Daniel Quinn es un escritor norteamericano; nació en 1935, pero nunca publicó nada… hasta que en 1991 ganó el premio de la Sociedad Turner Tomorrow.
Este premio lo instituyó el millonario norteamericano Ted Turner en 1989, con la intención de ser el premio supremo. La obra que lo ganara debía ser un relato de ficción no publicado nunca antes y que ofreciera soluciones creativas y positivas a los problemas globales. Nada que lo diferencie del típico premio “Ciudad de Pancorbo” o “Premio Anselmo Chila” de tantos y tantos sitios, ¿no?
Lo que pasa es que Turner decidió que este premio sólo se daría una vez. Y que el monto del premio sería de medio millón de dólares (de hace veinte años), además de otras bagatelas y prebendas.
Se presentaron unas 2,500 obras. El jurado estaba formado por autoridades de la materia, incluyendo al famoso autor de ciencia ficción Ray “Crónicas Marcianas” Bradbury. Y lo ganó, ya lo he dicho, Daniel Quinn.
Quinn no había publicado nunca nada, fuera de una obrita menor en 1988. Pero tenía un libro en la cabeza, un libro que estaba reescribiendo una y otra vez desde ¡1977! Sólo por eso, el tipo me cae bien. Porque yo también tengo una obra en la cabeza desde hace ni sé cuántos años, una obra que voy rellenando y completando (pero a diferencia de Quinn, que lo haría en papel, yo no escribo nada) y que estoy seguro que terminaré algún día si Dios quiere. Fantasías que tiene uno. El caso es que el hombre, ante la convocatoria del premio, decide lanzarse a la piscina, termina de pulir su obra y se presenta.
Huelga decir que el gremio literario no acogió muy bien que un desconocido como Quinn ganara el premio del siglo – que aquí todo el mundo quiere ganarse la vida y medio millón más los réditos de su publicación (Turner, lógicamente, querría recuperar dinero con las ventas) es mucho dinero. Pero lo ganado, ganado está. Y la obra de Quinn, “Ishmael”, se convirtió en un éxito. Más aún, es casi una religión. Quinn tenía hoy 13,3 millones de entradas en Google; de su obra, también millones. Hay un montón de gente que cree que Quinn tiene razón y que hay que hacer lo que dice, ya. Claro que en este mundo hay locos para cualquier cosa, así que eso no significa nada.
Otro día comentaré esta obra, ya que merece su propia extensión; por el momento, únicamente quiero hacer una reflexión.
Si usted quiere leer este libro, puede que le lleve algo de tiempo. Quizás toda una vida. Pero no porque el libro sea largo (que no le es, apenas 250 páginas) o tremendamente denso, es casi un diálogo constante. No, su problema es que en España este libro está descatalogado. Quiere esto decir que el libro se editó, se vendió, y lo que no se vendió se destruyó que ocupaba sitio. No hay planes para reeditarlo. Suele pasar.
Tampoco confíe mucho en una biblioteca pública. En la provincia de Barcelona, sólo la biblioteca de Sant Joan Despí tiene un ejemplar. En inglés. Tampoco lo he encontrado en el catálogo de la Generalitat de Catalunya. Supongo que sí estará en algún sitio, pero ya no somos capaces de buscar un libro en las bibliotecas, ¿verdad? Nos hemos vuelto demasiado vagos.
Y por supuesto no, el libro no está disponible (a la venta, quiero decir) en formato electrónico.
Es decir, oficialmente este libro está condenado a la extinción y el olvido cuando mueran las personas que ya lo leyeron. Es su destino que en el futuro nadie sepa de este libro. Será como las demás obras de Esquilo, que se perdieron, las de Campoamor, que está considerado un autor absolutamente mediocre e indigno de ser leído, las de Arniches, los hermanos Álvarez Quintero, y los de tantos y tantos otros. De hecho, apenas hay un puñadito escaso de obras anteriores al 500 a.C.: Homero, Hesíodo, y pare usted. De los siglos siguiente, tampoco mucho más. De Esquilo se cree que escribió 90 obras; se conservan siete (y no enteras). De los griegos, en general, poco queda. De los romanos algo, si es de sus siglos de oro. De su decadencia, de los años bárbaros, de la Edad Media, cantidades ridículas. Y así siempre. Lo que arrasó en 1950 ya no existía en 1980; lo de 1980 es inencontrable en 2010, y lo que se edita ahora nadie lo localizará en 2015. Así va la cultura: siempre ligera de equipaje. Lo mismo ocurre con la música, por ejemplo.
Y no depende sólo de los gustos. Está más bien ligado a la desaparición del soporte físico. Se perdieron las tablas de madera donde escribiera Hesíodo, los pergaminos donde escribiera Salustio o los manuscritos que empleara Chaucer. Las cosas se pierden y no se vuelven a escribir o editar. Las grabaciones de Caruso o de Carlos Gardel, en discos de baquelita; los vinilos de los grupos de los sesenta y setenta, las cintas de casette, las películas super8, los vídeos VHS,… siempre que hay un cambio de formato, una parte enorme de lo que estaba soportado en el formato antiguo no hace el cambio. Con lo que termina perdiéndose. ¿Alguien se cree que van a reeditar en iTunes las grabaciones de los Tres Sudamericanos, que ni siquiera hace veintipico años se pasaron a CD? Van directos a ser información como la del Archivo General de Indias, que estar, está ahí, pero…
Yo tengo “Sinner man” de Nina & Frederik. Lo tengo en formato single de vinilo. Genial. Ocupa espacio y poco más. ¿Alguna posibilidad real de oirlo hoy en día? Sí, claro. Pero oficialmente se tacha de “piratería”. Y si ustedes quieren leer “Ismael”, yo se lo paso. Contradiciendo todo tipo de leyes de propiedad intelectual. A riesgo de pena de cárcel-
Ahora, que a mí un caso como éste no me da ningún reparo. Si no accedo al libro por medios “piratas”, no voy a acceder al libro. Ni Danniel Quinn ni nadie ganará dinero si yo no accedo. Tampoco le importaría, porque el hombre ya se forró más allá de toda descripción en su momento, y por un libro que llevaba quince años trabajando sin esperar dinero a cambio, sólo por el placer de escribirlo. Pagado, ya está pagado. Y estoy seguro que él preferiría que, no causándole perjuicio, le leyera frente a que no le leyera. Lo escribió para que lo leyeran, no para que simplemente supieran que existe. Quiere que le lean.
Estoy seguro de que Daniel Quinn aceptaría que su libro circulase todavía en los cauces piratas. Y también Nina y Frederik que les escuchasen.
Yo no estoy defendiendo la piratería que roba. Pero estoy a favor de la piratería con las obras descatalogadas y que de otro modo quedarían condenadas al olvido; sus autores no lo querrían así.