien quería hacer ostentación, la mía era la cofradía más equivocada. Hoy creo que para ver la salida principal hay que pedir turno el año anterior. Todo el recorrido es una bulla y la gente espera mucho tiempo en la posición para vernos pasar. Nada que ver con treinta años antes, donde cualquier procesión se veía en primera fila; de hecho, los más veteranos de mi cofradía aún se siguen asombrando de la cantidad de público que se congrega.

Entonces ¿qué es lo que no me gusta? ¿El tener que sacar codos para una tercera fila o ver las entradas desde cuarenta metros? ¿Acaso el saber que muchos, temo que la mayoría de los cofrades, están sólo por tocar el tambor o por contarlo? No, qué va. Me parece excelente que la gente se apunte en masa a las cofradías, si no se desvirtúan. No, lo que no me gusta es el boato. Lo que el diccionario de la RAE define como "ostentación en el porte exterior". Y aclaro que ostentación es "jactancia y vanagloria". y también "magnificencia exterior y visible". Alarde de riqueza y poderío aunque a veces, cual escudero de lazarillos, no haya para nada más. Y no me gusta, porque las más de las veces - es nuestro carácter- el esfuerzo en el boato se hace a costa del esfuerzo en lo que de verdad importa.

Me cuentan que los de Atado a la Columna tienen desde hace un par de años un paso que no sacan porque no encuentran voluntarios para ello. Eso sí, ponen quinientos tambores en la calle. Tambores de los cuales algunos aún no se han enterado que sacan el paso de una virgen. Y lo hacen desde 1991. Pero es que a ellos les da igual. Estos se comportan como si se hubieran apuntado a una peña para tocar el tambor. Y no es sólo en los columnos, en todas cuecen habas.

Hay cofradías para lo que todo es un más. Más pasos, aunque sean copias unos de otros, ahora dicen que las Siete Palabras quiere sacar ¡siete! pasos iguales, uno por palabra. La Coronación de Espinas lleva no sé cuántas coronaciones, camino del Calvario tres caminantes, el Ecce Homo... Y venga vírgenes y crucificados. Y peanas, muchas peanas, que eso siempre da relumbrón. Los porteadores es lo de menos.

También aumentan los atributos. Los adornos. Y las cruces in memoriam, que ésa es otra. Antes, salvo la Piedad, todas llevaban una. O bien no ponían los nombres, o bien los ponían en letra pequeñita. La Piedad llevaba tres, porque escribía los nombres con letra enorme, espaciosa, y claro: no les bastaba una cruz, ni dos. Me reía yo, con mi cuñado, y le decía que si seguían con esa "tradición" llegaría un momento que tendrían más cruces que cofrades. Pues se ve que otras cofradías se han apuntado a la insensatez, y también llevan varias. ¡Como la Piedad!, a ver qué se creen.

Y quizá lo peor: piquetes. Hasta los ochenta se salía de tres en tres, con los bombos al final. Creo que fue la Entrada quien primero dividió los bombos en dos grupos y los metió entre los tambores. Las Siete Palabras pasó a formar de cinco en fondo y las cofradías que podían lo imitaron (el Calvario, en un quiero y no puedo, lo hacía de 4 en fondo). Luego la Sangre de Cristo obligó a que en el Santo Entierro se fuera de 5 en fondo, y así van ya casi todas. Pero diría que fueron las Siete Palabras (no sigo a la Piedad, quizá ellos lo hicieron antes) quien primero desgajó un piquete de tambores. Ya saben, para llevar detrás del Cristo. Por supuesto, toda cofradía que se precie tiene un piquete: si no, parecería que es que no pueden, y antes muertos que sencillos. ¿Qué pinta un piquete, si veinte metros por delante van trescientos tambores? Nadie me lo ha explicado. Entonces es un intentar separarlos de los tambores. Venga atributos, entre los tambores y el paso. El ideal, que no se oigan los tambores, que parezca otra parte de la procesión. ¿Qué pintan entonces, los tambores, si van solos? Tampoco nadie me lo ha explicado. Y el mayor ridículo es en el momento de la entrada. El paso lo entran los tambores, no hay duda (de momento). ¿Y el piquete? Pues los tambores callan un momento, dejan al piquete que toque una marchita (un alarde de virtuosismo), y luego lo meten ellos. No sé, transmite una sensación de perdonavidas muy poco cofrade. Y encima, parece que ahora se están poniendo de moda las bandas de música, aunque sólo llegue para un cuarteto.

Todo esto, para mí, es boato. Ostentación, alarde. Porque no hay nada serio detrás. No hay una teología en el piquete o en llevar tantos estandartes (que alguna, de frente, parece las legiones de Roma). Y tanto boato no es fácil de conseguir, conlleva mucho trabajo, mucho esfuerzo. Es lo que me da más rabia. Ese esfuerzo se debería canalizar en otra dirección. En lo que es importante, de verdad. ¿Es llevando más estandartes, más banderines, cada vez más bordados y lujosos, como se incita al arrepentimiento al pueblo? Yo creo que no. 

Las cofradías, dejando aparte su actividad a lo largo de todo el año (bueno, sí, una idea: seguro que la actividad beneficiosa se ve resentida por el esfuerzo dedicado al boato), lo que hacen es una estación de penitencia. Esta estación de penitencia es la procesión: llevan en procesión una imagen por las calles públicas, y (al menos en Zaragoza) realizan una predicación pública. El cofrade, en teoría, debe ir ya preparado, arrepentido de su vida licenciosa, confesado y con propósito de enmienda, y la procesión es su penitencia (es duro, procesionar con un capirote o un tercerol). Además, la procesión tiene una componente evangelizadora porque, como explicaba mi abuelo, para muchas personas, sólo al pasar la procesión ocurre que vean la imagen de Jesús o de la Virgen. Ya saben, si Mahoma no va a la montaña, la montaña ha de ir a Mahoma. Uno nunca sabe si la procesión va a dar fruto, pero hay que intentarlo.

¿Saben esto, los cofrades? ¿Lo tienen claro? Lo dudo. Lo dudo mucho. Y, fallando lo primordial, todo lo que hacen no es más que jactancia y vanagloria. Boato. Boato hueco sin nada detrás.

Y mientras las cofradías explotan de gente, las iglesias se vacían. Algo no me cuadra.

Es lo que no me gusta, de la Semana Santa zaragozana. El camino que parece que ha elegido.




La Dolorosa - Salida (Miércoles Santo, 2011)