sábado, 11 de julio de 2015

Cambiar las calles




En un capítulo de El Ala Oeste de la Casa Blanca, hay un momento en que el candidato a la presidencia, Matt Santos, tiene por fin su esperado primer encuentro con su candidato a vicepresidente, Leo McGarrick. Leo es uno de los protagonistas de la serie desde el capítulo piloto, y representa la sabiduría política. Sabiduría política utópica, no tipo El Principe de Maquiavelo, sino que encarna todo lo que deseamos en un político experto; en gran medida, el papel de Leo es uno de los responsables de que todos hayamos visto El Ala Oeste con admiración y hayamos deseado el que nuestros políticos fueran como el de la serie. A lo que iba: Leo (que moriría -el actor, John Spencer-, unos capítulos después), estaba desorientado en aquella campaña, porque no sabía qué pintaba él allí ni porqué Santos lo había sacado del retiro. Creía que querían que dirigiera políticamente la campaña y él ya estaba retirado, pero en aquel encuentro Santos le dice que no, que lo que quiere de él son consejos. El primero de ellos: si llega a presidente, ¿por dónde empieza? McGarrick, la experiencia, no vacila ni un instante y le dice: "Tiene que centrarse en los primeros cien días". Lo que quiera Santos hacer, aquellas reformas que abandera, ha de hacerlas entonces. No tendrá ni siquiera quince meses, y McGarrick le explica porqué: esto, lo otro, lo de más allá... las distintas citas obligadas del curso político, y cómo luego el día a día y la necesidad de gestionar le distraerá y requerirá toda su energía. Lo que no haga los primeros tres meses, le dice, ya no lo hará en el resto de la administración.

Ahora imagine que usted comanda una fuerza de recuperación que llega a Haití tras el terremoto; tiene usted poder para hacer lo que quiera, los mismos haitianos se lo han dado. Caos, corrupción administrativa, destrucción del tejido industrial, suministros de agua y energía, problemas de saneamiento, niños hambrientos, gente sin hogar,... ¿Por donde empieza?

O que los griegos le dicen "mire, oiga, nos hemos dado cuenta que el Tspiras ése era un patán, por favor sea usted nuestro mandamás". ¿Por dónde empieza?

Seguro que en ningún caso empieza por cambiar los nombres de las calles. Salvo que sea usted un patán que no tiene ni idea de qué hacer.

Se les llenaba la boca denunciando lo mal que estábamos. La corrupción, decían, campa por doquier. Muchísimas familias viven en la pobreza, no pueden pagar la luz o el agua o van a ser expulsados de sus casas. En Madrid, por ejemplo, dicen que hay más de 25.000 niños que están muriendo de hambre (¡25.000! ¡Y decía el número tan fresca!). No hay trabajo ni esperanzas. Y cuando por fin consiguen el poder y tienen la posibilidad de desfacer los entuertos que denuncian, se dedican a cambiar el nombre de las calles (en Cádiz el del estadio, que vale que el nombre no era de un franquista -aunque no hay pruebas de que si hubiera vivido entonces no lo hubiera sido, ergo lo era-, pero el nombre al estadio sí se le dio durante la época de Franco, y con eso basta). En fin, yo no digo que no haya algún niño que pase necesidad, y por supuesto hay personas que van a ser expulsadas de sus casas o que no pueden pagar la luz o el agua, y gente que no encuentra trabajo. Y me creo que estas personas hayan votado a estos patanes, supongo que con la esperanza de que les arreglen lo suyo. Pero de lo que sí estoy seguro es que estas personas preferirían que estos patanes dedicaran más esfuerzos a arreglar lo suyo que a cambiar los nombres de las calles. ¡Querrían que no dedicaran ni un segundo a tan chorrón tema!

Por otro lado, entrando en lo anecdótico, leo que barajan cambiar el nombre de la calle de Pedro Muñoz Seca. El autor de La venganza de Don Mendo resulta que estaba en Madrid en julio de 1936, lo metieron en la cárcel y el demócrata y republicano Santiago Carrillo ordenó que una noche lo sacaran a escondidas de su celda, lo llevaran a Paracuellos de Jarama y lo fusilaran, lo normal entre ellos en aquellos tiempos. No conozco actos genocidas por parte de Don Pedro y nuestra Constitución prohíbe que se dé un trato diferente a unos de otros por la ideología de cada uno, pero para los patanes de ahora el caso no ofrece duda: si lo mandó matar Carrillo, es que era de lo peor. ¡Fuera calle!

No llevan un mes y ya se les han agotado las ideas. Este es el nivel.



Ya que estamos, voy a aprovechar el pie que me da la política de los patanes para reflexionar sobre la ley de memoria histórica. Pues los patanes se defienden diciendo que lo que hacen es cumplir dicha ley.

La ley de memoria histórica es quizá el más importante legado (junto con la ley de violencia de género) de la etapa de Rodríguez Figatelix en el gobierno. Este matiz es muy importante, de hecho ahí radica el meollo del asunto. Es una ley de Figatelix.

Tras la muerte de Franco, se acuñaron monedas con la cara del Rey y sellos con su imagen. Supongo, también que se sustituirían las fotos oficiales en los lugares de rigor.

En 1979 se celebraron las primeras elecciones a los ayuntamientos tras la muerte de Franco. En Zaragoza, ganó Sainz de Varanda, que vivía, creo recordar, en la calle del General Sueiro o en la paralela, Pedro María Ric. No sé quiénes fueron estos señores, nunca lo supe, pero tenían calle. Como en tantas poblaciones, los ayuntamientos cambiaron los nombres de muchas calles: en Zaragoza, General Franco pasó a ser Conde Aranda, General Mola Sagasta, la Gran Vía de Calvo Sotelo cambió a Gran Vía a secas, Requeté Aragonés pasó a ser Cinco de Marzo, Marina Moreno Constitución y la Plaza José Antonio fue la Plaza de Los Sitios. Se habló de cambiar el nombre de la plaza de España, pero no cuajó, y supongo que habría algunos otros cambios que no conozco o no recuerdo. ¡Ah, sí!, General Sanjurjo cambió a Vía Imperial (esta calle ya no existe). Estos cambios entran dentro de lo comprensible: mi tía, me respondió cuando le pregunté qué le parecía que le hubieran cambiado el nombre de su calle, había vivido en el Paseo de los PlLátanos, luego Paseo Sagasta, luego 40 años en el Paseo General Mola y luego Paseo Sagasta de nuevo. Estaba claro que a ela no le importaba el nombre de su calle, al menos no era su principal preocupación. Y la Plaza José Antonio se urbanizó pensndo en el centenario de los Sitios y alberga el monumento a los Sitios, así que me huelo que su nombre original era ése. Bien, no pasa nada, así son las cosas.

Pero todos estos cambios se hicieron sin ley mediante. Chocaron al principio, no en balde habían pasado 40 años, pero ya está. En aquel momento, todo el mundo entendía que el franquismo era una época que quedaba atrás. Y les aseguro que todo el mundo sabía lo que era el franquismo. Se cambiaron nombres, se quitaron algunas estatuas y poco más.

Luego vino el reinado de Felipe González.  Bajo su égida no hubo especial saña en combatir el franquismo. Cambiaron cosas, festividades y usos, pero poco más. Fue una etapa larga, y al terminar todo el mundo veía patético aquellos homenajes que unos pocos pirados hacían los 20 de noviembre. Sin más.

Tras Felipe González, vino Aznar. Huelgas decir que con Aznar no hubo revancha contra los socialistas que les habían precedido; tampoco la hubo con el periodo de Franco. Sí ocurrió una cosa curiosa: a los pocos años (más o menos, concidiendo con la ascensión de Figatelix), resultó que todo el mundo tenía un pasado de luchador antifranquista. Incluso personas que lo más que podrían haberse opuesto era a hacer los deberes o recoger los juguetes alardeaban de su resistencia contra el régimen. ¡Muchos incluso tuvieron que estirar los años que duró el régimen para al menos poder presentar su resistencia a los deberes! Si no tenías un pasado antifranquista, eras un facha. Y ya saben que cualquier cosa antes que serlo. Pero como estas personas no mandaban en nuestros asuntos, la cosa tenía guasa y poco más.

Nuestra alcaldesa, Ada Colau, como no puede aportar nada, alardea de que nació pocas horas después de la muerte de un tal Puig Antich. Alardea, se lo digo de verdad. Es su mérito. En esta liga nos movemos.

El atentado del 11 de marzo cambió las cosas y Bambi se encontró presidente. Bambi era de los que no podían presentar un pasado, pero se sacó de la chistera que había tenido un abuelo que (no lo sé) murió en la guerra o fue represaliado o había sido militar en el bando perdedor. No dijo que había reprimido a sangre y fuego la rebelión de Asturias de 1934, no importaba: Bambi había sufrido mucho por su abuelo. Y, como si creyera que lo habían elegido para eso, el 26 de diciembre de 2007 sacaba la ley de memoria histórica. Más de 70 años después del 18 de julio. 32 años después de la muerte de Franco.

Con Figatelix volvió el furor revanchista (no sea que nos acusen de fachas, Lenin no lo quiera). Y la calle General Sueiro, la del alcalde de Zaragoza, resultó que era de algún franquista y su nombre debía desaparecer. Sainz de Varanda, no lo he dicho, era socialista. De los auténticos, de los de pasado antifranquista. Y a él, que sí había conocido el rigor del franquismo y que había más que oído las historias de la guerra de primera mano (había nacido en 1925), no le había importado que su calle fuera la del general Sueiro. Ni a los siguientes alcaldes socialistas, ni a los vecinos ni a nadie. No sé cómo se llama ahora ni me importa, pero sí sé que el nombre original (que ésa es otra: ese barrio se urbanizó después de la guerra) desapareció para que el alcalde Belloch ganara méritos ante Zapatero, no fuera que lo acusaran de no ser lo suficiente antifranquista. Y lo mismo otras calles perdidas por los distintos barrios. Eran nombres que ya no ofendían a nadie, igual nos daba un Cardenal Gomá que un Gonzalo Calamita, pero lo dicho: había que ganar puntos ante el odio.

Y ya saben cómo funciona esto, cómo la izquierda manipula: si estás en contra, eres uno de ellos. También saben qué quedó de los ocho años de Figatelix; es lo que pasa, cuando sólo puedes aportar odio.

Si Figatelix no hubiera hecho nada, Franco no sería más que un periodo de nuestra Historia, historias de viejo a lo sumo, y en unos años sería tan recordado como lo es ahora el reinado de Amadeo de Saboya o la Primera República. Pero no, el odio le corroía, y como es el mayor inútil que vieron los siglos, ha conseguido que ochenta años después de la guerra se siga hablando de la guerra y el franquismo, de los protagonistas, de si lo hicieron bien o mal,... Lo habríamos olvidado, pero él no quería que olvidásemos: antes olvidaremos a Zapatero que a Franco, gracias a él.

Ahora, los cachorros de Zapatero siguen el modelo que supuso. Son tontos del culo, nulidades intelectuales, y el odio les llena. Revientan un acto católico prometiendo que arderían "como en el 36" (se ven que son hijos intelectuales de Zapatero porque se ardió, las más de las veces, en el 31, pero la idea era clara: los tolerantes republicanos quemaron a los católicos y ellos, tan tolerantes como aquellos, harán lo mismo). Si nos fijamos en la aludida por referencias, Rita Maestre, nació en 1988. Si contamos 27 años por generación (ella ha contado que ha ido a misa con sus abuelas millones de veces, ergo no se llevarán muchos años), su padre habría nacido hacia 1961 (14 añitos a la muerte de Franco) y su abuelo hacia 1934, no pudo ser un represaliado; la guerra civil sería cosa de su bisabuelo. Y, sin embargo, el 36 es su referente histórico. El ideal, la época que quiere restaurar. Esta chiquita tiene 27 años escasos. ¿Qué ha vivido? ¿Qué le han contado? ¿Cómo la han educado? ¿De dónde le viene el odio? Si a su padre le fue mal en la vida, no pudo ser culpa de Franco; si tantos años después sigue culpando a Franco de sus males, es un idiota, sólo alguien así culparía de lo mal que nos va personalmente a un viejito que murió en 1975.

Me dirá alguien que esta moza, aunque tenga edad de adulta, en realida es una cría, una adolescente de 27 años. No sé qué responder: los madrileños la han elegido para que les gobierne los próximos 4 años. En cualquier caso, espero que al menos haya aprendido (ya tiene edad) que así no se arreglan los conflictos ni se tratan las diferencias de opiniones.

Pero en fin, supongo que el bisabuelo lo pasaría tan mal con Franco que le transmitiría el odio a su hijo, y éste a su nieto y el nieto a la bisnieta.; 80 años después, el odio visceral continúa vivo en la familia. ¿A ustedes les parece normal? A mí no; de hecho, estoy seguro de que tan solo transmitieron la idea de que "Franco era muy malo"; todo lo más, también que "pasamos mucha hambre" y "no te podías besar en la calle". El odio es cosa de Zapatero. Es su legado, y en esta moza lo vemos.

Ésta y no otra es la contribución de la ley de memoria histórica a nuestro país. Chavales odiando "por lo del 36".



En el portal de mi casa hay una pequeña plaquita con el yugo y las flechas (ya quedan pocos que sepan lo que significa) que recuerda que el edificio se construyó con ayudas del ministerio de vivienda otorgadas por una ley de 1945 ó 1947, no recuerdo. Es una discreta placa que está en un punto poco mirado de la fachada; en verdad, ningún usuario del edificio (y uno de los pisos es turístico y muchos vecinos son ultracatalanistas) me consta que se haya sentido ofendido por esta placa. Ni veo a la gente que pasa enojarse por su contemplación ni nadie que haya venido ha dicho nada al respecto. De hecho, estoy seguro que apenas unos pocos vecinos somos conscientes de que el edificio se hizo con subvenciones del gobierno hace 70 años y como parte del trato se colocó la plaquita de marras a cambio de esas subvenciones. Y en ningún momento me he planteado si era franquista el abuelo Vallvé. Me importa un bledo, si era franquista, y si la casa la construyó con la colaboración de un gobierno de Franco. Como si lo hizo "la república" (ignoro porqué se ha omitir la aclaración de que fue la segunda, como si la primera nunca hubiera existido o no hubiera merecido tal nombre o un recuerdo) o el emperador Cesar Augusto. Si aquel gobierno hubiera obrado como la Generalitat de Catalunya y nos hubiera exigido un mármol en la entrada que recuerde que "ellos" financiaron el edificio, pues sí me habría molestado: pero es porque la placa modelo generalitat es a) enorme, y b) se coloca en un lugar preminente de la entrada, de forma que sea imposible entrar sin verla, como recordatorio de lo buenos que son y lo mucho que les debemos a su grandeza.

¿Qué les parece a ustedes que los políticos se preocupen de la plaquita del portal de mi casa? ¿Para eso les eligieron? Yo, desde luego, no. Ni tampoco para que se preocupen de la plaquita de las casas de ustedes.





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