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lunes, 26 de febrero de 2024

La chispa de la vida

La famosísima canción de Coca-Cola, "La chispa de la vida" tuvo un impacto tremendo. Recordemos uno de sus vídeos que aún circulan en youtube.com:


El tema, por supuesto, tenía una versión "original" americana:




Pero pongo "original" entre comillas porque era una versión de una canción original del grupo "The new seekers", I'd like to teach the wolrd to sing, que sonaba así:
 

Y, por si alguien se lo preguntaba, sí, también había versión en español de la canción original:



 

viernes, 15 de diciembre de 2023

A mi madre le gustaba Nat King Cole

https://www.youtube.com/watch?v=JErVP6xLZwg 

 

 

Nat King Cole nació en 1919 y murió en 1965 antes de cumplir los 46 años, de cáncer de pulmón. Era un negro de Alabama (aunque siendo niño se mudó con su familia a Chicago) en esas décadas, así que se pueden imaginar el resto: él sí sufrió racismo del bueno. El pobre tenía problemas con los blancos porque era negro y con los negros porque... gustaba a los blancos.

A mi madre le gustaba Nat King Cole. Y teníamos en casa un disco, Cole Español creo que se titulaba, aunque puede que fuera Nat King Cole canta en español, no recuerdo. Mis padres tenían poquísimos discos, pero éste era uno de ellos.

Cole no hablaba español, según parece: era un zote para esto de los idiomas. Resulta que lo que hizo fue aprenderse las canciones en español palabra por palabra.

Yo, de pequeño, oía el disco de Nat King Cole. No tenía muchos discos por entonces y la verdad es que las canciones eran muy agradables.

Con los años, Nat King Cole me ha ido gustando cada vez más. Y canciones como la que acompañan este artículo... ¡buf!, hay que saborearlas despacio.

 

 

 

Nat King Cole - L-O-V-E 

jueves, 30 de noviembre de 2023

Tres efemérides II: Horacio

https://www.youtube.com/watch?v=Rc78j1yICps 

 

La palabra dicha no puede ser borrada. (Horacio)


Cuando yo era chaval, los curas de mi colegio albergaron a un cura polaco. ¿Cómo se entendían? En latín. Cuando yo era chaval, todos los curas - el polaco también- sabían latín. 

Cuando yo era chaval, los curas sabían latín; la población en general no. Nuestros mayores habían estudiado latín, claro, mi padre tuvo 7 años de latín en la escuela, pero no alcanzaban el dominio de generaciones anteriores. De 100 ó 150 años antes, no me extrañaría que las personas cultas de 1850 sí pudieran hablar en latín con cierta fluidez. A mí, por supuesto, no me llegó el interés por el latín de la época de mi padre (en librerías de lance he encontrado manuales escolares de la época que ¡caray!), pero por alguna razón estudié que los principales nombres de la literatura latina eran Virgilio, Ovidio y Horacio. Supongo que sería por, entre otras cosas, lo canónico de su latín: es curioso que los tres fueran coetáneos. Con el tiempo, ya mayor, supe de otros: Salustio, Suetonio, Marcial, Plauto, etc. Pero los nombres de pequeño eran esos. No sé los nombres que habrán estudiado los jóvenes hoy en día, y no me extrañaría que la lista se redujera a ninguno. Eso no significa que los jóvenes de hoy en día no hayan estudiado los datos fundamentales de la civilización romana (nadie estudia autores cartagineses), pero da que pensar acerca de la formación que estamos dando a nuestros menores.

Pero centrémonos en Horacio, porque el 27 de noviembre fue el aniversario de su muerte.

Para empezar, se llamaba Quintus Horatius Flaccus, pero todos le llamamos Horacio. Comprensible. Su padre era un liberto (un antiguo esclavo manumitido), que poseía un pequeño trozo de tierra, y su mayor deseo era que su hijo llegara a ser un ciudadano culto, instruido y virtuoso. Para cumplir su deseo, se trasladó a Roma, y allí Horacio supo sacar provecho de los sacrificios paternos, y a los veinte años fue a Atenas para completar su instrucción. 

De regreso a Roma se vio obligado a ganarse la vida como escribano. La necesidad le hizo audaz, y compuso sus primeros versos, los cuales le introdujeron en los medios literarios. Así fue como trabó amistad con Virgilio y, a través de éste, con Mecenas. En aquella época mecenas no significaba "protector de los artistas", sino que era el nombre de un patricio romano muy rico, que le regaló a Horacio una villa donde éste llevó una existencia tranquila y sin agobios económicos. Allí pudo dedicar todo su tiempo a escribir, y de esta historia surge la palabra mecenas y su significado. Por si no lo sabían.

Horacio tenía una filosofía de la vida basada en el justo medio de las cosas. El emperador Augusto le ofreció ser su secretario particular, pero rechazó la oferta: prefería la paz de su villa, sus escritos y sus amigos. Mecenas, claro, pero es que Horacio no tenía deseos de poder o de riquezas.

El poeta murió el 27 de noviembre del año 8 antes de Cristo, pocos días después que Mecenas. El emperador, que sabía del afecto que unía a ambos hombres, mandó que fueran enterrados uno al lado del otro, en el Esquilino. Dentro, por tanto, de las murallas de la ciudad.

No estoy versado en Horacio. Ni en Ovidio, ni en Virgilio. Empecé la Eneida (no en latín, por descontado), pero no la pude terminar: me pareció demasiado pedante, comparada con Homero. Pero eso no quita para que no sepa que Ovidio escribió el Ars amandi, y que recuerde los nombres de estos tres grandes. Cultura general, el nivel de cultura general que se entendía como imprescindible cuando yo era chico. Ahora... no sé. Creo que la cultura general que se considera imprescindible ahora es de menor nivel que en mis años mozos. No sé si porque los poderes consideran que no es necesario un nivel como el de entonces o porque no se considera adecuado tener que hacer el esfuerzo necesario. Sea lo que sea, es un signo de estos tiempos. Deberíamos reflexionar sobre ello, y por eso aprovecho la efemérides de Horacio para sacar el tema a colación. 

 

 

Por cierto: Horacio fue el autor de la famosa frase Carpe diem. Quizá les suene.

 

 

 

Enya - Cursum Perficio 

martes, 24 de octubre de 2023

El buen ingeniero no deja solos

https://www.youtube.com/watch?v=rfoakeJeR1Q 

 

 

En mis primeros años como ingeniero, pongamos con 24-25 años, trabajé como director de una fábrica. La fábrica era pequeñita, pero trabajaba a 3 turnos. Salvo los técnicos y yo. Mi horario era el más especial: de 9 a 1 y de 4 a 8. 

Como ocurre a menudo con los directores de la fábrica, yo no cumplía el horario a rajatabla. Sobre todo lo de irme a las 8. Y no porque tuviera tanto trabajo atrasado cada día que lo necesitara, qué va. Era tan solo que me gustaba quedarme. Estar en la fábrica, pasearme, hablar con los obreros, observarles mientras trabajan. Digamos que, terminada mi faena diaria, dedicaba un rato a conocer. Recordemos que yo tenía 24 años, por lo que mi experiencia de la vida era limitada, y la confraternización con los obreros, que me cuenten sus historias, sus cuitas o cómo ven ellos (y viven ) la realidad me interesaba mucho.

Los obreros a mí me respetaban muchísimo, y me trataban siempre de "señor". La fábrica estaba en un pueblecito, los obreros habían sido todos labradores antes que obreros (salvo los más pobres, que no tenían tierras y con 8 años ya los habían puesto a trabajar), por descontado ninguno tenía estudios y yo era tal vez el único ilustrado al que tenían acceso. Aunque yo tuviera sólo 24 años, para ellos yo era una persona que entendía las cosas, que veía cosas que ellos no veían, que realmente sabía. Yo, por supuesto, intentaba estar a la altura que me atribuían.

El caso es que recuerdo una ocasión, ya tarde, uno de ellos, que se llamaba Vicente, me dijo que les gustaba que yo me quedara, porque cuando yo me iba ellos se quedaban "muy solos".

Ésa fue una una conversación que todo ingeniero debería tener con sus obreros.

Cuando yo me iba, los obreros se quedaban solos. Los de la tarde debían terminar el turno solos hasta que llegara el relevo de la noche, los de la noche trabajar solos en un más bien defender el fuerte, y los de la mañana entrar y aguantar hasta que a las 8 empezaran a llegar los demás. Cualquier situación que surgiera en ese periodo debían afrontarla y resolverla ellos solos. Lo que Vicente me venía a decir es que agradecían infinito mi esfuerzo en que ese periodo fuera lo más corto posible.

La semana pasada estuve en una obra. No debería haber estado, porque yo sólo tenía que hacer el cálculo y de la ejecución se encargaban otros, pero había dudas sobre la idoneidad de mi propuesta de pilotaje y yo la había defendido diciendo que cuando se hicieran los pilotes yo estaría y que si surgía algún problema o algo anormal, al estar yo se detectaría y podría reaccionar en consecuencia. El caso es que cuando se ejecutaron los pilotes allí que me fui.

La obra era pequeñita, pero para mi sorpresa allí, fuera de los peones, no había nadie de la constructora. Ni encargado, ni jefe de obra ni nada. Ni siquiera se acercaron a saludarme, nada. Los peones supongo que sabrían que yo iba a ir, en cualquier caso me dejaron aparcar el coche en la obra y moverme como Pedro por su casa. En cuanto a la empresa que ejecutaba los pilotes, sí es cierto que a media mañana se acercó la responsable de la empresa para comprobar que todo estaba bien. Sólo el primer día, claro, luego ya iban solos.

Yo estuve durante la ejecución de todos los pilotes. Luego ya me da igual, el resto de la obra la hace un tonto, pero en la fase más importante, en la que más desconocimiento hay y la única que ya no tendría arreglo posible, ahí estuve. Por cierto que la responsable de la empresa pilotadora me dijo que posiblemente yo era el único técnico que ella conociera que hacía lo que yo hacía, el estar ahí presente e involucrarse.

Y se notaba, que el maquinista pilotador confiaba en mí, que le tranquilizaba que yo estuviera. A todos en general. Uno de los peones me estuvo contando, que tenía 60 años, que ya su padre había sido peón en la construcción, que en cierta ocasión hace ya años su empresa tenía que ejecutar una obra y no sabía cómo y él se acordó de cosas de su padre y se lo dijo al jefe y a éste le pareció muy buena idea y funcionó y todas esas cosas.

Yo no pude menos que acordarme de aquello que me dijo Vicente hace muchos años.



Jacques Offenbach - Orfeo en los infiernos: galope infernal

 

sábado, 19 de agosto de 2023

El pegamento

https://www.youtube.com/watch?v=waJCMjR-Akw 

 

 

Cuando yo era niño, los cromos de las colecciones no eran autoadhesivos ni se guardaban en hojas transparentes, sino que había que pegarlos en los álbumes con pegamento.

Pegamento había de dos tipos 2: el popular pegamento Imedio, con sus características bandas azules, y la cola de carpintero. Cola de carpintero había en todas las casas, creo, porque se usaba para las reparaciones domésticas, pero por eso mismo no era un juguete, no era algo que se destinara a los niños. A diferencia del Imedio, que diría que no tenía otro mercado.

El problema adicional (desde el punto de vista del niño) con la cola de carpintero es que una gota pequeña bastaba, mientras que el Imedio había que extenderlo por la superficie interior del cromo, y si uno aplicaba la técnica del Imedio a la cola, ésta empapaba la hoja del álbum y quedaba un llamativo reblandecimiento de la hoja que pregonaba a los cuatro vientos la falta de pericia del muchacho. 

El problema con el Imedio era otro: que se gastaba. Eso suponía tener que ir a comprarlo (porque siempre había que tener Imedio), y eso suponía pasar el trance de acudir a la madre y explicar que se había acabado el pegamento y que se necesitaba un bote nuevo, conseguir el dinero... A menudo, uno intentaba hacerse el loco y que fuera otro hermano el que descubriera el tema, como la cafetera de café de la oficina en los estereotipos de las series americanas.

Años después aparecieron los cromos autoadhesivos, que ya no necesitan ningún pegamento. Al principio eran cromos caros, especiales (de hecho, creo recordar que aparecieron así: como cromos especiales dentro de las colecciones de cromos "de pegamento", que iban en las páginas centrales de los álbumes), pero luego simplemente se convirtieron en el estándar: decir adiós al pegamento bien valía el precio extra.

Y también apareció la barra de pegamento sólido. Mucho mejor que la resina líquida del Imedio, dónde va usted a comparar. Más fácil de aplicar, no había que romper el tubo para extraer la última gota (que nos ahorraría el trance antedicho), no goteaba (lo que implicaba que no se quedaban los dedos pegados ni caía pegamento fuera del sitio del cromo o del trabajo manual que estuviera el niño haciendo, un error terrible)... En fin, mucho mejor. Hasta el punto de que no sé si aún se vende pegamento Imedio, ya no se concibe otro elemento que la barra de pegamento sólido. Que hasta tiene su propio anglicismo: stick. Como los palos de hockey.

Sí, con los avances técnicos todo son ventajas. Aunque...

He observado, o tengo para mí, que las generaciones criadas con el pegamento sólido son menos mañosas que las que tuvieron que fajarse en su infancia con el pegamento líquido (sobre todo con las que sólo tuvieron la cola de carpintero). Tener que lidiar siendo niño con componentes líquidos, el proceso de aprendizaje de echar a perder muchos álbumes, cromos y muchas otras cosas con los errores cometidos con el pegamento líquido, todo eso convirtió a esos niños en mucho más diestros. Digamos que la dificultad de la aplicación tenía un componente educativo, al eliminar esa dificultad desapareció ese componente educativo. Y los niños dejaron de aprender esa destreza.

Y no sólo son generaciones menos mañosas, sino que también son generaciones que tienden a no resolver los pequeños problemas manuales por sí mismos. Si las cosas no son autoadhesivas, con marcas claras de qué hay que hacer y dónde han de ir las cosas, la mínima complejidad nos echa para atrás. Montar un mueble de Ikea nos parece casi una hazaña. Hace décadas era muy normal que los niños se construyeran sus propios juguetes y desde niños aprendían a montar maquetas complicadas o a pintar  los muñequitos de plástico (que se vendían monocolores, para que el niño los terminara). Eran frecuentes los juguetes que requerían trabajos manuales por parte del niño, estoy pensando en este momento en los recortables de papel pero había muchísimos artículos que exigían la participación final del usuario. Hoy, lo más difícil que se encuentran es el juguetito del huevo Kinder, y estoy seguro de que la gran mayoría de los niños pide a sus padres que se lo monten (¡y se lo montan, no vaya a sufrir la criatura!). Y lo que antes eran juguetes que debía terminar el niño hoy se consideran entretenimientos de personas mayores, no juguetes.

El pegamento es un ejemplo perfecto de cómo en nuestro afán por poner las cosas más fáciles a los niños les hemos escamoteado parte de su educación. Pero hay muchos más ejemplos de cómo el afán de los padres en facilitar las cosas a los hijos perjudica a largo plazo a los hijos.

 

 

Rey Lui - Sudor y resina 

sábado, 24 de junio de 2023

Noche de san Juan

Noche de san Juan. Calor, ventana abierta. Hacia las diez de la noche empiezo a escuchar los primeros petardos, lejanos o flojos. Hacia las diez y media, ya están aquí. Hacia las once, cohetes estruendosos, y cierro la ventana.

Hace, pongamos, veinte años, en mayo empezaban a surgir como setas los puntos de venta de petardos. Allá donde hubiera un local libre o un espacio para una caseta temporal. En junio el buzón se llenaba todos los días con folletos de ofertas de petardos. Los niños no aguantaban, y ya dos semanas antes de san Juan se empezaban a escuchar los más leves, los que manejan los niños más pequeños. La semana de san Juan esto parecía Sarajevo. Luego estaba la noche en sí, conozco a personas que se iban de Cataluña esa noche por imposible. A la mañana siguiente, todas las aceras eran un reguero de carcasas de petardos, imposible no pisarlos. Y los niños que no habían podido tirarlos todos la noche antes aprovechaban la mañana. Petardeo, petardeo, petardeo.

Este año, nada de nada. Ni puestos de venta, ni folletos en el buzón, ni petardos antes de tiempo. Alguno potente por la noche, pero ni punto de comparación con antaño, cuando bajábamos las persianas para que no se colaran en casa. Y por la mañana, aceras limpias, sin carcasas. Y siguen sin oírse. 

¡Qué diferencia! El cambio ha sido gradual, pero cuando uno echa la vista atrás la percibe.

Puede que haya cambiado la forma en la que celebramos la fiesta de San Juan.

Puede que haya cambiado la sociedad catalana, o la barcelonesa. 

Puede que haya cambiado mi barrio y que ahora seamos o personas distintas o las mismas pero 20 años más viejas. 

viernes, 3 de febrero de 2023

La guerra es el infierno

https://www.youtube.com/watch?v=EeoFiBizcyE 

 

 

Me comunican que se ha muerto Karl, un arquitecto alemán con el que trabajé hace años. Era ya mayor, aunque no demasiado, pero sé que estaba enfermo del corazón. Pero aun así. Siempre se van los mejores, a veces. Como ésta.

Por edad, Karl era, lógicamente, hijo de un excombatiente. Excombatiente alemán de la segunda guerra mundial, no hace falta decirlo. Era inevitable que existieran personas como Karl. ¿Hijos de nazis? Eso es mucho decir: era hijo de un alemán que, sí, luchó con los nazis. ¿Le convierte eso a Karl en nazi? En absoluto, salvo que los alemanes fueran como muchos españoles que siguen acusando a los españoles de hoy de cosas que quizá (sólo quizá) habrían podido acusar tal vez a sus bisabuelos.

Pero es que Karl, me contó un día, nunca habló de la guerra con su padre. Mejor dicho, su padre nunca le habló a Karl de la guerra. Y Karl creyó saber porqué. Un día descubrió una foto de su padre de cuando entonces. No sé qué tipo de foto era, tal vez alguna de carnet de algo, de un salvoconducto o qué se yo, pero la vio. Y entonces supo qué hizo su padre durante la guerra, porque reconoció las insignias del cuello. Las dos calaveras. 

Su padre había servido en las SS en los campos de concentración.

A su padre lo alistaron y lo destinaron allí, cosas que pasaban. Supongo que el hombre, el chaval más bien, hizo lo que tenía que hacer. Supongo que no le gustó nada, y supongo que por eso jamás habló con su hijo de la guerra.

Su hijo nunca quiso preguntarle. 

Algo tiene la guerra, que los que la conocen sólo quieren olvidarla, y los hijos que no la viven perciben el dolor de los que sí y no quieren, tampoco, saber más de lo imprescindible.

La madre de Karl era francesa. El chaval no sería tan malo, pues. Y aquella generación entendía.

 

Ya que nosotros no aprendemos de los nuestros, aprendamos al menos de los de los demás. 

 

 

Vera Lynn - We'll meet again

jueves, 10 de noviembre de 2022

El tamtam del coche eléctrico

 https://www.youtube.com/watch?v=_x3zwrwczyY

 

 

En los años 70 había una serie de televisión que se llamaba "Un hombre en casa". Inglesa, naturalmente: iba sobre tres jóvenes, un hombre y dos mujeres (una rubia y una morena), que compartían piso. Unos personajes secundarios eran sus vecinos los Roper, un matrimonio mayor representantes de todos los estereotipos de lo británico en su grado máximo. Al acabar la serie se creó un spin-off, "Los Roper", sobre las andanzas del mencionado matrimonio. Yo no veía Los Roper.

Y no los veía, porque lo emitían entre semana a las 5 de la tarde, y a esa hora yo tenía mis quehaceres. Un compañero mío, en cambio, sí los veía: tenía un grabador de vídeo, y ése era su truco. Fue mi primer contacto con los grabadores de vídeo, aunque tuvieron que pasar unos 6 años o así hasta que en mi casa entrara uno.

Los grabadores de vídeo fueron una revolución, pues cambiaron nuestra relación con la TV: ya no era necesario estar delante del televisor cuando emitieran algo, y ese algo se podía ver no sólo cuando se quisiera, sino también cuantas veces se quisiera.

La revolución fue además universal: en poco tiempo todo el mundo tenía vídeo, los videoclubs surgieron como setas y ver películas en el sofá por las noches se convirtió en el nuevo pasatiempos nacional.

Otro cambio importante en nuestro estilo de vida fue la telefonía móvil. Fue un poco más lenta que el vídeo, entre el ser un objeto de sólo unos pocos a tenerlo casi todo el mundo pasaron más de 15 años. Y no hay vuelta atrás, pero les aseguro (quienes no lo vivieron no se lo creerían) que al principio todos echábamos pestes de los celulares, considerándolos una pérdida inadmisible de nuestra libertad, una fuente segura de muerte por cáncer, una ridiculez y además una falta de respeto el hablar en público primero, el ponerlo encima de la mesa después,...

Y un tercer antes y después fue la explosión de la informática. En concreto, la toma de los hogares por los ordenadores personales.

Ingenieros aparte, los ordenadores personales eran máquinas de escribir. De verdad que durante años ése fue el uso que tuvieron en la mayoría de despachos y en las casas en las que entraban. Luego vinieron las hojas de cálculo y las bases de datos (sintomático: todos los manuales de bases de datos para hogares usaban como ejemplo... una base de datos de cintas de vídeo).

Con el tiempo surgió internet, pero eso no importó demasiado: salvo para copiar juegos, la red no ofrecía gran cosa útil. El boom definitivo fue la coincidencia en el tiempo de dos avances tecnológicos: la música en archivos mp3 (y Napster), y las cámaras de fotos digitales. Ambos elementos requerían un ordenador, y desde entonces son parte inseparable de nuestras vidas (un teléfono inteligente de 2022 hace muchas más cosas, mejor y más rápido, que un PC de 2002).

La informatización, por supuesto, ha creado un nuevo ludita, pero son sobre todo personas demasiado mayores para querer integrarse en el nuevo orden.

Estoy escribiendo estas notas a mano, en un cuaderno y con un bolígrafo Cross, mientras tomo un café en una terraza: la reunión de obra se ha atrasado hora y media, y estoy haciendo tiempo. Pero no soy un ludita.

 

Todo lo dicho hasta aquí no es sino la introducción a la siguiente pregunta: ¿es el coche eléctrico otra revolución?

Aparentemente, sí. Un cambio radical con una implantación más o menos rápida según se mire, y que cuenta con muchos detractores en sus comienzos, personas sobre todo que no lo han utilizado y que cambiarán de idea cuando lo hagan.

Creo que podemos dar por seguro de que el vehículo basado en el motor de explosión va a desaparecer. Al menos, en Europa Occidental, que es lo que me importa. Razones para pensar así hay muchas, pero en mi opinión la más importante y la definitiva es que ningún político va a defender estos motores. Al contrario, están todos convencidos de que han de ser antimotores, y no hay nada que hacer.

El problema es que yo no creo que tengan, los coches eléctricos, una implantación generalizada. Y no creo que la tenga porque, en primer lugar, la tecnología eléctrica no va a ser capaz de dar las prestaciones de los motores térmicos en el uso intensivo y universal que ofrecen los térmicos. Pero, sobre todo, porque no se va a poder crear una red de recarga equivalente a la las gasolineras, con el volumen que demandaría un parque móvil europeo como el actual en número de vehículos, e kilometraje, en disponibilidad y en extensión. Tener un punto de almacenamiento de gasolina es fácil: la misma carretera sirve para llevarla hasta ahí. Pero el suministro eléctrico... es como si las cisternas de gasolina sólo pudieran viajar por sus propias y específicas carreteras, y hubiera que construirlas aún... y además no hubiera "gasolina" para esos camiones.

En sus primeros días, el automóvil térmico era un bien exclusivo, sólo para pudientes. El vehículo eléctrico, en cambio, yo creo que será siempre de uso exclusivo, no creo que todo el mundo acabe teniendo uno. Quizá, si tuviera los 70 años que tuvo el térmico antes de su popularización. Pero no los tendrá, porque si en 12 años nos quitan los térmicos, el cambio, la revolución, será que quitaremos los automóviles de nuestras vidas. Y nos acostumbraremos a ello.

Y, por cierto: cuando sólo tractores, camiones y autobuses usen la gasolina (el diésel), ¿creen que rentarán las refinerías, los petroleros, la misma extracción de petróleo? Se seguirá haciendo, por los plásticos y los demás derivados, pero ¿no creen que afectará a su precio dejar de comercializar el componente gasolina y el componente diesel del petróleo? ¿Y creen que la subida de precio del gasoil de los camiones y tractores no nos va a afectar?

No recuerdo quién lo dijo, pero en mi opinión: «¡Qué error, qué inmenso error!».

Albergo aún, sin embargo, una pequeña llamita de esperanza como supporter del motor de explosión: que no ocurrirá. Que cada vez más personas, al igual que están despertando contra la opresión de los wokes, están dándose cuenta de la tomadura de pelo que es la apuesta suicida por sólo lo verde. Ahora que les está afectando con claridad al bolsillo, con el precio de la electricidad impagable, cada vez más personas opinan que nucleares sí, gracias. Que nada de cerrarlas, que han de seguir. Y que es una tontería que nos muramos por ser limpios, si China, la India, Rusia y los demás contaminan muchísimo más que lo que contaminaríamos nosotros y además aprovecharán nuestra reducción de contaminación para aumentar la suya. Ahora es sólo un rumor, un runrún que recorre las tabernas y los billares, pero a medida que se acerque el día, cuando en 8 o 10 años la gente sea consciente de que no sólo les cobran una pasta por el recibo de la luz sino que además les van a dejar sin su coche... mi esperanza es que ese sentir llegue a los políticos y estos se den cuenta de que tendrán más votos si defienden el gasoil antes que lo verde, y paren este sinsentido. 

El diésel presenta muchos problemas de suministro y la situación actual es tal vez insostenible, pero la Técnica ha de avanzar a su ritmo, no a golpe de ley.

 


Jonhy Cash - I still miss someone (versión de The high bar gang)

miércoles, 12 de octubre de 2022

¿Un terrón o dos?

https://www.youtube.com/watch?v=HB_FiuuUKsg 

 

 

— El portal se cierra a las 10.

El otro día echaron por la tele una película de José Luis López Vázquez y Gracita Morales. Me gustan esas películas. Y también me gusta ver cómo era España entonces. En las correspondientes escenas de exteriores, los coches, los guardias, el parque móvil en su conjunto. La circulación por las calles. Y el vestuario, los peinados, las frases, las costumbres,...

En la película en cuestión, Vázquez y Morales hacen de un matrimonio que tiene dificultades para encontrar muchacha, hasta que al fin un pariente les coloca una, extranjera. En una determinada escena, la muchacha anuncia que va a salir de paseo, y ellos le recuerdan que ha de volver antes de las 10; la razón es la frase que cito.

Pero, claro. La frase refleja una realidad que en aquel momento era así, nadie pensaba que algún día no se entendiera, que mereciera una aclaración. Por supuesto, para mí no la merece, sé perfectamente a qué se refería, pero cada vez somos menos los que estamos en estas y más los que no lo captan. Y asisten a una representación en la que entienden las palabras, pero no lo que se dice.

Antes, las fincas urbanas tenían portero. Éste tenía muchas obligaciones: mantener limpia la escalera, en condiciones la iluminación y el ascensor, vigilar la entrada, sacar la basura por la noche, ayudar a los vecinos cuando lo requieren (y estar atento al coche que se deja mal aparcado), por supuesto gestionar la calefacción central,... Una de las obligaciones era cerrar el portal por la noche, y abrirlo por la mañana. Porque por el día, estando el portero, la puerta del portal estaba abierta, como es lógico. Pero, en ausencia del portero, debía estar cerrada. Y lo habitual es que se cerrara a las 10 de la noche. 

¿Porqué era eso un inconveniente? En primer lugar: en esa época no había porteros automáticos. Había, en la calle, un timbre que sonaba en el piso, pero no había comunicación ni manera de abrir la puerta desde arriba: si sonaba, el pater familias debía vestirse, bajar al portal, ver quién llamaba y, si le interesaba, abrir la puerta. Ítem más: como además la puerta estaba siempre abierta, lo normal es que los vecinos no tuvieran llave del portal (hay portales con cerraduras que se comprende). Sólo se tenía la llave del piso. Si era necesario, en aquella época se llamaba al sereno (unas palmadas), éste acudía y abría la puerta. Pero eran situaciones que procuraban evitarse.

De ahí una consecuencia lógica, o tal vez a la inversa: las muchachas (y los muchachos) decentes no estaban, por ahí, pasadas las diez. A esa hora todo el mundo estaba ya en casa. 

Y es lo que le dicen Vázquez y Morales: que a las 10 se ha de estar ya en casa, "porque se cierra la puerta del portal".

—¿Un terrón o dos?

Si usted entendió la frase de la película, sin duda entiende la pregunta de los terrones. Pero ¡ay!, me temo que se corresponde con un mundo ya pasado y pronto olvidado. 

Chascarrillo: hago una prueba, y pregunto a un veinteañero si entiende la pregunta. Pues resulta que sí, sabe a qué se refiere. Y me explica el porqué: se dice en una canción de La bella y la bestia, la célebre película de Disney. Mientras la película permanezca en el recuerdo, pues, la expresión seguirá teniendo significado.

Hogaño eran frecuentes las visitas en las casas; si han leído (o empezado) Guerra y Paz de Tolstoi sabrán perfectamente a qué me refiero. Y en esas visitas, la cortesía y el protocolo lo eran todo. De ahí que todas las casas decentes tuvieran un mueble bar con los licores necesarios para agasajar (al menos whisky y brandy para los caballeros, anís para las damás, una botella de pacharán o de Pisco,...), cubitos de hielo en el refrigerador, la pertinente cristalería con copas surtidas (otra cosa que también está desapareciendo),... La visita podía ser imprevista, pero los anfitriones nunca podían ser cogidos de improviso. 

Claro que a menudo esas visitas eran después del café: en mi casa, siendo yo chaval, una vez los padres volvían a sus trabajos, los niños a sus escuelas y las cocinas se recogían, a menudo las madres se reunían. Y se tomaba café. Pero café, con todo el protocolo, y eso exigía pastas de café. De ahí que más de una vez tuviera yo que escabullirme escopeteado a la pastelería a comprarlas.

Sigo. Fuera la visita después de comer o para la propia comida, siempre se servía café. Siempre. Y se tomaba, aunque en la intimidad no se hiciera. Se sacaba el juego de café, se calentaba leche para quien lo quisiera cortado, y se traía la cafetera hirviendo. Claro, no se dejaba la cafetera en el centro y que quien quisiera se sirviera, faltaría más, sino que el anfitrión iba preguntando a cada uno cuánto café quería y cómo, lo servía y luego, impepinablemente:

—¿Un terrón o dos?

El azúcar acostumbraba a estucharse en terrones, de unos 6 gramos diría yo, quizá más. Así que la medida estándar era el terrón. Uno era correcto, dos significaba mucho y desde luego pedir más no me suena haberlo vivido nunca. Y los medios terrones, en mi caso, se conseguían sacando el terrón de la taza antes de que se disolviera todo. Cuando tuve la edad, en casa yo era el encargado del protocolo del café: preparar el café (para que mi madre no tuviera que dejar solas a las visitas), sacar las tazas, inquirir educadamente a cada asistente, servirlo y, por descontado, encargarme del azúcar. Y, también, recogerlo al terminar y retirarme discretamente, para que las señoras hablaran de sus cosas a solas.

Con el tiempo dejó de servirse en terrones, pero la costumbre perduró:

—¿Una cucharada o dos?

—Una, gracias.

Esta entrada no es por el terrón en sí, aunque es triste ser testigo de cómo parte de nuestro vocabulario se vaya perdiendo, sino por todo lo que rodeaba al terrón y que también se pierde. La parafernalia. Las pastas de té. Las visitas a las casas y el protocolo de las visitas. La habitación en la que se recibía, y en la que los niños no podían entrar. La misma costumbre de que los niños desaparecieran cuando llegaban las visitas. 

Las costumbres de aquel mundo, en suma.

 

 

 

Los Panchos - esta tarde vi llover

 

martes, 19 de julio de 2022

Aquel verano del '87

Hace un calor espantoso. Estamos sufriendo una ola de calor que...

El cambio climático haciendo de las suyas. Y yo me acuerdo del verano de 1987. Aquel verano hizo calor más allá de lo que entonces nos parecía soportable, era el tema estrella. Como la ola que tenemos ahora, la de entonces también asolaba a toda Europa: en Atenas murieron 750 personas.

Yo lo pasé en el norte de Suecia, donde trabajaba. Allí fue noticia que el termómetro callejero de la población alcanzó los 33°, totalmente insólito. La tropa local de boy scouts estaba de campamento en Escocia, y según informaba la prensa también se estaban cociendo. En Francia. Y, por supuesto, en España, donde los que me carteaban, duros aragoneses hecho al calor de allí, me lo contaban asombrados.

Yo diría que ése fue el primer verano en el que se habló de personas muertas por el calor. Claro, cuando en una ciudad mueren en una semana 750 personas más de las habituales, los técnicos lo tienen fácil para achacar una causa a tal mortandad: ha sido por el calor extremo. La noticia saltó a los periódicos, y al año siguiente cada ola de calor (hay un par cada año, aunque no tan extremas) venía acompañada de la consiguiente relación de fallecidos. Y así al año siguiente morirían en Francia nosécuantas personas por las olas de calor, y ya para siempre.




viernes, 15 de julio de 2022

A Churruca le ha llegado su hora

https://www.youtube.com/watch?v=OGkBW3Ni4UY 

 

 

Cuando era niño, en casa teníamos dos tortugas de agua en una palangana verde; nos encantaba jugar con ellas. Sus nombres eran Nelson y Churruca. Yo era chavalín, tendría 5 años, 7 el hermano más mayor, y como eran de agua, insisto, estaba claro que esos tenían que ser sus nombres.

En el barrio de la Barceloneta hay dos calles importantes que van de mar a mar, del puerto a la playa. La del almirante Cervera, y la del almirante Aixada. La de Cervera es más importante, es la que vehicula el tráfico. A la mitad de la calle de Cervera hay una calle semipeatonal, muy ancha (parámetros de la Barceloneta, un barrio con un urbanismo muy especial), que la comunica con la plaza del mercado, la plaza principal del barrio. Esa calle está dedicada al almirante Churruca.

A Cervera ya le quitó Colau la calle, no porque fuera franquista sino porque si hubiera vivido en la época de Franco, "lo hubiera sido". Durante la pandemia del covid, de tapadillo tras el escándalo público que supuso lo de Cervera, le cambió el nombre a la del almirante Aixada, siendo ahora Emilia Llorca Marín. Llorca (1948-2009) era una vecina del barrio, líder del movimiento vecinal que estaba en contra de la gentrificación del barrio. Y ahora le toca el turno a Churruca: le van a quitar la calle para dársela a Miquel Pedrola.

Del almirante Churruca, uno de nuestros mejores marinos y nombrado almirante a título póstumo tras su muerte en la batalla de Trafalgar, no hace falta decir mucho: cualquier español de bien debería conocerlo. En la otra esquina, Pedrola: nacido el 22 de junio de 1917 y muerto en el frente el 8 de septiembre de 1936, con 19 años y dos meses de edad. ¿Para qué le dio tan corta vida? Pues se lo pueden imaginar, para poco: ser militante del POUM. En todo lo demás, seguro que fue como cualquier españolito de a pie.

Me dirán, y es cierto, que Pedrola fue vecino del barrio, y Churruca no. Aduciré yo, en cambio, que hay vecinos del barrio que lo fueron durante más años que no tienen ni una triste placa que les recuerde como sí tiene Pedrola, y que si el mérito de Pedrola fue ser miliciano del POUM (y ya sabemos qué supuso eso aquel verano en Barcelona), con la placa de recuerdo que hasta ahora tenía ya iba bien librado.

Uno, con méritos indiscutibles para merecer calle en cualquier población de España. El otro, sin haber hecho nada digno de recuerdo en su vida y, si me apuran, habiendo tenido al final una actitud cuando menos cuestionable. ¿A quién elegirían? Aunque la pregunta correcta es a quién creen que elegirían los gobernantes que tenemos? La respuesta a esta última pregunta, me temo, la sabemos todos.

Cada ciudad puede nombrar a sus calles como le plazca, faltaría más. Pero echo de menos un poco más de altura de miras, alguien que diga que a los hombres hay que valorarlos por quienes son, no por dónde nacieron. Y si los habitantes de la Barceloneta consideran (el global de Barcelona, seguro que de esto ni se entera) que es más digno del homenaje que representa una calle un pollo de 19 años que no hizo nada en su vida antes que el almirante Churruca, es misión de los gobernantes explicarles que no, que hay más cosas en la vida que las que pasan delante de sus ojos. El habitante de la Barceloneta puede ser localista, y a fe que muchos lo son, pero el gobernante ha de ser cosmopolita.

Pero con los gobernantes que tenemos ahora, ¿qué otra cosa cabría esperar? Ya llevaba yo tiempo intrigado en porqué no estaban quitándole a Churruca su calle.

Somos un país que prefiere que sus referencias sean hombres como Miquel Pedrola antes que Cosme de Churruca. Dentro de cien años los barceloneses se preguntarán quiénes fueron esos Rubianes, Pedrola y Llorca que tienen calles tan significadas, y también cómo es que no tienen calle los almirantes Cervera, Aixada y Churruca, y se asombrarán de nuestra mezquindad.

Y el siguiente será Gravina, seguro. Cuando les digan quién fue y que tiene calle, bocacalle de la calle Pelayo. Hasta ahora se ha salvado porque la calle se llama "Gravina", no "Almirante Gravina" (porque formalmente no fue almirante, sino capitán general de la Armada), pero el día menos pensado algún sedicioso lo descubre y...

En fin, hace muchos años de cuando teníamos aquellas tortugas. Otros tiempos, en los que hasta los más pequeños conocían y respetaban el nombre de los héroes. 

 

 

Neil Young - Star of Bethelehem 

lunes, 11 de julio de 2022

El verano que leeré a Cicerón

https://www.youtube.com/watch?v=V0O0nzkESTI 

 

 

Este verano pienso leer a Cicerón. El relato de la conjuración de Catilina. Lo cierto es que leí el relato de la historia siendo niño (no joven: niño), pero entonces no supe apreciarlo: me quedé con la, a pesar de su iniquidad, bravura de Catilina y sus fieles, pues todos murieron con las heridas de frente. Y ahora creo que ya estoy preparado.

¿Qué clase de infancia tuve, se preguntarán ustedes? ¡Leer a Cicerón de niño y presumir de ello! No, no fue así en realidad.

En primer lugar, he de decir que tuve una infancia feliz. Ocurre, sin embargo (o como causa, no sé) que en aquella época los niños teníamos mucho tiempo libre. La oferta televisiva era reducida, y lo habitual es que un niño viera un único programa al día; los fines de semana más, porque había televisión por la mañana y por la tarde echaban una película; también habría dibujos animados después de comer, y en general las tardes de los sábados y domingos era de programación infantil. Pero en general la televisión no era el entretenimiento habitual de los niños. Piénsese que no habiendo grabadores de vídeo, o gustaba lo que ponían entonces o nada. Tampoco lo era la radio: había muy pocas emisoras, con una programación nada atractiva para los chavales (no para mi abuela: imposible perderse el serial de la tarde de Radio Nacional). Y no sólo había pocas emisoras: había pocos receptores. Radios, en una casa, acostumbraba a haber una. Y no era para que jugaran los niños.

Oír música, por descontado, tampoco: las casas que tenían tocadiscos lo tenían en el salón, y de nuevo: no era para los niños.

Y como no había maquinitas de videojuegos, las opciones reales de entretenimiento eran dos: jugar o leer. Ir al cine no era habitual, al circo realmente excepcional.

La verdad es que los días eran muy largos, así que había tiempo para todo: para ver un poco la televisión, para jugar y para leer. Y yo leí mucho.

El segundo dato es que los niños lectores leen mucho y acaban devorando todo lo que cae en sus manos. Entre el verano de los seis años y el de los 7 cayó la colección de Los Cinco; a los ocho Los tres investigadores y los Hollister; a los 9 las novelas de detectives (Jan), y a los 10 empecé con las novelas de Salgari, pero de Salgari creo que hablaré otro día. Hace poco he leído un artículo de prensa en el que el periodista opina (por su experiencia) que si los niños aprenden a leer muy pequeños (digamos 3 ó 4 años), y leen las cosas infantiles cuando son infantes, luego avanzan mucho más en sus lecturas que cuando los niños empiezan a juntar palabras con 5 y con 6 justo les llega para leer textos básicos. Bien, el mío fue un caso de los primeros, precoz para los parámetros actuales pero frecuente en mi tiempo. Ya ven, fui fruto de esa educación de la que tantas pestes echan los pedagogos actuales, y ellos sí que saben; lo digo, para que entiendan que no fui yo, es que me educaron así.

Y que antes leíamos más de niños lo aportaré con 3 datos:

- El primero: leía las novelas de Jan porque aquel curso le regalé por su cumpleaños a un compañero de clase un lote de novelas de Jan. O quizá ya había leído algunas para entonces, da igual. Lo importante es que con 9 años, a un compañero en su fiesta de cumpleaños le regalé libros de detectives. Ese compañero era un zote estudiando y un as del fútbol en el patio. Y también leía.

- El segundo: leía las novelas de Salgari porque un compañero de clase con el que compartía trayecto de autobús las leía, y aprovechábamos esos trayectos para leerlas juntos. Ese compañero se defendía en clase, y no era bueno al fútbol en el patio. Con 10 años, leía novelas de Salgari como un poseso, y era porque igual que yo ya había agotado los pasos previos.

- El tercero: los de mi edad, cuando hablamos del tema, nos encontramos en que casi todos leímos esas novelas u otras del estilo, sean Las aventuras de Guillermo, Los siete secretos,... Aunque, he de confesarles, esto suele guardarse en secreto, sólo para los momentos en los que sabemos que todos los presentes estamos en el ajo; para todos los demás, leíamos El capitán Trueno, El jabato, Roberto Alcázar y Pedrín, y demás tebeos: ni bajo tortura confesaremos que leíamos libros infantiles. 

En fin. Probablemente no lea a Cicerón tampoco este verano (la verdad: escribí este artículo al inicio del verano del año pasado, y ya ven). Pero mi conclusión esta vez es que la afición a la lectura se ha de cultivar desde muy pequeñito, no vale querer que se aficionen ya creciditos. No hay que quejarse que los adolescentes no lean (no digo ya los jóvenes), si a los seis ya no eran ávidos lectores. Que no son los chavales de 12 años los que han de devorar las historias de Mortadelo y Filemón, sino los niños de 6 y de 7. Corren el riesgo de que les salgan como yo, pero aun así les aconsejo intentarlo.

 

 

 

P.S.: me explica mi hermano que Cicerón es el autor de las Catilinarias ("¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia...?"), pero que la historia de la conjuración la escribió Salustio. Que Cicerón es infumable, pero que Salustio es muy ameno y entra solo. Anotado queda. Yo tenía más a Salustio por la guerra de Yugurta, pero visto que sí, y que además él estaba allí (una garantía), cambio mi declaración: Salustio.

 

 

 

Little big town - Pontoon 

viernes, 8 de julio de 2022

Un bolígrafo de calidad

El otro día, vaciando cajones, encontré un puñado de bolígrafos de publicidad y de cortesía de hoteles que a saber cuántos años llevaban ahí olvidados. Los puse en el bote de lápices del salón, y hoy he tenido necesidad.

Como era de esperar, la tinta estaba seca y los bolígrafos ya no funcionaban, así que los tiré. Boligrafos de publicidad, y viejos como la manzana, era de esperar. 

Pero uno aún escribía. Y de maravilla, a pesar de que era de tinta negra (la tinta negra acostumbra a secarse antes que la azul). 

Ese bolígrafo es de hace 27 años. Lo sé, porque es un bolígrafo de cortesía del hotel Arts de Barcelona, y recuerdo mi estancia en ese hotel: fue en 1995. 


No hace falta señalar que el hotel era, al menos entonces, un cinco estrellas de gran lujo. Y, como correspondía, todo en él era de gran calidad.

Hasta los bolígrafos de cortesía, está claro. 

domingo, 26 de junio de 2022

NIños inútiles

https://www.youtube.com/watch?v=nfClieME7Yw 

 

 

En el vestuario masculino, un padre con dos hijas. Es verano, tiempo de piscinas, y es relativamente frecuente. No suele molestarme que padres se cambien con sus hijas menores de, pongamos, cinco años, pero estas dos niñas ya los cumplieron. A una de ellas, incluso, le calculo a ojo unos diez años. No es que la haya mirado con detalle, sólo la he visto al pasar yo camino de la ducha (camino que, por cierto, hago sin gafas), pero la moza ya estaba crecidita. Creo que la norma del vestuario es que las niñas pueden entrar en nuestro vestuario si son menores de siete años, pero no es eso lo que me molesta.

Al verles, pensé que sería un padre separado o así, que tenía a sus hijas a su cargo ese día. Puede que sea un padre felizmente casado y su mujer esté trabajando porque tenga turno, o que su mujer esté haciendo otras cosas; no sé. Lo que pensé es que esa mañana las hijas estaban con su padre.

Y el padre decide que las niña se cambian con él. Porque, claro, cómo van a cambiarse solas en el vestuario femenino, pobrecitas.

Eso fue lo que me molestó. Que el padre pensara, y en consecuencia actuara, que las niñas no podrían cambiarse solas.

Desde luego que podrían. Con ocho años son del todo punto capaces de ir solas al vestuario, cambiarse y recoger su bolsa con sus pertenencias. Si el padre prefiere que no dejen sus mochilas en una taquilla con candado (hace ya décadas que en mi club ya no tenemos empleados en los vestuarios a los que confiar la ropa y las bolsas), pues que se las lleven con ellas, que no pasa nada. Pero las niñas (y los niños) pueden cambiarse solos. No necesitan a sus padres. Sin embargo, ese padre (y muchos otros) creen que sí. ¿Cuándo se cambiarán solas esas niñas por primera vez? ¿Con doce años? 

Yo tengo muchos recuerdos de cuando tenía 8, 9, 10 años. Y puedo asegurarles que a esas edades me cambiaba solo en los vestuarios. Hacía muchas cosas solo, sin mis padres. Con seis años iba solo a la parada del autobús, no tenían que llevarme. Y al salir del colegio, igual: nadie llevaba a los niños (de 6 años) a los autobuses correspondientes, y nadie se perdía o se equivocaba de autobús (bueno, quizá el primer día, pero el crío se espabilaba pronto). Recuerdo, cuando era lobato (boy scout), que en mi seisena teníamos un niño de 5 años, y se vino de campamento con los demás. Y una cosa es que los de 8 y 9 años estuviéramos atentos a ayudarle, y otra cosa que no tuviera, como nosotros, que cuidar de sí mismo y cumplir. Su madre había muerto en accidente de tráfico tres meses antes, y sin embargo su padre decidió que lo mejor para sus hijos es que fueran de campamento, aunque tuvieran 5 y 8 años).  

Quiero decir, los niños serían capaces de hacer solos muchas cosas. Se espabilarían. Pero sus padres no les dejan, les niegan esas oportunidades.

¿Cuántas veces ha oído la explicación "es pequeño aún", o "yo lo prefiero, estoy más tranquilo", o variantes de la misma idea? 

No creo, con sinceridad, que les estén haciendo ningún favor. Y creo también que la inutilidad y las muchas carencias que tienen los jóvenes ingenieros que voy conociendo tiene también que ver con la sobreprotección que tuvieron de pequeños. 

 

 

John Denver - Thank God, I'm a country boy (versión de Home Free) 

martes, 7 de diciembre de 2021

El voto de la señora M.

https://www.youtube.com/watch?v=MMENlXLVrZI 

 

 

La vecina de debajo de mi casa se llama M.M., así que la llamaré señora M. La señora M. es catalana de toda la vida; es más, es catalanísima, ya me entienden. Curiosamente, tanto el nombre M. como el apellido M. no son de los que tildaríamos de catalanes, y de hecho diría que su apellido es el apellido español más común que empieza por M. he de decir, con todo, que a señora M. siempre ha sido amabilísima conmigo y siempre se me ha dirigido en un perfecto castellano.

La señora M. nació creo que en 1942, tal vez en 1943. Esto podría llevar a reflexionar sobre los muchos que chillan contra los M. de Cataluña, acusándolos de no ser catalanes sino invasores, porque M. y la familia de M., si realmente pudiéramos catalogarlos de "gente de fuera" ya estaban aquí cuando nacieron los que chillan, los padres de los que chillan y seguramente los abuelos de los que chillan. Pero no viene ahora al caso.

Lo que ahora me interesa de la señora M. es que ella ha votado en todas las elecciones. Porque, me dice, estuvo muchos años sin poder votar. No sé si algún día le explicaré que si con Franco hubiera habido elecciones cada cuatro años, como la mayoría de edad era a los 21 años habría podido votar en 1963 ó 1964; pongamos que no hubiera elecciones en 1963 pero sí en 1964, y de ahí en adelante cada 4 años: se habría perdido las elecciones de 1964, 1968 y 1972. ¿Y 1976? No, porque en 1976 ya se votó. Y de nuevo se votó en 1977. Y en 1978 y en 1979 dos veces, municipales y estatales. Así que en 1979 ya se habría puesto al día. ¿A qué quejarse por haberse perdido 3 elecciones? Sí, se lo podría decir. Pero no se lo diré, claro que no.

Hay otro dato acerca de la señora M. y las votaciones: siempre, me dice, ha votado a los mismos. Formalmente no me dice cuales, eso sí. Por supuesto no necesito que me lo diga, la conozco lo suficiente y desde hace suficientes años y he hablado de política con ella o con su difunto marido en suficientes ocasiones. Pero no voy a especular ahora con quiénes son esos mismos, no quiero distraerme de lo principal: el "siempre". M. siempre ha votado a los mismos. Y casi puedo afirmar que su difunto marido también votó siempre a los mismos, y que los mismos de uno eran los mismos del otro.

La señora M. es una buena vecina. En muchas cosas estamos en desacuerdo (aunque a medida que envejecemos estamos de acuerdo en más), pero no pasa nada. La acepto tal y como es. Nos iría mejor si hubiera entre nosotros más señoras M. y menos de los que chillan. Pero vota a los mismos, hagan lo que hagan.

Hagan lo que hagan. Y como tienen una base suficiente de señoras M., les da igual lo que hacen, porque les van a votar igual.

El caso de la señora M. es mucho más frecuente de lo que parece. En 1977 (en realidad, antes) decidieron quiénes eran "los suyos", y desde entonces no importa lo que hicieran, eran "los suyos" e iban a tener su voto. No importa lo que hicieran. Por ejemplo, conozco a otra señora, llamémosla señora G. y también vecina mía, que nunca vota. Teniendo en cuenta que en tiempos de Franco era de la CNT (con nombre clandestino y todo eso), diría que no ha votado jamás. 

Esto es lo que me irrita de mis compatriotas. Son fieles hasta la muerte y no se plantean si ser fiel les lleva a no hacer lo correcto, porque para ellos lo correcto es ser fiel. Para ellos, no ser fiel sería una incorrección mayor que la incorrección que estuvieran tratando de corregir. De manera inconsciente, claro. Porque nunca se lo plantean.

Tal vez me digan que estoy hablando de personas mayores, que los jóvenes no son así. No sé qué decirles: conozco  a muchas personas de mediana edad que me parece que están en el mismo camino, y no me extrañaría que muchos jóvenes también estén dispuestos a votar siempre a su partido porque es su partido. 

Estamos hablando de personas que no piensan a la hora de votar. No juzgan lo hecho, no valoran lo prometido, no razona. Votan a los suyos, como han hecho siempre, y punto. Y están todos orgullosísimos.

 

 

Madredeus - A estrada do monte

sábado, 27 de noviembre de 2021

El árbol de los Mancholas

https://www.youtube.com/watch?v=-eqJAAi1kE8 

 

 

Cierto verano, cuando yo era pequeño, pasamos unos días en un chalet en Vilafortuny. Hace muchos años de aquello, sé cuántos y son muchos. El chalet de enfrente era de los Mancholas, que tenían hijos de nuestra edad; y es posible que nuestros padres o madres se conocieran, pues en aquellos años la Costa Dorada era territorio zaragozano y se notaba.

Aquellos chalets eran relativamente nuevos, no debían tener muchos años. Era una época en la que en la costa se empezaba a construir, el suelo debía ser baratísimo, y las perras que se ganaban algunos las invertían en un chalecito. El de los Mancholas era de su propiedad. ¿Cómo lo sé? Por un detalle que lleva persiguiéndome los muchísimos años transcurridos: el árbol que tenían en el jardincito.

Aquel árbol, me contaron los hijos, lo había plantado su padre. Para que creciera y le diera sombra cuando se sentara a su vera.

Hace muchos años ya que sé que yo moriré sin conseguirlo. Nunca tendré un chalecito, un jardincito rodeándolo, un árbol que habré plantado y que me dará sombra. Nunca veré un árbol crecer y del que pueda decir "este árbol lo planté yo cuando llegué".

En aquellos años veraneábamos en sitios diferentes, unos días en unos, otros en otros, ora en la playa, ora en la montaña o en el campo, a veces eran unos días en un hotelito, otros en una casa que nos conseguían o nos prestaban algún familiar o conocido o qué sé yo. Algunos veranos esos periodos eran largos, otros eran cortos, supongo que mis padres harían lo que pudieran; yo era pequeño entonces y no captaba todos los matices, pero sí recuerdo que en esos años mi padre tenía 4 trabajos y no creo que fuera por vicio. Por cierto, el verano en Vilafortuny fue, creo, el año anterior a esta entrada. Puedo estar equivocado, pero yo diría que mi método para fechar es, mientras tenga recuerdos (y por eso escribo), infalibles: las bicicletas. Su ausencia o su presencia. Pero volvamos a los Mancholas.

Cuando yo era pequeño, mis padres no tenían chalet (ni entonces ni nunca, la verdad), pero se las apañaron para conseguir que pasáramos unos días al año en alguno. Y para mí, mocoso que levantaba dos palmos del suelo, el chalet era lo más. El epítome de la riqueza. Aunque fuera un chalet de 50 m² en una parcela de 250 m². Un chalet es una casa donde la puerta siempre está abierta y los niños entran y salen sin problemas. Verano, sin colegio, la banda de hermanos y la banda de niños que hubiera por allí... Un chalet suponía, en realidad, la libertad absoluta, recuerden la entrada en la que corrí por mi vida y que les referencié más arriba. Mi sueño era tener chalet. Pero cuando los Mancholas me contaron la historia del árbol de su padre, lo tuve clarísimo: eso era lo que yo más querría. Y así pasaron los años.

Con los años conocí chalets con amplios jardines. Jardines de más de una hectárea, aunque con ese tamaño ya no se suele llamar jardín. Conocí jardines muy elaborados, jardines en los que se construían arroyuelos, puentecitos, lugares apartados, cenadores ocultos, zonas asilvestradas,... de todo. Y mis deseos evolucionaron, y deseé tener un amplio jardín en el que yo también pudiera introducir arroyuelos y puentecitos. No, en realidad lo que yo quería era crear una charca y que en la charca apareciera la fauna que estudiaba en el colegio que aparecía en las charcas: pececillos y ranas, patos, conejos y zorros... Pero siempre con un árbol señero. Un árbol que habría plantado yo y que vería crecer.

Los años que pasaron se convirtieron en muchos años. El jardín japonés con el que soñaba fue perdiendo interés, aunque permanecía como el ideal  de lo que tendría si pudiera tenerlo. El árbol, en cambio, permaneció. Me he convertido en un señor mayor, y aún sigo pensando en el árbol. Pienso si me daría tiempo a verlo crecer, o si serían mis descendientes los que lo vieran hacerse fuerte y les dijeran a sus hijos "mi padre (o mi abuelo) plantó este árbol...". De hecho, lo he pensado muchísimas veces, a lo largo de muchos años. Si valdría la pena, si me daría tiempo, si cuando por fin el árbol fuera una hermosura yo ya sería demasiado mayor para disfrutarlo. Pensaba cómo viviría aquellos años, con la premura y la tensión por las ganas de que creciera cuanto antes, que me diera tiempo. Por durar yo lo suficiente.

He pensado mucho sobre el tipo de árbol que querría. Un año veraneamos en un chalet que tenía una higuera enorme junto a la puerta de la cocina, y les garantizo que es una delicia desayunar y comer bajo su sombra. Una higuera es fabulosa, aunque no sé si crecería con la suficiente velocidad. Un olivo ya les digo yo que no: además, el entorno se llenaría de huesos de oliva, y el suelo sería incomodísimo. El sauce llorón está, en mi imaginario creado en la infancia, en el primer lugar de los árboles que dan fresca sombra, y el jardín que tenía uno inevitablemente pasaba a ser el jardín de un rico. Pero lo más curioso es que en realidad a mí me daba igual: yo quería el mismo árbol que había plantado el señor Mancholas. Se me quedó tan grabada su imagen, que no he podido desear otro.

Nadie sabe lo del árbol. Nunca lo he contado, nunca he hablado del tema. Simplemente, es. Y toda mi vida he pensado que no tenía un chalet con árbol, y que no lo iba a tener. Me temo que el sueldo de un ingeniero honrado no da para más sin ayuda adicional, en la época que me ha tocado vivir. Así que cuando echo la vista atrás veo que me he ganado la vida dignamente, sí, pero no he sido un triunfador. No tengo un árbol como el de los Mancholas. ¿Me ha afectado? La verdad es que no. Pobre entré y pobre saldré, y no me importa. Tener un árbol como el señor Mancholas ha sido, es y será el ideal de cómo me gustaría que fuera mi vida, pero no he valorado mi felicidad en función de si he obtenido o no aquello que quería. Casi diría que al contrario, pues no tener lo que era consciente de que no tenía me enseñó a apreciar lo que sí tenía y a ser feliz con ello.

Como dice la hermosísima canción que les he enlazado en la cabecera, si las cosas que uno quiere se pudieran alcanzar...



Silvia Pérez Cruz y Cástor Pérez - Veinte años

miércoles, 6 de octubre de 2021

Pensamientos encadenados

https://www.youtube.com/watch?v=wPvMzkXeMq0 

 

 

El otro día me encontré en un artículo periodístico que el autor empleaba la palabra "sosias". Y me sonreí, claro que me sonreí: ya nadie emplea esa palabra que, sin embargo, era muy corriente en mis años mozos - o me lo parece a mí y resulta que en realidad yo me movía en un círculo de cuidado léxico.

Dicen que cada uno de nosotros tiene un sosias en algún lugar del mundo. Yo, en cierta ocasión, me encontré al sosias de mi mejor amigo en el estadio de la Romareda; y tiene que ser un sosias porque el tipo negó conocerme y luego mi amigo negó haber estado allí, pero eran clavaditos. Por cierto que años después conocí a un tipo en Barcelona que era un tipo que conocí en Zaragoza. Demasiado parecidos para ser casualidad, e indagué un poquito: resulta que eran primos, lejanos pero primos.

Resulta que el diccionario de la RAE, en la definición de la voz "sosias", nos indica que es un personaje de la comedia de Plauto Anfitrión. Me hizo gracia esa referencia tan directa en tan serio diccionario, y acudí  a Wikipedia para saber más sobre esa comedia, ya que no tengo el gusto de haber leído a Plauto y no creo que lo vaya a tener. La verdad, la cosa no tiene mucho misterio porque en la comedia un dios se hace pasar por un personaje llamado Sosias, y yo diría que ese recurso ya era viejo cuando escribía Plauto: hasta Homero lo emplea en la Ilíada. Supongo que el mérito de Plauto sería que la comedia fuera sobre el enredo consiguiente.

El caso es que la entrada de la wikipedia citaba otros empleos del sosias, y entre ellos destacaba (para mí) El prisionero de Zenda. Y destacaba porque en mi mocedad la historia de El prisionero de Zenda era muy conocida, muy popular. La novela, las películas, la de Stewart Granger de 1952 y la de Robert Colman, que me gustó más (no me gusta Granger), de 1937. 

La verdad es que no sé por qué estas historias no mantienen su popularidad. Por qué los jóvenes de ahora no conocen la historia. Y (ya digo que se iban encadenando pensamientos) tampoco han oído hablar de Dick Turpin. Cuando yo era mozo conocía y me gustaba la historia de este bandolero bueno de la Inglaterra del siglo XVIII. Sigo pensando, y me doy cuenta que los jóvenes de ahora tienen sus propias referencias, que en absoluto coinciden con las mías. Ellos conocen a Son Goku, y yo no. Que ya me dirán cómo va uno a comparar a Son Goku con Dick Turpin o el prisionero de Zenda, no sé dónde vamos a ir a parar, pero mientras esto pensaba consulté en la wikipedia El prisionero de Zenda y me encontré un dato muy curioso:

Resulta que la novela transcurre en Runitia, ficticio país europeo, y el país dio el nombre a lo que se conoce como "romance ruritano", que es básicamente situar las aventuras en un país imaginario, casi siempre pequeño y montañoso, medio tirolés o draculiano, etcétera. Por nombrar referencias "modernas", Tintín tiene una aventura en un país de esos, el Doctor Muerte de Marvel es de uno de esos países, también los marvelianos Magneto, Mercurio y la Bruja escarlata, en la película y saga Princesa por sorpresa el país de origen está en los Pirineos... El recurso narrativo de lo más normal y que siempre me ha irritado porque ¿en qué cabeza mínimamente amueblada cabe que semejante país sea real (sí, lo sé, no me pregunten por qué me irrita que yo crea que alguien crea que que el país del Doctor Muerte sea real; supongo que es porque yo soy capaz de imaginarme un personaje como el Doctor Muerte y aceptarlo como personaje de un tebeo, pero un país europeo que no existe, ni borracho)?

No tenía ni idea de que existía ese concepto.

Cuando internet irrumpió en nuestras vidas, antes de que existieran los buscadores, se vendía que lo bueno de esta cosa nueva era que permitía navegar (o surfear, según lo juvenil del espíritu del vendedor) entre páginas web, empezar leyendo una cosa y acabar en otra distinta. Era la gran ventaja, la gran aportación de la red.

Y ya ven, es cierto: uno tiene una serie de pensamientos encadenados, se conecta y se deja llevar por internet y se llega a sitios curiosos.

 

 

 

Garth Brooks - Ain't doing down til the sun comes up

 



jueves, 23 de septiembre de 2021

¿Ha pensado en escribir su blog?

Empezar un blog es muy fácil. Se escribe "empezar un blog" en el buscador (google para la mayoría), y ahí está todo lo necesario. Para empezar. Para continuarlo hacen falta otras cositas. La primera y principal, motivación. Dicho esto, yo creo que todo el mundo debería tener un blog, porque hay un motivo. 

Todas las personas deberían tener un blog para volcar en él sus recuerdos, mientras los tengan. Porque todos perderemos nuestros recuerdos. Unos serán reemplazados por otros, otros simplemente serán expulsados de la cabeza porque ya no dará más de sí. Pero igual que yo ya no recuerdo cosas de 1986, así todos iremos olvidando. Un blog nos permite transcribirlos, y poder volver a ellos cuando se quiera. Contrariamente a lo que mucha gente piensa, los blogs no necesitan muchas visitas. No necesitan ninguna, de hecho. La de su autor es más que suficiente. Y, como internet es tan grande, si no se publicita es casi seguro que nadie entrará. Quizá entre un lapón despistado buscando esa receta de las patatas asadas con tomate, pero qué más nos da: como si quiere copiar el recetario entero.

No es necesario tampoco que lo que se plasmen sean recuerdos. Pueden ser ideas, pensamientos o iluminaciones como las que pueblan twitter. Pueden ser sensaciones, menciones a programas que nos han gustado, o libros o películas o canciones o funciones de circo. En el blog de uno puede escribirse lo que se quiera.

Por ejemplo: el otro día vi la película La noche de los muertos vivientes, la primera de zombies al uso, creo. No la había visto nunca. Me gustó. Se notaba la diferencia entre el cine de los 60 y el posterior. Muy triste el final: los que se salvan terminan muriendo por accidente. Puede que le parezca una entrada muy pobre, pero no es verdad: es sólo una hoja, y con los años será parte de un árbol al que nos gustará volver.



Tener un blog en internet es una de esas cosas de las que luego nos arrepentiremos de no haberlas hecho antes.

sábado, 11 de septiembre de 2021

Capítulo y versículo

 https://www.youtube.com/watch?v=cVdHn-Hykp4

 

 

Conocí a un sacerdote que había estado muchos años de misionero en el África negra. Parece ser que se dio la circunstancia de que tuvo que hacerse cargo no solo del poblado en el que estaba sino también de otros poblados que se habían quedado sin misionero. Con el detalle de que los misioneros de esos poblados no eran católicos.

Es fácil de entender: uno llega a un poblado y ejerce. Resulta que en el poblado  de al lado ha llegado ya un misionero, pongamos, episcopaliano, y anglicano el de un poco más allá y metodista el del otro lado del lago. Claro, uno trabaja con su poblado, no va al poblado del otro a robarle los feligreses; la actuación de los misioneros no se reduce a la prédica religiosa, hacen muchas otras cosas, quizás organizar una escuela, poner a todos de acuerdo para construir un pozo, montar una casa de socorro, qué sé yo. Y supongo que el misionero episcopaliano, el anglicano y el metodista tendrían que regresar a casa porque terminó su periodo de misión, o cayeron enfermos o vete a saber qué y antes de irse le pidieron a nuestro curita que cuidara también de sus poblados. El caso es que el hombre quedó al cargo de varias comunidades cristianas pero no católicas. Y él era un sacerdote católico; quedaba claro que también debía atender las necesidades espirituales de esas comunidades, pero...

Aparte, ¿cómo hacerlo?

Lo que hizo el cura fue, cuando les predicaba, citarles siempre el punto de la Biblia donde podían encontrar lo que él les decía. Así podían comprobar que lo que decía sí lo recogía la Biblia, y que no les estaba enseñando ninguna desde su punto de vista herejía. Y parece ser que le fue bien.

Lo malo es que le quedó la costumbre. Y, de vuelta a España, que ya no hacía falta, trufaba las homilías de referencias expresas, "libro tal, capítulo cual y versículo no sé qué".

¿Resultado? Un peñazo de hombre.

 

 

 

José Antonio Labordeta - El poeta

jueves, 10 de junio de 2021

Recuerdos borrosos

https://www.youtube.com/watch?v=3HEBqsqqyaY 

 

 

Hace muchos años tenía un recuerdo impreciso de un fragmento de un poema y de un posible nombre de un autor. Cosas de esas que los de mi quinta estudiamos en la escuela. Pero, como digo, mis recuerdos eran imprecisos. Así que le pregunté a mi ya entonces anciana tía, catedrática de Literatura Española (Edad Moderna, creo) de la universidad. 

Ella supo. El poeta, y el poema. Pero el poeta no era el autor del poema.

Con el tiempo, quizá al cabo de un rato, el conocimiento volvió al rincón de los recuerdos imprecisos.

El otro día los rememoraba de nuevo. En concreto, ¿cuál era el poema cuyo autor no es el autor que recuerdo?

Por suerte, ahora tenemos internet y en unos segundos hallé la respuesta.

En primer lugar, el poeta cuyo nombre recordaba: Gutierre de Cetina, siglo XVI. El poema de Gutierre de Cetina, que yo sabía que no era el poema que quería recordar, es el otrora famosísimo Ojos claros:


Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

 

Es un madrigal: versos heptasílabos y endecasílabos de temática amorosa. En mi época, quizás el madrigal más famoso y que por descontado todos nos aprendimos de memoria. No saben, las generaciones posteriores, lo que se han perdido al no estudiarlo.

La segunda parte de la búsqueda es el poema borroso. Me costó, pero es éste:

Halcón que se atreve
con garza guerrera,
peligros espera.

Halcón que se vuela
con garza a porfía
cazarla quería
y no la recela.
Mas quien no se vela
de garza guerrera,
peligros espera.

La caza de amor
es de altanería:
trabajos de día,
de noche dolor.
Halcón cazador
con garza tan fiera,
peligros espera.

 

Y apunto ahora el autor, para que no se me olvide: Gil Vicente. Portugués de finales del XV y principios del XVI, que también (a la vista está) escribió en castellano.

Reflexión final:

Dicen, y dicen bien, que todo o casi todo está en internet. Por ejemplo, los dos poemas que traigo a colación. Y las biografías de los dos poetas. Estrictamente hablando, no sería necesario recordarlos: están en internet.

Obviamente, esa afirmación es verdadera, pero el corolario implícito es más falso que Judas. No es cierto que no haga falta aprender o memorizar porque todo esté en internet. Si no supiera de Gutierre de Cetina, si no recordara algunos versos del poema de Gil Vicente, jamás habría encontrado los poemas. Estos, por lo que a mí respecta, como si nunca hubieran existido.

Jamás buscaré en internet datos de un país del que nunca he oído hablar, o de un animal o planta o estrella o dios griego o artista o cualquier cosa. 

La vastedad de internet la da mi conocimiento sin internet. Cuanto más cosas sepa yo sin internet, más sabré con internet. Y no importa lo mucho que haya en internet si no sé apenas nada sin internet.

Así que la afirmación "en internet está todo" es falsa por incompleta. Debería decirse "en internet está todo lo que esté en mi cabeza". Y no es un argumento a favor de la no necesidad de aprender algo, sino todo lo contrario. 

 

 

Víctor Jara - Juan Sintierra