martes, 25 de octubre de 2011

La ciudadela de Cronin y los ingenieros


“Doctor, doctor, no sé lo que me pasa, estoy muy malito, me duele la cabeza, la garganta, el estómago, tengo espasmos, babeo, picores por todo el cuerpo, vértigo, se me han hinchado las manos, un fuerte dolor aquí…” “No se preocupe, súbase la camisa, respire con la boca abierta, saque la lengua, diga aaahhh… Ajá, muy bien, tiene usted una orejonitis de caballo, tómese una de éstas desayuno comida y cena durante cuatro días y estará como nuevo”. “¡Oh, doctor, es usted el súmmum de la sabiduría!, dígame qué le debo, lo que pida, ¿una de mis hijas, tal vez?”
Por lo general, uno sólo va al médico cuando se encuentra mal y no sabe qué más hacer, necesita ayuda; no lo aguanta más. Y claro, se produce una escena más o menos como la anterior.
Lo mismo pasa con los abogados, los fontaneros, los electricistas, los mecánicos,… Antes de llamarlos seguro que hemos intentado resolver el problema nosotros mismos, y sólo cuando reconocemos nuestra incompetencia acudimos al profesional. Para nosotros, ese hombre es dios.
Desafortunadamente, a los ingenieros no nos ocurre igual, y menos aún si somos de estructuras. Los calculistas resolvemos problemas, pero nuestros clientes no intentan resolverlo por sí solos, directamente piensan “eso es cosa del ingeniero, ya lo resolverá él. Y será azul y con una guirnalda en la cara superior”.
Y, claro, nos pasa lo que nos pasa.
Por ejemplo, esta mañana estaba trabajando en un proyecto de un rack de instalaciones. Y la cosa funciona más o menos así:
En una fábrica hay un montón de conducciones: fluidos, gases, líquidos, sólidos, cables eléctricos, señales, aire comprimido, aguas de todas las temperaturas y colores,…  Estas tuberías y cables van de un sitio a otro, pero no vuelan. Se han de soportar en una estrcuctura, que denominamos rack. Un rack típico sería este:

A la gente de la fábrica, por supuesto, les importa un bledo cómo se soportan estos tubos. Eso es cosa nuestra. Ellos sólo necesitan llevarlos del edificio A al edificio B que está tres edificios más allá. Hay que llevarlos por encima de la cubierta, porque no se puede entrar en los edificios existentes y además no hay sitio, hay que salvar un par de calles, se quiere ya de paso conectar con otros que están cerca de ahí…
En el caso concreto que describo, el proyecto en sí ya se hizo. Dos veces, porque una vez entregada la primera al cliente se le ocurrió que, ya puestos, podría hacerse de triple capacidad, y ¡no voy a decirle que no!
Resuelto y ya fabricándose, el topógrafo de la constructora que hace un edificio al que dará servicio mi rack me envía, entre otras, esta foto:

En la que veo que, por encima de uno de los edificios que tendremos que saltar, hay ya conducciones que por supuesto no se pueden tocar y que sin embargo chocan con lo que yo voy a montar.
Tras unas horas de análisis, de comprobaciones y de elucubrar posibles soluciones con sus pros y sus contras, creo que ya sé cómo resolver este problema, pendiente eso sí de que alguien se suba a esa cubierta de chapa, con las medidas de seguridad que se puedan adoptar, y tome unas medidas que necesito (que la perfilería del rack se diseña al milímetro).
Bueno, pues a lo que iba. Tendré que explicar porqué cambio el proyecto; no pasa nada. Explicaré en qué consistía el problema y cómo lo he resuelto.  Y ¡oh cielos, miseria de nuestra profesión! La cosa sonará tan fácil… ¿cómo convencerle de las horas que me ha llevado?
Y así es todo, siempre. Me traen problemas, y tras mucho trabajarlos digo la solución más sencilla de ejecutar. Impepinablemente, el cliente piensa que “en el fondo el trabajo era una tontada y que sin duda él mismo podría haberlo resuelto si hubiera tenido un poquito de tiempo. ¿Merece una cosa tan fácil unos honorarios tan escandalosos? ¡Le estoy atracando!”.
Únicamente cuando, sin saberlo el cliente, he optado por todo lo contrario y montar un zafarrancho por un problema facilísimo he recibido algo de admiración: “¡Qué tío, menuda solución ha tenido que diseñar!”.
Eso sí, ningún cliente me ha ofrecido jamás su hija en pago.

domingo, 23 de octubre de 2011

En cualquier tiempo, en cualquier lugar

La escena transcurre en un pueblo de Barcelona, de unos quince mil habitantes. Es un pueblo próspero, muy catalán, lo que se podría considerar un bastión de CiU. Siempre CiU ha arrasado aquí, apenas hay votantes del PSOE y votar a ERC se considera "un pecado de juventud". Por supuesto, ser del PP es lo peor que le puede pasar a tu familia.

Desde hace años conozco a un mozo de allí que es ... No sé cómo lo denominarían los psicólogos, pero es un impostor. Toda su vida se ha hecho pasar por la persona que no es, y por lo tanto es un impostor de sí mismo.

Por ejemplo, toda su pandilla de amigos de juventud creía que estudiaba Derecho, luego que terminó la carrera, que era abogado, que tenía carnet de conducir pero no conducía "porque no tenía coche, pobre",... Su propia novia, que iba a recogerlo a la Universidad y llevarlo de vuelta al pueblo, lo creía. Todo mentira, pero todos pensaban que era cierto. ¿Cómo no creerle, cómo iban a investigar a su propio amigo, al novio? Huelga decir que tiene labia, que sabe ser encantador, que es un gran vendedor de sí mismo.

Con los años, otros rasgos de su carácter hicieron que la pandilla se fue separando de él, y por último su novia también le dejó. Con la distancia le pudieron calar mejor, le descubrieron muchas mentiras, e incluso se asombraron de como pudo estar engañando durante años a todos sus amigos. 

Pero en fin, el mozo se buscó amigos fuera del pueblo, decía incluso que tenía otra novia. Gente que no dudaba de él, diría; que no le conocían todavía, pensaríamos los demás. Y ahí quedó todo, sin transcender fuera del círculo.

Mi gran sorpresa fue cuando CiU lo eligió como candidato a la alcaldía en las elecciones de este año. El alcalde "de siempre" lo dejaba ya, y parecía que su delfín natural, el hombre al que llevaba años preparando para el puesto, sería el sucesor. Pero no, la central del partido salta por encima de las decisiones de la asamblea local y nombra a nuestro mozo como candidato.

Obviamente, la agrupación local se dividió en dos bandos: el que aceptó "lo que digan nuestros líderes" y el que no. Ganó el primero, claro, que hablamos de un partido político. Pero el resto del pueblo también reaccionó. Aquello era una cacicada, y pronto despellejar al candidato impuesto se convirtió en deporte nacional. Entonces saltó la chispa: en todo momento el candidato se vendía como ABOGADO, públicamente y por escrito. Las dudas afloraron, se expresaron (el pueblo cuenta con un ácido blog en Internet tremendamente activo, con miles de visitas y muchísimos comentarios en cada entrada), y en seguida todo el mundo se preguntó: "¿pero este tío es abogado?" Sus amigos de juventud sólo pueden contestar que eso dice él, pero que ellos no lo saben; de su trabajo sólo se sabe lo que cuenta él, que es "en un despacho de abogados en Barcelona"; nadie sabe a ciencia cierta si trabaja allí y en calidad de qué.  ¿Y éste quiere que le elijamos como nuestro alcalde?

Un día, alguien se hace con la lista de los abogados colegiados de España: no figura. Sus defensores: bueno, vale, no será abogado, pero es licenciado en Derecho, que es casi lo mismo. Colegiarse es sólo un trámite. Pero la bola sigue: ¿es licenciado en derecho? Se sospecha también que es falso que tenga carnet de conducir (mas tarde se descubriría que no lo tiene).

El tiempo pasa, el despelleje sigue. Hasta tal punto que la cuestión se plantea más o menos así: si es licenciado en derecho, que lo demuestre, porque se le está machacando con este tema y lo cortaría de raíz. Como no lo para, es que no puede enseñar el título, porque no es licenciado.

Por otro lado, caramba, es uno de los nuestros, su madre compra en nuestro mercado y su padre arregla el coche en nuestros talleres, toda la vida todos hemos creído que el chaval estudiaba Derecho, que se graduó, que trabajaba en un importante bufete y tenía un brillante porvenir... Es difícil aceptar que llevamos años equivocados, ¿no?

A todo esto, la pre-campaña, la campaña,... y él sigue siendo oficialmente "abogado", así se presenta y así lo presenta el partido. Pesos pesados de CiU le apoyan y hacen con él el reglamentario paseíllo por las calles del pueblo y los puestos del mercado.

La debacle de CiU en las elecciones fue tal que hasta el mismo día de formación del concejo se especuló con que los tres concejales obtenidos, por vergüenza torera, no se presentarían y renunciarían (lo que no ocurrió).

A estas alturas tenemos ya indignación por la cacicada, asombro por cómo el personaje logró la designación, despelleje público por la creencia general de que está mintiendo, y chufla por el descalabro electoral. Al final, sus propios compañeros no aguantan más la presión y el mosqueo, y le citan en el despacho del ayuntamiento: "mira, esto no puede seguir así, hay que parar esto y la única manera de hacerlo es mostrando tu título de Derecho". "Sí, pero es que no lo tengo aquí, estará en casa de mis padres". "Pues vete a buscarlo, que te esperamos". Dignamente, el personaje sale del despacho del Ayuntamiento. Cruza la calle, da media vuelta y vuelve a entrar. "La verdad es que sólo tengo aprobadas dos asignaturas...". Sus compañeros, que esta vez sí habían hecho sus deberes (y no entremos en este detalle) sacan de un cajón su expediente académico y se lo tiran a la cara: "Eres un...". Omito las expresiones que siguen. Que yo sepa, nuestro héroe ha abandonado el pueblo; como mínimo, está en paradero desconocido.

Esto ha ocurrido en un pueblo de Cataluña, pero casos semejantes podrían ocurrir también en cualquier otro sitio, sea en Fuentes de Ebro, en Puente Genil (Córdoba) o en Nonametown Creek, Alabama. En cualquier lugar y en cualquier tiempo. Y por supuesto da igual el partido político, podría haber sido cualquiera. A veces, como en el pueblo de nuestra historia, al personaje lo calan y la cosa no sale; pero estoy seguro que muchas otras veces la maniobra tendrá éxito, y el personaje desarrolla una carrera política.

Lo más chocante del caso es que El Partido  adoptó una decisión  cuando menos intrigante. Eligieron a un desconocido para un puesto que para ellos tenía importancia. Nuestro impostor sabe venderse, pero para esto necesitó padrinos. Padrinos que tendrían padrinos, y así sucesivamente. ¿Qué intereses ocultos habría en la trama? No quiero imaginarlo.

En fin. Cuanto más sé de los partidos políticos, más desprecio siento. No me cabe duda que las asambleas locales están llenas de bienintencionadas personas, pero desde luego los puestos de verdad son para los que desean el poder. Sin otra carrera que la política, sin otro afán que el cargo, sin otro objetivo que ser cada vez más poderoso. Este tipo de gente es la que llena las listas de los partidos, los que quieren que les votemos de aquí a un mes. Y esto es en Barcelona, pero también en cualquier país donde alguien pretenda que los otros le elijan a él para ser su jefe. 

Quien no me crea, que lea a (Marco Tulio) Cicerón.

Por cierto, otro día lo contaré, en los EE.UU. al principio el pueblo no elegía al presidente. Casualmente, a los presidentes de aquella época se les conoce como "los presidentes buenos".




martes, 18 de octubre de 2011

El Nautilus iba a pilas

El capitán Nemo guardó silencio durante algunos instantes y luego dijo:
-Existe un agente poderoso, obediente, rápido, fácil, que se pliega a todos los usos y que reina a bordo de mi barco como dueño y señor. Todo se hace aquí por su mediación. Me alumbra, me calienta y es el alma de mis aparatos mecánicos. Ese agente es la electricidad.
-¡La electricidad! -exclamé bastante sorprendido.
-Sí, señor.
-Sin embargo, capitán, la extremada rapidez de movimientos que usted posee no concuerda con el poder de la electricidad. Hasta ahora la potencia dinámica de la electricidad se ha mostrado muy restringida y no ha podido producir más que muy pequeñas fuerzas.

Julio Verne publica “20.000 leguas de viaje submarino” en 1869. La idea de un barco submarino no es novedad suya, ya en 1859 Monturiol “hunde” el Ictíneo en el puerto de Barcelona y consigue salir a flote dos horas después, pero el mérito de Verne es coger ideas novedosas y llevarlas mucho más allá. Por ejemplo, el submarino. La idea existía, pero una cosa era pensarlos, otra muy diferente era construirlos y otra mucho más diferente era... moverlos.

Con todo, en la guerra civil americana se llegaron a ensayar submarinos que se movía por tracción humana (e incluso por aire comprimido). No valían para el mar, sólo en ríos y lagos, que allí son muy grandes, pero la idea estaba ahí.

Así que Verne hacía ciencia ficción cuando imaginaba un barco con todos los lujos que se soñaban y más, y que se movía por los siete mares a una velocidad de vértigo. De hecho, fue la novela la que espoleó colectivamente la idea de inventar un submarino digno de tal nombre, apareciendo con posterioridad infinidad de prototipos.

Y también hizo ciencia ficción cuando propuso que el Nautilus se movía impulsado por electricidad: no fue hasta 1888 que la Armada Española construye el primer submarion útil de verdad (navegaba com amplia autonomía y lanzaba torpedos sin emerger, por ejemplo), diseñado por Isaac Peral, y que entre otras novedades era de tracción eléctrica.

Porque, no lo olvidemos, en 1869 la electricidad estaba todavía dentro de los laboratorios. Los científicos la conocían, la investigaban, pero aún no tenía uso práctico (inciso: guardo un libro del bachillerato de entonces, de mi bisabuelo, y en él se explica que existe un material denominado “fluido eléctrico” que es el que genera los fenómenos eléctricos...).

Volviendo a Verne, el capitán Nemo explica cómo funciona su Nautilus y cómo genera la electricidad; lo que pasa es que fabular tan en detalle es pedirle demasiado al escritor, y se mete en unos berenjenales técnicos que suenan muy bien pero... Dejémoslo en que, básicamente, el Nautilus iba ¡a pilas!

Por otro lado, era lógico: la tracción humana sonaba ridícula, y la otra fuente de energía de la época era el motor de vapor con combustión de carbón. La estampa del fogonero, el carbonero con la pala y todo eso en un submarino... Está claro que Verne no tenía muchas más opciones.

¡Hey, un momento! ¡Nos hemos olvidado de Monturiol! Este tío, menudo crack, en 1864 botó, de nuevo en el puerto de Barcelona, otro submarino, el Ictíneo II, que iba con una máquina que con productos químicos, sin quemar carbón, producía vapor y, además, oxígeno que se empleaba para respirar y para iluminar el interior. Lo que pasó fue que, como tantas otras veces, la técnica de aquel tiempo no estaba al nivel del inventor y entre la falta de dinero y las miserias técnicas la cosa no cuajó.

Réplica del Ictíneo II en el Puerto de Barcelona

Por cierto que hoy en día los submarinos, como es lógico, se mueven por electricidad, pero no van a pilas. ¿No? Y entonces, ¿cómo se mueven?

Por motores Diesel. Como los de los coches, pero pelín más grandes y lentos, no van a 3.500 rpm sino a 12 rpm. Y el motor de combustión, al igual que los coches, acciona una dinamo y genera así la electricidad, que almacena en baterías. Vale, van a pilas, pero menos.

Los más curiosos preguntarán entonces qué pasa cuando se sumergen: los motores de combustión toman aire y expulsan gases. ¿Qué ocurre cuando están bajo el agua? Resolver este problema es resolver el problema de los submarinos.

Los primeros submarinos diesel no se complicaban. Eran diésel en la superficie, cargaban baterías y se sumergían. Allí eran “a pilas”.

Esto no podía durar, porque con la capacidad de baterías de entonces no iban muy lejos. Así que los alemanes se las apañan para inventar un sistema que les permite tomar aire de la superficie estando sumergidos (pero a poca profundidad). Con ese sistema se pone en marcha los motores diesel, los gases de escape se acumulan en una cámara especial y se recargan las baterías. Es un problema, porque el submarino en esa situación es ruidoso y vulnerable, y además no puede almacenar muchos gases de escape. Pero hoy en día siguen siendo más o menos así: son los llamados submarinos convencionales.

Es decir, el submarino convencional navega en superficie con un motor diesel, se puede sumergir y funcionar con baterías eléctricas, e incluso cuando éstas se agotan puede seguir sumergido a poca profundidad, con el motor diésel recargando las baterías. Hasta un límite, luego debe volver a la superficie.

Otra opción: en la segunda guerra mundial los alemanes retoman la idea ¡de Monturiol! Y construyen unos submarinos de motor químico. Pero les fue como les fue y ahí quedó todo.

La solución “final” son los submarinos nucleares. No van con motores Diesel y la energía eléctrica la generan con energía nuclear. No han de subir a la superficie, con lo que pueden permanecer sumergidos tanto tiempo como aguante la tripulación, por nervios y por suministro de comida. Porque, de paso, con la energía nuclear también extraen ox¡geno del agua de mar. Y como son motores megapoderosos, mueven lo que haga falta y los submarinos son enormes.

Es que lo hacen todo. Por cierto que el primero de todos se llamó, cómo no, U.S.S. Nautilus.

Zarandajas aparte, “20.000 leguas de viaje submarino” es una apasionante novela que recomiendo encarecidamente. 
 
Y mucho mejor que la película de Kirk Douglas, ¡donde va usted a comparar!

viernes, 14 de octubre de 2011

El Coltán


Periódicamente, supongo que cuando en las redacciones les quedan espacios en blanco, aparecen artículos sobre las guerras en África Central, guerras que según parecen están ligadas a la explotación de los recursos minerales de la zona. Antes, diamantes. Y en los últimos años, coltán.

Yo siempre alucino con los periodistas. Dicen lo del coltán y se quedan tan frescos, pasando a estas cosas. No sé, si quieren explicar el porqué de las guerras de allí deberían enseñarnos qué es el coltán y qué lo hace tan preciado. Vamos, digo yo, porque el lector de periódicos no suele saber ni qué color tiene el coltán.

Así que intentaré explicar qué es el coltán y, sobre todo, porqué es más valioso que los diamantes.

El coltán es una roca que es una mezcla de dos minerales, columbita y tantalita (col-tán, el que le puso nombre a la piedra era un fiera, desde luego). De la columbita se extrae el Niobio (en los crucigramas, Nb), que yo al menos he empleado en la fabricación de imanes, y de la tantalita se extrae el tantalio (en los crucigramas, Ta). De hecho, el tantalio sólo se extrae de la tantalita, y ésta prácticamente sólo se encuentra en el coltán.

En resumen, del coltán se extrae el tantalio. Que es lo que se busca, en realidad.

El tantalio es un metal escaso, con una propiedad fundamental que lo hace valiosísimo: los condensadores electrolíticos de este material son más exactos que los demás y, más imporante aún, pueden ser mucho más pequeños. He aquí la madre del cordero. Como los condensadores electrolíticos son componentes básicos de todo circuito electrónico que se precie, nos resulta que con tantalio se consiguen equipos electrónicos más pequeños. Lo cual explica, por ejemplo, porqué los primeros teléfonos móviles casi necesitaban ruedas y los de ahora no, o los hiperminirreproductores de música actuales.

Pues eso. El coltán es demandadísimo por la industria electrónica y por lo tanto por él se paga lo que se pida. Como por otro lado el negrito que lo extrae cobra ... (dejémoslo), los beneficios son escandalosos. Y todo legal. 
 
Así que por esto hay guerra en el Congo.

Eso sí, estoy seguro que el periodista no sabe todavía lo que es el coltán: está tan acostumbrado a desconocer cosas y escribir sobre ellas, que no le va de una más.

Y lo más curioso para mí, es que en Internet hay centenares de artículos explicando qué es el coltán y, sin embargo... (ahora viene ejemplo de cómo diferenciar a un ingeniero de entre los demás: los ingenieros son los que, acto seguido, se preguntan: “¿Y cómo diantres sabían que el coltán estaba en el corazón de las tinieblas?”) ¿Cómo es que entre tanto bloguero, tanto articulista y tanto enciclopedista que escribe e incluso pontifica sobre el coltán, ninguno se ha preguntado cómo dieron con él?

Me temo que la respuesta a esta pregunta tendrá que ser otro día. Yo imagino cómo se supo, pero aparentemente o nadie lo sabe o nadie lo quiere decir. Si algún lector tuviera a bien ilustrarme, yo le estaría muy agradecido.

jueves, 13 de octubre de 2011

Trabajar sin cobrar

Cuando hacía la mili y todavía era recluta, el teniente que se encargaba de la instrucción me arrestó. Ocho días. La tarde del primer día me llamó a su despacho y me propuso un trato: me quitaba el arresto y me perdonaba las tardes de instrucción que me quedaban, con lo que me podría ir a casa cada día a las dos, y yo... le calculaba una casa a su cuñado en no sé qué terrenito de Cuenca. Aquello debió abrirme los ojos sobre las veces que no cobraría por mi trabajo, pero no lo hizo y así me ha ido.

Es moneda común que no todo se cobre: a un cliente habitual se le perdonan cosas, sea un café un camarero, una revisión dental (sin limpieza) si eres dentista o un recurso contra una multa de aparcamiento un abogado. El mecánico del coche, el pintor o el empleado del banco. Sí, entra dentro de lo que se considera “cortesía”, y tanto unos como otros son conscientes de que es un favor pequeño que queda sobradamente pagado por todo lo demás.

Los ingenieros de estructuras, en esto, no somos tan diferentes. El otro día, por ejemplo, fui a ver a un cliente. En un momento dado, el cliente me explicó que un compañero tenía una consulta que hacerme, y me lo presentó. Resulta que ese compañero tenía un chalet en un pueblo, y se le había agrietado de arriba abajo. Había encargado un proyecto a un ingeniero y un estudio del terreno a un geólogo, y la solución que le proponían le valía una pasta. Estudié las fotos que tenía, llamé al geólogo para que me explicase su opinión, convenimos una alternativa más barata y se la sugerí al propietario. Gracias fue todo lo que recibí, pero ni esperaba más ni necesitaba más; fue algo para mí muy sencillo, que resolví en quince o veinte minutos, y que liquidé sin mayor compromiso por mi parte. Hasta aquí todo normal.

También asumo las ocasiones en que el cliente desaparece; se entrega el proyecto, los cálculos o lo que se pidiera, y no se vuelve a saber de ellos. Son gajes del oficio.

Y donde más se trabaja “por la patilla” es en las obras. Unas veces, de particular a particular, que no pasa nada porque a cambio no pago los cafés, y otras veces, cuando se está trabajando de manera oficial.

Como ejemplo de lo primero es corriente que el jefe de obra o el encargado me hagan consultas para su casa, para la del cuñado, para arreglarse el techo de la cochera o para construirse un sistema de acceso a la depuradora de su piscina (lo que, por cierto, me llevó casi cuarenta horas de trabajo). Estas cosas no se pagan. Hubo quien me pidió que le calculara el cristal para el acuario que quería hacerse su vecina. Me costó, pero conseguí convencerla de que un cristal para un acuario de seis metros de altura quizás era un pelín excesivo.

Y en una ocasión un encargado me pidió que testificara como perito en un juicio que le habían puesto. Sólo en el juicio perdí la mañana entera. Cosas que pasan.

Cuando se está trabajando de manera oficial, porque se pretende vivir de ello, la cosa cambia. Y en algún caso...

El origen de todo es que aunque en teoría todo queda resuelto en un proyecto, es bastante frecuente que haya que intervenir durante la construcción; bien porque el proyecto no lo contemplaba todo, bien porque el constructor quiere estudiar alternativas, o simplemente porque las cosas a veces no salen como se piensan. Cuando las obras son de cierta envergadura, como no se sabe cuántas intervenciones serán necesarias, y ante el temor de que sean demasiadas, se suele llegar a un acuerdo de “a tanto la consulta”, sea grande o pequeña. Al constructor, lógicamente, le saldrán a cuenta las consultas complejas, y al ingeniero las fáciles. Es normal que si la cuestión es más que compleja se acepte como un trabajo con honorarios específicos, y que si la cuestión es facilísima ni se cobre. Y es pan nuestro de cada día que se discuta y se emplee más tiempo en acordar qué intervenciones se facturan que en las intervenciones que se quieren facturar.

Pero es que hace poco un constructor me convocó por escrito, que fuera a la obra que querían discutir un tema conmigo. Fui a la obra y me plantearon el problema: tenían que encofrar y hormigonar unos muros muy altos, de forma troncopiramidal invertida, y la cosa podía venirse abajo durante la ejecución. En otras situaciones lo habían resuelto mediante una estructura especial, patatín patatán, que en definitiva querían que les calculase y les dibujase. ¡Tonto de mí! Entendí su problema, y hablando despacio y con palabras llanas les expliqué otra manera de resolver el problema; apenas necesitarían un par de metros de alambre de atarse los zapatos, si se sabía qué hacer y en qué orden. Quedaron encantados. Y yo también, porque gracias a mí se habían ahorrado una buena cantidad, más de treinta veces mis honorarios, y lo había hecho todo en una visita. Me estaba ganando el sueldo.

Pues bien, el constructor se niega a pagarme: ¡dice que cómo me atrevo a cobrar lo que le resolví en diez minutos! Me llama bandido, explotador, chantajista, dice que le hago coacción... Yo le digo que si soy bueno es porque doy soluciones fáciles a problemas complejos, pero él erre que erre. Que no y que no, y ya veo que va a ser que no.

Total, cobrara o no iba a seguir siendo pobre...


miércoles, 5 de octubre de 2011

Oficina de patentes

Las patentes son una cosa muy seria: cuando se produce un avance en la técnica, se puede divulgar sin más, se puede intentar mantener en secreto para que no te copien (como la fórmula de la Coca-Cola), se puede patentar para que sea ilegal que te copien y se puede registrar como de dominio público para que lo haga quien quiera pero sin que lo puedan patentar y por lo tanto prohibir a los demás.

La gente patenta de todo. Por ejemplo, hitos de carretera. Son las señales que hay en los lindes de las carreteras y que sirven para marcar el camino. Hace años, en España eran triangulares de hormigón armado, pintadas de blanco con la parte superior pintada de rojo, verde o amarillo según el color que se le había asignado en los mapas a la carretera por su categoría. El problema de estos hitos es que si había un accidente y el coche se salía de la carretera y se la daba con el hito, el daño era mayúsculo. Ya se habían talado todos los árboles de España, pero quedaban los hitos. Y empezaron las patentes de las alternativas. Y se patentaron muchas. Más de cien.

Alguna de ellas era curiosa: hubo quien, en definitiva, proponía hacer una pila de neumáticos y, para que se mantuvieran en su sitio, hormigonar el interior de los neumáticos.

Pero es que hubo uno que patentó (¡y se lo aceptaron!) unos hitos consistentes en triángulos con su reflectante y todo, colgando de unos cordeles que irían paralelos a la carretera. Así, si el coche chocaba con el triángulo que colgaba del cordel, no le pasaría nada. Y se quedó tan fresco, el tío. 
 
Hago una pausa, porque una idea tal merece una reflexión. Sobre si existen límites a la estupidez humana, claro.

A lo que iba. Las patentes se dividen en tres categorías: las patentes propiamente dichas, que son las ideas realmente originales. Por ejemplo, el bolígrafo, la aspirina o el proceso para fabricar transistores. En segundo lugar estarían los modelos de utilidad: éstos parten de una patente, y la desarrollan. En nuestro ejemplo, el marcar una carretera con hitos sería una patente, y las distintas tipologías de hitos serían modelos de utilidad. Y por último estarían los modelos industriales, que registran el modelo exacto. El bolígrafo azul, el bolígrafo rojo, y así.

Las patentes se emplean como mecanismo de protección: si yo encuentro una carretera con hitos como los míos y que no me han contratado a mí, sé que me están copiando. Uno va a la oficina de patentes, paga, verifican que la patente es original y no vulnera otras patentes, y queda registrada como tal. A partir de ahí, esa idea queda con dueño. Dentro de la jurisdicción de esa oficina, claro. Y aquí comienza el lío. Patentar en Estados Unidos no significa que quede patentada en China, y viceversa. Así, la marca alemana Puma olvidó (u obvió) registrar su marca en España, y un vivo rápidamente creó su propia marca Puma, con validez sólo en nuestro país.

En España, desde más allá de mi memoria existe una oficina de patentes. También había otra en Alemania, en Francia y en los demás países. Años después se creó una oficina europea de patentes, de tal manera que registrar una patente en esa oficina equivalía a hacerlo en la de todos los países miembros. Genial, ¿no? Pues no; sí, para todos los demás, pero los españoles somos diferentes a todos y a nosotros nadie nos dice lo que tenemos que hacer. Y menos que a nadie, a los catalanes.

El 18 de junio de 2006 se votó un nuevo estatuto de autonomía en Cataluña. Previamente, el gobierno local nos envió una copia a todos los censados. Yo me leí la mía. El artículo 155 decía (y dice, http://www.gencat.cat/generalitat/cas/estatut/titol_4.htm#a155):
  1. Corresponde a la Generalitat de Cataluña, la competencia ejecutiva en materia de propiedad intelectual, que incluye en todo caso:
    1. El establecimiento y la regulación de un registro, coordinado con el del Estado, de los derechos de propiedad intelectual generados en Cataluña o de los que sean titulares personas con residencia habitual en Cataluña; la actividad de inscripción, modificación o cancelación de estos derechos, y el ejercicio de la actividad administrativa necesaria para garantizar su protección en todo el territorio de Cataluña. La Generalitat debe comunicar al Estado las inscripciones efectuadas en su registro para que sean incorporadas al registro estatal; debe colaborar con éste y facilitar el intercambio de información.
  2. La autorización y la revocación de las entidades de gestión colectiva de los derechos de propiedad intelectual que actúen mayoritariamente en Cataluña, así como asumir tareas complementarias de inspección y control de la actividad de dichas entidades.
  3. Corresponde a la Generalitat la competencia ejecutiva en materia de propiedad industrial, que incluye en todo caso:
    1. El establecimiento y la regulación de un registro, coordinado con el del Estado, de derechos de propiedad industrial de las personas físicas o jurídicas.
  4. La defensa jurídica y procesal de los topónimos de Cataluña aplicados al sector de la industria.
Es decir, el pueblo soberano, con pleno conocimiento de lo que hacía, votó que sí a que Cataluña tuviera su propia oficina de patentes (los sueldos de los directores generales, la categoría de sus coche y los chóferes no se votaron, pero se sobreentienden: los mismos que los de los demás compañeros de partido en puestos similares).

Sé que soy ingeniero, y que por lo tanto tengo una mente deforme que sólo se rige por principios de eficacia y rendimiento máximo. Pero aún no entiendo porqué necesitamos nuestra propia oficina de patentes (aparte de para tener más compañeros con chófer).

El próximo día, después de este rollo, hablaremos de lo más valioso nunca pirateado. Adelanto que el pirata en cuestión no fue Morgan, Drake o Raleigh. Era francés, y lo robado,... el secreto más grande de la Historia.

Pero antes:
Para un optimista, el vaso está medio lleno.
Para un pesimista, el vaso está medio vacío.
Para un ingeniero, el vaso es el doble de grande de lo que debería ser.

martes, 4 de octubre de 2011

Agatocles

Me juego el cuello, y no lo pierdo, que nadie sabe quién era Agatocles.

Agatocles era hijo de Carcino, y se casó con la viuda de Damas; lo que pasa es que se opuso a Heráclides y a Sosístrato y tuvo que salir por piernas. Se buscó la vida, le fue bien, tuvo un hijo al que llamó Arcagato (¡cómo no!) y se enfrentó a Acrótato (aunque le ayudó su hermano Antander). Finalmente, se cargó a Dinócrates...y no sabemos mucho más sobre él. Claro que con esto todos nos quedamos como estábamos.
No sé cómo se llamaba su esposa, aunque sí quién fue su suegro, y que su hija, Lanassa, se casó con Pirro, el rey de Epiro. ¡Hey, a ése sí que le conozco! ¡Es el de las victorias “pírricas”!

En realidad, basta decir que Agatocles fue un tirano de Siracusa de finales del siglo IV a.C. Su historia completa es muy interesante (se puede empezar por http://es.wikipedia.org/wiki/Agatocles, sin ir más lejos), pero aparte de lo divertido de su nombre (si un día conozco a un Agatocles prometo no olvidarle en la vida), me surgen tres reflexiones:
  1. Los ingenieros, que somos personas con una cultura muy por encima de la media, sólo sabemos de Siracusa que está en Sicilia, que era la patria de Arquímedes (el primer megacrack de los ingenieros) y que éste la defendió de la poderosa Roma con su ingenio. Obviamente, jamás hemos oído hablar de Agatocles o sus compañeros de andanzas. Pues si nosotros los ingenieros sabemos sólo ésto, podemos afirmar que el vulgo no podría responder nada si se le preguntara por la calle. En general, la sociedad desconoce la Historia. Creemos que sabemos, pero sabemos apenas una ínfima parte de lo que pasó. Quizás por eso así nos luce el pelo.

  2. Los antiguos lo registraban todo (lo de ellos, claro). Sabemos quién mandaba en una ciudad de Sicilia el 314 a.C., quién era su suegro, por ejemplo, y todas sus andanzas. Y, en España, ¿qué hacíamos? No se sabe (al menos, yo no lo sé en este momento). Los arqueólogos averiguarán que había poblados iberos, celtas o celtíberos, y nos contarán sus especulaciones de cómo vivían, pero poco más. La diferencia entre el mundo helenístico y la España de la época debía ser como la que hay entre nosotros y las tribus del Amazonas. Y aún tardaríamos mil quinientos años en ponernos a su altura.

  3. La Historia es apasionante y está llena de sorpresas; la etiqueta de “rollazo” es a todas luces injusta.
Por cierto, el yerno de Agatocles, Pirro, acudió en ayuda de las ciudades griegas del sur de Italia, cuando una semi-desconocida Roma amenazaba con anexionárselas. Los griegos estaban convencidos de que iban a destrozar a esos nuevos en la plaza, y... Pirro les venció una vez, les venció una segunda, y entonces dijo aquello de “una victoria más como ésta y no lo cuento” y se largó a su Grecia. Empezaba el cambio de poder en el mundo, y no lo sabían.

El próximo día hablaremos de las patentes.

domingo, 2 de octubre de 2011

Rogelio Sampío: algunos consejos se recuerdan asi que pasen treinta años

Uno de las mejores enseñanzas sobre la profesión de ingeniero me la dieron mi primer día de carrera.

La primera clase fue sobre Cálculo Infinitesimal. Hagámonos una composición de lugar: Nueve de la mañana, diecisiete años yo, dieciocho otros, con las carpetas y los hábitos todavía del colegio; primer día en la Universidad. La Escuela Superior de Ingeniería no tenía edificio propio, y compartía aulas en el Interfacultades con otras carreras. Localizamos nuestra aula, en el quinto piso. Es un aula para doscientos cincuenta alumnos o más; lleno hasta la bandera, gente de pie, gente en los pasillos. Consigo sentarme en una de las últimas filas. Aparece el profesor de Cálculo y escribe en la pizarra el temario del curso y la bibliografía recomendada. Una chica delante nuestra se vuelve y pregunta: “Pero ésto, ¿no es Derecho?” Le decimos que no y sale corriendo roja de vergüenza. Y no es de extrañar: toda la bibliografía es de autores rusos, los títulos de los libros se entienden lo mismo que si los hubieran dicho en ruso y el temario igual. ¿Dónde nos habíamos metido?

La clase siguiente fue sobre Álgebra. Sin comentarios; baste decir que cinco meses después todavía creía que las clases las daban en ruso.

Estas dos asignaturas estaban a cargo de licenciados en Exactas, cuyos nombres olvidé hace mucho. Pero la clase siguiente fue de Física, y sí recuerdo cómo se llamaba el profesor: Rogelio Sampío.

Sampío no intentó abrumarnos con millones de autores rusos. No. Nos pidió que leyéramos todo lo que pudiéramos, pero no sobre Ingeniería. Quería que aprendiéramos sobre cualquier otra cosa, que nos cultiváramos, que supiéramos de algo más que no fuera de ingenieros. Porque, nos advirtió, llegará un día que nos encontraríamos con otros amigos. Uno de ellos sería  médico: en seguida alguien saldría con que le duele el estómago, o que le pasa no sé qué. Otro sería abogado: que si un inquilino, que si me piden, que si una multa. Otro sería, por ejemplo, economista: pues a mí el banco me cobra esto, me quiere comisionar por esto otro... Todos tendrían qué contar. Pero nosotros, ¿qué podíamos decir? ¿Que el momento angular de esta manzana es...?

Indudablemente, uno de los mejores consejos que me dieron en toda la carrera. Seguramente por eso recuerdo el nombre de ese profesor: Rogelio Sampío.

Lo que nos lleva a Agatocles. Pero eso será ya en la próxima nota.