viernes, 27 de julio de 2018

Ante el cierre de Oci





El otro día me dijo mi hijo que cerraba Oci. No sé si fue un escopetazo, pues era una noticia que no me sorprendió. "Será por el alquiler", dije entonces, y tenía razón. Pero sí me sorprendió porque había estado allí unos días antes y Ana Belén, la librera, no me había dicho nada.

Oci, por supuesto, es la librería de mi barrio. Puede que queden otras tiendas que vendan libros, pero la librería, lo que se dice la librería, era Oci.

¿Por qué cierra? Fácil: el día de mi última visita estuve comprando libros (por cierto, 6, como los toros) y charlando con la librera un buen rato. En ese tiempo, que fue largo, yo fui el único cliente. En un par de ocasiones entró alguien, pero era para preguntar por una dirección o si tenían cuadernos de pentagramas. Y es que entrar en Oci era muy fácil, la tienda carece de puerta y el mostrador está junto a la entrada. Basta con asomarse y ya se está dentro. Pero clientes, ni uno aparte de mí. Y no era la primera vez que me pasaba.

Ana Belén era una librera de raza. Montó la librería hace 22 años. Y le dedicó más horas que un reloj.  Pero con Ábacus y La Casa del Libro tan cerca, no tenía nada que hacer. Desde hace 10 años no cerraba por vacaciones, y aun así no sacaba ni un duro; digo yo que vivirían del quiosco de prensa del marido. Pero ella insistía e insistía. Se dedicaba a lo que le gustaba, era su pasión. Y yo pensaba que ahora le vendrían tiempos mejores, pues tras unas obras en la calle le habían retirado el quiosco de su marido de delante. Antes, el quiosco estaba algo apartado, pero hace años, en una de esas obras callejeras tan típicas de Barcelona, movieron el quiosco y se lo plantaron en la puerta. No quedaban en la acera 2 m de espacio, casi no se podía ni pasar con paraguas. Claro, el quiosco tapaba la librería y, por lo que me contó la librera, mucha gente no sabía que allí estaba ella: pensaban, sin más, que el local era... el almacén del quiosco. El caso es que en una nueva obra callejera, lo que son las cosas, volvieron a apartar el quiosco. No lo dejaron donde estaba, pero sí lo suficiente como para que se viera que allí había una librería. Por eso pensaba yo que la tienda iba a sobrevivir.

Pero no. Este mes de julio el casero le informó del nuevo alquiler que pensaba cobrarle, y a Ana Belén se le vino el mundo encima. Y ella se negaba, pero su marido le hizo ver la realidad: era insoportable, y con gran dolor de corazón iba a tener que echar el cierre.

Pasé el otro día, para enterarme si era cierto eso que me había contado mi hijo y saludarla (esto no hacía falta, me dijo de todas formas, porque ella también es del barrio y seguro que nos veríamos por la calle). Estaba ya embalando la mercancía que tenía, no quería dejarlo para el último día, pero aún vi un libro excelente que me había llamado la atención la vez anterior y lo compré. Libro, por cierto, tan excelente (en grado superlativo) que estoy seguro de que escribiré una entrada sobre él. Se me hizo raro, hacerlo. Porque he comprado, a lo largo de los años, muchísimos libros en Oci: hubo un momento en que gastábamos tanto allí que nos lanzamos de cabeza a un invento nuevo que había salido, un libro electrónico decían que era, en un intento de ahorrar dinero. Eso, y que la artritis en las muñecas de mi mujer le impiden sujetar un libro, consiguió que redujéramos nuestro consumo de papel a niveles más sostenibles, pero aun así hablamos de varios cientos de euros al año; baste decir que mis hijos compraban sin mi conocimiento previo: me avisaban cuando ya los habían "comprado", para que yo fuera (cuando pudiera) a la librería, a pagarlos. Por supuesto, yo promoví e incentivé este sistema de compra, para fomentar la lectura en ellos, pero fue fundamental que Oci fuera una tienda de barrio: me conocía, les conocía, y les fiaban. También he de decir que el sistema degeneró en cierta forma: de vez en cuando, en la panadería me dicen "ha estado - o ayer estuvo- su hija y se llevó un cruasán, dijo que ya lo pagaría su padre"...

¿Qué puedo decir de Oci? Ya he dicho - entre líneas, ¡ey!- que era una caja de sorpresas, una tienda en la que uno podía encontrar una auténtica gema en forma de libro. Que era una tienda de barrio. No un comercio anónimo implantado en el barrio. Era un sitio donde no sólo comprabas, también vivías.  No era un cajero automático. Comprar allí era una experiencia. Comprar un libro en una gran superficie se parecía a comprar en Oci lo que comer en un McAuto se parece a comer en un tres estrellas Michelín. Nada, nada que ver.

Puede, dirán, que es porque Ana Belén era de mi quinta. Puede, pero también cuando no estaba ella (o sí) las charlas podían ser eternas... con su marido. Y, además, también muchos clientes charlaban. Eso parecía la regla, porque no recuerdo que nadie que estuviera delante mía para pagar (o ser atendido) no se comportara como si no hubiera nadie, hasta el punto de que creo que nadie se molestaba porque pidiera permiso para interrumpir y que me cobraran. Acto, por cierto, que impepinablemente tenía una de estas dos continuaciones: me dejaban pasar, me atendían y el cliente seguía la charla cuando me iba, o el cliente se daba cuenta de lo tarde que era, pagaba - o no- y se iba... y yo ocupaba su lugar en la charleta, pasaba a no tener yo prisa.

Era, en definitiva, una tienda de barrio.

Y Ana Belén era la librera. Conocía o calaba a todos, y sabía qué recomendar. Cual maitre de restaurante caro, uno iba allí sin tener ninguna idea de qué libro quería, sólo que quería un libro. Buenos días, qué nos recomienda hoy, parecía ser la norma. Y como si acabaran de recibir unas lubinas increíbles, Ana Belén aconsejaba y los clientes nos dejábamos aconsejar. Me dirán que 22 años dan oficio suficiente, y sí. Pero es que además a Ana Belén le encantan los libros, y se notaba.

No, en Oci no sólo se vendían libros. Eso es en muchos otros comercios. No, Oci era la librería. La librería del barrio. Y ahora cierra, y al cerrar nuestro barrio se empobrece y todos pasamos a vivir en un barrio un poco más dormitorio y un poco menos barrio.

¿Consuela que también cierre el restaurante de la esquina, tras 40 años y por el mismo motivo, el alquiler? No, no consuela. ¿Pero qué les pasa, a los caseros? ¿Tanta sed de dinero tienen?

En fin, en un par de días se acabó. Me entristece, por lo que he dicho. Todos nosotros perdemos, con el cierre. Pero me acercaré a saludarles. Y a agradecerle a Ana el espléndido servicio que nos ha prestado todos estos años.




Por cierto, hace tres años casi exactos ya escribí sobre Oci. Aquí. Que iba a cerrar, que estaba condenada aunque ella se resistiera. ¡Cómo pasa el tiempo!




Simon & Garfunkel - The sound of silence (versión de Disturbed)