lunes, 8 de abril de 2013

Louisville, de nuevo

Louisville va a jugar la final del baloncesto universitario NCAA (cuando escribo esto el partido aún no se ha jugado). Ya les dí la murga el año pasado con cómo es este torneo, los más de trescientos que empiezan, las eliminatorias hasta que sólo quedan "los dulces dieciséis", luego "los ocho de la élite", "los cuatro de la final", el subcampeón y el campeón, carne de NBA. El año pasado los Cardinals llegaron a la final pero se toparon con Kentucky y fue el final del sueño. ¿Fue el final del sueño? No, porque, a diferencia de Kentucky, un equipo con todos los titulares en su primer año universitario y los cinco pidiendo el ingreso en la NBA, los jugadores de Louisville siguieron en la Universidad, de manera que el año siguiente, éste, mejores, más maduros, han llegado a la final. Y aunque enfrente esté Michigan, espero que la ganen. Se lo merecen. Y es que me gusta que los jugadores no se muevan por el presente o el futuro inmediato, sino que piensen en las ventajas mañana del trabajo duro de hoy. 

Por desgracia, no es ésta la tónica habitual. Los chavales, con 19 años, ansían el dinero rápido que pueden cobrar, sin ser conscientes de que ingresan en un mundo de hombres y que ellos van a ser carne de cañón; salvo excepciones, al no haberse formado a su debido tiempo no conseguirán progresar lo suficiente, y en el mejor de los casos su único futuro va a ser el trabajo sucio.

El baloncesto americano, de esto, tiene ejemplos a montones. Jugadores que en el instituto se descubre que tienen madera de estrellas y quieren saltarse sus años de universidad: hubo un tiempo en que lo que antaño fue una excepción reservada a auténticos fueras de serie se convirtió en una norma, con todos los equipos buscando al nuevo Kobe Bryant y con tres o cuatro "chavales" en su plantilla; total, para que de los cien que lo intentaron apenas un 5% triunfe (es decir, el 95% se convierten en purria); mientras que compañeros de estos mismos chavales optan por seguir siendo "amateurs", pasan los años de penuria en la universidad y a cambio luego, a pesar de tener menos talento que sus aventajados coetáneos, les superarán de largo en los años en los que de verdad hay que ganarse las habichuelas.

El colmo llega cuando la NBA, al darse cuenta de lo nefasta de esta práctica, exige un año más entre el fin del instituto y la posible entrada en los profesionales, y algunos chicos, convencidos de que son los mejores del mundo, fichan por ligas profesionales absolutamente menores en vez de pasar a la universidad siquiera un año. Y luego así les va (alguno incluso fichó sin terminar el instituto, y de éste ni les cuento como le ha ido).

La NBA de ahora está llena de niñatos malcriados.

Mi tío Pepe tuvo 9 hijos. Unos fueron bien en los estudios y otros resultaron ser unos pencos. Pero él quería que todos hicieran una carrera. Hace años estaba yo en su casa, jugando al ping-pong con uno de ellos, llegó mi tío... y mi primo tuvo que informarle de sus notas. Este primo era de los pencos; ya veinteañero, todavía iba al colegio, y... las notas no eran buenas. Discretamente me hice a un lado mientras mi tío le dedicó unas palabras, imagino que transmitiéndole su decepción, recordándole el esfuerzo que hace el padre y sus obligaciones como hijo de esforzarse y dar el máximo y de no vivir como un mantenido, y todas esas cosas.

Hace mucho de aquel incidente, pero todavía recuerdo algo que dijo mi tío, más o menos, así: estudia, te cueste lo que te cueste. Al final, lo que verás es lo que eres, no qué te ha costado serlo.

Mi primo es ya cincuentón, e ingeniero técnico. Estoy seguro de que se siente orgulloso de serlo, y que a nadie (y menos a él mismo) le importa cuántos años le costó lograrlo. Y esto es algo que, cuando eres joven y estudiante, no lo piensas, pero eso no significa que no sea cierto. 

Quiero con ello decir: estudia, no te rindas. No importa lo que te cueste, lo importante es conseguirlo, y luego descubrirás que los años tardados no tienen importancia.

Peyton Shiva y los demás jugadores de Louisville seguro que no se van a arrepentir nunca de haber seguido un año más en la Universidad.

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