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Dos sucesos sucesivos que nos han ocurrido estos días me ha llevado a reflexionar. Y a meditar hasta qué punto están relacionados. Bien, yo se los digo y usted decide si lo están o no.
El primer suceso está relacionado con el apagón del pasado lunes. Toda la España peninsular, sin suministro de corriente eléctrica durante bastantes horas. Pero no es el apagón en sí lo que me llama la atención, sino cómo lo gestionaron nuestros gobernantes (entiéndase: Sánchez y su tropa, pues son ellos). Fue... lamentable. Se revelaron como unos completos incompetentes, y como personas sin el más mínimo interés en el bienestar de sus gobernados: sus intereses estaban en el beneficio político que pudieran obtener del asunto. Incluyendo en el paquete de gobernantes a la presidente de Red Eléctrica Española, la exministra de Zapatero Beatriz Corredor, porque fue nombrada para el cargo (sin la menor cualificación salvo la obvia cercanía a Sánchez) por Moncloa, cesando para ello al anterior presidente (Jordi Sevilla), también nombrado en su día por Sánchez pero que al menos tenía una cierta pericia como ejecutivo. El crimen de Sevilla, por supuesto, fue disentir de lo que hacía Sánchez, así las gasta.
A veces uno piensa qué mala pata ha tenido este hombre. El coronavirus, el volcán de La Palma, la guerra de Ucrania, la DANA de Valencia, Filomena, este gran apagón,... Que sí, que lo ha gestionado todo (absolutamente todo, y es indiscutible) de pena cuando no de juzgado de guardia, pero es que ha tenido muy mala suerte.
Pero luego uno piensa que no, que no ha sido tan especial. Hemos tenido presidentes que han tenido que enfrentarse a un golpe de estado, otros al síndrome de la colza, a las vacas locas, a huelgas generales (y particulares: por ejemplo, de controladores) que paralizaron el país, a la catástrofe ecológica del Prestige, a la crisis de Lehman Brothers, a atentados de ETA por doquier, a la rotura de la presa de Tous, a lo del camping de Biescas, a la caída del Telón de Acero y del Pacto de Varsovia, a la descomposición de la URSS y a las dos guerras de Irak y las guerras yugoslavas, a la toma de Perejil, a la ruina económica, a inundaciones bestiales (por ejemplo, Badajoz) y sequías salvajes, el estallido de la burbuja.com, el terremoto de Lorca, el 11-M,... ¡Si hasta tuvimos casos de ébola!
En resumen, si se piensa lo de Sánchez no ha sido para tanto. Pero, claro, es que lo que le ha pasado lo ha gestionado casi que de la peor manera posible.
Es inevitable llegar a la conclusión de que el gran problema es que no son las personas adecuadas para el cargo. De un tipo o de otro, todos los presidentes han tenido su ración de imprevistos, de crisis y de situaciones problemáticas; en principio, uno de nuestros criterios para elegirlos debería ser nuestra confianza en que cuando les lleguen las gestionarán de la mejor manera posible (o mejor que sus rivales, al menos), y en cualquier caso sí se lo exigimos.
También es llamativa la increíble tranquilidad callejera de los años de Sánchez, si la comparamos con la revuelta casi permanente que tuvieron que soportar otros. Y ahí es donde entra mi reflexión: nunca oigo, en la calle, en el trabajo o por ahí a nadie quejándose del gobierno, y se me hace raro porque a menudo yo mismo les doy pie. Es que nada, parece que o no vemos relación o estamos resignados y para qué quejarnos, si total nuestras quejas no van a llevar a nada. El gobierno son nuestras hemorroides que sufrimos en silencio, es lo que hay, no le demos más vueltas y tratemos de no pensar en ello.
¿Cómo hemos permitido, cómo permitimos, que semejante cuadrilla de indocumentados nos gobierne? ¿Tan desilusionados estamos que no creemos que exista algo mejor?
El segundo suceso es porque hoy es 1 de mayo. Día en el que los sindicatos mayoritarios (CC.OO. y UGT) salen a las calles de las principales ciudades a protestar por la situación de los oprimidos trabajadores. Este año, leo en una entrevista al líder de UGT, la protesta es en demanda de la reducción de la jornada semanal a 37,5 horas. Y, añade, cuando la consigan pasarán a pedir la de 32 horas. Con el mismo sueldo semanal y no por hora trabajada, se entiende. Mucho se podría opinar sobre el tema, sobre la ética de negociar y llegar a un acuerdo para acto seguido denunciarlo (sin renunciarlo) y volver a exigir más aún, sobre la pretensión en sí mismo, sobre si ése es el problema mayor que tiene la España trabajadora (ya digo yo que no, ni de lejos), sobre el comportamiento que están teniendo los sindicatos mayoritarios en los años de Sánchez,... Pero lo que me llama más la atención esta vez no es eso, sino el líder de UGT en sí.
El líder de UGT tiene 69 años. Ya debería estar jubilado, todos los compañeros con los que empezó a trabajar lo están, pero él ahí sigue: o bien su trabajo no le cansa y le gusta (o le gusta lo que recibe por hacerlo), o se cree insustituible. Y no, le he visto en fotos y me atrevo a afirmar que hay personas de 69 años en mucha mejor forma física que él.
Su primer trabajo real fue en La Maquinista, de Barcelona, donde entró cuando tenía 19 años. Pero es que en 1976, cuando tenía SOLO 20 años, fue nombrado secretario de Acción Sindical en la sección sindical de su empresa, y en 1978 secretario de organización de la Federación del Metal de la UGT de Cataluña. La figura del liberado sindical se estableció en 1980, pero podemos dar por cierto que nuestro héroe dejó el trabajo real en la empresa en 1978, con 22 años.
Es, pues, un vividor del cuento de libro. Apenas pasó 3 años con un trabajo de verdad, los 47 siguientes ha sido un aparatachik más que fue trepando por la organización hasta llegar a la cúspide. Por eso no se jubila, porque sólo lleva 9 años de mandamás y quiere serlo más tiempo.
Este tío es el que quiere que en España se trabaje 32 horas y se cobre como si se hubieran trabajado 40.
¿Ven ustedes relación entre ambas historias?
Yo, sí.
The Pogues - Sally Maclennane
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