miércoles, 10 de abril de 2013

Normas estúpidas... de otros (por una vez)

Finalmente gano Louisville.... ¡No, no cuelgue! ¡Esta no va a ser una de mis aburridas historias sobre baloncesto, de verdad!

Lo que pasa es que el hecho de partida de todo es... que ganó Louisville. Pero les aseguro que esta historia va sobre normas. Por favor, siga leyendo.

(Un momento, lo primero es lo primero: la historia la he leído en http://www.cbssports.com/collegebasketball/story/22045021/silly-ncaa-rules-stop-louisville-men-from-supporting-women-in-final-four, aunque también la he encontrado en otros canales).
Pero bueno, a lo que iba. Resulta que Louisville ganó el campeonato masculino de baloncesto. Lo cual es raro, pero resulta también que el equipo femenino de Louisville iba a jugar la final del campeonato de baloncesto al día siguiente. Y eso también es raro, pero que los dos equipos de una misma universidad jueguen la final el mismo año.... bueno, eso es más que extraordinario.

El siguiente dato es que la final masculina se jugó en Atlanta (Georgia, mientras que Louisville está en Kentucky), y la final femenina se jugaba en Nueva Orleans. ¡Que menos que ir de Atlanta a Nueva Orleans, los flamantes campeones, a apoyar a sus compañeras! Pues no. Todos lo sentimos, pero no. La NCAA lo prohibió, (la NCAA es la entidad que organiza los torneos) y Louisville no quiso arriesgarse a que les desposeyeran del título. Las reglas de la NCAA lo prohíben. Los chicos se volvieron a Kentucky y sólo el entrenador, Rick Pitino, representó al equipo en la otra final.

Y ustedes (si a estas alturas todavía queda alguno) me preguntarán: ¿porqué prohibió la NCAA que los chicos animaran a las chicas? Pues porque... (agárrense) iban a ir de un sitio a otro en avión. ¿Y qué? me dirán, es lo lógico ¡Ah, pero es que iban a volar gratis! Los chicos no iban a pagarse el billete, lo pagaría el equipo, es decir, la Universidad de Louisville. Héte ahí. La NCAA consideró que eso sería un pago en especie, no contemplado en la beca escolar.  ¡Ah!

Espectacular. Al final (pero muy al final), algún mandamás de la NCAA se dio cuenta de la estupidez de la decisión y autorizó el desplazamiento, pero ya era tarde: los chavales ya estaban volviendo a casa, quedaban unas horas para el otro partido y el escándalo, en Estados Unidos, ya estaba organizado.

¿Porqué Louisville acató la primera decisión? Porque la NCAA no se gasta con chiquitas. Según cuenta mi fuente, el equipo de fútbol de Carolina del Sur fue sancionado porque, un año, la mujer del entrenador envió una felicitación navideña a los chicos de instituto que ya habían firmado la solicitud oficial de ingresar en la universidad y en el equipo. 

También, el equipo de fútbol de Nebraska ha sido suspendido por dos años porque (¡fíjense qué delito!) la universidad había comprado a los jugadores unos libros que los profesores habían recomendado como apoyo de las asignaturas, sin ser libros obligatorios de texto. Y, claro, el alcance de la beca escolar de los chicos cubre los libros de texto, sí, pero sólo los obligatorios. Los recomendados equivalían a pago en especie, y por tanto una violación muy grave de las normas.

Otro ejemplo más es la Universidad Estatal de Boise: el equipo de fútbol montó un campus voluntario de entrenamiento, en verano, y algunos de los chavales que iban a empezar aquel año acudieron... y durmieron en las casas que tenían asignadas algunos de los miembros veteranos del equipo. En los sofás y cosas así. La NCAA fue inflexible: pago en especie. En la condena de uno de ellos, se le acusó de un beneficio de 2,34 dólares. El castigo fue tres años de prueba y nueve chavales que perdieron la beca de estudios. 2,34 dólares. Si luego el chaval se lía a tiros con todo el que pille en el campus, la verdad,...

Por supuesto, la NCAA gana millones de dólares gracias a finales como la que ganó Louisville y (menos, pero también) la que iba a jugar - y perder, lo siento- el equipo femenino. Con esa política, si la NCAA fuera una empresa que compitiera en un mercado libre, habría cerrado hace mucho, mucho tiempo.

Como ven, burócratas y estúpidos estrictos los hay en todos lados. Gente que interpreta y exige la norma al pie de la letra, también. Hay que saber cuando algo está bien y cuando algo está mal. Y cuando algo está mal, aunque la norma diga que se haga, hay que saber flexibilizar la norma. O la norma en sí misma está mal.

El mundo sería más feliz si algunas personas supieran interpretar lo que se les encomienda, ¿no creen?

lunes, 8 de abril de 2013

Louisville, de nuevo

Louisville va a jugar la final del baloncesto universitario NCAA (cuando escribo esto el partido aún no se ha jugado). Ya les dí la murga el año pasado con cómo es este torneo, los más de trescientos que empiezan, las eliminatorias hasta que sólo quedan "los dulces dieciséis", luego "los ocho de la élite", "los cuatro de la final", el subcampeón y el campeón, carne de NBA. El año pasado los Cardinals llegaron a la final pero se toparon con Kentucky y fue el final del sueño. ¿Fue el final del sueño? No, porque, a diferencia de Kentucky, un equipo con todos los titulares en su primer año universitario y los cinco pidiendo el ingreso en la NBA, los jugadores de Louisville siguieron en la Universidad, de manera que el año siguiente, éste, mejores, más maduros, han llegado a la final. Y aunque enfrente esté Michigan, espero que la ganen. Se lo merecen. Y es que me gusta que los jugadores no se muevan por el presente o el futuro inmediato, sino que piensen en las ventajas mañana del trabajo duro de hoy. 

Por desgracia, no es ésta la tónica habitual. Los chavales, con 19 años, ansían el dinero rápido que pueden cobrar, sin ser conscientes de que ingresan en un mundo de hombres y que ellos van a ser carne de cañón; salvo excepciones, al no haberse formado a su debido tiempo no conseguirán progresar lo suficiente, y en el mejor de los casos su único futuro va a ser el trabajo sucio.

El baloncesto americano, de esto, tiene ejemplos a montones. Jugadores que en el instituto se descubre que tienen madera de estrellas y quieren saltarse sus años de universidad: hubo un tiempo en que lo que antaño fue una excepción reservada a auténticos fueras de serie se convirtió en una norma, con todos los equipos buscando al nuevo Kobe Bryant y con tres o cuatro "chavales" en su plantilla; total, para que de los cien que lo intentaron apenas un 5% triunfe (es decir, el 95% se convierten en purria); mientras que compañeros de estos mismos chavales optan por seguir siendo "amateurs", pasan los años de penuria en la universidad y a cambio luego, a pesar de tener menos talento que sus aventajados coetáneos, les superarán de largo en los años en los que de verdad hay que ganarse las habichuelas.

El colmo llega cuando la NBA, al darse cuenta de lo nefasta de esta práctica, exige un año más entre el fin del instituto y la posible entrada en los profesionales, y algunos chicos, convencidos de que son los mejores del mundo, fichan por ligas profesionales absolutamente menores en vez de pasar a la universidad siquiera un año. Y luego así les va (alguno incluso fichó sin terminar el instituto, y de éste ni les cuento como le ha ido).

La NBA de ahora está llena de niñatos malcriados.

Mi tío Pepe tuvo 9 hijos. Unos fueron bien en los estudios y otros resultaron ser unos pencos. Pero él quería que todos hicieran una carrera. Hace años estaba yo en su casa, jugando al ping-pong con uno de ellos, llegó mi tío... y mi primo tuvo que informarle de sus notas. Este primo era de los pencos; ya veinteañero, todavía iba al colegio, y... las notas no eran buenas. Discretamente me hice a un lado mientras mi tío le dedicó unas palabras, imagino que transmitiéndole su decepción, recordándole el esfuerzo que hace el padre y sus obligaciones como hijo de esforzarse y dar el máximo y de no vivir como un mantenido, y todas esas cosas.

Hace mucho de aquel incidente, pero todavía recuerdo algo que dijo mi tío, más o menos, así: estudia, te cueste lo que te cueste. Al final, lo que verás es lo que eres, no qué te ha costado serlo.

Mi primo es ya cincuentón, e ingeniero técnico. Estoy seguro de que se siente orgulloso de serlo, y que a nadie (y menos a él mismo) le importa cuántos años le costó lograrlo. Y esto es algo que, cuando eres joven y estudiante, no lo piensas, pero eso no significa que no sea cierto. 

Quiero con ello decir: estudia, no te rindas. No importa lo que te cueste, lo importante es conseguirlo, y luego descubrirás que los años tardados no tienen importancia.

Peyton Shiva y los demás jugadores de Louisville seguro que no se van a arrepentir nunca de haber seguido un año más en la Universidad.

Las diez películas que deben sobrevivir (y II)

En mi entrada anterior les listé las mejores películas en blanco y negro. Les expliqué los criterios que había seguido, y les prometí que hoy les diría las cinco mejores películas en color. Y si creen que fue difícil seleccionar cinco películas en blanco y negro y dejar fuera Los hermanos Marx en el Oeste o Anatomía de un asesinato, les advierto que en color es mucho más difícil todavía. Porque, les dije, mi criterio principal sería que la película entretenga de principio a fin a cualquier publico, y con el color, como se sabe después de incendiar Atlanta, todo es mucho más fácil.

Así que, sin que el orden signifique preferencia, y sin más dilación, mis películas favoritas en color:

1) La guerra de las galaxias. Recuerdo perfectamente la cola de cuatro en fondo en las taquillas del cine Palafox. Una vez dentro,... aparece un fondo de estrellas que se aleja y unas letras que no son rectas, como en las demás películas, sino que también se van alejando poco a poco. Es 1977, y ¡guau! Desde entonces, el cine ya no fue igual; indiscutiblemente, hay un antes y un después de La guerra de las galaxias, y hay una poderosísima razón para ello. ¿Cuál? Fácil, La guerra de las galaxias. 36 años después, la película ya no trae el futuro, pero sigue siendo una película que verá hasta el final. Por cierto, las demás de la serie (confieso que no las he visto todas) no valen la pena.

2) Aterriza como puedas. No, no se ría. De mí, quiero decir. Verá, la década de los 70 estuvo marcada por las películas de catástrofes. La marabunta, El coloso en llamas, Poseidón hundido o la serie completa de Aeropuerto (del 74 al 80, sin faltar un año), por citar sólo unas pocas. El autobús atómico fue un fracasado intento de hacer el cine opuesto... y entones llegó Aterriza como puedas. Y, simplemente, se acabaron todas las películas de catástrofes. Seguro que las que estaban ya rodadas pero no estrenadas se guardaron en un cajón para siempre jamás. Atrápalo como puedas, Top secret, Hot shots o Scarie movie, da igual. Les Luthiers en cine, Aterriza como puedas, sobran las palabras, no necesita defensa. Sea usted quien sea, la pille en el momento que la pille, la verá hasta el final. Y aún estará riéndose.

3) Speed. Película intrascendente, película comercial de cine palomitero, estrellas (entonces no lo eran) y efectos especiales,... Probablemente, a nadie se le ocurriría ponerla en la lista de las mejores películas. Pero, mire, le contaré algo. La ví cuando la estrenaron, en el colosal Cine Mola (que, con ese nombre, ya se imaginará usted qué ha sido de él) y, en el momento en el que el autobús salta el vacío en el puente en construcción y llega al otro lado... ¡todo el cine prorrumpió en aplausos! Me quedé de piedra, era 1994 y creí que esas cosas ya no pasaban. Speed, en cambio, lo consiguió. A mitad de película estábamos todos tan atrapados, tan en tensión, que cuando el pasaje del autobús aplaude aliviado todos nosotros tuvimos el mismo alivio y aplaudimos a la vez, como chiquillos. De verdad se lo digo. Ahora ya no la verá en un cine, pero si quiere pasar un buen rato, no lo dude. Speed.

4) Mentiras arriesgadas. Como Speed, de 1994. Sólo que se estrenó después. De nuevo, un detalle: la película era larga, 141 minutos, y la proyección se interrumpió para hacer un descanso. ¿Se dan cuenta? No hablamos de los 195 minutos de La lista de Schindler, aquí es menos de dos horas y media. Una película con descanso. Así de cautivo estaba el público, todos esperando que se renaudase la proyección y ver qué más pasaba, como seguía. Y no había salido todavía la escena del Harrier, que fue recibida con un "oooohhhhhhh!" general. Sí es cierto, Schwarzenegger y Jamie Lee Curtis no son los actores que usted nombraría para la eternidad, pero ¡quítese los prejuicios! Mentiras arriesgadas es una película a la altura de las mejores. Sí, los efectos especiales son importantes, pero a mí eso me da igual. Lo que me importa es el resultado, y Mentiras arriesgadas es una película redonda por la que no van a pasar los años; dentro de cincuenta seguirá encandilando igual.

5) Los increíbles. El cine de animación tiene el sambenito de "infantil", y por eso la mayoría de la gente lo desprecia. Y no sabe las obras maestras que se pierde: Shrek, Monstruos S.A. o Como entrenar a un dragón, por citar sólo unas pocas, son infinitamente mejores que cualquiera de las películas que se hicieran en su mismo año, y éstas deberían figurar en cualquier selección de las mejores películas de todos los tiempos. Tan cierto como que Jack el cazagigantes es la mejor película de este año. Dicho lo cual, lo cierto es que Los increíbles es, indiscutiblemente, la mejor. La mejor de las mejores. Da igual que copie escenas de otras películas (de hecho, es uno de sus alicientes, como pasaba en Aterriza como puedas), Los increíbles es la mejor película de todos los tiempos. Al menos, desde 1994. Lo que pasa es que usted tiene demasiados prejucios. No, de verdad, véala. Me dará la razón.

Accésit) En la entrada sobre películas en blanco y negro otorgué un accésit para una película excelente pero un público restringido. Aquí, en rigor, debería tenerlo para Los siete magníficos, pero me resisto a no citar antes El último mohicano. Vale que el libro es incuestionablemente superior, pero con esa historia como guión, esa música, esa fotografía, ese final arrojándose por el vacío,... salí del cine diciendo "América, ese grande y hermoso país", y no ha habido una película que desee menos ver en una pantalla de 25 pulgadas, esa película es para las grandes salas. Lo que pasa es que reconozco que El último mohicano no cumple el criterio fundamental que establecí, así que el accésit debe ser para...lo siento, no puedo. No puedo distinguir sólo una. Si cree que usted puede distinguir una que deba prevalecer sobre las demás, dígame cual. Yo le citaré veinte mejores o con más méritos.

Aunque si usted rebosa testosterona como yo: El sargento de hierro. Si además no le importa que haya besos: Gladiator. Y si precisamente quiere que haya besos: Oficial y caballero. Por el contrario, si es usted mujer: Eternamente amigas. Si no le importa que el arranque sea flojo, Juegos de guerra. Si aún no tiene usted veinte años, Grease. Si le gustan las bélicas, Todos eran valientes; si le gustan las de policías, las de robos del siglo, las de evasiones, las de abogados, las de... lo que usted quiera. Películas en color, a capazos. Yo sólo he seleccionado cinco, por puro capricho. Pero, en cualquier caso, siga mi consejo: consígaselas y véalas. Las cinco. Disfrutará como un enano.

domingo, 7 de abril de 2013

Las diez películas que deben sobrevivir (I)

Hace un rato, viendo otra vez cierta película, se me ocurrió que, indudablemente, esa película debía figurar en cualquier lista de las mejores películas. Incluso de las películas que salvaría yo en caso de hecatombe. Con lo que me pregunté qué más películas salvaría, y ¿por qué no? cogí un lápiz y un papel y me puse a listarlas. Claro, todos salvaríamos al menos cien películas, pero este tipo de listas ha de ser, por definición, cortas. Diez, de hecho, es el estandar de nuestra raza, por lo que limité la lista a diez. Y héla aquí.

Bueno, en realidad no la habrá aquí en su totalidad: en esta entrada sólo glosaré la primera mitad, y la segunda mitad aparecerá en la entrada siguiente. Sea como sea, vamos con la primera mitad.

De nuevo, he de interrumpirme para explicar mis criterios. No es una lista al uso. Ningún purista, ningún pedante, ninguno que se las quiera dar de entendido o de crítico elegiría las que yo voy a elegir.  Entre otras razones, porque el criterio artístico no va a ser el principal. El nacimiento de una nación, de D.W. Griffith, por ejemplo, aportó un avance radical sobre el cine de su tiempo. Movió la cámara. Sí, como suena. Movió la cámara, la levantó, filmó desde arriba. Hasta entonces, la cámara estaba fija y los actores actuaban; la cámara veía la representación como lo haría un espectador, y a Griffith se le ocurrió lo que a nadie se le había ocurrido antes. Ya ven. O, por ejemplo, El ángel azul. De Von Stenberg, con Marlene Dietrich como estrella. La ví en un cine, en alemán, y gracias a eso pude advertir que se notaba que era de 1930 porque los actores prácticamente actuaban como si fuera cine mudo: hablaban lo mínimo. La película narra el derrumbe ético y psicológico de un rectísimo catedrático que cae bajo el embrujo de una cabaretera, pero dudo que nadie la haya visto; sin embargo, el fotograma con las piernas (¡y los muslos!) de la Dietrich... ya saben de cuál les hablo, ¿verdad?

Pues ni estas películas, ni Ciudadano Kane, por ejemplo, van a estar en la lista. No, porque yo concibo el cine como una forma de entretenimiento. Que sirva para aprender, denunciar, explorar nuevas formas de expresión o como forma de belleza, vale, pero lo primordial para mí es que la película entretenga. Y con ese criterio, las mejores películas son aquellas que nos pegan a todos (¡a todos!) a la butaca desde el título hasta el THE END. Si luego enseñan o denuncian, tanto mejor. Pero, sobre todo, han de ser películas que queramos ver de cabo a rabo y sin que nadie nos moleste.

La lista, ya digo, la he dividido en dos partes, con cinco películas en cada una. En esta primera parte, las películas serán en blanco y negro. Si usted siempre ha visto el cine en color, no se espante: las películas que voy a citar me atrevo a decir que superan a todas las películas en color, incluso a las de la segunda parte de la lista, y no verlas debería estar penado por la ley con ejecución en plaza pública.. Si no me cree, haga la prueba. Empiece a ver una, aguante cinco minutos e intente renunciar: no lo hará.

Un última advertencia. Como no es práctico enunciar los títulos mezclando las palabras, necesariamente se enumeran de una en una. Eso no significa que una sea mejor que otra, pues de hecho todas están en la lista. 

Y ya está. Si alguna no la ha visto, inténtelo. No se arrepentirá. Y si ya la ha visto, véala de nuevo, ¡qué caramba!

1) Doce hombres sin piedad. Insuperable. Doce actores, en una sala, hablando. No pasa nada, no salen de la habitación (no cuento el lavabo anexo). Sólo hablan. Los doce. Y, sin embargo, la tensión le clava a uno contra la butaca hasta que salen de la habitación. Pedazo de película. La mejor película de juicios, y creo que no se ha vuelto a enfocar una película de juicios con este ángulo. ¿Para qué? Es insuperable.

2) De aquí a la eternidad. Sin duda, usted conoce la famosa escena de Burt Lancaster y Deborah Kerr besándose apasionadamente en la playa, una ola que llega y los baña,... ¿Conocía la escena pero no los actores? ¿Conocía la escena y los actores pero no qué película era? ¿Y Frank Sinatra? ¿Le tenía usted como un viejo que canta o un bailarín de películas? ¿No se le ocurrió que en su juventud era un actor excelente que actuaba? Montgomery Cliff es un hombre atormentado, no hay duda. ¿Sigue sin saber de qué va la película? Veamos, ¿cree usted, estulto panoli, que la "Pearl Harbor" de 2001 con Ben Affleck  es la película definitiva sobre el ataque japonés a Pearl Harbor? No tiene usted ni idea. Vea De aquí a la eternidad. Es una película bélica, es una película de romance, es una película de actores, es... la película definitiva. Y además, nunca verá a nadie como Burt Lancaster. Impresionante.

3) Casablanca. Ja, ja, ja. ¿Creia que no iba a incluir Casablanca? Huelga cualquier comentario, y si no me entiende usted es idota y no ha visto la película. Por favor, cúrese. Y véala ya, hombre.

4) Crimen perfecto. No hace falta decir que se trata de la versión de 1954 de Hitchcock, con Ray Milland y Grace Kelly. Para los críticos, una película menor. Para todo el que la haya empezado a ver, cine en estado puro. La esencia del cine, el objetivo del cine. El granuja que convierten en asesino, el asesinato, y la investigación de la policía. Sea usted quien sea, tenga usted la edad que tenga y no importa que sepa quién es el malo (se sabe desde el principio, y saberlo no quita un ápice de interés) o cómo lo pillan, da igual, la película atrapa. Crimen perfecto es la película perfecta, ésa es la realidad.

5) La tentación vive arriba. La película más famosa de Marilyn Monroe es Con faldas y a lo loco, pero es porque salen Tony Curtis y Jack Lemmon, con Billy Wilder, etc, etc, y el fotograma más famoso de M. M., el de la falda volada, es de La tentación vive arriba, y el lego poco más sabe. Tom Ewell no tiene el mismo cartel que Curtis, y el humor de la película no es tan fácil, pero... es mucho mejor película. Lo que pasa es que se saborea mucho más si uno ha estado casado al menos siete años (el título original es "La comezón de los siete años", y alude al "hastío" que aparece en cualquier matrimonio a los siete años). Por cierto: hace poco leí no sé dónde que en La tentación vive arriba, al final no pasaba nada. Y se equivocan, sólo que la censura no permitía mostrarlo tan claramente. Para entender todo el final se necesita un poco de inteligencia. Pero uno se ríe a mandíbula batiente.

Accésit) La diligencia. Je, je, no he sido del todo franco. La lista es de cinco películas que gustarán a todos los públicos, pero si es usted un varón heterosexual, no importa su edad, también querrá ver La diligencia. John Ford, John Wayne en su primera película como estrella. La diligencia, el sheriff, el fuera de la ley (Wayne), los soldados, el jugador de ventaja, el banquero, la esposa del capitán, la mujer "sin honra", el ataque de los indios a la diligencia, la trompeta de la caballería y el duelo a la salida del saloon. Todo, en 96 minutos de 1939. Y si usted es niño, saltará de alegría cuando suene la trompeta y se tapará la cara cuando Wayne camine en su duelo con los hermanos Plummer. Para mí, cuando la diligencia empieza su camino, se oye un disparo y un "¡alto!" y aparece John Wayne, de pie, volteando su fusil... en ese momento te has convencido que estás ante la mejor pelicula del oeste jamás rodada.

Y mención especial: King Kong. Lo siento, tengo debilidad por esta película de 1933. Corta, intensa y genial, si no la he puesto en la lista es porque, no quiero engañarles, se ha de ver en el cine. La lucha del gorila contra los monstruos, el tamtam de los nativos, la claustrofobia de Fay Wray atada al tronco sin saber qué va a pasar,... sólo se aprecia a tope, actualmente, en la oscuridad del cine, sólo pantalla y sensorround. De todas formas, la escena de la lucha en lo alto del Empire State está tan, tan imbricada en nuestra cultura, que no tiene perdón de Dios no haber visto al menos una vez la película. Por cierto, Fay Wray, primera rubia rubísima... era rubia de bote.

Y por hoy, las películas en blanco y negro. Echará en falta a James Stewart, Cary Grant, Gary Cooper, Spencer Tracy, Clark Gable o Gregory Peck, a Ava Gardner, Katherine Hepburn, Claudette Colbert, Bárbara Stanwick o Lauren Bacall, o a tantos otros. Pero, oiga, le doy peliculas de Henry Fonda (por cierto que que es el mejor papel de un arquitecto que jamás se haya interpretado), Frank Sinatra, Montgomery Cliff, Burt Lancaster, Ray Milland, Tome Ewell, Humphrey Bogart, John Wayne, Ingrid Bergman, Marylin Monroe, Grace Kelly, Deborah Kerr o Fay Wray, además de un sinfín de enormes secundarios. Hay una de vaqueros, una bélica, una comedia, una de juicios, una de suspense, una de aventuras y Casablanca. Y no está El crepúsculo de los dioses, fíjese. Hasta yo creo que faltan películas. Pero tenían que ser sólo cinco.

Mañana, las cinco en color.

miércoles, 3 de abril de 2013

Piratería industrial

A finales de los años 90, trabajaba en una empresa que se dedicaba a proyectar y construir plantas de tratamiento de residuos sólidos urbanos (en los años 80, basura). El drama, siempre, era abrir las bolsas.

Claro, porque la gente suele meter la basura en bolsas. No toda, y a veces las bolsas se han roto o abierto durante el transporte, pero una cantidad muy grande de los residuos llegaban en bolsas. Y lo primero que hay que hacer, entonces, es abrir las bolsas, vaciarlas, y deshacerse del plástico de la bolsa. Y todo a todo trapo, porque la capacidad de la planta no puede quedar determinada por este paso. Por cierto, que les advierto que la cosa tiene su miga, no es fácil en absoluto.

En aquel momento, la solución técnica era una máquina, no recuerdo si holandesa o alemana, que las abría. Pero no funcionaba del todo bien, y su rendimiento era muy bajo. Así que lo habitual era utilizar los trómeles de tamizado, colocando unos anillos con pinchos al principio del trómel. Más o menos, aquello valía. Pero no, porque era un remedio costoso, poco eficaz y poco eficiente, y no dejaba de ser un apaño hecho en una máquina que no era para eso.

Ahora bien, había una máquina americana que era la repanocha. Lo mejor de lo mejor. Aquella casa americana fabricaba pocos productos, a diferencia de las españolas que hacíamos casi de todo, pero lo que hacía tenía una calidad tremenda. Sólo tenía un problema: costaba lo que valía. Y la clarividencia de los diseñadores y responsables españoles era tal que no había ninguna en España; para verla funcionar se tenía que ir al extranjero, a algunas plantas en Francia, Alemania, etc. Vamos, que era invendible.

Como proyectista y luego director técnico, yo siempre aposté por colocar esos bichos; la penalización económica que suponía en nuestras ofertas era un problema, pero al final conseguí una planta con un abrebolsas americano. Compramos la máquina, y ésta llegó a tiempo. No pasó lo mismo con el resto del equipamiento (made in Spain), así que tuvimos la máquina un mes en el almacén. Recuerdo ahora que se le hizo tan poco caso que ni los de montajes e instalaciones quisieron saber nada de ella, y acabé siendo yo quien, en la planta del cliente, la conectase a la red, le hiciera las pruebas y todo eso.

Pues bien, una vez ya entregada, me viene el dueño de la empresa y me pregunta... ¿he hecho planos de la máquina? Para copiarla y venderla por la tercera parte, claro. Yo me quedé de piedra: ¡claro que no! Bronca al canto.

Lo mejor fue que no vendimos más máquinas de ésas en España. Ni yo ni el americano: la competencia, que había montado la planta en la mancomunidad de al lado, sacó otra, tremendamente parecida, y que valía la mitad. Cuando me los crucé, no me acuerdo si en una feria o en la sala de espera de cualquier aeropuerto (arrieros somos y en el camino nos encontramos, y a éste en concreto en cierta ocasión le cogí yo el teléfono, que le llamaba su mujer y si contestaba él no le creería que estaba conmigo y no con una puta - veníamos de Valencia- o con su amante - me huelo, si hubiéramos estado en Madrid-), le pregunté a su director comercial. Y sí, me confesó, les había faltado tiempo para ir a nuestra planta y piratearla hasta el último tornillo. Lo que al hombre le extrañaba es que yo no lo hubiera hecho en el mes que la tuve en la fábrica.

¿Qué quieren que les diga? ¿Debí o no debí piratearla? Lo cierto es que si no lo hacía yo lo iba a hacer el siguiente; el daño era inevitable, y la cuestión es quién se iba a beneficiar, la firma que me pagaba o su "distinguida" competencia.

Pero en parte es como si yo estuviera en un tren en Río de Janeiro y hubiera una turista sola en el vagón. Si no la violo yo lo harán los siete que tengo detrás, a la moza la van a violar de todas, todas, así que mejor me obtengo yo el beneficio, ¿no? Pues lo siento, pero no me sale. Y sí que el acto pirata contribuyó a mejorar el nivel de la técnica en España, pero si pienso globalmente el resultado es justamente lo contrario. A fin de cuentas, los que inventaron son los americanos, y lo hicieron porque confiaban en un beneficio económico. Si se lo niego, no van a inventar. Y como nosotros no sabemos,... todos más pobres.

Total, llámenme julai o panoli, pero siempre he creído que hice lo correcto. Y menuda vergüenza pasé cuando llamé al holandés que representaba a los americanos en Europa, hombre íntegro y honesto a más no poder, que por cierto ¡qué tío!, viajaba con él con su Ford Scorpio que le iba a gas, que no en balde el hombre se tragaba 92.000 km al año, tenía el primer navegador que he visto - y no tenía mapas de España, ¡país!, que diría Forges-; y, sí, en España lo usaba como diésel, que no había donde repostar gas por aquí. Pues el caso es que le llamé, le agradecí los años de esfuerzo destinados a abrir la lata del mercado español, el que nos hubiera hecho un precio especial por ser el primer equipo de la península ibérica, etc... y que así se lo hubiéramos pagado los españoles.

La piratería industrial, y no solo en nuestro país, está a la orden del día. Como el espionaje industrial (algún día, si alguien me lo recuerda, les contaré experiencias mías al respecto). Es cierto, así son las cosas. Pero a mí me sigue pareciendo mal, ¡qué quieren que les diga!