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viernes, 10 de noviembre de 2023

La norma inútil

https://www.youtube.com/watch?v=4nMUr8Rt2AI 

 

 

Se cumplen 2 años de la entrada en vigor del Código Estructural, concebida como la supernorma que regula las estructuras de hormigón armado y de acero. Transcurridos dos años, pocas personas sabrán de qué estoy hablando.

Como botón de muestra: prácticamente nadie, en este tiempo, me ha hablado de esta norma. Teniendo en cuenta que a lo largo de los años yo he sido una especie de asesor/intérprete de las normas, el silencio me es estruendoso. Es como si nadie supiera que las estructuras las gobierna ahora una norma nueva, distinta.

Dos posibles explicaciones: o la nueva norma no cambia apenas nada, o a nadie le importa la norma. Como la nueva norma cambia muchísimas cosas, tiene que ser lo segundo: a nadie le importa la norma. La cuestión sobre la que reflexionar es el porqué.

Lo cierto es que a nadie le importa la norma nueva. A poca gente le importaron las normas anteriores del hormigón (EHE-08) y del acero (EAE), más le importó a todo el mundo el CTE, más aún la EHE y desde luego todo el mundo se sabía al dedillo la EA-95 y la EH-91. El desinterés de los técnicos con respecto a lo que dicen las normas es monótono creciente.

Una explicación es el exceso regulatorio, y además un exceso inútil: lo que se hacía antes de cada norma ya estaba bien (las cosas no se caían), luego es difícil justificar nuevas restricciones o reglamentar lo que ya se hacía bien sin decir nada. Pero esta justificación sólo vale si hablamos de técnicos veteranos, para los jóvenes se supone que las normas son nuevas.

Otra explicación son las normas en sí mismas: cada una es más prolija y más enrevesada que la anterior. Da la impresión que de el redactor de cada una tiene como objetivo el que su texto sea más difícil de seguir que el anterior. Cuando uno no entiende lo que lee, deja de leer. Si lo que tiene es un texto de 700 páginas (el Código Estructural llega a 1.800), pues abandona en seguida. Pero es que además si uno quiere hacer una consulta en la norma en seguida descubre que no entiende nada. Al tercer intento deja ya de consultar: ¿para qué?

No es tampoco baladí el aspecto "woke" de las normas: las últimas son unos peñazos woke insoportables, con sus llamadas a la sostenibilidad, la ecología y el bienestar del planeta. El manual de cómo se calcula un edificio no es el sitio adecuado para promover el bienestar de todos los animales, ni es la misión de los ingenieros, constructores y obreros.

Por otro lado hay un hecho incuestionable: los programas de cálculo se saben las normas. Con esa ventaja, el técnico que calcule mediante un programa de ordenador sabe que como el programa cumplirá la norma, su proyecto también. ¿Qué ventaja le aporta el saberse él (¡y comprender!) las 1.800 páginas del Código? ¿Le compensaría esa ventaja hacer el titánico esfuerzo de entenderlas? La respuesta a esto último me la sé: sin duda, no.

Me dirán que uno de los problemas es que el redactor afronta la norma como una oportunidad para exhibir su sabiduría. Hojeando las normas actuales, no sé decir hasta qué punto es cierta esa afirmación. Sí pienso que, como en la práctica la norma la va a aplicar un ordenador, el redactor, que siempre se siente encorsetado por lo que han escrito otros, ahora queda forzado a producir un texto que es sólo para máquinas, no para humanos. Por ejemplo, si el texto anterior decía que había que multiplicar un valor por 'e2,3', ahora había que decir 'e0,8·µ con µ=2,875'. Si se cambia un texto ha de ser para hacerlo aún más farragoso: no pueden, parece, cambiar radicalmente la formulación del precepto para que fuera más entendible (en el ejemplo,  decir '10' como en los textos más antiguos)

Curiosamente, este desconocimiento humano de la norma funciona. Porque es absoluto: nadie la conoce, ergo nadie la exige y nadie sabe si se cumple o no. Muchas cosas se hacen como se han hecho siempre, como se hacían antes, como marcaban las normas antiguas. Aplicamos normas antiguas, ya derogadas, y el otro reconoce esas normas en nuestra actuación; como el conocimiento regulatorio de ambos es similar, la actuación la valida como acorde con las normas, y así sale todo adelante. Si hay una norma inútil, la experiencia está demostrando que es ésta.




En cierta ocasión fui invitado a participar en la elaboración de un texto por el estilo, que iba a establecer estándares, explicar conceptos y servir de guía para arquitectos, ingenieros, promotores, constructores, personal de obra y todos los que participan en general de la construcción. En la primera reunión me di cuenta del palo que iban los que más hablaban, y ya no volví (aunque me siguieron llegando las invitaciones y los correos). Me dio rabia la oportunidad perdida de hacer un texto útil de verdad, pero no iba a enfrentarme a los fantasmones y sus discursos buenistas. Supongo que la gran mayoría de los redactores de las normas actuales piensan en privado como yo, pero el caso es que estoy seguro de que dentro de 4 años podré decir de nuevo que pocas personas saben de qué va el Código Estructural.

Ante normas estúpidas, comportamientos inteligentes.

 

 

 

Edvard Grieg - Peer Gynt: en la gruta del rey de las montañas







 

jueves, 31 de agosto de 2023

Un calculista en el tramo final

https://www.youtube.com/watch?v=mCHUw7ACS8o 

 

 

 

Hace bastantes años leí que en la profesión de ingeniero se alcanza el cénit entre los 45 y los 55 años. A diferencia de, por ejemplo, deportistas, camioneros, artistas o filósofos: cada uno tiene sus picos de rendimiento y calidad en edades diferentes.

Lo habitual es que el interesado sea la última persona en percatarse de su propio declive. Los jóvenes, por su propia naturaleza estacional, tienden a burlarse de sus mayores: es normal. Lo sorprendente es que esos mayores se enfaden o se molesten por el desprecio que perciben de esos mocosos: sorprendente, porque ellos mismos también fueron mocosos y se burlaron de sus propios mayores, y los años deberían haberles enseñado esta realidad de la vida y no tomárselo entonces como algo personal; pero, bueno, así es la cosa. Y es que el declive profesional es un proceso que empieza muy lento, como el envejecimiento. Un día uno reflexiona y se da cuenta que no resiste los viajes tanto como antes, y otro reflexiona y se da cuenta que ya no tiene ni quiere los retos profesionales que tenía antes.

En mi caso, yo diría que mis mejores años fueron cuando tenía entre 40 y 50, pero es cierto que entre los 50 y los 55 también fueron buenos años; no tanto como los anteriores, pero todavía con un buen nivel. Aunque, eso sí, con un descenso evidente en esos 5 años. Lo que tengo claro es que mi apogeo profesional ya pasó.

Soy consciente de que hace tiempo que no tengo la capacidad de trabajo que tenía otrora. Ni de chiste dedico las mismas horas. En las visitas de obra me canso, físicamente. Obsoleto en lo informático, no sé usar los programas de cálculo que imperan ahora, desconozco las normas, soy como un perro viejo que ya no aprende trucos nuevos. Y algo muy desagradable: casi siempre soy ya el más viejo, y el que cuenta las historias del pasado, qué diferencia con mis años mozos que escuchaba ávido de saberes las batallitas de los que estaban ahí antes que yo.

Antes de las vacaciones se me ocurrió demostrar con datos la sensación que tenía, e hice un listado de todos los asuntos que me habían llegado en los doce meses anteriores: ninguno tenía empaque suficiente para que en mis buenos viejos tiempos los hubiera considerado dignos de mención y no sólo distracciones o agradecidas variaciones (o descansos) de los grandes proyectos que entonces llevaba. Lo cierto es que no recuerdo ningún proyecto de los últimos años que pudiera decir que tiene de verdad consistencia propia: todo son patas de banco, informes preceptivos que alguien ha de hacer o casetas de perro. Y no me importa, en absoluto. Yo ya tuve mis obras con 20 grúas, ya hice mi rascacielos, ya di mis conferencias, ya afronté grandes problemas, ya resolví los proyectos que nadie sabía resolver, ya viajé, ya enseñé a jóvenes, ya mi nombre y mi prestigio me precedió al presentarme en las obras o en las salas de reuniones. Qué caramba, estuvo bien, ya pasó, y ahora tengo una vida tranquila. Suerte de las placas solares, que son cosas sencillas y bien pagadas: mi ego no necesita revivir mis años de gloria.

El caso es que ahora ya me dedico a las actuaciones menores, ésas que da vergüenza dárselas a un calculista de verdad. Me habrían hecho feliz en la época en la que empezaba, pero ahora me divierte sobre todo el notar cuán diferente es el enfoque con que las afronto ahora. Digamos que, con el tiempo, me he desengañado y ya no aplico las normas sino mi sentido común. Me parecen muy exageradas, las normas, con tanto coeficiente, tanta precaución y tanto, dicho en plata, cogérsela con papel de fumar. Miren, lo que quiere el cliente es que su estructura no se caiga y que sea barata, no está pidiendo que cumpla las normas. Con lo que yo, que como he dicho a estas alturas sólo me dedico a cosas de pequeña importancia, me acojo a la cláusula de las normas de que en obras de pequeña importancia no es necesario ser tan estricto, y hago lo que me parece razonable. A estas alturas, mis clientes ya me conocen y confían en mí, y eso me permite ser poco convencional. Original, si se prefiere. Para mí, es una liberación.

A estas alturas de la película, y aprovechando que ya trabajo fuera del radar... qué quieren que les diga.

 

 

 

 

Of monsters and men - Dirty paws

 

lunes, 13 de marzo de 2023

Estructuras, incendios y normas

https://www.youtube.com/watch?v=CydoHnlWpEI 

 

 

Me piden una estructura al aire libre y que sea EF-180: que aguante al fuego 3 horas, 180 minutos. No entremos a averiguar por qué ha de ser EF-180, me lo pidió la ingeniería y punto. A veces te toca el listo que sabe el porqué de las cosas e incluso sabe flexibilizarlas, pero por lo normal el que te toca sólo sabe aplicar las normas a rajatabla, literalmente. Al pie de la letra.

La tradición española es, en estos casos, no complicarse la vida: el calculista diseña una estructura como si no hubiera incendios, luego dice el "ignifúguese" de rigor, y el ignifugador ignifuga la estructura como si hubiera 1.100 grados, que es más o menos la temperatura que se alcanza en un recinto cerrado tras tres horas de fuego normalizado.

En esta ocasión, sin embargo, yo tenía tiempo, y pensé que podía hacer bien las cosas por una vez. La idea es que a lo mejor el acero, a la temperatura del incendio, todavía es capaz de resistir las cargas, en cuyo caso no haría falta ignifugar. Tan sólo había que hacer la comprobación. 

No sabía el berenjenal en el que me metía.

 

1) El berenjenal normativo

En primer lugar, tengamos presente que la norma actualmente en vigor es el Código Estructural. La EAE es una norma derogada. Si no estuviera derogada, yo habría ido a la parte en la que habla de incendios, habría encontrado la fórmula de la temperatura en incendios en el exterior y habría establecido el límite elástico del acero a esa temperatura. Demasiado sencillo, pensaron los autores del CodEst.Y eliminaron la fórmula. Que se apañe el que quiera saber la temperatura: la norma no lo dice en ningún sitio (o al menos yo no la he encontrado buscando en los sitios en los que debería estar). ¿Qué hacer entonces?

La mejor aproximación está en la definición que hace en el apartado 1.5.2.1 del anejo 23 de lo que es la "curva normalizada tiempo-temperatura": «curva nominal definida en la norma UNE-EN 13501-2 para representar un modelo de fuego totalmente desarrollado en un sector de incendio». Tal cual. Vaya, que no es objeto del normalizador definir la curva, porque ya está definida en otro sitio, y es problema del técnico conocerla o no. ¿Hay que buscar, entonces, en la norma UNE-EN 13501-2? Bueno, esa norma es de pago y secreta, así que mejor asegurarse antes. Y resulta que tiene como título «Clasificación en función del comportamiento frente al fuego de los productos de construcción y elementos para la edificación. Parte 2: Clasificación a partir de datos obtenidos de los ensayos de resistencia al fuego excluidas las instalaciones de ventilación», así que yo no recomiendo ir por ahí. Tal vez sea el camino, pero como todo lo que tiene que ver con AENOR, pague y luego ya veremos si le lleva a algún sitio útil o no. Conociendo a AENOR, les anticipo que les llevará... a otro puesto de pago para seguir, y luego a otro, y a otro,... y al final desistirá.

Pero... ¿entonces?

Entonces, el Código Técnico de la Edificación. Es una norma que también está vigente, así que tal vez ahí. En concreto, en el documento DB-SI, en el anejo B, dice que la curva de marras está definida en la norma UNE-EN 1363:2000. ¿Otra vez? No, porque también dice que estas curvas están en la norma UNE EN 1991-1-2:2004. Y esta norma sí es pública: es el eurocódigo. 

Vamos, que se mire en el eurocódigo. Y ahí está la fórmula de la termperatura en un fuego en el exterior:

 

2) Normas: consejos vendo que para mí no tengo

Esta fórmula, ya que estamos, es muy, muy parecida a la que preconizó en su momento la norma española EAE. A ver si encuentran la diferencia, porque en la norma española era:

¿Ven la diferencia? En el original del eurocódigo, el paréntesis multiplica al valor 660. El valor del paréntesis oscila entre 0 cuando t=0 y 1 cuando t es infinito, así que la temperatura oscila entre 20° cuando aún no hay incendio, y 680° cuando ya lleva rato. Pero en la norma española, el paréntesis se suma, así que la temperatura oscila entre 680° cuando aún no hay fuego y 679° cuando ya lleva tiempo. Somos unos cracks copiando.

Esto tiene su guasa por dos inris adicionales. En primer lugar, en la edición preliminar de la EAE que se hizo en el 2010 para su discusión definitiva la fórmula es la correcta. Es decir, el '+' se añadió después. ¿A posta? ¿Alguien pensaba que quedaba mejor?

Y en segundo lugar, ¡el BOE publicó la corrección de errores de la EAE y no lo corrigieron! Con el agravante de que  la gran mayoría de los errores que detectaron y corrigieron ¡están en esta parte de incendios! 

¿Qué habría pasado con los técnicos que en los años de vigencia de la EAE hubieran aplicado esta fórmula? Nada, porque la fórmula EAE viene a dar lo mismo; pero ¿qué pasa si el error da lugar a un cambio importante? Porque errores haylos, y algunos de ellos dan lugar a estructuras (porque de eso se trata) que se creen seguras y en realidad están en precario. Aquí es donde entra un principio que es muy importante y que sin embargo me temo mucho que está cayendo rápidamente en el olvido:

El técnico tiene que saber.

Y ese saber ha de permitirle detectar cuándo la norma se equivoca y corregir lo preconizado por sí mismo. Que consiga luego convencer al inspector es otra historia, pero su misión como técnico es hacer lo correcto. Pero en los tiempos que corren... ¡ay! El técnico ya ni sabe las normas, ni sabe. Y así no se puede, suerte tenemos de los informáticos que escriben los programas de cálculo, que ésos seguro que sí saben.

Ahora bien: hay una razón para no conocer las normas. Y es una razón muy buena.


3) Las normas las hacen (ahora) para que no se sepan

Volvamos un momentito a la fórmula anterior de tiempo y temperatura. A la buena, no a la equivocada. Si el técnico ha conseguido descubrirla y la quiere aplicar, obtendrá lo siguiente:

- Antes de empezar el fuego (minuto 0) la temperatura es de 20°.

- Al primer minuto sube a 346°, al 2º a 440° y en 5 minutos es de 588 °

- A los diez minutos es de 661,5°; a los 15, de 676°, y a los 30, 679,97°. A partir de los 30 minutos, pues entre 679,97 y 680°.

Teniendo en cuenta que la fórmula se aplica para saber la temperatura a la que se encuentra una estructura y que a esa estructura no se le pedirá nunca menos de 30 minutos de resistencia, ¿qué le costaba, a la norma, decir que es de 680°? Más aún si tenemos en cuenta que lo que ha de hacer el proyectista es interpolar la temperatura obtenida entre dos valores que la norma da para 600° (0,47) y 700° (0,23); es decir, que en la práctica la interpolación va a dar lo mismo: 0,278, que todos redondeamos a 0,28. ¿Para obtener este valor hace falta una fórmula tan compleja?

En vez de decir que se cuente 680°, la norma lo que hace es condenar al técnico a un tortuoso proceso de investigación para localizar una enrevesada fórmula que, sean los minutos que sean, va a arrojar, en la práctica, 680°.

¡Ah, pero si la norma dijese que la temperatura a tener en cuenta es de 680°, entonces los técnicos la sabrían! Los técnicos sabrían.

Sirva esto de la temperatura como botón de muestra: los redactores de la norma no tenían ni tienen la más mínima intención de que los técnicos sepan las normas.


4) Moraleja: no nos extrañemos de las cosas que pasan

El resultado de la extraña manera de redactar las normas (también las europeas) es que los técnicos se alejan de ellas. El Código Estructural tiene 1.800 páginas. En vez de principios claros, lo que hacen es ocultar y enredar las cosas. Las fórmulas que obligan a aplicar hasta para lo más sencillo son tan enrevesadas que se han de calcular con ordenadores. Por el otro lado, los ordenadores son tan buenos que todos los técnicos tienen ya programas tan buenos que ellos solos calculan aplicando las normas y generan los planos, las mediciones y todo lo necesario. Los técnicos ya ni calculan realmente ellos, ni conocen las normas que han de aplicar. No saben lo que hacen. Y los que, por viejos, algo sabemos...



Shigeru Umebayasi - Yumeji

lunes, 9 de enero de 2023

Esperando la nueva norma sísmica

https://www.youtube.com/watch?v=4Vs6xB52B3s 

 

 

No se ha publicado todavía la nueva norma sísmica NCSR-22, pero ocurrirá y no creo que haya diferencias esenciales con respecto al texto que se sometió a información pública. Técnicamente no aportar gran cosa: la principal novedad es que es la trasposición del eurocódigo, con lo que pasamos a tener la misma norma sismorresistente que los demás países europeos. Más fácil, pues, el intercambio de ingenieros y de programas de cálculo. La otra novedad que aporta es el cambio del mapa de peligrosidad sísmica, sustituyendo el de 2002 por el que estableció en 2012 el propio ministerio pero que no había entrado en vigor por el sutil detalle de que la norma de 2002 se refiere al de la norma de 2002, en vez de decir (como va a hacer la nueva) que será el que se considere vigente en cada momento, ya ven qué poco costaba haber hecho bien la norma del 2002. Claro que lo que pasaba en 2002 es que el mapa de peligrosidad sísmica en España estaba asentado como "razonable", de hecho, también podríamos tildar de "razonable" a la misma norma de 2002; a la del 2022, desde luego, me temo que no.

El primero de los puntos "no razonables" de la nueva norma es el mentado mapa de peligrosidad sísmica: la aceleración sísmica ha crecido mucho en casi toda España. Es como si se corrigiera el mapa de nevadas y ahora en Elche hubiera que prepararse para nevadas de 1,5 metros. ¿Se ha resituado España, de pronto, en la falla de San Andrés? Salvo en unos pocos lugares de España, los temblores de tierra son insólitos. En Barcelona, por ejemplo, diría que no hay un temblor perceptible por la población ni cada diez o quince años, y eso sólo por la parte más sensible de la población en los edificios más altos; desde luego, nada que deba preocupar a un ingeniero de estructuras. Y la propia realidad constata los hechos: nadie recuerda cuándo fue la última vez que un terremoto derrumbó un edificio en Barcelona, pero es que si se estudiara ese caso en seguida se descubriría que la técnica constructiva de ese edificio sería inadmisible hoy en día sin necesidad de norma sísmica. Pues ahora en Barcelona tendremos una aceleración sísmica de 0,087g y todo habrá que calcularlo de manera específica para resistir terremotos. Esto es ridículo.

El segundo punto "no razonable" está en el redactado español de la norma. Ésta consiste en un articulado, que básicamente declara que ha de aplicarse la norma y el ámbito de aplicación (es que la norma expuesta a información pública consta sólo de 2 artículos más las disposiciones adicional, transitoria y derogatoria habituales en todas las normas), y los anejos que son la traducción del eurocódigo y que por tanto desarrollan la norma. Bien, el drama está en el artículo del ámbito de aplicación: se aplica a todo, salvo que esté construido en la zona de muy baja sismicidad. ¿Qué planteaba la razonable norma de 2002? Pues eximía a lo que está en la zona de muy baja sismicidad, pero también a todo lo que no era importante, estuviera donde estuviera (la caseta del perro, por ejemplo, o el cobertizo donde se guardan las herramientas del jardín), y a los edificios normales si estaban en la zona de baja sismicidad, y también en la media si cumplían ciertas pautas, muy fáciles de cumplir, que automáticamente bastaban para dar la resistencia necesaria en esas localizaciones. Lo que hace la norma nueva, extender la aplicación de la norma a todo lo que se construya, es simplemente ridículo.

¿Y qué inconveniente hay en eso?, se preguntarán.  Pues es que no es necesario, porque hacerlo no va a aportar ninguna mejora. La estructura no va a ser más resistente o estar más preparada para resistir un sismo por hacer el estudio que exige la norma, va a estar igual se aplique o no. Por lo tanto, es un estudio superfluo. Y hacer algo superfluo es una ineficacia, no conviene.

El tercer punto tiene su origen en que la norma está pensada para las grandes obras y al extender su aplicación a todas aparecen las exageraciones. Es como si se hiciera un protocolo de pruebas médicas para tratar un cáncer de pulmón y se decidiera que ese protocolo, excelente por otra parte, se aplique en todos los tratamientos, también cuando haya que tratar una infección de garganta o un rasguño en la rodilla. ¿Verdad que sería ridículo? Pues la norma sísmica no lo considera así. Por ejemplo, el cálculo sísmico lo basa la norma en el estudio concienzudo del comportamiento sísmico del terreno (hasta una profundidad de 30 metros, creo) y de sus cualidades. Toda gran obra incluye en su proyecto estos estudios, claro, pero la inmensa mayoría de las obras no. Sobre todo, de las actuaciones en edificios que ya están construidos. Como si fuera necesario una radiografía para curar un arañazo. ¿Con qué cara se le dice a un propietario que colocar un equipo de aire acondicionado o abrir una puerta en una pared requiere que haga un estudio geotécnico de la repanocha en su finca, por si los terremotos? Como no se van a hacer esos estudios geotécnicos, el técnico que haga la actuación no podrá, en rigor, aplicar la norma sísmica. Aunque como ésta no iba a aportar nada, pues tan panchos.

Pero imaginemos que sí se dispone de ese estudio. ¿Cuál es el problema, entonces? ¡Uf! ¿Por dónde empiezo?  Baste decir que lo excesivo de la exigencia geotécnica se traslada a algunas disposiciones estructurales. Repito, como si lo que se hiciera hasta ahora no bastara.

Pero el mayor drama para mí es mi cruz personal: no hay manera de hacer el cálculo sísmico sin ordenador. Sin un programa de ordenador. Si todo ha de tener un cálculo sísmico y todo cálculo sísmico requiere un programa de ordenador, para calcular (normativamente) cualquier cosa se habrá de emplear un programa de ordenador. Y creo que ya he dejado en suficientes entradas constancia de lo que opino al respecto.

Un punto terrorífico es el apéndice D del anejo 1, que establece las especificaciones relativas a los documentos de proyecto. Lo que hay que documentar. Con lindezas como «se relacionarán los elementos de la construcción que constituyen los sistemas estructurales primario y secundario (apartado 4.2.2), así como los no estructurales. La clasificación se justificará explícitamente con base en la aportación de cada sistema a la rigidez frente a acciones horizontales en cada dirección considerada, indicándose de forma explícita las medidas adoptadas para evitar la interacción entre los elementos estructurales y no estructurales», o «en las estructuras de hormigón armado, en las mixtas y en las de fábrica se indicará explícitamente y se justificará el grado de reducción de la rigidez ante acciones horizontales debida a la fisuración de los elementos». ¿Se quiere acaso que en un edificio de vivendas se haga el listado de los tabiques (elementos no estructurales), indicando de forma explícita cómo se conseguirá que no interactúen con los elementos estructurales?. Y, por supuesto, en la memoria final de obra «se justificará mediante un proyecto realizado por Técnico competente cualquier cambio que se realice respecto al proyecto inicial, incluso aquellos que supongan un incremento de la resistencia o rigidez de los elementos modificados». ¡Ay del que se atreva a modificar uno de esos tabiques! Si tenemos en cuenta que la norma abarca todo, es para salir corriendo. ¡Viva la ineficacia!

Ahora bien, no se crea que esto de la documentación necesaria va a ser un drama: probablemente, los programas de cálculo, Cype y los demás, evolucionarán y serán capaces de generar miles de páginas que respondan a esos requerimientos. Espero, por lo menos. Como queda claro que sólo se podrá calcular empleando programas, ya se encargarán ellos de resolver este escollo. Mientras no haya que imprimirlas…

Todo hasta aquí son, que conste, problemas que sólo tendremos los ingenieros. Lo que nos cueste hacer un cálculo sísmico no le importa ni al arquitecto que firme el proyecto, ni al constructor, ni al promotor, ni al usuario final. Pero ¿lo repercutiremos en la factura? En mi opinión, pocas veces podremos. Porque pocas veces los clientes entenderán la necesidad del cálculo ni la cantidad de comprobaciones que deberán hacerse. Por volver al símil médico, el del rasguño en la rodilla no entenderá la necesidad de pagar una radiografía de cuerpo completo, y si no quiere pagarla ¿va el que le cure la rodilla a pagar de su bolsillo esa radiografía que él mismo sabe que no es necesaria? Pues los ingenieros haremos lo que haría el médico: "si le preguntan, diga que sí le he hecho una radiografía". Lo que pasa es que…

Lo que pasa es que hay mucho ingeniero por ahí suelto, y los ingenieros somos capaces de ser las personas más tocanarices del mundo, y nos encanta tocárselas a los demás ingenieros. Y, claro, la norma sísmica nos da una oportunidad excelente: "¿ha tenido usted en cuenta la norma sísmica? Demuéstremelo". Por no decir que bastará una pregunta sobre un tema cualquiera (que el preguntador se habrá preparado) para poner en ridículo al proyectista: cómo ha tenido en cuenta, qué criterio ha seguido, cómo ha resuelto… Y quedará claro que el proyectista no tiene ni idea de lo que "ha" hecho. La réplica podría ser decirle al ingeniero preguntador que no toque las narices, que sabe perfectamente que todo esto de la norma sísmica es una ridiculez (entiéndase que estoy hablando de esa gran mayoría de actuaciones en la que lo es) y que se limite a cumplir con el paripé como todos, pero es una estrategia arriesgada.

En fin, en mi opinión las normas antiguas, mucho más sencillas que la que se avecina, eran más beneficiosas: por su misma sencillez, el proyectista intentaba saberlas y entenderlas, y así adquiría los rudimentos de la ingeniería sísmica. Preferible de lejos, en mi opinión, a lo que sabrán los proyectistas futuros, bregados sólo en que la norma la aplica y resuelve el ordenador.

¡Del pleistoceno!, me tildarán muchos. Sin duda. Lo triste es que tendrán razón, me temo. Ganas tengo de extinguirme ya.

 

 

Jaime Pérez Gutiérrez - La Bisi

martes, 30 de agosto de 2022

Se acerca el terremoto de los terremotos

Ya terminó, el pasado 29 de julio, el periodo de alegaciones públicas de la futura norma sismorresistente NCSR-22. Como debe hacerse, me la he descargado, impreso y leído. Son varios cientos de páginas, así que reconozco que no me la he impreso toda y menos aún no me la he leído toda. Lo suficiente, empero, para quedarme con la copla.

Se va a promulgar en algún momento de este año. Y entrará en vigor el día después, quedando exentos las obras y proyectos encargados con anterioridad y que se empiecen (las obras) en un plazo inferior a dos años.

Los pelos como escarpias. El verdadero terremoto va a ser la propia norma.

Ya sabía, porque lo tengo desde el 2012, que cambiaban las zonas sísmicas. A peor, si me preguntan: Barcelona pasa a tener una intensidad sísmica alta, cuando la última vez que un edificio sufrió en Barcelona daños por terremoto fue... no recuerdo cuando, pero seguro que la construcción de tal edificio hoy sería impensable. Hace siglos que los edificios que se construyen en Barcelona son suficientes para resistir los sismos de Barcelona y no veo la justificación para construirlos aún más sólidos, pero...

Lo de siempre: los que legislan y regulan se llenan la boca de sostenibilidad, pero llegado el momento de la verdad a ellos les importa un pito.

Y si miran el apéndice F del anejo 5, que versa sobre cómo calcular las zapatas, se les caerán los palos del sombrajo.  Ya ni una zapata podremos calcular por nosotros mismos. 

domingo, 24 de julio de 2022

¡Vaya errata en el Código Estructural!

Prólogo:

Todo texto escrito es susceptible de tener erratas. En la Antigüedad, antes de los ordenadores, los texto se revisaban para localizar las más de éstas. Si una postrera revisión localizaba alguna otra, se publicaba lo que se conocía como Fe de erratas; para los nuevos, explicaré que solía consistir en una hoja con los avisos de las erratas localizadas, que solíamos guardar dentro del libro en cuestión. Ahora esto ya no se hace, pues se supone que los correctores ortográficos automáticos son perfectos, y pasa lo que pasa.

En una norma técnica puede haber erratas. Se supone que son tipográficas, pero pueden afectar al contenido. ¿Y entonces?

Entonces hay que discernir el tipo de errata. El error puede ser en un precepto de carácter administrativo o procesal (por ejemplo, que en vez de exigir 3 muestras se exijan 33), en cuyo caso no hay mucho que hacer, si se exigen 33 qué le vamos a hacer, porque si dudamos de eso, cuando exija 6 también podemos creer que el número correcto es 3. Pero el error puede ocurrir en un precepto técnico, como el caso que traigo a colación. ¿Y entonces?

Y entonces, nada. La norma no tiene nada que decir. Cuando en un precepto técnico la norma se equivoca, el técnico ha de hacer caso omiso de lo que dice la norma. Porque la obligación del técnico es saber. Saber la Técnica. Da igual lo que diga el texto, el técnico ha de corregir por sí solo la errata y el error. Lo que es, es, aunque la norma diga otra cosa.

Lo cual es, en estos tiempos, pedir un imposible, porque los técnicos apenas sabemos ya. Pero ésa es otra milonga.

Y aclarado esto, veamos la errata de marras.

 

No es moco de pavo. Desde siempre, existe una esbeltez máxima por debajo de la cual no es necesario contar el pandeo del elemento. Tradicionalmente, ese valor era 35. Las nuevas (ahora ya caducas) normas de ordenador sustituyeron ese valor por una complicada fórmula (mi entrada al respecto: 2013/07/limite-35.html), y el nuevo Código Estructural ha optado por una fórmula, pero sencilla:

 

Si se fijan: 

La cuantía mecánica nunca será negativa; si no hay es cero, y si hay es positiva. Por lo tanto, B nunca será menor que 2; que propongan 1,1 como valor por defecto es, pues ridículo.

Y es que es una errata. Si consultamos lo que dice el Eurocódigo, fuente de inspiración del Código Estructural, y lo consultamos en inglés por si las moscas, aparece:


Queda clarísimo que el CodEst es traducción del Eurocódigo, al menos en este capítulo. Y queda claro que el Eurocódigo dice:


Ni copiar saben.

Espero, al menos, que los que escriben los programas de ordenador, que son en la práctica los que se han de mirar la norma (los ingenieros sólo ejecutamos programas) sí detecten el fallo.


 

martes, 5 de julio de 2022

Un detalle sobre la organización de la Administración

Reconozco que no me había fijado hasta ahora, pero consultando el Código Estructural me he dado cuenta de un detalle que... en fin.

El Código Estructural se aprobó mediante un Real Decreto (RD 470/2021) del ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Siendo ministra, a la sazón, la simpar Carmen Calvo (sí, la que argumentó que el dinero público no era de nadie y que lo que dijera Pedro Sánchez antes de ser presidente no tiene ninguna importancia porque ahora es presidente y por lo tanto otra persona).


 

Se me escapa por qué la norma que regula cómo calcular y ejecutar las estructuras de acero y de hormigón la dicta ese ministerio. Segun el RD lo hace a propuesta del Ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (desconozco su nombre y la mera existencia de ese ministerio, aunque sospechaba que sí existía un ministerio de Transportes) y de la Ministra de Industria, Comercio y Turismo (este ministerio si daba por hecho que existía, aunque también desconozco qué pájaro lo rige y cualquier cosa que hubiera hecho). También se me escapa qué interés específico tiene el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana en las estructuras; a la de Industria sí que se lo puedo imaginar, si no a la ministra en sí al menos a sus funcionarios.

Antes, las normas provenían del ministerio del ramo. Solía ser una garantía de que habían intervenido las personas adecuadas. Esta norma es cosa de los que se encargan de las relaciones con las Cortes, el gabinete particular de don Sánchez y la memoria democrática. Sí que explica ciertas cosas, sí. 

domingo, 3 de julio de 2022

Armadura mínima de una viga (y de una losa) en el Código Estructural

El eurocódigo lo recogía, pero la norma española no. Así que puede considerarse una novedad.

El nuevo Código Estructural, en el apartado 9.2.1.1 (1) del anejo 19, en el que regula la cuantía mínima de armadura longitudinal de tracción de una viga, incluye esta frase:

De forma alternativa, y en el caso de elementos secundarios en los que sea admisible un cierto riesgo de rotura frágil, As,min se podrá tomar igual a 1,2 veces el área necesaria en la comprobación en Estado Límite Último.

Las losas se rigen por el apartado 9.3.1.1, pero ese apartado también recoge esta filosofía. 

La frase tiene todo el sentido del mundo y la aplaudo, pero es un coladero que dará tardes de gloria a todos los que la sepan. Lo que también aplaudo. Como mínimo, por saberse la norma. Por tener interés en saber qué dice. Los calculistas que se leen la norma e intentan entenderla para saber qué es lo que están haciendo merecen no sólo aplauso, sino ovación y vuelta al ruedo.

La idea base es que si uno tiene un elemento absolutamente secundario, no importante ni vital, que puede admitirse que si se rompiera fuera de golpe (rotura frágil), y por cálculo le sale que le basta con una armadura que es menos que la que la norma establece como mínima, entonces es suficiente con que ponga 1,2 veces la que le sale del cálculo.

En lo primero que he pensado: en las vigas riostras de cimentación. Sobre todo en las de una nave porticada. A menudo se ponen las riostras atando las zapatas y sirviendo de base para la parte inferior de las paredes. Esos elementos, en sí, apenas tienen esfuerzos: están apoyadas en el terreno. Pero como se suelen dimensionar generosas (qué menos que 40x40 cm, y es fácil que lleguen a 60 cm o más), la cuantía mínima es importante. Como además nunca se sabe cuál es la cara traccionada, se acostumbra a poner la misma armadura en las 4 caras, y es una armadura considerable para una viga que apenas trabaja. Acogiéndonos a la nueva frase, podemos poner casi la que queramos.

Pero vayamos un paso más allá: "elementos secundarios". ¿Qué es un elemento secundario? Es la pregunta que uno se haría; pero hagámosla al revés: un elemento que apenas tiene que resistir esfuerzos y que está muy sobredimensionado para ello, ¿no es acaso un elemento secundario? Si no tiene que recibir esfuerzos dignos, es que no es un elemento principal de la estructura, ¿no? Y si uno sobredimensiona un elemento porque quiere que no deforme, o por razones geométricas o arquitectónicas, y como resultado la armadura que necesita es muy superior a la mínima, ¿no es lo mismo que uno secundario? ¿Qué más da que su rotura fuera frágil si pone más armadura de la que necesitaría para no romperse? Y si un 20% más de la necesaria para resistir 1,5 veces las cargas que pueden llegar le parece a uno poco y decide poner el doble, y aun así está por debajo de la cuantía mínima, ¿qué problema hay?

¿Y no es éste acaso un criterio más eco-sostenible que no aplicarlo? 

El paso siguiente será aplicarlo en los elementos principales, principalísimos incluso, pensemos en vigas y en losas: donde no hay un esfuerzo de tracción importante, el criterio de la frase. Aunque ese mismo elemento sí tenga zonas que haya que armar de verdad. ¿Por qué no?

Me pregunto si esta frase hará fortuna. 

 

viernes, 8 de abril de 2022

La escuela ha de enseñar, no educar, porque no educaría, adoctrinaría

https://www.youtube.com/watch?v=0SPvPr3yPxE 

 

Hojas del árbol caídas

juguetes del viento son;

las ilusiones perdidas

¡ay! son hojas desprendidas

del árbol del corazón.

 

No me quito de la cabeza lo de la nueva ley de educación. Hay cuatro posturas:

La primera es la de aquellos a los que esta ley les parece bien. Por ejemplo, a sus autores. No puedo decir sino que a estas personas más nos valdría haberlas colgado doce meses antes.

La segunda postura es la de aquellas personas que se preocupan por la educación. Absolutamente todas las personas de este grupo se llevan las manos a la cabeza.

La tercera postura, muy extendida, es la del encogimiento de hombros porque, a fin de cuentas, la ley no se va a aplicar. Y si se aplica, en uno o dos años la habrán derogado: es tal el desaguisado que está montando el PSOE en España que nadie duda de que los van a desalojar en las próximas elecciones. Es posible que así sea, pero eso no quita para que la ley se mire como si fuera a ser para siempre. Como si dentro de 80 años todo el mundo se hubiera educado con esa ley. Y como lo sabio es dar lo no venido por pasado, que escribió Manrique, conviene que la juzguemos como si ya se hubieran producido sus consecuencias.

La cuarta postura, que yo mismo he defendido a veces, es que a nosotros ni nos va ni nos viene: ya hemos pasado por el colegio, y como los efectos se notarían dentro de muchos años, el problema no es nuestro sino de ellos. Esta postura es necesaria a menudo por la propia salud mental: si fuéramos conscientes del descalzaperros colectivo y de la sociedad que estamos dejando nos desesperaríamos y perderíamos la gana de vivir. Pero ello no quita para que, de vez en cuando, nos preguntemos qué mundo estamos dejando a los que vendrán después y queramos que sea lo mejor que podamos. Y esta ley podría tener gran influencia en ese qué dejamos.

En lo que hay unanimidad es en lo evidente: los hechos y los datos concretos pierden importancia ante los valores humanos. Y lo buscan en las tres etapas, Primaria, Secundaria y Bachillerato. Por copiar un resumen del texto normativo hecho en un periódico, en Bachillerato:

En Lengua Castellana y Literatura los críos, además de aprender cosas, harán «un uso ético y democrático del lenguaje»; en Geografía se les enseñarán a «cuestionar modos de vida insostenibles» y a «adoptar hábitos de vida saludables»; en Economía, en Dibujo o en Matemáticas tendrán que hacer «un consumo responsable»; en Física y Química deberán «participar activamente en la construcción de una sociedad mejor».

En Historia del Arte, por su parte, se pide al estudiante que, al identificar las obras más significativas, «evite usar criterios que, por su carácter ideológico, eurocéntrico, sexista o, en general, discriminatorio, suponga un sesgo injustificado».

También en Literatura Universal la selección de las obras debe incorporar una «presencia de mujeres escritoras y obras no occidentales» y poner «en cuestión la mirada etnocéntrica propia del canon occidental, así como cualquier otro discurso predominante en nuestra sociedad que suponga opresión sobre cualquier minoría».

En Cultura Audiovisual se dice que, en los ejemplos que analiza el profesor, se deben «incorporar la perspectiva de género y la perspectiva intercultural, con énfasis en el estudio de producciones realizadas por mujeres y por personas de grupos étnicos y poblacionales que sufren discriminación».

En Dibujo Técnico se añade más «ecología y sostenibilidad». En Educación Física se practicarán deportes «que destaquen por su carácter mixto o inclusivo», «juegos multiculturales» y «danzas del mundo y propias del folklore tradicional». «Estos saberes podrían enriquecerse incorporando a las representaciones elementos de crítica social, emociones o coeducación», se añade.

En otras palabras, a la escuela no se irá a aprender conocimientos, sino a aprender a comportarse. A comportarse de una determinada manera, que por cierto es la de un activista de Podemos.
Se insta a los adolescentes a tomar partido, pero se les dice por anticipado qué tipo de activistas tienen que ser. No se trata de darles toda la información para que ellos lleguen a sus propias conclusiones, sino que se les da un código de valores predeterminado. Que es el del programa electoral de los partidos que integran el Gobierno de coalición, PSOE y Unidas Podemos.
Para ilustrar el espíritu de la ley, un ejemplo: en la etapa de Bachillerato no se estudiará la Historia basada en hechos ni en fechas, sino que se juzgarán sociedades antiguas (con los criterios actuales, por cierto: si eran o no feministas, ecologistas, etc.). Cuando se ha interpelado a los responsables por el que no se estudie la conquista de América o la España romana, lo que han respondido es que esas cosas ya las estudian en Primaria y Secundaria. Y se quedan tan panchos. Como si fuera lo mismo: su conocimiento de la España romana será con suerte lo que se le cuenta a un crío de 11 años.

Podría poner muchos ejemplos que no harían sino mostrar lo miserables que son los autores de la ley, pero no es necesario. A estas alturas, ya podemos hacer la pregunta clave:

¿Es esto lo que los padres quieren que sus hijos aprendan en la escuela?

No, sin duda. Los padres no sólo quieren que sus hijos estén vigilados. También quieren que se les enseñen conocimientos. Conocimientos, no valores: para enseñarles los valores, ya están ellos.

De hecho, la mejor respuesta a la pregunta la da la mismísima ministra de Educación. Pero no verbalmente, sino de obra: lleva a sus hijos al Liceo Francés, no a una escuela que siga el sistema español. Ella sí que sabe lo que les conviene.

 

 

Por último, quizá se pregunten ustedes porqué he empezado el artículo con la famosa quintilla de José de Espronceda.

En la escuela no sólo se han de enseñar conocimientos prácticos. No todo es Matemática, Física o Biología. El Arte es la Belleza. Pero el arte se ha de enseñar a apreciar, y un paso básico para ello es conocerlo. En la escuela se ha de enseñar las grandes obras de arte, ya que es muy difícil que una persona adulta no educada quiera buscarlas por sí mismas. Si la quintilla de Espronceda no se enseña en las escuelas, podemos estar seguros que los alumnos no la leerán jamás así vivan cien años. Así que al privarles de la enseñanza les estamos privando de su disfrute. Puede que el Arte no tenga utilidad práctica, pero sí que la tiene: el alma lo necesita. Y el Arte se ha de enseñar en la escuela; su transmisión es una cadena que estamos moralmente obligados a continuar.

Y si no les enseñamos que la pieza que acompaña a este artículo, de Madame Butterfly, es una maravilla musical, no la escucharán. Y tampoco tenemos derecho a privarles de su disfrute.

 

 

 

G. Puccini - Madame Butterfly (un bel di vedremo)