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lunes, 3 de septiembre de 2018

Zimmer y Minassian: el famoso que se aprovecha del desconocido

En otras ocasiones, por ejemplo en esta entrada, he dicho que Hans Zimmer copia cuando compone bandas sonoras. Pues bien, estaba escuchando la pieza Siretzi Yares Daran (They Have Taken the One I Love) del armenio Lévon Minassian y... caray, como que eché de menos el arranque de la batalla.

Y es que la pieza es tremendamente parecida a Wheat, de la banda sonora de Gladiator, que es la que marca el inicio de la acción en la película (el arranque de la batalla).

Zimmer compuso la banda de Gladiator entre 1999 y 2000. La pieza de Minassian sale en el disco The Doudouk beyond borders, que es de 1998.

Ésta es la pieza de Zimmer:



Y ésta la pieza de Minassian, juzguen ustedes mismos:


La pieza de Minassian es mucho más larga, pero... lo que hay que hacer es no quedarse sólo con Wheat, que es cortita. El espíritu de Minassian, en mi opinión, aparece en más piezas de la banda sonora de Gladiator, como en Sorrow o en To Zucchabar. ¡Si es que es casi la base de toda la banda!

¿Casualidad, coincidencia, plagio? Hombre, yo creo que plagio. Pero hablamos de Zimmer, así que estoy curado de espanto y no le doy más importancia, aparte de que me ha divertido descubrirlo.

miércoles, 3 de abril de 2013

Piratería industrial

A finales de los años 90, trabajaba en una empresa que se dedicaba a proyectar y construir plantas de tratamiento de residuos sólidos urbanos (en los años 80, basura). El drama, siempre, era abrir las bolsas.

Claro, porque la gente suele meter la basura en bolsas. No toda, y a veces las bolsas se han roto o abierto durante el transporte, pero una cantidad muy grande de los residuos llegaban en bolsas. Y lo primero que hay que hacer, entonces, es abrir las bolsas, vaciarlas, y deshacerse del plástico de la bolsa. Y todo a todo trapo, porque la capacidad de la planta no puede quedar determinada por este paso. Por cierto, que les advierto que la cosa tiene su miga, no es fácil en absoluto.

En aquel momento, la solución técnica era una máquina, no recuerdo si holandesa o alemana, que las abría. Pero no funcionaba del todo bien, y su rendimiento era muy bajo. Así que lo habitual era utilizar los trómeles de tamizado, colocando unos anillos con pinchos al principio del trómel. Más o menos, aquello valía. Pero no, porque era un remedio costoso, poco eficaz y poco eficiente, y no dejaba de ser un apaño hecho en una máquina que no era para eso.

Ahora bien, había una máquina americana que era la repanocha. Lo mejor de lo mejor. Aquella casa americana fabricaba pocos productos, a diferencia de las españolas que hacíamos casi de todo, pero lo que hacía tenía una calidad tremenda. Sólo tenía un problema: costaba lo que valía. Y la clarividencia de los diseñadores y responsables españoles era tal que no había ninguna en España; para verla funcionar se tenía que ir al extranjero, a algunas plantas en Francia, Alemania, etc. Vamos, que era invendible.

Como proyectista y luego director técnico, yo siempre aposté por colocar esos bichos; la penalización económica que suponía en nuestras ofertas era un problema, pero al final conseguí una planta con un abrebolsas americano. Compramos la máquina, y ésta llegó a tiempo. No pasó lo mismo con el resto del equipamiento (made in Spain), así que tuvimos la máquina un mes en el almacén. Recuerdo ahora que se le hizo tan poco caso que ni los de montajes e instalaciones quisieron saber nada de ella, y acabé siendo yo quien, en la planta del cliente, la conectase a la red, le hiciera las pruebas y todo eso.

Pues bien, una vez ya entregada, me viene el dueño de la empresa y me pregunta... ¿he hecho planos de la máquina? Para copiarla y venderla por la tercera parte, claro. Yo me quedé de piedra: ¡claro que no! Bronca al canto.

Lo mejor fue que no vendimos más máquinas de ésas en España. Ni yo ni el americano: la competencia, que había montado la planta en la mancomunidad de al lado, sacó otra, tremendamente parecida, y que valía la mitad. Cuando me los crucé, no me acuerdo si en una feria o en la sala de espera de cualquier aeropuerto (arrieros somos y en el camino nos encontramos, y a éste en concreto en cierta ocasión le cogí yo el teléfono, que le llamaba su mujer y si contestaba él no le creería que estaba conmigo y no con una puta - veníamos de Valencia- o con su amante - me huelo, si hubiéramos estado en Madrid-), le pregunté a su director comercial. Y sí, me confesó, les había faltado tiempo para ir a nuestra planta y piratearla hasta el último tornillo. Lo que al hombre le extrañaba es que yo no lo hubiera hecho en el mes que la tuve en la fábrica.

¿Qué quieren que les diga? ¿Debí o no debí piratearla? Lo cierto es que si no lo hacía yo lo iba a hacer el siguiente; el daño era inevitable, y la cuestión es quién se iba a beneficiar, la firma que me pagaba o su "distinguida" competencia.

Pero en parte es como si yo estuviera en un tren en Río de Janeiro y hubiera una turista sola en el vagón. Si no la violo yo lo harán los siete que tengo detrás, a la moza la van a violar de todas, todas, así que mejor me obtengo yo el beneficio, ¿no? Pues lo siento, pero no me sale. Y sí que el acto pirata contribuyó a mejorar el nivel de la técnica en España, pero si pienso globalmente el resultado es justamente lo contrario. A fin de cuentas, los que inventaron son los americanos, y lo hicieron porque confiaban en un beneficio económico. Si se lo niego, no van a inventar. Y como nosotros no sabemos,... todos más pobres.

Total, llámenme julai o panoli, pero siempre he creído que hice lo correcto. Y menuda vergüenza pasé cuando llamé al holandés que representaba a los americanos en Europa, hombre íntegro y honesto a más no poder, que por cierto ¡qué tío!, viajaba con él con su Ford Scorpio que le iba a gas, que no en balde el hombre se tragaba 92.000 km al año, tenía el primer navegador que he visto - y no tenía mapas de España, ¡país!, que diría Forges-; y, sí, en España lo usaba como diésel, que no había donde repostar gas por aquí. Pues el caso es que le llamé, le agradecí los años de esfuerzo destinados a abrir la lata del mercado español, el que nos hubiera hecho un precio especial por ser el primer equipo de la península ibérica, etc... y que así se lo hubiéramos pagado los españoles.

La piratería industrial, y no solo en nuestro país, está a la orden del día. Como el espionaje industrial (algún día, si alguien me lo recuerda, les contaré experiencias mías al respecto). Es cierto, así son las cosas. Pero a mí me sigue pareciendo mal, ¡qué quieren que les diga!
  


martes, 24 de enero de 2012

Daniel Quinn

Daniel Quinn es un escritor norteamericano; nació en 1935, pero nunca publicó nada… hasta que en 1991 ganó el premio de la Sociedad Turner Tomorrow.

Este premio lo instituyó el millonario norteamericano Ted Turner en 1989, con la intención de ser el premio supremo. La obra que lo ganara debía ser un relato de ficción no publicado nunca antes y que ofreciera soluciones creativas y positivas a los problemas globales. Nada que lo diferencie del típico premio “Ciudad de Pancorbo” o “Premio Anselmo Chila” de tantos y tantos sitios, ¿no?

Lo que pasa es que Turner decidió que este premio sólo se daría una vez. Y que el monto del premio sería de medio millón de dólares (de hace veinte años), además de otras bagatelas y prebendas.

Se presentaron unas 2,500 obras. El jurado estaba formado por autoridades de la materia, incluyendo al famoso autor de ciencia ficción Ray “Crónicas Marcianas” Bradbury. Y lo ganó, ya lo he dicho, Daniel Quinn.

Quinn no había publicado nunca nada, fuera de una obrita menor en 1988. Pero tenía un libro en la cabeza, un libro que estaba reescribiendo una y otra vez desde ¡1977! Sólo por eso, el tipo me cae bien. Porque yo también tengo una obra en la cabeza desde hace ni sé cuántos años, una obra que voy rellenando y completando (pero a diferencia de Quinn, que lo haría en papel, yo no escribo nada) y que estoy seguro que terminaré algún día si Dios quiere. Fantasías que tiene uno. El caso es que el hombre, ante la convocatoria del premio, decide lanzarse a la piscina, termina de pulir su obra y se presenta.

Huelga decir que el gremio literario no acogió muy bien que un desconocido como Quinn ganara el premio del siglo – que aquí todo el mundo quiere ganarse la vida y medio millón más los réditos de su publicación (Turner, lógicamente, querría recuperar dinero con las ventas) es mucho dinero. Pero lo ganado, ganado está. Y la obra de Quinn, “Ishmael”, se convirtió en un éxito. Más aún, es casi una religión. Quinn tenía hoy 13,3 millones de entradas en Google; de su obra, también millones. Hay un montón de gente que cree que Quinn tiene razón y que hay que hacer lo que dice, ya. Claro que en este mundo hay locos para cualquier cosa, así que eso no significa nada.

Otro día comentaré esta obra, ya que merece su propia extensión; por el momento, únicamente quiero hacer una reflexión.

Si usted quiere leer este libro, puede que le lleve algo de tiempo. Quizás toda una vida. Pero no porque el libro sea largo (que no le es, apenas 250 páginas) o tremendamente denso, es casi un diálogo constante. No, su problema es que en España este libro está descatalogado. Quiere esto decir que el libro se editó, se vendió, y lo que no se vendió se destruyó que ocupaba sitio. No hay planes para reeditarlo. Suele pasar.

Tampoco confíe mucho en una biblioteca pública. En la provincia de Barcelona, sólo la biblioteca de Sant Joan Despí tiene un ejemplar. En inglés. Tampoco lo he encontrado en el catálogo de la Generalitat de Catalunya. Supongo que sí estará en algún sitio, pero ya no somos capaces de buscar un libro en las bibliotecas, ¿verdad? Nos hemos vuelto demasiado vagos.

Y por supuesto no, el libro no está disponible (a la venta, quiero decir) en formato electrónico.

Es decir, oficialmente este libro está condenado a la extinción y el olvido cuando mueran las personas que ya lo leyeron. Es su destino que en el futuro nadie sepa de este libro. Será como las demás obras de Esquilo, que se perdieron, las de Campoamor, que está considerado un autor absolutamente mediocre e indigno de ser leído, las de Arniches, los hermanos Álvarez Quintero, y los de tantos y tantos otros. De hecho, apenas hay un puñadito escaso de obras anteriores al 500 a.C.: Homero, Hesíodo, y pare usted. De los siglos siguiente, tampoco mucho más. De Esquilo se cree que escribió 90 obras; se conservan siete (y no enteras). De los griegos, en general, poco queda. De los romanos algo, si es de sus siglos de oro. De su decadencia, de los años bárbaros, de la Edad Media, cantidades ridículas. Y así siempre. Lo que arrasó en 1950 ya no existía en 1980; lo de 1980 es inencontrable en 2010, y lo que se edita ahora nadie lo localizará en 2015. Así va la cultura: siempre ligera de equipaje. Lo mismo ocurre con la música, por ejemplo.

Y no depende sólo de los gustos. Está más bien ligado a la desaparición del soporte físico. Se perdieron las tablas de madera donde escribiera Hesíodo, los pergaminos donde escribiera Salustio o los manuscritos que empleara Chaucer. Las cosas se pierden y no se vuelven a escribir o editar. Las grabaciones de Caruso o de Carlos Gardel, en discos de baquelita; los vinilos de los grupos de los sesenta y setenta, las cintas de casette, las películas super8, los vídeos VHS,… siempre que hay un cambio de formato, una parte enorme de lo que estaba soportado en el formato antiguo no hace el cambio. Con lo que termina perdiéndose. ¿Alguien se cree que van a reeditar en iTunes las grabaciones de los Tres Sudamericanos, que ni siquiera hace veintipico años se pasaron a CD? Van directos a ser información como la del Archivo General de Indias, que estar, está ahí, pero…

Yo tengo “Sinner man” de Nina & Frederik. Lo tengo en formato single de vinilo. Genial. Ocupa espacio y poco más. ¿Alguna posibilidad real de oirlo hoy en día? Sí, claro. Pero oficialmente se tacha de “piratería”. Y si ustedes quieren leer “Ismael”, yo se lo paso. Contradiciendo todo tipo de leyes de propiedad intelectual. A riesgo de pena de cárcel-

Ahora, que a mí un caso como éste no me da ningún reparo. Si no accedo al libro por medios “piratas”, no voy a acceder al libro. Ni Danniel Quinn ni nadie ganará dinero si yo no accedo. Tampoco le importaría, porque el hombre ya se forró más allá de toda descripción en su momento, y por un libro que llevaba quince años trabajando sin esperar dinero a cambio, sólo por el placer de escribirlo. Pagado, ya está pagado. Y estoy seguro que él preferiría que, no causándole perjuicio, le leyera frente a que no le leyera. Lo escribió para que lo leyeran, no para que simplemente supieran que existe. Quiere que le lean.
Estoy seguro de que Daniel Quinn aceptaría que su libro circulase todavía en los cauces piratas. Y también Nina y Frederik que les escuchasen.

Yo no estoy defendiendo la piratería que roba. Pero estoy a favor de la piratería con las obras descatalogadas y que de otro modo quedarían condenadas al olvido; sus autores no lo querrían así.