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martes, 24 de septiembre de 2024

De aceitunas y encargados

https://www.youtube.com/watch?v=SjIObpXyGSE 

 

 

El otro día compré en el mercado un puñado de aceitunas de Aragón. Cuando me dieron el ticket no pude menos que protestar: ¡a 14,50 el kg! Tenía que ser un error, pero la tendera me dijo que no, que este septiembre han subido mucho porque la sequía, blablablá, una mala cosecha, los precios han subido mucho en origen y todo eso.

Una cosa es la gasolina, la luz incluso, y otra los alimentos. La gasolina tiene un precio fluctuante. A veces está más cara que antes, pero a veces está más barata. En el largo plazo siempre sube, claro que sí, pero el hecho de que a veces baje de precio hace más comprensible cuando hay subidas. Los alimentos, en cambio, no siguen ese patrón: sólo suben, es rarísimo que bajen. Recuerdo, por ejemplo, los huevos y la subida desaforada que tuvieron cuando la invasión de Ucrania. Parece ser que Ucrania exportaba cereal, al faltar ese cereal hubo que tirar de las producciones patrias para el consumo humano y el perjudicado fue el pienso que comen las gallinas, que ante la escasez de oferta subió mucho de precio. En mi proveedor de huevos del mercado (un tendero que sólo vende huevos) los precios subieron en poco tiempo un 50%. Es un poco curioso que incluso con la energía disparada por esa época los pollos asados no subieron de precio en exceso, pero... En fin, que no sé si el problema se ha resuelto pero los huevos no bajan ni bajarán. Tampoco los pollos asados, claro está.

En el caso de las aceitunas, llevo muchos años comprándolas en ese puesto y he conocido precios mucho más bajos (les recuerdo que soy calculista y que lo mío son los números). Y nunca los he visto bajar. Supongo que una vez que el tendero descubre que los clientes siguen comprando con los precios aumentados, pues decide que los mantiene. Si el producto baja de precio en origen, mejor para él, y si acaso ya subirá cuando vuelvan a subir.

En el caso de las aceitunas negras, el precio lo habían subido un 50%. Curiosamente, también el aceite de oliva se disparó de precio hace unos años, y aunque ahora se ha estabilizado el precio (dicen que está bajando, pero yo no lo noto y bien que noté la subida) la causa era la misma que la de las aceitunas: sequía, malas cosechas y todo eso.

Lo que vengo a decir es que esto son cosas que se anuncian mucho antes de que ocurra: cuando hay sequía ya se puede saber que las cosechas serán malas, que lo cosechado subirá de precio y que los productos que dependan de esos productos subirán. Es algo lógico y comprensible. Precios altos y carestía tienen un origen que los explica.

A veces, somos nosotros los que generamos el problema en el futuro con nuestra actitud en el presente (o generamos el problema que ahora tenemos con nuestra actitud en el pasado).



"Las noticias de hoy envolverán el pescado de mañana".

La famosa frase tiene ya unos años: remite a cuando los periódicos se editaban en unas hojas enormes, más o menos de tamaño A0, y no había los papeles técnicos higiénico-sanitarios que se usan hoy en día en los mercados, carnicerías, pescaderías etc. En aquella época, se envolvía en papel. Sobre todo el pescado, que estaba siempre húmedo. Era costumbre que los pescateros envolvieran el pescado en papel de periódico, tal vez del día anterior. De ahí la frase, que alude tanto al que se preocupa por una noticia que no quería que se supiera (no te preocupes, porque en dos días se olvidará) como al que se da ínfulas por algo bueno (no te des tantas, porque en dos días nadie lo recordará).

Hoy las noticias o los artículos no se imprimen en papel, pero que se publiquen en internet no hace que se olviden, en seguida llegan otras que las tapan. Por esta razón tengo por costumbre guardarme enlaces a noticias o artículos que no quiero que se me olviden. 

Por ejemplo, este artículo que publicó en 2021 el digital La Información, en el que entre otras cosas se dice: 

«La falta de efectivos, según comenta Villares, es común a todos los cargos y ocupaciones en la jerarquía de una obra, aunque hay algunos cuya ausencia se hace muy palpable. “Hay una escasez tremenda, en todos los puestos: de técnico para abajo y también en lo referente a lo jefes de obra, pero es que encargados literalmente no hay” resalta el jefe de zona. Jesús Redondo, trabajador del sector de la demolición técnica e involucrado en las operaciones de las calles de los Reyes y Maestro Guerrero (junto a la Plaza de España de Madrid), asevera lo mismo que Villares. “Nos robamos los encargados de una obra a otra en cuanto podemos por que no hay apenas”, comenta.

...

Sobre la huida de empleados y la falta de formación actual, el jefe de obra de Alza Obras y Servicios, Nilo Gómez, es tajante: “Nos hemos saltado una generación en la que la labor de enseñanza que se impartía de mayores a jóvenes en una obra no se ha producido”, resaltando que esta es la forma más eficaz de formar a un nuevo empleado. Gómez comenta que se produjo un bajón del volumen de trabajo que llevó a que los obreros “se buscaran la vida fuera del sector”, y que, aunque durante 2021 se ha experimentado un aumento muy grande en el número de arranques de obra, “muchas veces no son asumibles”, pues “hay muy pocos trabajadores con formación especializada, y en obras que tenías que atender con tres equipos de albañilería, se emplea a solo uno y poco cualificado”».>

Si faltan aceitunas, eso tiene consecuencias. En las obras faltan obreros especializados y sobre todo encargados. ¿Y creen que eso no tendrá consecuencias?

Esta misma semana he comido con unos clientes y con un constructor. Uno de los clientes abrió la conversación contando que no encuentran trabajadores especializados en la construcción. Que necesitan, por ejemplo, alicatadores (los que colocan los azulejos) y sí, gente que colocan azulejos sí encuentran, pero que los pongan bien no. Mis clientes son mandos industriales, y para ellos es un problema porque a efectos prácticos ellos son responsables ante sus jefes de las obras de las que se encargan: la mala calidad, los retrasos, los aumentos de costes o los problemas de contratación son siempre culpa suya.

El caso es que esos clientes querían saber qué opinaba yo del asunto.

Por casualidades profesionales, he participado en dos de las principales obras de construcción urbana de Cataluña en los últimos 20 años. Esto no es algo especialmente difícil, pues en obras más grandes terminamos participando muchos, unos haciendo unas cosas y otros haciendo otras. En resumen: no hay color. La diferencia entre la obra antigua y la obra nueva es enorme.

Lo primero que me llamó la atención en la obra nueva fue la organización. La obra antigua estaba muy bien organizada, se notaba que los jefes sabían. La obra nueva la habían organizado como una obra normal de medio pelo. Es como gestionar una división de 3.000 soldados igual que un pelotón de 12, o como gestionar un presupuesto muchimillonario igual que la paga de la semana.

Luego, con el tiempo, fui percibiendo diferencias en otras cosas. Para empezar, el gerente de la obra (hay que pensar en una obra como una empresa que factura muchos, muchos millones al año). En la obra antigua el gerente era muy bueno, muy profesional. Y sabía un condrio de obra, no en vano llevaba en ese momento 40 años de experiencia. En la obra nueva la sensación que me daba es que el gerente sólo quería ganar dinero; con esa actitud no se gestiona una empresa, se liquida, y en la obra pasa lo mismo.

Pero luego eran todos los demás. El encargado general, los encargados, los ayudantes del jefe de obra, el personal de oficina, el topógrafo,...

Y no solo la constructora: la diferencia de categoría profesional entre los arquitectos y los calculistas de ambas obras era abismal.

No todo en la obra nueva era peor, claro: los agentes de seguridad de las puertas, los informáticos, los responsables de seguridad y salud, funcionaban muy bien.

Yo no sé si es una tendencia general, una bajada del nivel profesional en la construcción, o es simplemente que el gerente y los responsables (la Propiedad) de la obra nueva buscaron lo más barato que había en el mercado sin importarles que lo más barato fuera de mala calidad; diría que ambas cosas: que es cierta mi sensación de que el nivel profesional está disminuyendo, y de que en la última obra se regían por lo más barato fuera su calidad la que fuera. Pero luego leo el artículo de La Información de 2021 y me doy cuenta de que el futuro ya está aquí.

Por cierto, hoy se ha publicado una entrevista al presidente de Leche Pascual (nombre oficial, Calidad Pascual), y en ella expone lo siguiente:

«Ha habido una caída del consumo de leche muy importante. Cuando yo empecé a trabajar se bebían 117 litros de leche líquida por habitante al año y ahora estamos en 63 litros. Parte de esa caída puede ser por alternativas como las bebidas vegetales o porque la gente sustituya la leche bebida por queso, yogures, batidos... Pero el 80% de la caída de consumo per cápita viene por la desaparición del gran consumidor de leche, que es el niño... El gran consumidor de leche es el niño, desde que nace hasta la adolescencia. A partir de ahí dejan de consumir y la leche pasa a tomarse prácticamente sólo con el café. Por eso la caída de los nacimientos ha sido muy importante, aunque parte de la caída se ha venido compensando por el incremento de la población gracias a la llegada de inmigrantes, como por ejemplo los latinoamericanos, que consumen más leche y tienen más hijos que nosotros».

Cuando los números muestran una tendencia clara, la realidad es imparable y se puede predecir qué va a pasar, cual La Fundación, y una cosa es cierta: hemos invertido la pirámide demográfica, y eso tiene consecuencias. Ocurre que, como con todo lo que afecta a la demografía y a la sociedad, esas consecuencias se perciben años después de haberse producido las causas, y entonces ya es tarde para impedirlo. Los avisos agoreros es cuestión de tiempo que se hagan realidad.

Nos adaptaremos, lo hemos hecho siempre, pero.. ¡es que se veía venir!



Michael Nyman . Memorial

lunes, 9 de septiembre de 2024

Un cliente más habitual de lo que se cree

https://www.youtube.com/watch?v=vfTHe64HQB0 

 

 

Imaginen ustedes que son el jefe de una empresa de limpieza o de un departamento de mantenimiento y que tienen que fregar una zona por la que pasan muchas personas. Y, para que nadie resbale o al menos usted no tenga responsabilidad por ello, les indico que lo que tiene que hacer es, antes de fregar, poner un cartel de plástico con la advertencia de "cuidado, suelo mojado". Imaginen ustedes que me dicen que no, que friegan muchos suelos (es su trabajo), y que si además de fregar han de poner carteles, sus trabajadores no van a poner el cartel. Y que piense otra cosa. Que por qué no va a bastar con dejar la luz encendida para que la gente vea que el suelo está mojado.

Pues estas cosas pasan.

Tengo un cliente que alardea, de puertas afuera, de la máxima calidad. La máxima. De puertas adentro, una vez que se traspasan los muros y se firman los acuerdos de confidencialidad, la cosa no es del todo así. El caso es que mi cliente tenía un problema que no sabía cómo resolver, y me pide una solución. El problema se originaba cuando movía una carga suspendida en el puente grúa y esa carga, por error, al balancearse golpeaba materiales que tenía apilados por ahí. También cuando una carretilla sufría un accidente y se producía el impacto contra esos materiales. Lo que el cliente pedía era que el impacto no tuviera consecuencias.

Tras mucho pensarlo, se me ocurrió una solución que además cuadraba con lo que había discutido en su día con el cliente sobre cuáles serían las soluciones aceptables. Más o menos venía a ser como que cuando el cliente colocase el material allí colocase también un elemento que lo protegiera del golpe. Y, como procede, la desarrollé para que el cliente la viera en detalle.

El cliente empezó a poner pegas a los detalles. No a la filosofía de la solución, sino a los detalles. Esto así no, esto mejor en el otro lado, esto tal y esto cual. Todo como un goteo. Al final, todas las pegas que ponía el cliente provenían de que ellos no iban a hacer su parte, que no iban a poner la protección antigolpes. Por supuesto, podía haber desarrollado la solución original de manera que el cliente no tuviera que hacer nada. Motorizar la solución, por ejemplo, y que el cliente sólo tuviera que apretar un botón (creo que eso sí aceptaría hacerlo); pero ni el cliente me iba a pagar el coste de desarrollar esa solución, ni yo sé desarrollar en detalle una instalación motorizada, ni el cliente iba a pagar el coste de la instalación en sí: esto, ni se planteaba.

Total, que una vez que lo entendí le dije al cliente que de acuerdo, que pasaba entonces a desarrollar la solución que se le había ocurrido a él inicialmente. Y que venía a ser como colocar un antivuelco detrás de los materiales para que una vez se lleven el golpe por lo menos no se caigan por detrás: ni impide el golpe ni salva los materiales, pero se ahorra recoger el destrozo en un área mayor. 

Es, ya digo, una comparación: lo que me interesa resaltar es la actitud del cliente. La mía la puedo describir: a estas alturas de la película, yo había perdido ya todo mi interés, todo el tiempo presupuestado y todas las ganas de resolverle a él un problema, y sólo quería salir de allí.

Hay clientes así. No sé para qué me llaman.

 

 

Amy Winehouse - Valerie 

sábado, 27 de abril de 2024

Otras marcas

Ocurre a veces que hay una marca de un tipo de producto tan conocida que a menudo a ese producto se le denomina por esa marca y se considera que esa marca es el estándar de calidad de ese tipo de producto.

Pensemos, por ejemplo, en la gaseosa. La marca que todo español tiene en la cabeza es La Casera, se puede pedir directamente "una casera", y se la considera (tal vez machacona publicidad mediante) la mejor gaseosa. Eso no quita para que haya otras marcas de gaseosas, e incluso para que alguna de ellas sea mejor que La Casera. Pero así son las cosas.

Esto no solo ocurre con las gaseosas: también con los refrescos de cola, los batidos de chocolate, los yogures, la pasta dental, los estropajos metálicos, los teléfonos inteligentes y un amplio abanico de productos. Entre ellos, los productos que no son de gran consumo. Productos industriales o en el sector de la maquinaria, por ejemplo. 

Nunca nos ponemos en el lugar de las otras marcas. 

 

 

Hace años impartí una conferencia de carácter técnico. En el transcurso de la misma, explicando cierto producto y lo habitual que es que las constructoras ofrezcan otra cosa que, aseguran, es equivalente y yo les aseguro que no lo es, empleé el nombre de la marca por la que se conocen a ese producto, y dije que todo lo que no fuera de esa marca pero pretendiera ser equivalente era una birria y les estaban intentando dar gato por liebre. 

Al terminar la conferencia, se me acercó una persona que resultó ser comercial de una empresa con tan buen producto (o casi) como el de referencia: no le había gustado lo que yo había dicho. Yo, lo afirmo, era un panoli que no conocía otras marcas que la famosa; y resulta que las había. Mi interés había sido desenmascarar las chapuzas que suelen intentar las constructoras, y por mi desconocimiento había metido en el mismo saco a quien no lo merecía.

¿Porqué les cuento esto? Porque han pasado bastantes años, y aún lamento mi error.

domingo, 14 de abril de 2024

Espero que no sea un signo de los tiempos

https://www.youtube.com/watch?v=D8NsoN4S7IE 

 

 

—Mira esta foto y dime qué te parece.

Un aparejador me enseña una foto de una obra suya y no he podido menos que pedírsela para ponerla aquí. Si no son expertos en construcción, no hace falta que localicen lo que pasa: yo se lo explico.


Las paredes pueden ser de muchas formas. Pueden ser de papel, pueden ser de cartón yeso y pueden ser de cristal, por ejemplo. Pero lo normal es que sean de lo que en argot se denomina "fábrica", y vulgarmente "de ladrillo". La fábrica de ladrillo consiste en colocar los ladrillos unos encima de otros ajustándolos con mortero. Lo normal es que el ladrillo sea cerámico, de arcilla: el de color ladrillo de toda la vida. Pero también puede usarse, en vez de un ladrillo, un "bloque de hormigón", más o menos hueco. En ese caso la fábrica se denomina "de bloque", acostumbra a hacerse en entornos industriales porque es más barata que la fábrica de ladrillo y la estética industrial no importa tanto, y tiene un acabado más o menos como el de la foto.

En la foto se aprecian tres bandas horizontales de bloque más oscuro: el aparejador, al diseñar la pared, prescribió que se rellenaran con hormigón y se armaran una serie de hiladas horizontales separadas por cinco hiladas sin rellenar (luego el albañil separó una banda 6, pero ésa es otra guerra). Pero no está ahí el detalle.

Resulta que el albañil que ejecutó la pared de la foto... no empleó mortero para unir las piezas. Se limitó a colocar una encima de otra, sueltas. Sujetas sólo por el peso del conjunto. 

A ver. Que cualquiera sabe que las paredes se hacen con ladrillos (o bloques) y morteros. Que se coloca una línea de ladrillos, una capa de mortero y otra línea de ladrillos. Y que entre ladrillos de una misma línea se coloca también una fina capa de mortero. No hace falta saber que la línea horizontal de mortero se llama tendel y la vertical, llaga, ni los diversos tipos de muros por su nombre técnico. Todos sabemos que, salvo que se haga una pared de sillería (bloques de piedra perfectamente cortados que asientan unos con otros) e incluso en las de sillería, por las irregularidades de los sillares, se emplea un material deformable de asiento. Lo contrario es sólo apilar ladrillos. Salvo el albañil que hizo la obra.

Parece ser, me explicó el aparejador, que el albañil creyó que al pedirle una pared de bloque de hormigón y no especificarle que tenía que unir las piezas con mortero, pues eso. 

¡Pero bueno! ¿En manos de quién estamos? ¿Cómo es posible que un albañil profesional no sepa algo que es de la primera hora del primer día de primero de albañilería? Pues es posible.

Llevo tiempo pronosticando que se están perdiendo los saberes técnicos, el saber cómo hacer las cosas. Nadie me cree, todo son burlas y se me tilda de exagerado, pero un día habrá que afrontar el problema. 

 

 

The Highwaymen - Me and Bobby McGee 

miércoles, 3 de abril de 2024

Camino del abismo

https://www.youtube.com/watch?v=uWhkbDMISl8 

 

 

El lector recurrente ya se habrá dado cuenta (no cuesta mucho) de que acostumbro a quejarme por todo. Mi tesis habitual es que todo se hace cada vez peor, cada vez somos más peores técnicos, cada vez sabemos menos, etc. Cosas de la edad, es natural, y espero que la realidad me contradiga y sobre todo que aquellos a quienes critico estén dispuestos a quitarme la razón; pero ¿y si resulta que sí la tengo?

Este preludio lo motiva una experiencia que me ha ocurrido estos mismos días. Estoy diseñando una estructura y lo que mi cliente me facilita, a modo de especificación, es la barandilla de límite. En concreto, me facilita un estudio realizado por nada menos que todo un señor doctor arquitecto sobre esa barandilla. Al leer ese estudio se me cayeron los palos del sombrajo, como suele decirse.

Entiéndase: no es que el estudio estuviera técnicamente mal. No hay ningún error técnico: ¡si hasta emplea un programa de cálculo de estructuras para calcular la barandilla! Sí, el famoso Cype. Luego emplea otro programa de cálculo para calcular las chapas de anclaje al piso y luego otro para los tornillos de anclaje. Tres programas de ordenador, nada menos. ¡Como para estar mal resuelto!

Lo que pasa, dejando de lado que un arquitecto (peor: un doctor arquitecto) tenga que recurrir a 3 programas de ordenador para una simple barandilla, es que además  el informe es tan malo que no vale. Porque el arquitecto (perdón, doctor arquitecto) no empleó el sentido común, no pensó lo que estaba haciendo. Se limitó a aplicar la normativa a rajatabla y a analizar un tramo de barandilla como si fuera la única cosa en el universo. Y resulta que no es lo único en el universo, que hay más elementos, y que hay más cosas que las mínimas que establece la normativa. Así que su estudio está muy bien en un mundo ideal, pero no tiene aplicación práctica y no responde a lo que su cliente necesitaba. Salvo que el título de doctor en arquitectura lo regalen a cualquiera (no creo), el mozo (voy a presumirle juventud) tiene una capacidad demostrada. El hombre aceptó el encargo, por lo que se vio capacitado. ¿Entonces?

Los fallos que cometió el arquitecto (perdón, doctor arquitecto) no son achacables a un ordenador. Los programas que empleó resolvieron lo que el arquitecto les introdujo. No hay que darles más vueltas, el arquitecto no pensó. Él, sin duda, alegaría que no le advirtieron, que no le dijeron, que no... Da igual: el doctor arquitecto era él, y él tenía que haber pensado en lo que no pensó. Tal como yo hice cuando me dieron su informe. 

Pues bien, esto es cada vez más corriente. Los técnicos piensan cada vez menos. Llega un momento en el que no se trata de tener más o menos conocimientos, sino de sentido común. De imaginación (la capacidad de tener en la mente lo que aún no existe). De pensar, caramba. Y esto, se lo digo de verdad, cuanto más joven es el técnico menos piensa; y luego, cuando un anciano ingeniero les revela todo aquello que ni se les  habría ocurrido surgen los murmullos de admiración y los disimulados intentos de tocar el borde de nuestras vestiduras, pero no es eso lo que queremos. No buscamos reconocimiento ni adulación, sino que ellos hubieran hecho bien su trabajo. Que nos demostraran que podemos descansar, que quedamos en buenas manos.

Los fallos del arquitecto son típicos en un principiante. En un chaval que empieza, no en un doctor arquitecto. Sí, ya sé que les canso con la matraca de siempre, pero qué quieren que les diga. La realidad que me encuentro me reafirma en mi convicción de que vamos camino del abismo.



Blondie - Hanging on the telephone


 

jueves, 21 de marzo de 2024

El ingeniero, la constructora, el error y el dilema

https://www.youtube.com/watch?v=PaEJtodoh5c 

 

 

El ingeniero ha sido contratado por una constructora para que le ayude en la ejecución de una obra.

El ingeniero descubre un error en el proyecto e informa a la constructora. No informa a la Dirección Facultativa ni a la Propiedad, porque la constructora no le ha contratado para que la puentee. Lo más correcto sería que la constructora avisara a la DF del error, pero ¿y si la constructora guarda el informe en el cajón y se calla? ¿Debe el ingeniero saltarse el conducto reglamentario?

Imaginemos que la constructora decide callar porque el error no comporta un peligro y además le beneficia. Por ejemplo, que se obliga (y paga) apuntalar una zona que no es necesario apuntalar, o compactar un terreno que ya está compactado. La constructora va a realizar (y cobrar) un trabajo que no es necesario. O supongamos incluso que es un error en las mediciones o en los presupuestos, que redunda a favor del contratista (si no fuera así el contratista no callaría).

Ciertamente, lo más ético sería que la constructora avisara a la DF, pero ¿y si no lo hace? ¿Debe el ingeniero realizar un acto inapropiado - saltarse el implícito deber de secreto en la información que le pasa a la constructora- para precisamente perjudicar a la constructora? En mi opinión, no. Perdería a su cliente y le perjudicaría, y todo por beneficiar a un tercero (la Propiedad) que ha cometido el error de contratar a una DF no tan atenta como el ingeniero. El juicio ético de avisar o no a la Propiedad le corresponde hacerlo a la constructora, no al ingeniero.

Ahora bien, ¿y si el error afectara a la seguridad? ¿Y si la estructura proyectada fuera insegura?

Lo primero es entender porqué iba la constructora a no avisar del error.

Tal vez el trabajo está ya muy avanzado y la Propiedad no va a pagar deshacerlo y hacerlo correctamente. Pensemos que se ha excavado el túnel y los trenes son demasiado grandes, como ha pasado en este gran país. Recuerdo la reforma de un hospital, todas las medidas me daban que no iba a caber el despacho de un médico, advertí numerosas veces, pero la constructora no trasladó el aviso y el despacho del médico terminó siendo más un armario que un despacho. Y hubo que achaflanar una esquina para poner la puerta al bies y que cupiera (no se abría del todo). O tal vez simplemente la Propiedad no va a pagar la corrección, o sí la pagaría pero sólo si era derrotada en una pelea a muerte en el pozo de los lagartos de fuego. Y la constructora no tiene ganas de pelear a muerte porque ya tiene suficientes peleas con ese cliente en la agenda.

Pero, claro, lo que está en juego es la seguridad. Sí, eso con lo que en teoría no se juega.

Dicho esto, hay que asegurarse de que la constructora entiende el error y lo que significa, e insistir en que avise a la DF. 

Si esto no funciona (y en realidad aunque funcionara: hay que hacerlo antes) hay que reflexionar un poco sobre nuestra actuación. ¿Tan grave es el error? Las más de las veces no lo es, pero nos pierde nuestras ganas de parecer mejores que la DF. O la merma de la seguridad no es tanta como para montar un escándalo.

Pensemos, por ejemplo, en una tienda de muebles (tradicional, no un IKEA) o un concesionario de coches. Son tiendas con una gran superficie. Las normas asignan una ocupación por metro cuadrado que difícilmente se alcanza, más bien jamás. El proyecto ha dimensionado unas medidas de protección contra incendios suficientes para la ocupación real, pero insuficientes para la teórica que manda la normativa. Y el ingeniero lo sabe. Puede que no haya sido lo querido por la DF, pero es el resultado.

O que según el proyecto se alcanza un coeficiente de seguridad estructural de 1,8 cuando en realidad es 1,55. El mínimo normativo es, pongamos, 1,50, así que aun así se cumple la norma. O se alcanza sólo 1,49, no cumple por poco.

En mi opinión, si la constructora decide no informar a la DF el ingeniero ha de callarse. Que quede constancia de su aviso, y ya está.

Imaginemos que el error es grosero y la pérdida de seguridad es importante, pero sin alcanzar el nivel crítico. Que no va a ocurrir el desastre, pero ni de lejos la Propiedad va a tener el nivel de seguridad que esperaba. Y que a pesar de que la constructora ha sido informada, ésta decide no avisar.

O imaginemos que el error es tal que el desastre es casi seguro . En este último caso, si la constructora no quiere avisar lo mejor que puede hacer el ingeniero es dejar de tenerla como cliente.

¿Qué ocurre si en estos dos últimos supuestos no hay contacto posible entre la DF y el ingeniero? Pongamos que la obra se desarrolla en el extranjero, en Vietnam o en Chile. Ahí no hay nada que hacer, el ingeniero debe dejar constancia de que comunica a la constructora (a persona responsable) el error detectado, y no hay más que hacer.

Pero ¿y si sí puede contactar con la DF? Por ejemplo, porque el ingeniero también va a la obra y tiene además trato profesional con la DF aparte de esta obra. ¿Debe traicionar a la constructora?

En el último supuesto, sí si el mal de la traición es menor que el mal del desastre. Si el desastre no es tan desastre, no hay muertos, no hay heridos, no se producen daños económicos significativos ni importantes perjuicios a terceros, el ingeniero se debe a la constructora que lo contrata. Sí, ha sido una chapuza, sí, el ingeniero lo sabía y ha sido parte, pero insisto en el supuesto inicial: el error no es de la constructora sino del proyecto.

En el otro supuesto, lo que puede hacer el ingeniero es aconsejar a la DF que se asegure: "¿has comprobado que...? ¿Estás seguro de que...?". Las más de las veces la DF no hará nada (¡cómo a va ser que ese ingeniero sea mejor que ella!), pero el ingeniero puede tener la conciencia limpia: ha hecho bien su trabajo, ha advertido a la constructora y se ha encargado de que la DF sea consciente de la necesidad de reestudiar aquello que ha hecho mal. Puede que se considere que ha traicionado a la constructora, pero hay que reconocer también que el deseo de la constructora de tapar un problema importante no era muy ético. Además, no solo le obligaba la cortesía profesional sino también el deber moral de ayudar a un técnico con el que se colabora. Tomase el ingeniero la decisión que tomase, razones para tomar la contraría tendría.

Son situaciones complicadas que es mejor no tener. Pero ocurren.



Chiquetete - Esta cobardía

 

martes, 24 de octubre de 2023

El buen ingeniero no deja solos

https://www.youtube.com/watch?v=rfoakeJeR1Q 

 

 

En mis primeros años como ingeniero, pongamos con 24-25 años, trabajé como director de una fábrica. La fábrica era pequeñita, pero trabajaba a 3 turnos. Salvo los técnicos y yo. Mi horario era el más especial: de 9 a 1 y de 4 a 8. 

Como ocurre a menudo con los directores de la fábrica, yo no cumplía el horario a rajatabla. Sobre todo lo de irme a las 8. Y no porque tuviera tanto trabajo atrasado cada día que lo necesitara, qué va. Era tan solo que me gustaba quedarme. Estar en la fábrica, pasearme, hablar con los obreros, observarles mientras trabajan. Digamos que, terminada mi faena diaria, dedicaba un rato a conocer. Recordemos que yo tenía 24 años, por lo que mi experiencia de la vida era limitada, y la confraternización con los obreros, que me cuenten sus historias, sus cuitas o cómo ven ellos (y viven ) la realidad me interesaba mucho.

Los obreros a mí me respetaban muchísimo, y me trataban siempre de "señor". La fábrica estaba en un pueblecito, los obreros habían sido todos labradores antes que obreros (salvo los más pobres, que no tenían tierras y con 8 años ya los habían puesto a trabajar), por descontado ninguno tenía estudios y yo era tal vez el único ilustrado al que tenían acceso. Aunque yo tuviera sólo 24 años, para ellos yo era una persona que entendía las cosas, que veía cosas que ellos no veían, que realmente sabía. Yo, por supuesto, intentaba estar a la altura que me atribuían.

El caso es que recuerdo una ocasión, ya tarde, uno de ellos, que se llamaba Vicente, me dijo que les gustaba que yo me quedara, porque cuando yo me iba ellos se quedaban "muy solos".

Ésa fue una una conversación que todo ingeniero debería tener con sus obreros.

Cuando yo me iba, los obreros se quedaban solos. Los de la tarde debían terminar el turno solos hasta que llegara el relevo de la noche, los de la noche trabajar solos en un más bien defender el fuerte, y los de la mañana entrar y aguantar hasta que a las 8 empezaran a llegar los demás. Cualquier situación que surgiera en ese periodo debían afrontarla y resolverla ellos solos. Lo que Vicente me venía a decir es que agradecían infinito mi esfuerzo en que ese periodo fuera lo más corto posible.

La semana pasada estuve en una obra. No debería haber estado, porque yo sólo tenía que hacer el cálculo y de la ejecución se encargaban otros, pero había dudas sobre la idoneidad de mi propuesta de pilotaje y yo la había defendido diciendo que cuando se hicieran los pilotes yo estaría y que si surgía algún problema o algo anormal, al estar yo se detectaría y podría reaccionar en consecuencia. El caso es que cuando se ejecutaron los pilotes allí que me fui.

La obra era pequeñita, pero para mi sorpresa allí, fuera de los peones, no había nadie de la constructora. Ni encargado, ni jefe de obra ni nada. Ni siquiera se acercaron a saludarme, nada. Los peones supongo que sabrían que yo iba a ir, en cualquier caso me dejaron aparcar el coche en la obra y moverme como Pedro por su casa. En cuanto a la empresa que ejecutaba los pilotes, sí es cierto que a media mañana se acercó la responsable de la empresa para comprobar que todo estaba bien. Sólo el primer día, claro, luego ya iban solos.

Yo estuve durante la ejecución de todos los pilotes. Luego ya me da igual, el resto de la obra la hace un tonto, pero en la fase más importante, en la que más desconocimiento hay y la única que ya no tendría arreglo posible, ahí estuve. Por cierto que la responsable de la empresa pilotadora me dijo que posiblemente yo era el único técnico que ella conociera que hacía lo que yo hacía, el estar ahí presente e involucrarse.

Y se notaba, que el maquinista pilotador confiaba en mí, que le tranquilizaba que yo estuviera. A todos en general. Uno de los peones me estuvo contando, que tenía 60 años, que ya su padre había sido peón en la construcción, que en cierta ocasión hace ya años su empresa tenía que ejecutar una obra y no sabía cómo y él se acordó de cosas de su padre y se lo dijo al jefe y a éste le pareció muy buena idea y funcionó y todas esas cosas.

Yo no pude menos que acordarme de aquello que me dijo Vicente hace muchos años.



Jacques Offenbach - Orfeo en los infiernos: galope infernal

 

miércoles, 18 de octubre de 2023

Coches de cinco ruedas

Todos los coches tienen cinco ruedas: las cuatro titulares, dos delante y dos detrás, dos a la derecha y dos a la izquierda, y la de repuesto. En los buenos viejos tiempos la rueda de repuesto era una verdadera rueda, y valía como repuesto. Desde hace años, en cambio, es solo una rueda de emergencia, válida para salir del apuro.

El otro día me rajaron una rueda del coche y tuve que cambiarla. Por suerte para mí, como conductor viejo tengo mucha práctica cambiando ruedas, y aunque hacía décadas que no las cambiaba hay cosas que no se olvidan. En unos minutos, problema resuelto. O no.

El coche mío es del 2009, 14 años de antigüedad. Probablemente nunca se había usado la rueda de emergencia, y cuando la necesité... estaba completamente deshinchada.

Una vez al año hay que revisar la presión de la rueda de emergencia. Si cada año parece mucho, al menos cada dos años. Y en las revisiones de ITV deberían mirarlo.

Porque, cuando se necesite, no puede estar deshinchada. 

jueves, 31 de agosto de 2023

Un calculista en el tramo final

https://www.youtube.com/watch?v=mCHUw7ACS8o 

 

 

 

Hace bastantes años leí que en la profesión de ingeniero se alcanza el cénit entre los 45 y los 55 años. A diferencia de, por ejemplo, deportistas, camioneros, artistas o filósofos: cada uno tiene sus picos de rendimiento y calidad en edades diferentes.

Lo habitual es que el interesado sea la última persona en percatarse de su propio declive. Los jóvenes, por su propia naturaleza estacional, tienden a burlarse de sus mayores: es normal. Lo sorprendente es que esos mayores se enfaden o se molesten por el desprecio que perciben de esos mocosos: sorprendente, porque ellos mismos también fueron mocosos y se burlaron de sus propios mayores, y los años deberían haberles enseñado esta realidad de la vida y no tomárselo entonces como algo personal; pero, bueno, así es la cosa. Y es que el declive profesional es un proceso que empieza muy lento, como el envejecimiento. Un día uno reflexiona y se da cuenta que no resiste los viajes tanto como antes, y otro reflexiona y se da cuenta que ya no tiene ni quiere los retos profesionales que tenía antes.

En mi caso, yo diría que mis mejores años fueron cuando tenía entre 40 y 50, pero es cierto que entre los 50 y los 55 también fueron buenos años; no tanto como los anteriores, pero todavía con un buen nivel. Aunque, eso sí, con un descenso evidente en esos 5 años. Lo que tengo claro es que mi apogeo profesional ya pasó.

Soy consciente de que hace tiempo que no tengo la capacidad de trabajo que tenía otrora. Ni de chiste dedico las mismas horas. En las visitas de obra me canso, físicamente. Obsoleto en lo informático, no sé usar los programas de cálculo que imperan ahora, desconozco las normas, soy como un perro viejo que ya no aprende trucos nuevos. Y algo muy desagradable: casi siempre soy ya el más viejo, y el que cuenta las historias del pasado, qué diferencia con mis años mozos que escuchaba ávido de saberes las batallitas de los que estaban ahí antes que yo.

Antes de las vacaciones se me ocurrió demostrar con datos la sensación que tenía, e hice un listado de todos los asuntos que me habían llegado en los doce meses anteriores: ninguno tenía empaque suficiente para que en mis buenos viejos tiempos los hubiera considerado dignos de mención y no sólo distracciones o agradecidas variaciones (o descansos) de los grandes proyectos que entonces llevaba. Lo cierto es que no recuerdo ningún proyecto de los últimos años que pudiera decir que tiene de verdad consistencia propia: todo son patas de banco, informes preceptivos que alguien ha de hacer o casetas de perro. Y no me importa, en absoluto. Yo ya tuve mis obras con 20 grúas, ya hice mi rascacielos, ya di mis conferencias, ya afronté grandes problemas, ya resolví los proyectos que nadie sabía resolver, ya viajé, ya enseñé a jóvenes, ya mi nombre y mi prestigio me precedió al presentarme en las obras o en las salas de reuniones. Qué caramba, estuvo bien, ya pasó, y ahora tengo una vida tranquila. Suerte de las placas solares, que son cosas sencillas y bien pagadas: mi ego no necesita revivir mis años de gloria.

El caso es que ahora ya me dedico a las actuaciones menores, ésas que da vergüenza dárselas a un calculista de verdad. Me habrían hecho feliz en la época en la que empezaba, pero ahora me divierte sobre todo el notar cuán diferente es el enfoque con que las afronto ahora. Digamos que, con el tiempo, me he desengañado y ya no aplico las normas sino mi sentido común. Me parecen muy exageradas, las normas, con tanto coeficiente, tanta precaución y tanto, dicho en plata, cogérsela con papel de fumar. Miren, lo que quiere el cliente es que su estructura no se caiga y que sea barata, no está pidiendo que cumpla las normas. Con lo que yo, que como he dicho a estas alturas sólo me dedico a cosas de pequeña importancia, me acojo a la cláusula de las normas de que en obras de pequeña importancia no es necesario ser tan estricto, y hago lo que me parece razonable. A estas alturas, mis clientes ya me conocen y confían en mí, y eso me permite ser poco convencional. Original, si se prefiere. Para mí, es una liberación.

A estas alturas de la película, y aprovechando que ya trabajo fuera del radar... qué quieren que les diga.

 

 

 

 

Of monsters and men - Dirty paws

 

jueves, 8 de junio de 2023

Desprecio o desconocimiento de las estructuras

Me comparte la foto un ingeniero. Espero que no me pida que haga la ¿reparación?

 


A veces uno se pregunta cómo es capaz la gente de hacer esto. El que planteó el conducto tendría, digo yo, un cierto conocimiento de su oficio. Sabría lo que es una viga de hormigón. Luego, el que hizo el paso. Éste también lo sabría. ¿Y alguien lo autorizó? Imagino que sí. 

 

Y además el conducto luego va hacia abajo. En fin. Que Dios reparta suerte.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Un incendio en un hotel

La otra noche, en un hotel de Barcelona, se declaró un incendio. Era un hotel digamos de barrio, no un gran hotel de edificio propio, con amplio aparcamiento o porteros con librea, sino un hotel modesto, normalito, en una calle normalita, entre dos edificios de vecinos.

Hacia las dos de la madrugada.

Una de mis costumbres, cuando me alojo en un hotel, es estudiar el plano del recorrido de evacuación que hay siempre tras la puerta de la habitación. Salgo al pasillo y busco las salidas de emergencia que indican. Y vuelvo a recepción por las escaleras de evacuación. De hecho, a lo largo de mi estancia suelo repetir el recorrido varias veces.

Por cierto: alguna vez me he encontrado el rellano de las escaleras ocupado por carritos de limpieza de las habitaciones y cosas por el estilo.

Imaginen que ocurre un incendio. Les aseguro que los pasillos se llenan de humo. ¿Cree usted que es el momento de preguntarse qué hacer? ¿De ponerse a buscar las escaleras? ¿Y si el incendio es, pongamos, a las dos de la mañana y le despiertan las sirenas cuando está en un profundo sueño? ¿Es el momento? Yo pienso que no, que precisamente en ese momento las reacciones son más seguras si uno se sabe el recorrido, si ha localizado y practicado bajar por esas escaleras.

En el incendio de Barcelona hubo un muerto.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

La caseta multidisciplinar

https://www.youtube.com/watch?v=UFpaHMqz0nM 

 

 

Imaginemos que, en pleno campo, proyectamos una caseta. Un cobertizo para guardar herramientas. ¿Qué ingeniero ha de proyectar tal edificio? Depende.

Como hemos dicho, la caseta está en el campo. Así que es cosa de los ingenieros agrónomos: será para que el labriego guarde el arado y la azada.. Pero si el suelo no es plano, sino que es en el monte, entonces es cosa de ingenieros de montes. O no. Porque si las herramientas que se van a guardar lo son para una mina cercana, es de un ingeniero de minas. Si lo son para una carretera cercana que se está construyendo, es cosa de los ingenieros de caminos. Si no es una carretera, sino una vía férrea, es cosa de ingenieros industriales. O para un aerogenerador. Si en vez de un aerogenerador hablamos de una antena de telefonía, es para ingenieros de telecomunicaciones. Si la antena no es de telefonía, sino para el balizamiento de aviones, intervienen los ingenieros aeronáuticos. Y, como se imaginarán, si las herramientas son para construir una atarazana, un ingeniero naval. 

Ahora bien: si en vez de una caseta para herramientas el edificio es para las viviendas de los obreros que han de construir lo dicho, el ingeniero competente es el mismo que el del proyecto general. Ya sé que no es muy normal en España, en estos tiempos, construir viviendas para los obreros como parte de los trabajos de la obra, pero lo fue. Y lo sigue siendo si la obra se realiza en según dónde. Por ejemplo, en Argelia: la constructora desplaza a todo el personal a una especie de "campamento", una villa cerrada aislada que incluye además el equipamiento de asueto necesario para los bastantes meses que pasaran todos ahí encerrados. Pues bien, si los obreros están construyendo un puente, el ingenieros es de caminos; si un aeropuerto, un aeronáutico; si un puente... para ferrocarril, un ingeniero industrial. Si unos cortafuegos, un ingeniero de montes. Si una deshidratadora de alfalfa, un agrónomo. Y así todo.

Y lo mejor: si lo que van a construir los obreros es una futura urbanización de chalets y viviendas pareadas... no puede hacerlo ningún ingeniero: ha de proyectarlo un arquitecto.

Menudo guirigay, dirán. Y sí, pero es que hemos de pensar en los ingenieros como antiguos cuerpos del Estado, y por lo tanto cada uno con sus competencias y funciones. Según para qué sean las herramientas, el proyecto será de esos ingenieros o de otros. 

Esto, la legislación lo recoge con la expresión "técnico competente". Competente porque tenga autorización para hacerlo, y porque sea técnicamente capaz de ello. Y de esto quería hablar: la legislación considera que, si el técnico está autorizado, entonces sabe hacerlo. No pone en duda la valía técnica del ingeniero. Si se tiene el título, se sabe. El problema es que eso no es muy real: me juego el cuello a que casi ningún ingenieros es capaz de proyectar un edificio de viviendas -completito, ¡eh!, con su instalación eléctrica, fontanería, comunicaciones, etc.- por más que el legislador le otorgue la competencia técnica.

Lo queramos o no, los ingenieros no somos tan multidisciplinares como la ley nos considera. Ni de lejos. Pero entre saber hacer mil cosas y saber sólo cinco hay mucho entre medio. Hay ingenieros que sólo saben hacer 5 cosas, otros 10, otros 100. Los que saben 5 sabrán esas 5 cosas mejor que los de 100, pero claro.

¿Qué es mejor, ser especialista o ser multidisciplinar?

Yo, por ejemplo. Estudié con un plan ya extinto que daba una formación general, no especializada. Apta para todo y con la que apenas aprendíamos algo de nada. Luego, la vida, las circunstancias,... en mis primeros quince años de profesional toqué muchos palos. Trabajé como mecánico de reparaciones en una acería, con mi mono naranja y mis manchas de grasa, y fui director de fábrica. Proyecté instalaciones de refrigeración, de estructuras, de actividad, de incendios, eléctricas,... Construí maquinaria de muy diverso tipo, construí instalaciones industriales. Desarrollé software industrial y software comercial, trabajé con ordenadores antiguos ahora inimaginables, con miniordenadores y con microordenadores, con compatibles IBM y con ordenadores especiales no compatibles. Llevé gestiones económicas, proyectos de integración de empresas, viajé al extranjero y por España, me encargué de clientes y de proveedores, participé en el boom de los sistemas de calidad,... 

Y luego, cosas que pasan, me encontré establecido como calculista de estructuras. Precisamente uno de esos campos en los que todos los ingenieros tenemos competencias y por lo tanto deberíamos ser competentes. Y no sólo los ingenieros: también los arquitectos. El caso es que lo que me encontré fue un mundo de especialistas: todos eran especialistas en estructuras, y sabían un montón. Y yo ahí, con mis nociones generales y poco más pero con una vitola de "experto" que a mi pesar proclamaba mi aspecto de ingeniero "con experiencia". La experiencia, ya se sabe, no hace a alguien experto sino experimentado, que no es lo mismo.

¿Saben qué pasó? Que los especialistas de estructura con los que me batía el cobre carecían de cualquier experiencia o conocimiento fuera de su campo de trabajo. Digamos que sabían construir casetas, pero no sabían nada de las herramientas que iban a guardarse ni lo que hacía el cliente con esas herramientas. Y yo no sabía mucho de casetas, pero sí de todo lo demás.

Para más inri, en los años que habían pasado desde mi instrucción el mundo había cambiado. Yo aprendí a calcular estructuras a mano, no existían programas para calcularlas. Pero cuando entré en el sector, ya existían esos programas. De repente, el cálculo propiamente dicho de una estructura no lo hacía el ingeniero, sino una máquina. Por descontado, aquellos expertos en estructuras manejaban esos programas mil veces mejor que yo (que ni sé emplear el Cype), pero la habilidad en sí de calcular estaba dejando de ser necesaria. Bastaba con saber lo que se hacía. Y como yo entendía los problemas del cliente mucho mejor que los expertos de estructuras y preveía el uso futuro también mucho mejor, y me había visto en muchos fregados en los que un ingeniero de estructuras jamás se mete, pues se pueden imaginar: encontré mi hueco, y aquí sigo. 

Soy, por lo tanto, un firme defensor del ingeniero multidisciplinar. Si es necesario, ya se buscará luego los especialistas que necesite. Insisto, el multidisciplinar no sabe mucho de nada, sólo un poco de muchas cosas. 

Nado contracorriente, me temo. Quizá, sólo quizá, sea porque los jóvenes de ahora carecen de algo fundamental que yo sí tuve: conocimiento de más cosas. Sin conocimiento de más cosas, no cambian. Ni ellos se atreven, ni otros se lo piden. En mi opinión, una mala política, pero ya no es cosa mía.  




The Chicks - Not ready to be nice

 

martes, 19 de julio de 2022

Aquel verano del '87

Hace un calor espantoso. Estamos sufriendo una ola de calor que...

El cambio climático haciendo de las suyas. Y yo me acuerdo del verano de 1987. Aquel verano hizo calor más allá de lo que entonces nos parecía soportable, era el tema estrella. Como la ola que tenemos ahora, la de entonces también asolaba a toda Europa: en Atenas murieron 750 personas.

Yo lo pasé en el norte de Suecia, donde trabajaba. Allí fue noticia que el termómetro callejero de la población alcanzó los 33°, totalmente insólito. La tropa local de boy scouts estaba de campamento en Escocia, y según informaba la prensa también se estaban cociendo. En Francia. Y, por supuesto, en España, donde los que me carteaban, duros aragoneses hecho al calor de allí, me lo contaban asombrados.

Yo diría que ése fue el primer verano en el que se habló de personas muertas por el calor. Claro, cuando en una ciudad mueren en una semana 750 personas más de las habituales, los técnicos lo tienen fácil para achacar una causa a tal mortandad: ha sido por el calor extremo. La noticia saltó a los periódicos, y al año siguiente cada ola de calor (hay un par cada año, aunque no tan extremas) venía acompañada de la consiguiente relación de fallecidos. Y así al año siguiente morirían en Francia nosécuantas personas por las olas de calor, y ya para siempre.




viernes, 1 de julio de 2022

Hasta dónde llega la responsabilidad del ingeniero

https://www.youtube.com/watch?v=AbfgxznPmZM 

 

 

Tengo un cliente que no quiere pagarme.

Entiéndase, si le genero una factura me la paga. Lo que quiere es pagarme lo menos posible. Como todos, claro. Pero éste me lo dice a la cara, y su estrategia es que le trabaje lo menos posible. Hace años llegamos a un acuerdo de que le trabajaría por administración, a tanto la hora. Tras cada cálculo o servicio de asesoría, le pasaría mi minuta con el montante de horas empleadas y el precio que fijamos por mi hora. A mí me va bien, porque me ahorro ofertar cada vez (y discutir cada vez mi minuta), y además el precio por hora que pactamos es muy bueno. Y a él le va bien, porque le trabajo rápido y bien. De hecho, repite bastante, así que doy por sentado que le va bien; ya me cambió una o dos veces, hace años, por otras ingenierías, así que debe de estar contento.

Lo que pasa es que la cosa ha degenerado y su obsesión es que emplee el menos tiempo posible en resolverle las cosas. Por ejemplo, hace años que no le entrego algo acompañado de una memoria escrita. Fuera el tiempo de escribir memorias. Luego, su objetivo fueron los planos. Los menos posibles, lo más sencillos posibles. Y si vale con un croquis a mano mejor que un plano, venga el croquis. En cierta ocasión, recuerdo, me envió un correo electrónico con una fotografía adjunta y un "llámame y te cuento". Le llamé y me explicó el problema que reflejaba la fotografía, en la misma fotografía croquicé con rotuladores la solución, la escaneé y se la envié. Dos semanas después le envié la minuta, y fin de esta historia. Ni planos, ni nada. Como he dicho, a mí el precio por hora me va muy bien, y es posible que si hubiera empleado más tiempo en resolver el asunto (haciendo planos) él habría encontrado excesiva la minuta de la ingeniería invertida en ese problema.

El proyecto en el que le estoy trabajando últimamente es una demolición en un edificio de viviendas: demolemos la planta 2ª en su totalidad, y así la planta 1ª queda con doble altura, a mí que me registren.

El dato de partida es que acometió el proyecto a la brava; es decir, sin mí. Con un arquitecto, y adelante. Cuando llega el momento de demoler la estructura de la planta 2ª, les entra el temor: las fachadas se están aguantando en esa planta 2ª, los pilares interiores quedarían con doble altura y podrían pandear, esas cosas. Y entonces me llaman: esto estamos haciendo, esto nos encontramos, cómo seguimos. Todo, por supuesto, a golpe de llamada telefónica, respóndeme ya. Yo tengo mi autoestima, y todas las veces le digo que tranquilo, que lo pensaré y que ya le responderé. Y me tomo mi tiempo; no para resolver las dudas que me plantea él por teléfono, sino para entender la actuación en su conjunto. Así, le voy proyectando cosas que él ni se ha planteado, pero que son importantes; y, desde luego, ni caso de las soluciones que él me propone a sus problemas y que quiere que le confirme. Cada problema lo analizo como lo analizaría un ingeniero especializado en el tema, no como un gestor que llega allí y ve algo: tenemos ojos distintos y enfoques distintos. Luego, eso sí, nada de planos, que ya veo el percal: unos croquis con rotuladores, fotografía de móvil y whatsapp o escaneado y correo electrónico. Dibujos sencillos. No es lo que me gusta pero en esta actuación en concreto es lo que toca.

Hasta que el cliente dijo basta. Literalmente: "¡Basta! ¡No calcules nada más!". Que ya se apañaba él a partir de ese momento.

Y ése es el punto: ¿puedo desentenderme de lo que haga (o deje de hacer) a partir de ese momento? Si aquello se cae y el juez le pregunta si no contó con un especialista que le asesorase, acto seguido me preguntaría a mí que porqué no le advertí del peligro que corría.

En concreto, el corte vino cuando le iba a explicar lo que tenía que hacer en las otras plantas ante el cambio de situación (porque pasaban ciertas cosas). Mis recomendaciones, si las ejecutaba, iban a mejorar el comportamiento del edificio y el nivel de seguridad. Pero ejecutarlas costarían dinero, y él no tenía ese dinero. Como él pensaba que la seguridad ya era suficiente (ahí discrepamos, pero...), no quería ni asumir el coste de la ingeniería adicional.

En mi opinión, el ingeniero no puede desentenderse del todo. Porque hay un pacto implícito: si el cliente estuviera cometiendo una burrada muy gorda, el ingeniero ha de avisarle aunque no se le haya pedido consejo. Es lo mismo que si en un ascensor un pasajero me pide mi consejo u opinión como ingeniero y yo se la doy: tengo responsabilidad. Si le digo que puede meter los dedos en el enchufe sin problema, que lo del calambrazo es un bulo, y él me hace caso porque yo soy ingeniero, soy responsable. Y si veo que él va a meter los dedos en el enchufe, he de avisarle aunque simplemente esté en su casa como vecino tomando un café. Es lo mismo que si comentara que está mezclando dos medicamentos que son incompatibles (esto no lo dice porque no lo sabe). Yo, ingeniero, tampoco lo sé y no tengo obligación de avisarle. Pero si hay presente un farmacéutico o un médico con conocimiento, sí debe, tiene responsabilidad civil.

Así que hice lo que creí que debía hacer: analicé cómo quedaba todo a partir de ese momento, y le escribí un escueto correo a mi cliente explicándole porqué creía que era mejor que me dejara actuar en las otras plantas y que sin embargo sí reconocía que, sin esas actuaciones, aquello me parecía que no se iba a caer aunque no sabría decirle el nivel de seguridad que tendría. ¿Por qué lo hice? Pues porque me pareció que quedaba claro (y escrito) que a partir de ese momento yo dejaba de intervenir. Si pasa algo, podré demostrar que sólo me consultó para un tema puntual y de manera no presencial, que me mantuvo ajeno a la globalidad de la actuación y que conscientemente decidió prescindir de mi asesoramiento y seguir según su criterio.


Y sin rencor: hoy me ha llamado por otro asunto.

 

 

The Chicks - Travelin' soldier




jueves, 24 de febrero de 2022

La mujer, la falda y la gramática

https://www.youtube.com/watch?v=XZVpR3Pk-r8 

 

 

PRIMERA PARTE

 

Esta mañana caminaba por la calle y me fijé en una mujer que iba unos pasos delante de mí; no era una calle muy transitada.

Me llamó la atención que llevaba una falda muy corta, pero al estar más cerca (yo suelo caminar más rápido que la mayoría de las personas) observé que la falda, por delante, era "correcta": por encima de la rodilla, pero no escandalosamente por encima. Por detrás, en cambio, sí era provocativa, era realmente corta. Unos pasos más y no había duda, se le llegaba a ver los cachetes del culo.

Vale que hay faldas y vertidos que tienen un corte desigual, más largo por delante que por detrás, pero... 

Otro dato es que la mujer llevaba una mochila. ¿Y si se ha pellizcado sin darse cuenta la falda con la mochila y no sabe que la falda no le cuelga como debería? Sí, sin duda es eso.

En esto que la mujer cambió de acera, y al no cambiar yo, le tomé la delantera. Al verla por delante pude apreciar que no era una falda, sino un vestido o algo así, y no era una falda plisada como creía sino lisa.

¿Qué hacer? ¿Se lo digo? ¿Y cómo se lo digo?

No sabría decir qué edad tenía la mujer. Llevaba la cara enmascarada (todavía hay gente así), peinaba canas pero no parecía tener arrugas en los ojos. Soy un zote para estimar la edad de las mujeres, así que pongamos que rondaría los 50 años.

Seguí caminando. Al llegar a la siguiente esquina el semáforo cambió a verde, así que no lo pensé más, crucé a su acera y cuando llegó a mi altura la abordé:

-Perdone -, le dije, ya saben que yo trato de usted hasta a las dependientas del McDonalds- pero creo que no era ésa su intención. Lleva la falda demasiado corta por detrás.

-Gracias - musitó mientras me esquivaba como si yo fuera de una ONG. Al tiempo se echó la mano atrás e imagino (no miré) que se arregló la falda. Rápidamente desapareció y yo seguí a lo mío.

No sé si hice lo que debía, pero no quería que ella se diera cuenta al cabo de un buen rato y pensara que muchas personas la habían visto. Espero que ella fuera de la misma opinión que yo y agradeciera internamente mi gesto.

 

SEGUNDA PARTE

 

Ayer, navegando por divertimento en la red, encontré una página que versaba sobre las reglas a seguir en la escritura de diálogos.

En primer lugar, resulta que es incorrecto emplear el símbolo '-': he de emplear un guión largo, que se consigue con las teclas Alt+0151: —. Tras el primer guión, el guión que indica el diálogo, no ha de haber espacio; y tras el guión que indica que el narrador hace un inciso, tampoco: nuevo fallo mío. Aunque he acertado poniendo un espacio delante de ese guión. Y también he hecho bien el que el guión que termina mi inciso de narrador esté pegado a la última palabra del inciso y a continuación haya un espacio.

Otra cosa que he hecho mal es que la coma que he metido tras el perdone tendría que haber ido detrás del inciso de narrador, no antes. Y como los verbos con los que he empezado los incisos han sido verbos de habla ("le dije", "musitó"), ha sido correcto escribirlos en minúsculas; si no fueran esos verbos tendría que haber empezado el inciso con mayúsculas (es decir, si omitiera el "le dije,", tendría que haber escrito "Yo trato...").

Vamos, que la grafía correcta (espero no confundirme con las comas) debió haber sido:

—Perdone —le dije, ya saben que yo trato de usted hasta a las dependientas del McDonalds—, pero creo que no era ésa su intención. Lleva la falda demasiado corta por detrás.
—Gracias —musitó mientras me esquivaba como si yo fuera de una ONG. Al tiempo se echó la mano atrás e imagino (no miré) que se arregló la falda. Rápidamente desapareció y yo seguí a lo mío.

Y hay muchas más normas: cómo se escribe que el inciso lo hace el que habla y no el narrador, cómo se hace cuando el diálogo lo cuenta no el narrador sino el que habla,... 

Y menos mal que no citábamos el título de ningún libro, que además contuviera palabras en un idioma extranjero y no sé qué más.

En mi descargo, he de decir que yo soy de ciencias. ¿Qué tiene que ver eso con escribir bien o mal?, me dirán ustedes. Pues miren, es la misma excusa que dicen los de letras cuando se atascan al hacer una sencilla suma o división.

En realidad, creo que los lingüistas se están pasando con sus complicadas reglas (ya escribí algo al respecto en la entrada "Y yo sin saberlo", y además también sabrán que yo 'guión' lo acentúo diga la RAE lo que quiera). Es como las matemáticas. Existen unas matemáticas básicas, que se enseñan en el colegio, unas matemáticas de nivel medio (las que sabemos los ingenieros, por ejemplo) y unas matemáticas avanzadas conocidas sólo por los licenciados. Supongo que habrá una gramática de semianalfabetos y personas sin un dominio fluido del idioma, la gramática de las personas con educación y la gramática de los lingüistas y profesionales de la letra.

Así que espero que disculpen mis errores. Sólo tengo una educación estándar, y además... soy de ciencias.



Soft Cell - Tainted love

 

domingo, 26 de diciembre de 2021

El viejo proyecto

https://www.youtube.com/watch?v=Zlot0i3Zykw 

 

 

Mi cliente quiere saber si puede colocar placas fotovoltaicas en la cubierta. Como información, tiene los planos del proyecto del edificio, redactado en 1973. No hay más documentación, así que lo que hago es recalcular el edificio para saber si resistiría añadir el peso de las placas fotovoltaicas.

Me encantan los planos de proyectos hechos a mano. Cuando el proyectista decidía por sí mismo, sin una norma que le obligara a disposiciones que no compartiera y mucho menos programas de ordenador que le dicten la solución.

Y así uno se encuentra esta sección de zapatas:


Vemos que la zapata tiene, como armado, una parrilla inferior de barras Ø8 cada 15 cm. Con la norma actual habría que haber puesto una parrilla Ø12/15x15, pero además exigiendo patilla en los extremos, 30 cm más por cada lado, así que la longitud de las barras sería de aproximadamente 2,50 m (la zapata mide 2x2), y las barras pesarían el triple.

Y, sin embargo, la zapata está ahí. Han pasado casi 50 años y no ha aparecido ninguna patología asociada. ¿La gran diferencia entre las normas de 2021 y las de 1973? Que las de 2021 no paran de hablar de sostenibilidad.

Pero la cosa no acaba ahí. ¿Qué hormigón se empleó en 1973? un H-175. ¿Cuál se emplearía ahora? Un HA-25, que requiere mucho más cemento que el de 1973. Cemento que requiere un porrón de energía para fabricarlo. Sostenibilidad.

Pero la cosa no acaba ahí. ¿Han visto el hormigón de limpieza? No, no lo han visto porque no aparece. No se colocaba. Años después, la norma requirió que se colocara una capa de hormigón pobre para situar bien las armaduras, 5 cm. La función de este hormigón es que los separadores de las armaduras no se  coloquen directamente sobre el terreno sino sobre una capa lisa y nivelada, lo que garantiza una colocación correcta. Eso sí, esos 5 centímetros luego se subieron a 10; se conoce que con 5 cm no bastaba aunque varias décadas habían demostrado que sí.

Pero la cosa no acaba ahí. Esa capita de hormigón pobre solía ser un H-50. Con el transcurrir de los años subió a H-80, y luego a H-100. Actualmente es H-150.  

Esto es contribución a la sostenibilidad, señoras  y señores. Dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Otro detalle curioso: la solera de la nave: 15 cm de hormigón con un mallacito superior Ø3/15x15. Sobre 15 cm de zahorras, ya ven. Les aseguro que esa solera no presenta más patologías de las habituales en las soleras modernas. De nuevo, sostenibilidad.

En fin, hay muchos detalles que son diferentes de la práctica habitual. Y me ha sido agradable volver a encontrármelos, cansa un poco ver proyectos en los que el calculista mata moscas a cañonazos porque se lo dice la norma o, simplemente, porque le es más cómodo hacer un trabajo basto que un cálculo afinado. Y nadie se queja.

En cualquier caso, no era la cimentación lo que me preocupaba a mí, sino la estructura. Tenía dos opciones: podía hacer la comprobación empleando los modernos métodos de cálculo, o replicar lo que hicieron en 1973 (ayudado por un ordenador, eso sí). Huelga decir qué camino elegí.


Lo primero era comprobar las correas. Si estuvieran holgadísimas, todo iba a entrar. Pero ¡oh, cielos! La sección de la correa no es moderna. Así que toca calcular sus parámetros geométricos. Chupado, hay prácticas que nunca se olvidan. Además la correa es de chapa plegada, así que hay que estar atento a la disposición de los lucernarios. Al final, la correa no entra. No entra con toda la cubierta llena de placas fotovoltaicas, pero ¿y si no estuviera toda? La ventaja de la práctica: en unos minutos identifico la disposición que es admisible.

Pero visto que las correas no están pensadas para admitir la sobrecarga de las placas, es de presumir que tampoco lo estará la estructura inferior. Y aquí aparece un problema: me juego el cuello y no lo pierdo a que calcularon las cerchas en vano único y deformable, y al ser varias cerchas seguidas no se puede hacer esa suposición. La cosa tiene su importancia, porque en el cálculo original todo el cordón inferior está traccionado, ya que despreciaban el desplazamiento horizontal de los apoyos, y cuando hay varias cerchas seguidas y soldadas unas con otras este desplazamiento no se produce; y esto lleva a que el cordón inferior tiene unos tramos comprimidos. Pero el mayor problema de las cerchas es que están proyectadas con dobles angulares. Aquí el calculista moderno comete siempre un error, considera que la barra son dos angulares, y no es así: hay dos barras, y cada una es un angular. No es lo mismo.

Ya que estaba haciendo la comprobación a la antigua, decidí hacerlo hasta el final: calcular la esbeltez de los angulares, su coeficiente omega, etc. Y así localicé todos los puntos de fallo y de manera inmediata la solución más sencilla.

En fin, una manera divertida de pasar la mañana: más aburrido será redactar el informe final y las recomendaciones. No, en serio: estuvo bien volver a calcular a la antigua. Lástima que ese conocimiento se esté perdiendo. Porque estoy seguro de que los chicos de ahora apenas saben entender las tablas de los angulares, y menos aún sacar de la tabla de la norma el valor del coeficiente omega. 

Ahora las cosas se hacen de manera diferente. Ahora las cosas las hacen los ordenadores.

 

 

Taylor Swift - Red

 

viernes, 17 de diciembre de 2021

Armar el belén

Cada año monto el belén en mi casa. De hecho, montamos 3 ó 4, pero yo soy el responsable del titular. El de las figuras de arcilla, los corchos simulando montañas, el musgo, el serrín y todo eso. Ese belén.

Dispongo de un espacio de 137x53 cm. No es mucho, pero no tengo más. E imagino que en muchos hogares el belén es más reducido; pero es que a mí no me gustan los belenes que monta la gente, los que yo acostumbro a ver. Los encuentro sosos, aburridos. Poco imaginativos. Y no me refiero a que no aparezcan astronautas entre los pastores, sino a que los belenes suelen ser planos. Como el escenario del teatro, un espacio liso y libre delante, el portal y la decoración detrás, puede que incluso un telón de fondo de ambientación. Y en el portal, la composición de las figuras. El Niño en el centro, la Virgen a un lado y San José al otro. Si hay un mulo y una vaca están detrás, circundado la escena (por cierto: en esta entrada de hace 9 años les explicaba porqué ponemos un asno y un buey, no un mulo y una vaca, en los belenes).

Montar el belén, todo hay que decirlo, es fácil que se convierta en rutinario: se hace todos los años, generalmente en el mismo sitio siempre (yo fui cambiando cada año, pero llegó un momento que no pude acceder a otro espacio que no fuera el desde entonces empleado), la escena que se representa es siempre la misma y con los mismos elementos (las adiciones suelen ser pequeñas y esporádicas)... No es como el árbol de navidad, que cada varios años la santa decide que se ha aburrido de la decoración de siempre y que este año va a cambiarla toda. 

Pues bien, cada año yo monto el belén diferente. Y eso que siempre empleo los mismos elementos y San José siempre hace de San José. El truco mío es sencillo: mis belenes... no son planos. 

La gracia del asunto es que, a diferencia de la mayoría de la gente, yo no tengo una mesa o una tabla que dé la medida. Lo que tengo son varias tablas, de tamaños muy diversos. Viejas puertas de armarios, baldas, restos de trabajos de bricolaje, algún mueble que desmonté,... Voy guardando. Y cuando llega el momento, saco todo lo que tengo y decido. Unas encima de otras, un voladizo allá, otro acullá, unos sargentos por detrás impidiendo vuelcos,... Lo que hago es crear un espacio con varios niveles, y ni siquiera el conjunto tiene un acabado rectangular. Luego los habituales corchos disimulan los saltos (además de la línea de fondo, claro), y el resultado es que quedan espacios muy diferenciados con pasos (caminos) específicos, no hay una llanura por la que la gente converge. El clásico puente que no puede faltar, por ejemplo, suele permitir salvar uno de esos desniveles.

Pruébenlo. Es muy sencillo, y si no tienen tablas pueden usar libros. Monten una base no plana, y luego armen el belén con lo que tenga. Verán que se les abren muchas más posibilidades que las les da el belén plano. Y verán que se divierten mucho más armándolo. Y luego enseñándolo, que esa es otra.

lunes, 22 de noviembre de 2021

El reglamentista (II)

https://www.youtube.com/watch?v=HAKnWi15ycs 

 

 

Hablaba en esta entrada sobre los responsables de seguridad y salud en las empresas. De cómo son personas necesarias pero a veces dan risa de lo rígidas que son. Y a veces la risa se convierte en exasperación cuando esa rigidez es un obstáculo infranqueable. A veces es bueno que sea infranqueable, pues obliga a mejorar, que conste.

El otro día realicé una actuación para la que, por rutina, avisaron al responsable de seguridad y salud: imagino que el protocolo de esa empresa dictará que se ha de hacer así, y que las actuaciones han de tener su visto bueno. En mi caso, el responsable pidió una serie de papeles, entre ellos un procedimiento de trabajo. Yo sólo iba a mirar una cosa, así que pensé que lo que ocurría es que no le habían dicho al reglamentista lo que en realidad se iba a hacer, así que en vez de un procedimiento de trabajo le envié un correo explicándole la sencillez de mi visita y cómo no creía necesario redactar un procedimiento; ya íbamos a incurrir en suficientes gastos extras para cumplir las normas incluyendo una persona que estuvo las 8 horas mirando el móvil, pero que por norma se nos exigía que estuviera vigilando. La norma que exige la presencia de esa persona, por cierto, tiene su lógica: en caso de accidente estando en un lugar apartado, por ejemplo, sirve para prestar o solicitar auxilio. O en una zona de tráfico puede vigilar el tráfico. En el caso que nos ocupaba, en cambio, era totalmente inútil, era una de esas condiciones en las que no era necesaria. Pero lo dice la norma, así que se realiza el coste y no discutimos más.

Resuelto el trámite del procedimiento de trabajo, el de seguridad envió las directrices a seguir a todos (él, claro, no iba a estar presente). Incluyendo la obligación de estar a más de 2 m de distancia unos de otros y de llevar una mascarilla de cierta calidad. Nadie hizo caso; y yo, por ejemplo, no habría podido: la actuación podría haberla hecho así, pero por seguridad me exigieron que tuviera un acompañante conmigo todo el tiempo (además del antes mencionado, que esperaba en otro sitio). Y el habitáculo en el que estábamos no medía 2 m de largo, así que malamente habríamos podido cumplir con la distancia. En cuanto a la calidad de la mascarilla, se lo pueden imaginar. Que llevé de ésas por si acaso, claro que sí, pero usé mi habitual; como todo el mundo. Ya no tenemos, las personas, la histeria del coronavirus que nos dominó como sociedad hace año y medio, y sobre todo: sabemos comportarnos y lo que tenemos que hacer en este tema, no necesitamos indicaciones. Esto de la mascarilla me sentó mal, lo reconozco, porque ¿qué más le da al señor de seguridad que yo enferme por covid? No voy a demandarles, no podría demostrar que el contagio se produjera estando en sus instalaciones, y lo mismo la persona que contrataron para que me acompañara. Con que nos recordaran las normas habituales y generales habría bastado, e incluso menos: no necesitan recordarnos el no estornudar en la cara de los demás o tantas y tantas normas que se dan por conocidas. Pero es que nos exigía incluso una calidad determinada de mascarilla.

Por nuestra seguridad, claro está. Es una norma bienintencionada que busca nuestro bienestar, tampoco es para tanto, etc. etc. Faltaría más: ya dije que con los reglamentistas no se puede discutir. Como he dicho, en el bolsillo llevé la mascarilla exigida, en su bolsa original, y como no estaba no la empleé.

Volviendo a casa, me acordé de unos reglamentistas que todos conocemos y hemos sufrido: los examinadores del carnet de conducir. Todos sabemos que nuestra conducción actual no aprobaría el examen, aunque conducimos mucho mejor que cuando nos examinamos. Y sabemos que si todos condujéramos como si nos estuvieran examinando el tráfico colapsaría. A mí me suspendieron porque una persona iba a cruzar por el paso de cebra, aunque juro que esa persona estaba suficientemente lejos como para que mi paso no la obligara a ninguna variación de su marcha. Pero sí estaba a la vista, y eso le bastaba al examinador. Todos entendemos que los examinadores son necesarios aunque no compartamos su exceso de celo; de hecho, estoy seguro de que ni ellos mismos se comportan así en su vida privada. Supongo que ellos se justificarán a sí mismos pensando que como todos nos relajamos tras el examen, exigir el doble de lo razonable permite suponer que tras el relajamiento nos quedaremos en lo razonable. No estoy de acuerdo con esta lógica, pero no se me ocurre otra explicación. Bueno, sí, el que son unos reglamentistas de cuidado: pero entonces en el pecado tendrán la penitencia, porque no habrá quien les aguante. O quizá es como les expliqué en la otra entrada: entran con el segundo comportamiento y acaban, con los años, teniendo el primero.

Y todos sabemos que no se puede discutir con los examinadores de conducir, sólo sufrirlos. Todos los reglamentistas, me temo, parecen cortados por el mismo patrón. Aunque son buena gente, que conste.

 

Lo que pasa conmigo y los reglamentistas lo expliqué en esta otra entrada

 

 

Jorge Cafrune - No soy de aquí ni soy de allá