martes, 14 de julio de 2015

Farenheit 451



Hay dos maneras de comer en un restaurante. Uno puede llegar, sentarse, pedir la carta, elegir unos platos y comérselos. O bien uno puede llegar, sentarse, y cuando viene el camarero le dice "Pierre, ¿qué nos recomiendas?" (en mi juventud frecuentaba un restaurante en el que el maitre se llama Jean Francois y el camarero Pierre; tanto me daría Elías o Isidro). Ahí Pierre nos recomienda unos cogolitos con roquefort y unos medallones de solomillo con salsa de setas, por ejemplo. ¿Y vino? Claro que sí, también nos recomienda un vino. Y nos advierte que de postre tienen profiteroles de nata con chocolate caliente, para que vayamos reservando sitio.

Hasta hace unos años, también así se podían comprar los discos. Uno podía ir a Linacero, Cara2 o 33rpm, y hablar con el vendedor. Le explicabas qué te gusta, qué buscas, qué has oído, o el vendedor te anunciaba algo nuevo, te proponía. Solían tener unos platos, le podías pedir que te pusiera el disco y lo oías... También podías ir, sacar un papel que dijera "El último plástico de los Chunguitos", enseñarlo, pagar e irte. Pero las tiendas ofrecían la posibilidad de que comprar un disco fuera algo placentero. O ni siquiera comprar, el hecho de ir ya gustaba. Las recuerdo en mi juventud, siempre llenas.

Unos años después de los CD apareció el top-manta y las tiendas de discos empezaron su declive. Luego, entre los años 2000 y 2005 más o menos, el negocio de la música cambió. Entre los MP3 e internet se cargaron el sistema tradicional. Todos recordarán a las discográficas y a los cantantes quejándose que se estaban cargando la música y a las discográficas, que de seguir así no habría canciones... Pero nadie avisó que antes desaparecerían las tiendas de discos. Estamos en 2015, los cantantes siguen ahí, muchas compañías siguen ahí; quizá no era para tanto. Pero ahora, si alguien quisiera comprarse un disco, tendrá que ir al Corte Inglés, a la FNAC o al Carrefour. Y en esos sitios es como sentarse y pedir el menú del día. Hoy en día apenas se venden discos en España. Los grandes, los poderosos, no dudo que lo estén pasando "mal". Los pequeños, el comerciante del barrio, aquellos a los que la venta de música no les hizo millonarios,... imaginen ustedes. Esos hace años que desaparecieron.

Algo parecido pasa en la industria del cine (aún queda algún videoclub por ahí). Pero hay otro sector en el que el sistema tradicional se resiste como gato panza arriba; por el título del artículo, muchos ya saben que hablaré de él.

El libro.

Las ventas de libros en España nunca han sido espectaculares. A igualdad de puestos en listas de ventas, el escritor siempre cobra mucho menos que el músico. Algunos viven desahogados y tienen barco y todo, pero son los menos (aparte del innegable hecho de que hace falta mucho más talento para vivir de las letras que de las notas). Pues bien, con el libro pasará como con la música: primero cerrarán los libreros y tendremos que comprar en la FNAC y esos sitios.

Hablo con la librera de mi barrio. Me cuenta que paga 2.500 euros al mes por el alquiler del local. Estuve casi una hora de cháchara, y en ese tiempo sólo entró un julai despistado. ¿Ventas? ¿Qué ventas? Acaba de salir el último de "Grey" e imagino que venderá unos quince, es una librería de barrio. No tienen ayudante, no podría pagarle, y hace cuatro años que no cierra por vacaciones; doy fe. Está desesperada. 20 años allí, toda su vida como quien dice, y va cada día pensando cuánto aguantará. Me cuenta que mucha gente le pide información sobre libros, los hojea... y le dice que gracias, que se los bajarán de internet.

Yo hay cosas que me callo. No le cuento (bien lo sabe ella) que mi familia, que quizás le compraba 50 libros al año, ya apenas le compra. Y no le cuento que leemos el triple que antes. Por lo menos. ¿Cómo puede competir ella? Yo no quiero que mi librera desaparezca. No quiero depender de la FNAC para comprarme libros en papel.  Quiero que comprar un libro sea una experiencia placentera, que incluya frases amables, sensación de comunidad, algo de capazo incluso. Pero claro. Aparte de comprarle a ella los libros en papel que me compro, más no voy a hacer. Me temo que, con gran dolor de corazón, un día veré el LOCAL EN ALQUILER en la persiana de la librería. Y ese día, mi barrio estará más cerca de ser un barrio dormitorio y no un barrio vivo.

Porque ¿tiene alguna oportunidad? ¿O es un negocio que ha de desaparecer como la venta de carbón, la de hielo y tantos otros?

¿Y es así como tiene que ser?





The Doors - The end

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