martes, 11 de noviembre de 2025

Las bases de la leyenda negra

https://www.youtube.com/watch?v=55_9o8LoWiw 

 

 

En cierta ocasión una amiga, letrada de la Administración de Justicia, me contaba que cuando un funcionario del ministerio de Justicia llegaba a un destino nuevo que no le gustaba, a los tres meses podía denunciar que sufría acoso sexual. Hacerlo le otorgaba el cambio automático de destino (al destino que eligiera, además), y se hacía sin comprobar la denuncia: una medida preventiva. Luego, la denuncia se investigaba y todo eso, pero el traslado del funcionario ya estaba realizado. Como es de imaginar, la consecuencia es que las denuncias de acoso están a la orden del día. Los jueces que las tienen que investigar saben a la perfección de qué va la cosa, la denuncia queda en nada puesto que es falsa ("el denunciante ha interpretado mal las señales"), aquí paz y después gloria y nadie se molesta porque le hayan acusado, que todos los que saben de la acusación saben también de qué va la cosa. Ahora bien, si dentro de 300 años alguien escarbara en los legajos, sin duda encontraría cientos, si no miles, de denuncias. Si esa persona quisiera, podría escribir en la Historia que en esta época en España el acoso sexual en la Justicia era moneda corriente. Más aún, la falta de consecuencias para los acusados no vendría sino a demostrar la inutilidad de denunciar (en esta época), y por lo tanto se deduciría que los casos reales serían muchísimos más: una constante en la época, vamos.

La leyenda negra de España está basada en denuncias falsas. Por ejemplo, las acusaciones contra el tribunal de la Inquisición: de lo que se acusa es precisamente lo que ocurría en otros países, no en España. De la presencia de España en Flandes se cuentan montones de atrocidades: todas, o prácticamente todas, falsas; al contrario, eran los protestantes los que hacían esas atrocidades, pero daba igual: lo importante es la acusación.

O, por ejemplo, la esclavitud en América: las atrocidades las cometían los amos ingleses y franceses, los españoles no: el esclavo tenía derecho a cambiar de amo si éste le trataba con mucha dureza, y podía denunciarle. Se conservan los legajos de los casos en los que esto ocurría, y por lo general el pleito lo ganaba el esclavo. Esto tampoco tiene que extrañarnos, pues todos sabemos dónde se produjeron los genocidios de las poblaciones amerindias y cuándo. En los países de control español se produjo una vez independizados. No hay que olvidar que las leyes de protección de los indios se promulgaron siendo reina Isabel la católica, y murió en 1504.

Conté el otro día que estoy leyendo Presidio, de Jorge Luis García Ruiz. Pues bien, las denuncias falsas eran moneda corriente, precisamente porque la Justicia española se tomaba muy en serio el maltrato a los indios y el cumplimiento de las leyes. Cuando uno deseaba un mal a un conocido (españolísima costumbre, parece) o quitarse de en medio a un rival en una pugna por obtener cualquier cargo que se desease, lo que se hacía era denunciarle; de qué era lo de menos, aunque de ser mal cristiano o de maltratar indios era muy socorrido y garantizaba el éxito de la denuncia. Esto es porque en aquella época los agentes de la autoridad procedían a arrestar al denunciado y encarcelarlo, y luego se incoaba el procedimiento. Que, debido a las distancias y las comunicaciones de la época, podía durar años. Más o menos como ahora, que la policía enchirona al denunciado por violencia de género, y el juicio puede tardar años, pero en aquella época con motivo. Luego se establecía la verdad y si el acusado no había muerto en prisión era liberado, pero desde luego el objetivo del denunciante ya se había cumplido.

Es decir, si un historiador malicioso o con prejuicios quisiera, podría ir al Archivo de Indias y localizar multitud de denuncias de prácticas abusivas contra los indios. No repara el historiador que si esas denuncias existen es porque la práctica se perseguía, y menos aún se interesa por el resultado del proceso, le importa un higo si la denuncia es falsa.

Y así se construye y se defiende la leyenda negra. 

 

 

Chuck Berry - You never can tell 

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