jueves, 31 de agosto de 2023

Un calculista en el tramo final

https://www.youtube.com/watch?v=mCHUw7ACS8o 

 

 

 

Hace bastantes años leí que en la profesión de ingeniero se alcanza el cénit entre los 45 y los 55 años. A diferencia de, por ejemplo, deportistas, camioneros, artistas o filósofos: cada uno tiene sus picos de rendimiento y calidad en edades diferentes.

Lo habitual es que el interesado sea la última persona en percatarse de su propio declive. Los jóvenes, por su propia naturaleza estacional, tienden a burlarse de sus mayores: es normal. Lo sorprendente es que esos mayores se enfaden o se molesten por el desprecio que perciben de esos mocosos: sorprendente, porque ellos mismos también fueron mocosos y se burlaron de sus propios mayores, y los años deberían haberles enseñado esta realidad de la vida y no tomárselo entonces como algo personal; pero, bueno, así es la cosa. Y es que el declive profesional es un proceso que empieza muy lento, como el envejecimiento. Un día uno reflexiona y se da cuenta que no resiste los viajes tanto como antes, y otro reflexiona y se da cuenta que ya no tiene ni quiere los retos profesionales que tenía antes.

En mi caso, yo diría que mis mejores años fueron cuando tenía entre 40 y 50, pero es cierto que entre los 50 y los 55 también fueron buenos años; no tanto como los anteriores, pero todavía con un buen nivel. Aunque, eso sí, con un descenso evidente en esos 5 años. Lo que tengo claro es que mi apogeo profesional ya pasó.

Soy consciente de que hace tiempo que no tengo la capacidad de trabajo que tenía otrora. Ni de chiste dedico las mismas horas. En las visitas de obra me canso, físicamente. Obsoleto en lo informático, no sé usar los programas de cálculo que imperan ahora, desconozco las normas, soy como un perro viejo que ya no aprende trucos nuevos. Y algo muy desagradable: casi siempre soy ya el más viejo, y el que cuenta las historias del pasado, qué diferencia con mis años mozos que escuchaba ávido de saberes las batallitas de los que estaban ahí antes que yo.

Antes de las vacaciones se me ocurrió demostrar con datos la sensación que tenía, e hice un listado de todos los asuntos que me habían llegado en los doce meses anteriores: ninguno tenía empaque suficiente para que en mis buenos viejos tiempos los hubiera considerado dignos de mención y no sólo distracciones o agradecidas variaciones (o descansos) de los grandes proyectos que entonces llevaba. Lo cierto es que no recuerdo ningún proyecto de los últimos años que pudiera decir que tiene de verdad consistencia propia: todo son patas de banco, informes preceptivos que alguien ha de hacer o casetas de perro. Y no me importa, en absoluto. Yo ya tuve mis obras con 20 grúas, ya hice mi rascacielos, ya di mis conferencias, ya afronté grandes problemas, ya resolví los proyectos que nadie sabía resolver, ya viajé, ya enseñé a jóvenes, ya mi nombre y mi prestigio me precedió al presentarme en las obras o en las salas de reuniones. Qué caramba, estuvo bien, ya pasó, y ahora tengo una vida tranquila. Suerte de las placas solares, que son cosas sencillas y bien pagadas: mi ego no necesita revivir mis años de gloria.

El caso es que ahora ya me dedico a las actuaciones menores, ésas que da vergüenza dárselas a un calculista de verdad. Me habrían hecho feliz en la época en la que empezaba, pero ahora me divierte sobre todo el notar cuán diferente es el enfoque con que las afronto ahora. Digamos que, con el tiempo, me he desengañado y ya no aplico las normas sino mi sentido común. Me parecen muy exageradas, las normas, con tanto coeficiente, tanta precaución y tanto, dicho en plata, cogérsela con papel de fumar. Miren, lo que quiere el cliente es que su estructura no se caiga y que sea barata, no está pidiendo que cumpla las normas. Con lo que yo, que como he dicho a estas alturas sólo me dedico a cosas de pequeña importancia, me acojo a la cláusula de las normas de que en obras de pequeña importancia no es necesario ser tan estricto, y hago lo que me parece razonable. A estas alturas, mis clientes ya me conocen y confían en mí, y eso me permite ser poco convencional. Original, si se prefiere. Para mí, es una liberación.

A estas alturas de la película, y aprovechando que ya trabajo fuera del radar... qué quieren que les diga.

 

 

 

 

Of monsters and men - Dirty paws

 

viernes, 25 de agosto de 2023

Nebulosa Pistacho

Dos astrónomos aficionados tomaron la siguiente foto:


La historia completa y toda la información se puede consultar aquí: https://www.astrobin.com/idmd45/B/

Y para los que prefieran Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=qhH_jQciyhE&ab_channel=BrayFalls

Dos astrónomos aficionados, Bray Falls y Chester Hall-Fernández. El pasado diciembre, en un observatorio en Nueva Zelanda, encontró algo que le llamó la atención. Los dos compinches descubrieron que no había nada catalogado allí, siguieron el tema y finalmente tomaron una foto durante 101 horas. Una nebulosa nueva, no descubierta antes, y bautizada como la nebulosa Pistacho. 

Lo normal es que las nebulosas que se descubren en los últimos tiempos sean angularmente pequeñas (es decir, que ocupen muy poco espacio en nuestra vista del cielo), y las descubran profesionales que utilizan telescopios enormes. La Pistacho, en cambio, no sólo ha sido descubierta por dos astrónomos "aficionados" con telescopios pequeños, sino que además es "enorme", ya que en el cielo ocupa una superficie parecida a la de la luna llena. La clave de no haber sido descubierta hasta ahora es que es muy tenue, apenas visible: se comprende que necesitaran 100 horas de exposición para captar la luz.

La foto, que en realidad es una composición de lo que captaron, evidentemente está coloreada: lo que es azul son emisiones de oxígeno, y lo que está en rojo, de hidrógeno. 

La caliente estrella central todavía no se sabe qué es; es posible que sea una enana blanca (una estrella que ya se ha agotado pero que por masa no consigue convertirse ni en una estrella de neutrones ni en un agujero negro) y la nebulosa se consideraría entonces una nebulosa planetaria, que es el gas y plasma que libera una estrella gigante roja en su fase final (la enana blanca sería lo que quedaría de la gigante roja). 

Otro nombre que le han dado sus descubridores a la nebulosa es FalFer1. Es fácil deducir el porqué.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Este país se va al carajo

Según leo en los periódicos, la tarde del 24 de octubre de 2016 en Estremera un hombre se acercó a una mujer y su hija (la muchacha contaba entonces 17 primaveras) y les dijo "tías buenas, yo os follaba" (podemos imaginarnos la escena). La madre recriminó al hombre su actitud, pero éste le tocó con la mano abierta el pecho izquierdo a la chica sin su consentimiento y con ánimo libidinoso. Alertado por los gritos de ambas, el padre de la muchacha, que estaba por las inmediaciones, afeó al agresor su actitud, a lo que parece ser que éste último le respondió que hacía lo que le salía de los cojones (sic), y se inició entonces una pequeña pelea entre los dos: el acosador intentó golpear al padre, éste lo esquivó y le propinó a su vez un puñetazo en el rostro, fin de la pelea.

Pero no del asunto. El agresor de la hija fue condenado por un delito de abusos sexuales a una multa de seis euros diarios durante veinte meses (esto es, 3.600 euros en total pagaderos en 20 plazos de 180 euros al mes) y una orden de alejamiento de la víctima durante una año.

¿Y el padre? El padre fue condenado por el juez de lo Penal a pagarle al agresor una multa de seis euros diarios durante siete meses. Esto, al abusador sexual le pareció poco, y apeló. Y la Audiencia Provincial de Madrid lo aceptó y castigó aún más al padre con una indemnización por los días que el abusador tardó en curar de las lesiones (las lesiones del puñetazo) y estuvo de baja, y por las secuelas que le hubiera podido propinar el puñetazo. Como es lógico, la cosa pasó al Supremo.

Y el Tribunal Supremo... ha rechazado el recurso del padre porque no respetó una cuestión de forma: el padre alegó que actuó por un reflejo natural como reacción pasional, y el tribunal respondió que eso no figuraba en el relato de los hechos probados, ergo hay un defecto de forma.

lunes, 21 de agosto de 2023

Invierno demográfico en la playa

https://www.youtube.com/watch?v=GwFScf8VKIM 

 

 

Supongo que tengo una visión de la realidad alterada por mis recuerdos: cuando mi hermano mayor tenía 3 años era el mayor de 4 chicos, y luego fueron llegando más hermanos. En mi clase del colegio éramos 43 (4 clases por curso, además), todos chicos. En mi grupo scout, en la manada de lobatos éramos 30, como siempre todos chicos. Y las familias numerosas (con el criterio actual) eran normales, los hijos únicos o las familias de sólo 2 no. El caso es que mis recuerdos están poblados de niños por todas partes, de actividades con muchos niños, juegos con muchos niños, muchos niños.

Hace tiempo que vengo fijándome en las personas que me cruzo por la calle. Algunos niños, algunos jóvenes, algunas familias de padres jóvenes. Pero no muchos. Voy al mercado y me cruzo con 20 personas o más (el mercado está muy cerca), y probablemente no más de una no ha cumplido los diez años, 3 los 20 (tal vez los 30), y no más de 6 habrán cumplido los 40. Al menos 10 ya no cumplirán los 60. Y no me parece bien.

He acudido unos días a la playa, este agosto. Pocos niños. Peor aún, niños solos o, a lo sumo, con 1 hermano. ¿Se están convirtiendo, las playas, en lugares para viejos? No, es el país el que se está convirtiendo en un lugar para viejos. Ahora puede ser tan solo una sensación, unas anécdotas, algo que se dice en alguna conversación que otra (recuerdo, de hecho, una contestación que oí a las mujeres jóvenes más de una vez: «¿Quieren hijos? ¡Que paguen!»). Pero llegará un día en que será un tema general, omnipresente. Que se tratará en las noticias, en la radio y en la prensa, que ambientará películas y novelas por doquier. Cuando eso pase, ya será demasiado tarde. Y lo sé porque ya es demasiado tarde. 

Si pasean por los pueblos de la España vacía notarán la tristeza de los pueblos sin niños y sin jóvenes. En las ciudades sigue habiendo personal para dar y tomar, pero este personal está siguiendo el camino de esos pueblos. Y lo que antes era una fiesta y un jolgorio ya es sólo una tertulia y pronto apenas un encuentro casual en la calle. Los padres organizarán fiestas de cumpleaños (o de cualquier cosa) para conseguir un puñado de niños que jueguen juntos y generen alegría, pero incluso esas fiestas tienen, comparadas con las de mi infancia, una asistencia patética. Las señales de lo que está pasando son muy tenues, pero están ahí; tal vez usted no las perciba y por eso crea que exagero, pero no lo hago.

Lo bueno de esto es que cuando ocurra, se acabará la matraca del cambio climático: ¿a quién le importará el mundo que dejará a sus hijos si ve que ya no hay hijos? Cuando alguien no sobrevivirá al 2050, ¿qué le importa en realidad cómo esté el planeta en 2100?

Yo iría llamando ya a los ingenieros para que tomen cartas en el asunto, porque si no tendrán que llamar a los abogados, y entonces será peor.  

 

 

Elvis Presley - If I can dream 

sábado, 19 de agosto de 2023

El pegamento

https://www.youtube.com/watch?v=waJCMjR-Akw 

 

 

Cuando yo era niño, los cromos de las colecciones no eran autoadhesivos ni se guardaban en hojas transparentes, sino que había que pegarlos en los álbumes con pegamento.

Pegamento había de dos tipos 2: el popular pegamento Imedio, con sus características bandas azules, y la cola de carpintero. Cola de carpintero había en todas las casas, creo, porque se usaba para las reparaciones domésticas, pero por eso mismo no era un juguete, no era algo que se destinara a los niños. A diferencia del Imedio, que diría que no tenía otro mercado.

El problema adicional (desde el punto de vista del niño) con la cola de carpintero es que una gota pequeña bastaba, mientras que el Imedio había que extenderlo por la superficie interior del cromo, y si uno aplicaba la técnica del Imedio a la cola, ésta empapaba la hoja del álbum y quedaba un llamativo reblandecimiento de la hoja que pregonaba a los cuatro vientos la falta de pericia del muchacho. 

El problema con el Imedio era otro: que se gastaba. Eso suponía tener que ir a comprarlo (porque siempre había que tener Imedio), y eso suponía pasar el trance de acudir a la madre y explicar que se había acabado el pegamento y que se necesitaba un bote nuevo, conseguir el dinero... A menudo, uno intentaba hacerse el loco y que fuera otro hermano el que descubriera el tema, como la cafetera de café de la oficina en los estereotipos de las series americanas.

Años después aparecieron los cromos autoadhesivos, que ya no necesitan ningún pegamento. Al principio eran cromos caros, especiales (de hecho, creo recordar que aparecieron así: como cromos especiales dentro de las colecciones de cromos "de pegamento", que iban en las páginas centrales de los álbumes), pero luego simplemente se convirtieron en el estándar: decir adiós al pegamento bien valía el precio extra.

Y también apareció la barra de pegamento sólido. Mucho mejor que la resina líquida del Imedio, dónde va usted a comparar. Más fácil de aplicar, no había que romper el tubo para extraer la última gota (que nos ahorraría el trance antedicho), no goteaba (lo que implicaba que no se quedaban los dedos pegados ni caía pegamento fuera del sitio del cromo o del trabajo manual que estuviera el niño haciendo, un error terrible)... En fin, mucho mejor. Hasta el punto de que no sé si aún se vende pegamento Imedio, ya no se concibe otro elemento que la barra de pegamento sólido. Que hasta tiene su propio anglicismo: stick. Como los palos de hockey.

Sí, con los avances técnicos todo son ventajas. Aunque...

He observado, o tengo para mí, que las generaciones criadas con el pegamento sólido son menos mañosas que las que tuvieron que fajarse en su infancia con el pegamento líquido (sobre todo con las que sólo tuvieron la cola de carpintero). Tener que lidiar siendo niño con componentes líquidos, el proceso de aprendizaje de echar a perder muchos álbumes, cromos y muchas otras cosas con los errores cometidos con el pegamento líquido, todo eso convirtió a esos niños en mucho más diestros. Digamos que la dificultad de la aplicación tenía un componente educativo, al eliminar esa dificultad desapareció ese componente educativo. Y los niños dejaron de aprender esa destreza.

Y no sólo son generaciones menos mañosas, sino que también son generaciones que tienden a no resolver los pequeños problemas manuales por sí mismos. Si las cosas no son autoadhesivas, con marcas claras de qué hay que hacer y dónde han de ir las cosas, la mínima complejidad nos echa para atrás. Montar un mueble de Ikea nos parece casi una hazaña. Hace décadas era muy normal que los niños se construyeran sus propios juguetes y desde niños aprendían a montar maquetas complicadas o a pintar  los muñequitos de plástico (que se vendían monocolores, para que el niño los terminara). Eran frecuentes los juguetes que requerían trabajos manuales por parte del niño, estoy pensando en este momento en los recortables de papel pero había muchísimos artículos que exigían la participación final del usuario. Hoy, lo más difícil que se encuentran es el juguetito del huevo Kinder, y estoy seguro de que la gran mayoría de los niños pide a sus padres que se lo monten (¡y se lo montan, no vaya a sufrir la criatura!). Y lo que antes eran juguetes que debía terminar el niño hoy se consideran entretenimientos de personas mayores, no juguetes.

El pegamento es un ejemplo perfecto de cómo en nuestro afán por poner las cosas más fáciles a los niños les hemos escamoteado parte de su educación. Pero hay muchos más ejemplos de cómo el afán de los padres en facilitar las cosas a los hijos perjudica a largo plazo a los hijos.

 

 

Rey Lui - Sudor y resina 

sábado, 5 de agosto de 2023

Socorristas sexys

Se hacen miles de fotografías en las playas. La palma se la llevan, además de los atardeceres, las de bebés en torno a los 12 ó 15 meses. Las demás, por lo general, suelen ser vulgares, no nos llaman la atención. Y suelen ser una impúdica exhibición de miserias humanas o de abandono; sólo los fotógrafos profesionales consiguen que admiremos la instantánea.

Si yo fuera fotógrafo profesional, de esos que hacen exposiciones o publican libros de fotografías, haría una serie sobre socorristas sexys. Iría por las playas, y cuando la composición fuera la adecuada... ¡zas!