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lunes, 11 de noviembre de 2024

Los guiones que ya no se usan

Hubo un tiempo, ya pasado, en el que se solía escribir con máquina de escribir, ya que para eso era. Es muy fácil reconocer un texto escrito con esas máquinas, tipo de letra aparte: los guiones. Cuando uno escribía no sabía cuánto espacio necesitaba y disponía para las palabras, y el espaciado era fijo: habitualmente las palabras no cuadraban con la longitud de la línea. La solución establecida era interrumpir la palabra con guiones, teniendo esta interrupción sus propias reglas.

El primer uso "personal" de los ordenadores fue el de procesador de textos. Quiero decir, existía el uso profesional, de los calculistas de estructuras, los que necesitaban otro tipo de cálculos y el de los que manejaban grandes cantidades de datos, pero fuera de ellos los ordenadores no hacían nada más. Hasta que aparecieron los procesadores de textos. Que tenían casi las mismas reglas que las máquinas de escribir (tipo de letra, espaciado de las letras), pero permitían justificar los párrafos mientras se escribía: podían aumentar ligeramente el espacio entre palabras. 

Pues bien: por ahí triunfaron y entraron en nuestras vidas. Un ordenador era una máquina de escribir mucho mejor que las máquinas de escribir, y máquinas de escribir necesitaba todo el mundo.

Con los ordenadores desapareció la necesidad de interrumpir las palabras. ¿Desaparecieron los guiones? No del todo: las personas que escribimos (en su época, no ahora) en las máquinas mecánicas mantuvimos la sensación de que las palabras largas había que interrumpirlas para que los espaciados entre palabras no fueran tan amplios. Y durante años, poníamos guiones en las palabras a medida que escribíamos.

Pero, la verdad, poco a poco hemos ido abandonando esa práctica. Los nativos digitales nunca sintieron la necesidad de emplear guiones, así que, sí, es cuestión de tiempo, pero a medida que los últimos mohicanos dejen de emplearlos, el guión para escribir palabras en dos líneas desaparecerá.

 

martes, 22 de octubre de 2024

Errores y causas

https://www.youtube.com/watch?v=BoaMajsmuPE 

 

 

Errare humanum est, dice el adagio. Sí, todos nos equivocamos a veces. Pero hay errores y errores. Veo en un episodio de Mayday: catastrofes aéreas un caso en el que el ingeniero de vuelo se equivoca al establecer la velocidad de despegue, no lo consiguen y mueren todos. El error era que la temperatura era de 30°F (están en los States) y él busca el dato para 30° en una tabla que está en grados Celsius. En otro capítulo se equivocan al pasar el peso en kilos de combustible a litros (se suministra en litros), y el avión se queda sin combustible a mitad de trayecto. Con los ingenieros de estructuras (y no sólo) a veces ocurre lo mismo. A veces un error tiene consecuencias terribles. No nos viene mal, pues, que dado que vamos a cometer errores (errare...) reflexionemos siquiera unos minutos sobre porqué cometemos errores y qué podemos hacer al respecto.

La mayoría de los errores se producen por las prisas. Si tuviéramos tiempo suficiente para hacer las cosas bien las haríamos bien. Cometeríamos errores, claro, errare humanum etc., pero dispondríamos de tiempo para repasar lo hecho o dicho, encontraríamos el error y lo solventaríamos. Por lo tanto, la primera tarea de un jefe es conseguir que su personal disponga de tiempo suficiente para hacer bien las cosas. Cuando un jefe médico asigna 6 minutos por paciente, un jefe de ingeniería asigna 16 proyectos a cada ingeniero, o con fechas de entrega imposibles, o un abogado ha de encargarse de 16 casos a la vez o a un técnico se le asignan 5 minutos para cada reparación o a un conductor un tiempo de recorrido... lo que el jefe está pidiendo son errores.

Con todo, las prisas es un factor que pocas veces podemos controlar; salvo que nos durmamos al principio y dilapidemos el tiempo que se nos asigna, por lo general las prisas nos vienen impuestas. Que sí, que la culpa será de otro (por ejemplo, quien ha retenido un mes un proyecto encima de su mesa y la fecha de entrega está fijada por factores externos), pero la cuestión sigue siendo la misma: hacemos el trabajo con prisas. Automáticamente debería saltar una alarma acústica y luminosa: "peligro de errores".

Otra gran fuente de errores es la soberbia. La soberbia nos lleva a la autocomplacencia, a pensar que vamos sobrados, que esto lo sabemos hacer hasta borrachos. A no poner cuidado, todos los sentidos, el máximo interés. También nos lleva, a menudo, a despreciar nuestro desconocimiento del asunto. A acometer tareas para la que no tenemos la pericia o la experiencia suficiente, por no decir que no se tiene ni repajolera idea del asunto; esto último, a mí, me ha ocurrido mil veces, y creo que me sigue ocurriendo aún: he hecho muchas cosas creyendo que sabía lo que hacía y realmente no lo sabía. Esta autocomplacencia nos lleva a la imprudencia, a no repasar, a no establecer un control de calidad, a dormirnos,... a los mismos problemas que nos llevan las prisas. Peligro de errores.

En ocasiones el problema no está en nuestro tejado. Por ejemplo, el cansancio. Muchos errores vienen por estar cansados. Por descontado, nadie quiere resolver nada estando cansado: cansado, lo que procede es descansar y todo lo demás ya se verá. Pero a menudo no está en nuestras manos. Se conduce de noche, al terminar un día agotador, o al llegar a casa hay que continuar, o en el trabajo nos están exprimiendo como limones. O la simple realidad, así son las cosas. ¿Saben los que acuden un domingo temprano a un hospital las horas que lleva trabajando sin descanso el médico que a lo mejor le tiene que operar de urgencia? Si depende de nosotros, nadie debe trabajar sin haber descansado lo suficiente, y menos que nadie nosotros mismos. Si no depende... bien, asegurémonos al menos que está activada la alarma de "peligro de errores".

Ligado con las prisas y también con la autocomplacencia: muchos errores se producen por falta de concentración. ¡Ay, las distracciones, cuánto mal hacen! Y no sólo las distracciones directas, sino también las veces en las que uno está pensando en otra cosa por la razón que sea: es muy difícil dejar los problemas a un lado, como también las ilusiones por los planes previstos (cinco minutos más y me voy de vacaciones...). No tiene nada que ver, y probablemente es pura casualidad, pero ¡es que me ha pasado varias veces!: mi último día de trabajo antes de las vacaciones de verano, a punto de terminar la jornada, he tenido un accidente de lo más tonto. El último, el año pasado, fue el colmo de los colmos: ese día hice una inspección y ya sólo me quedaba bajarme de una plataforma elevadora, despedirme de todos y volver a Barcelona; pues bien, al bajarme del último escalón solté la barra horizontal de la barandilla de la plataforma, ésta bajó de golpe y me atrapó el pulgar de la otra mano, que aún no había soltado la barandilla. Claro que no supera a aquella vez, hace años, que salí de la fábrica quemando rueda para recoger a la familia e irnos a Asturias y, furioso porque el coche de delante circulaba "demasiado despacio" arrimé tanto el coche a la acera para adelantarle con virilidad que me cargué una rueda y perdí toda la tarde en la reparación: por prisas, por autocomplacencia y por distraerme.

Otra causa de la que no nos damos cuenta es la frustración. Cuando algo no nos sale, a menudo nos obcecamos e intentamos repetir lo que no ha funcionado. En esos momentos la frustración no nos deja pensar con claridad, que es justamente lo que tendríamos que hacer. A veces alguien nos dice con cariño "anda quita, ya lo hago yo" o nos da algún consejo que nos haga parar y reflexionar, pero las más de las veces está en nosotros detectar que nos frustramos y que ése no es el camino.

Para terminar, muchos errores no saldrían a la luz si ejerciéramos un último paso, lo que en términos de ingeniería denominaríamos "control de calidad". Repase. Siempre hay que repasar, incluso por más prisas que se tengan: el repaso ha de ser parte de la solución, ninguna solución ha de considerarse tal si no incluye su repaso. Y esto vale para todo: ¿acaso no ha oído nunca eso de "pensar dos veces antes de hablar"?




Antonio Soler - Fandango en re (arreglos: Nils Mönkemeyer)

  

lunes, 16 de septiembre de 2024

El tornillo

Las chicas de la Cruz Roja es una película española de 1958. En ella Tony Leblanc ejecuta el famoso chiste del tornillo:


Este chiste se ha contado infinidad de ocasiones con múltiples variantes adaptándola a los tiempos para que pareciera siempre un chiste novedoso, yo mismo en este mismo blog hace unos años. Y, sin embargo, en 1958 ya circulaba.

Esta claro que nosotros no inventamos el mundo. Nihil novum sub sole.

jueves, 11 de julio de 2024

De sendas y alcorces

En mis años mozos hice muchas excursiones por la montaña. Como era de esperar, me perdí muchas veces.

Las cosas eran muy diferentes, entonces, sin Google Maps y todo eso: ciertamente, había mucha más nieve, tanto en verano como en invierno (en invierno más nieve que ahora en invierno y en verano más nieve que ahora en verano, ha de entenderse), pero lo significativo para lo que nos ocupa es que antes los recorridos estaban mucho menos señalizados que ahora y había mucha menos gente. Ahora es difícil perderse (o quizá no tanto), ya que en muchos recorridos basta con seguir a los demás. En verano hay excursionistas de sobra. Pero entonces no los había, y lo reconozco: me perdí un porrón de veces. Muchas veces me perdí mucho.

Y en la mayoría de los casos, la razón por la que elegía un camino equivocado es que la senda a no tomar parecía mucho más ancha, mejor, más cómoda y/o más indicada que la correcta. O bien porque el alcorce parecía eso, un alcorce. Y luego resultaba que de alcorce, nada. Que aquello no llevaba a ningún sitio, si acaso a una trampa mortal.

Pero les aseguro que al principio siempre parecía una buena decisión. 

martes, 11 de junio de 2024

Antares la roja

https://www.youtube.com/watch?v=18tFsq-u6QY 

 

 

Hace bastantes años, trabajaba en una fábrica y mi ordenador era de tipo portátil. En aquella época sólo el gerente y yo teníamos portátil, pues los demás que viajaban no empleaban ordenadores más que cuando volvían a la base, y el mandamás absoluto ni siquiera tenía ordenador en su despacho (y alardeaba de ello). El caso es que, como se estilaba entonces, mi portátil tenía una contraseña de arranque, previa a que se cargara el sistema operativo. Y sólo yo sabía la contraseña de mi ordenador. El departamento de informática sabía la contraseña de Windows, pero la del arranque no.

Unas vacaciones de verano, un día de playa o piscina, me vino a la cabeza que no recordaba la contraseña. ¡Glup! Sin contraseña no podía encender el portátil. Pero no era capaz de recordarla. Ahora tengo una libreta negra en la que apunto las contraseñas de todo, pero entonces no.

Poco a poco el terror de no recordarla se me apoderó. Por la noche me acostaba pensando cuál sería, de madrugada me despertaba con esa idea fija. La víspera de volver al trabajo no sabía dónde esconderme.

Aquel lunes, a las 8:30 entré en la fábrica presa de sudores fríos. Tenía algunas posibles contraseñas en la cabeza, pero sabía que ninguna de ellas era. Ni idea de cómo iba a salir del trago. En la soledad de mi despacho, encendí el ordenador.

Y escribí la contraseña. Sin pensarla, como un automatismo que se ejecuta de manera inconsciente. Ni me había dado cuenta de que la tecleaba. Simplemente, mi cuerpo reaccionó como lo había hecho tantas veces antes sentado en ese mismo escritorio tantas mañanas al encender ese mismo ordenador.

Antares. Mi contraseña era Antares y aunque han pasado décadas, sigo recordando los nervios y mi asombro.

Pero ya no he vuelto a usar Antares como contraseña.

 

 

Antares es una estrella. Una supergigante roja, relativamente cerca de la Tierra (a "sólo" 550 años luz) de la constelación de Escorpio. Escorpio es una constelación zodiacal; estas constelaciones se encuentran en el aparente camino por el firmamento del Sol y los planetas, y de ahí su nombre: Ant-Ares, "el anti-Marte" (recordemos que Marte es el Ares de los romanos). Como decía, Antares es gigantesca: aunque su tamaño no se puede determinar con precisión (es comprensible), la temperatura en la superficie se estima en unos 3.600° K, lo que hace que gran parte de la luz que emite lo hace en infrarrojo, y cuando se incluye ese dato en la ecuación se concluye teóricamente que la estrella verdadera tiene un radio de unos 3 UA. 1 UA, una unidad astronómica, es la distancia media entre el Sol y la Tierra, en torno a los 150 millones de kilómetros, así que Antares tendría un radio de unos 450 millones. Más aún, es tan grande que los astrónomos pueden detectar el disco e incluso medir su tamaño: más o menos, 3,4 UA. Por comparar: el Sol tiene un radio de unos 0,7 millones de kilómetros. A escala: si el Sol es una pelota de tenis y la Tierra un finísimo grano de arena de 6 décimas de milímetro, Antares es una esfera de 51 m de diámetro y 70.000 m³ de capacidad. Grande, ¿verdad?

 (lea la nota de prensa del primer mapa de la superficie de una estrella que no es el Sol)

Antares es tan brillante que nos tapa una estrella que tiene como compañera. Esa estrella está, de Antares, a apenas 550 UA: de nuevo, por comparar, es como si la estrella más próxima del Sol estuviera a 3 días luz de distancia (la estrella más cercana, Alfa Centauri, está a 4,36 años luz).

Pero lo mejor de Antares es que no le queda mucho: cualquier día de estos explotará como una brillante supernova, así que durante unos cuantos meses tendremos una estrella en el cielo que brillará tanto como una luna llena y que se verá incluso de día. Y luego, probablemente, se convertirá en una estrella de neutrones. ¿Cuándo ocurrirá eso? Como comprenderá, no se sabe. Se cree que tal vez dentro de un millón de años (un parpadeo, en términos astronómicos), pero podría ocurrir… tal vez esta misma noche.

Cuando ocurra, nos enteraremos porque la veremos. O, bueno, en realidad 550 años después.

 

 

Johan Strauss (hijo) - Perpetuum mobile

lunes, 26 de febrero de 2024

La chispa de la vida

La famosísima canción de Coca-Cola, "La chispa de la vida" tuvo un impacto tremendo. Recordemos uno de sus vídeos que aún circulan en youtube.com:


El tema, por supuesto, tenía una versión "original" americana:




Pero pongo "original" entre comillas porque era una versión de una canción original del grupo "The new seekers", I'd like to teach the world to sing, que sonaba así:
 

Y, por si alguien se lo preguntaba, sí, también había versión en español de la canción original:



 

viernes, 15 de diciembre de 2023

A mi madre le gustaba Nat King Cole

https://www.youtube.com/watch?v=JErVP6xLZwg 

 

 

Nat King Cole nació en 1919 y murió en 1965 antes de cumplir los 46 años, de cáncer de pulmón. Era un negro de Alabama (aunque siendo niño se mudó con su familia a Chicago) en esas décadas, así que se pueden imaginar el resto: él sí sufrió racismo del bueno. El pobre tenía problemas con los blancos porque era negro y con los negros porque... gustaba a los blancos.

A mi madre le gustaba Nat King Cole. Y teníamos en casa un disco, Cole Español creo que se titulaba, aunque puede que fuera Nat King Cole canta en español, no recuerdo. Mis padres tenían poquísimos discos, pero éste era uno de ellos.

Cole no hablaba español, según parece: era un zote para esto de los idiomas. Resulta que lo que hizo fue aprenderse las canciones en español palabra por palabra.

Yo, de pequeño, oía el disco de Nat King Cole. No tenía muchos discos por entonces y la verdad es que las canciones eran muy agradables.

Con los años, Nat King Cole me ha ido gustando cada vez más. Y canciones como la que acompañan este artículo... ¡buf!, hay que saborearlas despacio.

 

 

 

Nat King Cole - L-O-V-E 

jueves, 30 de noviembre de 2023

Tres efemérides II: Horacio

https://www.youtube.com/watch?v=Rc78j1yICps 

 

La palabra dicha no puede ser borrada. (Horacio)


Cuando yo era chaval, los curas de mi colegio albergaron a un cura polaco. ¿Cómo se entendían? En latín. Cuando yo era chaval, todos los curas - el polaco también- sabían latín. 

Cuando yo era chaval, los curas sabían latín; la población en general no. Nuestros mayores habían estudiado latín, claro, mi padre tuvo 7 años de latín en la escuela, pero no alcanzaban el dominio de generaciones anteriores. De 100 ó 150 años antes, no me extrañaría que las personas cultas de 1850 sí pudieran hablar en latín con cierta fluidez. A mí, por supuesto, no me llegó el interés por el latín de la época de mi padre (en librerías de lance he encontrado manuales escolares de la época que ¡caray!), pero por alguna razón estudié que los principales nombres de la literatura latina eran Virgilio, Ovidio y Horacio. Supongo que sería por, entre otras cosas, lo canónico de su latín: es curioso que los tres fueran coetáneos. Con el tiempo, ya mayor, supe de otros: Salustio, Suetonio, Marcial, Plauto, etc. Pero los nombres de pequeño eran esos. No sé los nombres que habrán estudiado los jóvenes hoy en día, y no me extrañaría que la lista se redujera a ninguno. Eso no significa que los jóvenes de hoy en día no hayan estudiado los datos fundamentales de la civilización romana (nadie estudia autores cartagineses), pero da que pensar acerca de la formación que estamos dando a nuestros menores.

Pero centrémonos en Horacio, porque el 27 de noviembre fue el aniversario de su muerte.

Para empezar, se llamaba Quintus Horatius Flaccus, pero todos le llamamos Horacio. Comprensible. Su padre era un liberto (un antiguo esclavo manumitido), que poseía un pequeño trozo de tierra, y su mayor deseo era que su hijo llegara a ser un ciudadano culto, instruido y virtuoso. Para cumplir su deseo, se trasladó a Roma, y allí Horacio supo sacar provecho de los sacrificios paternos, y a los veinte años fue a Atenas para completar su instrucción. 

De regreso a Roma se vio obligado a ganarse la vida como escribano. La necesidad le hizo audaz, y compuso sus primeros versos, los cuales le introdujeron en los medios literarios. Así fue como trabó amistad con Virgilio y, a través de éste, con Mecenas. En aquella época mecenas no significaba "protector de los artistas", sino que era el nombre de un patricio romano muy rico, que le regaló a Horacio una villa donde éste llevó una existencia tranquila y sin agobios económicos. Allí pudo dedicar todo su tiempo a escribir, y de esta historia surge la palabra mecenas y su significado. Por si no lo sabían.

Horacio tenía una filosofía de la vida basada en el justo medio de las cosas. El emperador Augusto le ofreció ser su secretario particular, pero rechazó la oferta: prefería la paz de su villa, sus escritos y sus amigos. Mecenas, claro, pero es que Horacio no tenía deseos de poder o de riquezas.

El poeta murió el 27 de noviembre del año 8 antes de Cristo, pocos días después que Mecenas. El emperador, que sabía del afecto que unía a ambos hombres, mandó que fueran enterrados uno al lado del otro, en el Esquilino. Dentro, por tanto, de las murallas de la ciudad.

No estoy versado en Horacio. Ni en Ovidio, ni en Virgilio. Empecé la Eneida (no en latín, por descontado), pero no la pude terminar: me pareció demasiado pedante, comparada con Homero. Pero eso no quita para que no sepa que Ovidio escribió el Ars amandi, y que recuerde los nombres de estos tres grandes. Cultura general, el nivel de cultura general que se entendía como imprescindible cuando yo era chico. Ahora... no sé. Creo que la cultura general que se considera imprescindible ahora es de menor nivel que en mis años mozos. No sé si porque los poderes consideran que no es necesario un nivel como el de entonces o porque no se considera adecuado tener que hacer el esfuerzo necesario. Sea lo que sea, es un signo de estos tiempos. Deberíamos reflexionar sobre ello, y por eso aprovecho la efemérides de Horacio para sacar el tema a colación. 

 

 

Por cierto: Horacio fue el autor de la famosa frase Carpe diem. Quizá les suene.

 

 

 

Enya - Cursum Perficio 

martes, 24 de octubre de 2023

El buen ingeniero no deja solos

https://www.youtube.com/watch?v=rfoakeJeR1Q 

 

 

En mis primeros años como ingeniero, pongamos con 24-25 años, trabajé como director de una fábrica. La fábrica era pequeñita, pero trabajaba a 3 turnos. Salvo los técnicos y yo. Mi horario era el más especial: de 9 a 1 y de 4 a 8. 

Como ocurre a menudo con los directores de la fábrica, yo no cumplía el horario a rajatabla. Sobre todo lo de irme a las 8. Y no porque tuviera tanto trabajo atrasado cada día que lo necesitara, qué va. Era tan solo que me gustaba quedarme. Estar en la fábrica, pasearme, hablar con los obreros, observarles mientras trabajan. Digamos que, terminada mi faena diaria, dedicaba un rato a conocer. Recordemos que yo tenía 24 años, por lo que mi experiencia de la vida era limitada, y la confraternización con los obreros, que me cuenten sus historias, sus cuitas o cómo ven ellos (y viven ) la realidad me interesaba mucho.

Los obreros a mí me respetaban muchísimo, y me trataban siempre de "señor". La fábrica estaba en un pueblecito, los obreros habían sido todos labradores antes que obreros (salvo los más pobres, que no tenían tierras y con 8 años ya los habían puesto a trabajar), por descontado ninguno tenía estudios y yo era tal vez el único ilustrado al que tenían acceso. Aunque yo tuviera sólo 24 años, para ellos yo era una persona que entendía las cosas, que veía cosas que ellos no veían, que realmente sabía. Yo, por supuesto, intentaba estar a la altura que me atribuían.

El caso es que recuerdo una ocasión, ya tarde, uno de ellos, que se llamaba Vicente, me dijo que les gustaba que yo me quedara, porque cuando yo me iba ellos se quedaban "muy solos".

Ésa fue una una conversación que todo ingeniero debería tener con sus obreros.

Cuando yo me iba, los obreros se quedaban solos. Los de la tarde debían terminar el turno solos hasta que llegara el relevo de la noche, los de la noche trabajar solos en un más bien defender el fuerte, y los de la mañana entrar y aguantar hasta que a las 8 empezaran a llegar los demás. Cualquier situación que surgiera en ese periodo debían afrontarla y resolverla ellos solos. Lo que Vicente me venía a decir es que agradecían infinito mi esfuerzo en que ese periodo fuera lo más corto posible.

La semana pasada estuve en una obra. No debería haber estado, porque yo sólo tenía que hacer el cálculo y de la ejecución se encargaban otros, pero había dudas sobre la idoneidad de mi propuesta de pilotaje y yo la había defendido diciendo que cuando se hicieran los pilotes yo estaría y que si surgía algún problema o algo anormal, al estar yo se detectaría y podría reaccionar en consecuencia. El caso es que cuando se ejecutaron los pilotes allí que me fui.

La obra era pequeñita, pero para mi sorpresa allí, fuera de los peones, no había nadie de la constructora. Ni encargado, ni jefe de obra ni nada. Ni siquiera se acercaron a saludarme, nada. Los peones supongo que sabrían que yo iba a ir, en cualquier caso me dejaron aparcar el coche en la obra y moverme como Pedro por su casa. En cuanto a la empresa que ejecutaba los pilotes, sí es cierto que a media mañana se acercó la responsable de la empresa para comprobar que todo estaba bien. Sólo el primer día, claro, luego ya iban solos.

Yo estuve durante la ejecución de todos los pilotes. Luego ya me da igual, el resto de la obra la hace un tonto, pero en la fase más importante, en la que más desconocimiento hay y la única que ya no tendría arreglo posible, ahí estuve. Por cierto que la responsable de la empresa pilotadora me dijo que posiblemente yo era el único técnico que ella conociera que hacía lo que yo hacía, el estar ahí presente e involucrarse.

Y se notaba, que el maquinista pilotador confiaba en mí, que le tranquilizaba que yo estuviera. A todos en general. Uno de los peones me estuvo contando, que tenía 60 años, que ya su padre había sido peón en la construcción, que en cierta ocasión hace ya años su empresa tenía que ejecutar una obra y no sabía cómo y él se acordó de cosas de su padre y se lo dijo al jefe y a éste le pareció muy buena idea y funcionó y todas esas cosas.

Yo no pude menos que acordarme de aquello que me dijo Vicente hace muchos años.



Jacques Offenbach - Orfeo en los infiernos: galope infernal

 

sábado, 19 de agosto de 2023

El pegamento

https://www.youtube.com/watch?v=waJCMjR-Akw 

 

 

Cuando yo era niño, los cromos de las colecciones no eran autoadhesivos ni se guardaban en hojas transparentes, sino que había que pegarlos en los álbumes con pegamento.

Pegamento había de dos tipos 2: el popular pegamento Imedio, con sus características bandas azules, y la cola de carpintero. Cola de carpintero había en todas las casas, creo, porque se usaba para las reparaciones domésticas, pero por eso mismo no era un juguete, no era algo que se destinara a los niños. A diferencia del Imedio, que diría que no tenía otro mercado.

El problema adicional (desde el punto de vista del niño) con la cola de carpintero es que una gota pequeña bastaba, mientras que el Imedio había que extenderlo por la superficie interior del cromo, y si uno aplicaba la técnica del Imedio a la cola, ésta empapaba la hoja del álbum y quedaba un llamativo reblandecimiento de la hoja que pregonaba a los cuatro vientos la falta de pericia del muchacho. 

El problema con el Imedio era otro: que se gastaba. Eso suponía tener que ir a comprarlo (porque siempre había que tener Imedio), y eso suponía pasar el trance de acudir a la madre y explicar que se había acabado el pegamento y que se necesitaba un bote nuevo, conseguir el dinero... A menudo, uno intentaba hacerse el loco y que fuera otro hermano el que descubriera el tema, como la cafetera de café de la oficina en los estereotipos de las series americanas.

Años después aparecieron los cromos autoadhesivos, que ya no necesitan ningún pegamento. Al principio eran cromos caros, especiales (de hecho, creo recordar que aparecieron así: como cromos especiales dentro de las colecciones de cromos "de pegamento", que iban en las páginas centrales de los álbumes), pero luego simplemente se convirtieron en el estándar: decir adiós al pegamento bien valía el precio extra.

Y también apareció la barra de pegamento sólido. Mucho mejor que la resina líquida del Imedio, dónde va usted a comparar. Más fácil de aplicar, no había que romper el tubo para extraer la última gota (que nos ahorraría el trance antedicho), no goteaba (lo que implicaba que no se quedaban los dedos pegados ni caía pegamento fuera del sitio del cromo o del trabajo manual que estuviera el niño haciendo, un error terrible)... En fin, mucho mejor. Hasta el punto de que no sé si aún se vende pegamento Imedio, ya no se concibe otro elemento que la barra de pegamento sólido. Que hasta tiene su propio anglicismo: stick. Como los palos de hockey.

Sí, con los avances técnicos todo son ventajas. Aunque...

He observado, o tengo para mí, que las generaciones criadas con el pegamento sólido son menos mañosas que las que tuvieron que fajarse en su infancia con el pegamento líquido (sobre todo con las que sólo tuvieron la cola de carpintero). Tener que lidiar siendo niño con componentes líquidos, el proceso de aprendizaje de echar a perder muchos álbumes, cromos y muchas otras cosas con los errores cometidos con el pegamento líquido, todo eso convirtió a esos niños en mucho más diestros. Digamos que la dificultad de la aplicación tenía un componente educativo, al eliminar esa dificultad desapareció ese componente educativo. Y los niños dejaron de aprender esa destreza.

Y no sólo son generaciones menos mañosas, sino que también son generaciones que tienden a no resolver los pequeños problemas manuales por sí mismos. Si las cosas no son autoadhesivas, con marcas claras de qué hay que hacer y dónde han de ir las cosas, la mínima complejidad nos echa para atrás. Montar un mueble de Ikea nos parece casi una hazaña. Hace décadas era muy normal que los niños se construyeran sus propios juguetes y desde niños aprendían a montar maquetas complicadas o a pintar  los muñequitos de plástico (que se vendían monocolores, para que el niño los terminara). Eran frecuentes los juguetes que requerían trabajos manuales por parte del niño, estoy pensando en este momento en los recortables de papel pero había muchísimos artículos que exigían la participación final del usuario. Hoy, lo más difícil que se encuentran es el juguetito del huevo Kinder, y estoy seguro de que la gran mayoría de los niños pide a sus padres que se lo monten (¡y se lo montan, no vaya a sufrir la criatura!). Y lo que antes eran juguetes que debía terminar el niño hoy se consideran entretenimientos de personas mayores, no juguetes.

El pegamento es un ejemplo perfecto de cómo en nuestro afán por poner las cosas más fáciles a los niños les hemos escamoteado parte de su educación. Pero hay muchos más ejemplos de cómo el afán de los padres en facilitar las cosas a los hijos perjudica a largo plazo a los hijos.

 

 

Rey Lui - Sudor y resina 

sábado, 24 de junio de 2023

Noche de san Juan

Noche de san Juan. Calor, ventana abierta. Hacia las diez de la noche empiezo a escuchar los primeros petardos, lejanos o flojos. Hacia las diez y media, ya están aquí. Hacia las once, cohetes estruendosos, y cierro la ventana.

Hace, pongamos, veinte años, en mayo empezaban a surgir como setas los puntos de venta de petardos. Allá donde hubiera un local libre o un espacio para una caseta temporal. En junio el buzón se llenaba todos los días con folletos de ofertas de petardos. Los niños no aguantaban, y ya dos semanas antes de san Juan se empezaban a escuchar los más leves, los que manejan los niños más pequeños. La semana de san Juan esto parecía Sarajevo. Luego estaba la noche en sí, conozco a personas que se iban de Cataluña esa noche por imposible. A la mañana siguiente, todas las aceras eran un reguero de carcasas de petardos, imposible no pisarlos. Y los niños que no habían podido tirarlos todos la noche antes aprovechaban la mañana. Petardeo, petardeo, petardeo.

Este año, nada de nada. Ni puestos de venta, ni folletos en el buzón, ni petardos antes de tiempo. Alguno potente por la noche, pero ni punto de comparación con antaño, cuando bajábamos las persianas para que no se colaran en casa. Y por la mañana, aceras limpias, sin carcasas. Y siguen sin oírse. 

¡Qué diferencia! El cambio ha sido gradual, pero cuando uno echa la vista atrás la percibe.

Puede que haya cambiado la forma en la que celebramos la fiesta de San Juan.

Puede que haya cambiado la sociedad catalana, o la barcelonesa. 

Puede que haya cambiado mi barrio y que ahora seamos o personas distintas o las mismas pero 20 años más viejas. 

viernes, 3 de febrero de 2023

La guerra es el infierno

https://www.youtube.com/watch?v=EeoFiBizcyE 

 

 

Me comunican que se ha muerto Karl, un arquitecto alemán con el que trabajé hace años. Era ya mayor, aunque no demasiado, pero sé que estaba enfermo del corazón. Pero aun así. Siempre se van los mejores, a veces. Como ésta.

Por edad, Karl era, lógicamente, hijo de un excombatiente. Excombatiente alemán de la segunda guerra mundial, no hace falta decirlo. Era inevitable que existieran personas como Karl. ¿Hijos de nazis? Eso es mucho decir: era hijo de un alemán que, sí, luchó con los nazis. ¿Le convierte eso a Karl en nazi? En absoluto, salvo que los alemanes fueran como muchos españoles que siguen acusando a los españoles de hoy de cosas que quizá (sólo quizá) habrían podido acusar tal vez a sus bisabuelos.

Pero es que Karl, me contó un día, nunca habló de la guerra con su padre. Mejor dicho, su padre nunca le habló a Karl de la guerra. Y Karl creyó saber porqué. Un día descubrió una foto de su padre de cuando entonces. No sé qué tipo de foto era, tal vez alguna de carnet de algo, de un salvoconducto o qué se yo, pero la vio. Y entonces supo qué hizo su padre durante la guerra, porque reconoció las insignias del cuello. Las dos calaveras. 

Su padre había servido en las SS en los campos de concentración.

A su padre lo alistaron y lo destinaron allí, cosas que pasaban. Supongo que el hombre, el chaval más bien, hizo lo que tenía que hacer. Supongo que no le gustó nada, y supongo que por eso jamás habló con su hijo de la guerra.

Su hijo nunca quiso preguntarle. 

Algo tiene la guerra, que los que la conocen sólo quieren olvidarla, y los hijos que no la viven perciben el dolor de los que sí y no quieren, tampoco, saber más de lo imprescindible.

La madre de Karl era francesa. El chaval no sería tan malo, pues. Y aquella generación entendía.

 

Ya que nosotros no aprendemos de los nuestros, aprendamos al menos de los de los demás. 

 

 

Vera Lynn - We'll meet again