viernes, 29 de abril de 2016

Busco calculista




Busco calculista de estructuras. Ofrezco:

1) Poco dinero. Suficiente para vivir con dignidad, pero no para alardes.

2) El respeto de todos los colegas e ingenieros. También el del personal de las obras. Será usted la persona a la que más respetará el jefe de obra, y ésto, todos los que tiene por debajo, lo sentirán también.

3) Oportunidades para conocer cosas que nadie conoce. También es cierto que a nadie le importan, pero a usted le gustará conocerlas.

4) Un trabajo en el que no tendrá que hablar con casi nadie y casi nunca.

5) Si le gusta resolver problemas, puzles y rompecabezas, todos los que quiera.
 
Pero antes, éstos son mis requisitos:

1) Debe ser ingeniero, no arquitecto, arquitecto técnico o filólogo catalán (lo digo porque éstos se apuntan a todo y se creen los reyes del mambo en todo). No puede ser arquitecto, porque los arquitectos son unidimensionales. Sin ánimo de ofender.

2) Experiencia profesional fuera del cálculo de estructuras. Preferible en fábricas. Puntos extra son son fábricas pequeñas en las que el ingeniero tuvo que hacer de todo. Puntos extra adicionales si las fábricas eran tan pequeñas que no tuvo un ingeniero jefe.

3) Cuantos más sectores haya tocado en su experiencia profesional, mejor.

Es muy importante que tenga experiencia fuera de las estructuras. Primero, porque le ayudará a entender a los clientes, segundo porque pensará en todo lo que no es el cálculo de la estructura y sin embargo afecta, como la ejecución o el mantenimiento, y tercero porque podrá aportar soluciones diferentes.

Y es un extra que no haya tenido un ingeniero que ejerciera de su jefe, porque habrá tenido que mascarse todo, problemas y soluciones, y habrá aprendido de verdad.

4) Experiencia como técnico comercial. Siendo el técnico del departamento comercial y el comercial del departamento técnico. 

Aparte, la experiencia comercial le habrá entrenado para el trabajo en modo multitarea.

5) Disponibilidad para viajar. A donde haga falta cuando haga falta. Pero no deseos de viajar. Coche propio.

Además, no ha de tener vértigo. A menudo hay que subir (o bajar) a sitios muy raros y por medios muy poco tranquilizadores.

6) Idiomas, nivel conversación. Inglés, francés, alemán, italiano... Dos mejor que uno, y uno + uno nivel viajes mejor que sólo uno. Aunque aceptaría dos en nivel viajes.

7) Manejo experto de Autocad.

8) Habilidad para hacer programas sencillos. Mejor si son complejos. Imprescindible programación estructurada.

9) Manejo de programas de cálculo de estructuras. Matriciales y de elementos finitos.. Deseable manejo de programas de cálculo BIM, tipo Cype. 

Los programas BIM están muy bien cuando hay que calcular metros cuadrados. Uno modeliza un edificio, y ¡bumba! el programa escupe planos y planos de la estructura del edificio. Por lo que es deseable que el calculista maneje el programa. Pero no es imprescindible, porque un delineante avezado también puede si cuenta con la dirección de un calculista.

Los programas de cálculo puro, tipo SAP, permiten calcular todo lo que los programas BIM no pueden. Equivalen a lo que una calculadora de hoy en día sería para un calculista de 1940.

10) Conocimiento de las normas y capacidad para aprender normas nuevas.

En cualquier proceso de selección, en este punto es en el que fallan todos. Desconozco la razón por la que la mayoría de los calculistas no se leen las normas de cálculo, pero es un hecho contrastado. Ítem más, jamás las consultan en su trabajo diario.

11) Capacidad de dibujar a mano alzada. Puntos extra si sabe hacer levantamiento de planos. Y puntos premium si sabe explicarse gráficamente. El lenguaje del técnico es el plano, y el ingeniero debe ser capaz de croquizar de manera que cualquiera entienda lo que ha croquizado.

12) Capacidad de trabajo. Capacidad de trabajar solo, Capacidad de trabajar muy deprisa y capacidad de trabajar con mucha presión. Es un oficio que va por rachas, y pueden venir olas muy altas.

Y capacidad de trabajar en modo multitarea.

Porque, a menudo, su trabajo se parecerá bastante a ésto:

(foto sacada de aquí)
13) Capacidad de trabajar en equipo. En concreto, capacidad de trabajar para un equipo. El calculista tiene que pensar que la estructura le sobrevivirá, por lo que tratarla pensando que otro tendrá que seguir donde él lo deje. El calculista tiene que hacer su parte en el papeleo del historial médico de la estructura. Facilitando las cosas para los demás.

14) Capacidad de autoescepticismo.

A menudo la realidad contraviene todo lo que el calculista cree y sabe que es. No hay que creer demasiado en los dogmas.

15) Autoformación. Se ha de estar en un proceso continuo de aprendizaje de cosas nuevas, y ese proceso ha de nacer de uno mismo.

16) Y, último pero no menos importante, ha de saber calcular. Es decir, ha de saber calcular sin máquinas. Calcular él. Con libros, con ordenadores que hagan las operaciones matemáticas, con lo que necesite, pero ha de saber hacer el cálculo él.

¿Queda alguien ahí fuera?





Loquillo - Rock & roll star


sábado, 23 de abril de 2016

Los Siete Petrecoles



23 de abril, día del libro. 400 años después de la muerte de Cervantes. Ya saben, el del Quijote.

¿Han leído el Quijote? O no lo han leído, o agradecen haberlo olvidado. Porque, por supuesto, es un petrecol.

Petrecol es una palabra que no está en el diccionario de la RAE, pero me entienden. El Quijote es un petrecol; no, es uno de los Siete Petrecoles.

Pero ser un petrecol no es sinónimo de ser un tochazo insoportable. De hecho, los Siete Petrecoles son, lo descubre uno cuando los lee, apasionantes. Lo que pasa es que tienen fama de todo lo contrario, y como además sus argumentos son muy conocidos, nadie los lee.

Hoy, 23 de abril, día del libro, les voy a recomendar cualquier de los Siete Petrecoles. Anímese, compre uno de ellos y léalo. Puede que usted no dé para más, pero si tiene usted el cacumen que confío en que tenga, disfrutará con su lectura. Y ¿quién sabe?, igual se anima a leer otro. ¿Y otro, y otro...?

Por descontado, todo el mundo tiene su propia lista de cuáles son los Siete Petrecoles. La mayoría de las personas no los han leído, pero han leído listas de petrecoles y creen que, si no los incluyen en sus listas, quedarán como ignorantes. ¡Je! Se distinguen a kilómetros esas listas, porque incluyen a Proust o a Joyce, entre otros. Cuando una lista incluya a alguno de ellos, ya puede decir que es falsa y que el patán de turno no ha leído ni la mitad de los libros que cita.

Porque, insisto, los Siete Petrecoles son fascinantes. Los siete.

Y ésta es, puesta por orden cronológico, la verdadera lista de los Siete Petrecoles:

1) La Ilíada, de Homero. "Canta, ¡oh diosa!, la cólera del Pélida Aquiles". ¿Cómo puede uno resistirse al mejor inicio de toda la Historia de la Literatura? La Ilíada es una novela de acción que muy bien podría ser el argumento de una película de Rambo: el héroe, agotado en una guerra que dura ya diez años, no interviene en una acción y su amigo acude en su lugar; su amigo muere y el héroe se lo toma como algo personal y decide vengarse. Y, por supuesto, el héroe es el mejor guerrero de todos los tiempos, Rambo desencadenado.

Pero la Ilíada no tiene sólo un argumento: está además fabulosamente bien escrita, y uno lo nota cuando la lee. No es sólo un bocado muy nutritivo, es que al mismo tiempo está muy rico.

Por otro lado, ésta es mi lista y yo pongo las trampas que quiero. Y una de ellas es que este apartado 1º es doble. Porque, junto con la Ilíada, añado:

1bis) La Odisea, de Homero. La historia de "aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo". La historia de Ulises, sus esfuerzos por volver a casa y cómo escapa de la encerrona que le habían montado allí. La tensión va creciendo a lo largo del libro, porque mientras Ulises se acerca a casa uno va viendo cómo los que pretenden quedarse con su mujer y su hacienda urden un plan contra él. Cuando ocurre, al final, la escena del enfrentamiento.... ¡ah, nunca se ha igualado!

Por cierto: desde hace milenios se considera la Eneida, de Virgilio, la tercera en el pódium de las grandes obras. No lo es. La Eneida sí es un peñazo insoportable como uno cree que son las otras dos. Las obras de Homero no tienen nada que ver. Al principio cuesta un poco hacerse con el estilo narrativo, pero sólo un par de páginas. Cuando uno se da cuenta que no sobra ni un solo adjetivo, se empieza a leer de corrido y se convierte en un homerista acérrimo.

2) La Divina Comedia, de Dante. Dante la tituló simplemente Comedia, pero cuarenta años después ya se la calificaba de Divina. Y para siempre.

Vale, lo reconozco. Es un texto... para iniciados en la lectura. Hay que estar curtido en muchas horas en la cama para entender por qué, desde el principio y a lo largo de los siglos, se le ha considerado una obra cumbre de la literatura. Además, hay que leerla en la traducción de Angel Crespo y en verso; en prosa es demasiado densa, se pierde el ritmo.

El argumento se estudia en las escuelas: unas fieras acosan a Dante, que se esconde en una cueva. La cueva tiene otra salida, por la que ha de escapar, pero es que ese camino le obliga a atravesar el Infierno, el Purgatorio y el Cielo. Durante siglos ha habido hombres que han buscado la entrada a esa cueva.

En fin, ya conocen todos el término "dantesco". La gente, que no aguanta la lectura del "Infierno" y lo deja, y desconoce las descripciones del purgatorio y del cielo.

Pues yo les diré una cosa: lo que hace grandioso a La Comedia es el cielo. Lo del cielo es... una experiencia religiosa, oigan. Eso sí, antes de llegar al cielo hay que pasar por el infierno y por el purgatorio. No hacerlo sería como ir directamente al pitillo del después.

3) El Quijote. De éste no hace falta hablar, y no lo haré.

4) Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. 1719. No se lo esperaba, ¿verdad?

La historia de Robinson Crusoe es vox populi, y también ha dado al diccionario una palabra, "robinsón". Ha sido mil veces imitada y versionada, y sin embargo casi nadie la ha leído. Y eso que estamos ante una de las mejores novelas de aventuras de todos los tiempos.

Lo malo de estas historias tan populares es que las ditintas versiones (y películas) se quedan sólo con una parte de lo que cuentan. Por eso les parecerá increíble, pero Robinson Crusoe es, en verdad, uno de los Siete Petrecoles. Lean la obra completa, y estarán de acuerdo conmigo.

5) Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. De 1726.   Vaya, otra obra archiconocida... de la que sólo conocen la primera parte. Gulliver, por supuesto tiene su palabra en el diccionario: liliputiense. Por lo del viaje a Liliput. Lo que todo el mundo sabe. Algunos, más cultos, sepan también que de Liliput Gulliver viajó al país de los gigantes. Pero nadie sabe que luego fue al de los inmortales, y luego...

En el caso de los viajes de Gulliver se aplica lo mismo que con Robinson Crusoe, lo mismo, en realidad, que con cualquiera de estos siete petrecoles. Pero, en este caso, la novela es más fácil de leer que todas las anteriores. Son historias relativamente cortas (la más larga, la de Liliput, tiene la ventaja de que es muy conocida), divertidas, y que siempre nos sorprenden con algo en lo que no habíamos caído. Pero, además, son muy juiciosas: nos damos cuenta de que nosotros mismos habríamos hecho lo mismo que Gulliver.

Cuando la leía, me daba cuenta de que estaba leyendo uno de mis Siete Petrecoles. Cuando la acabé, lamenté de profundis que se hubiera acabado.

6) Moby Dick, de Herman Melville. 1851. Llamadme Ishmael. De nuevo, un inicio fantástico. Aunque les seré franco: la novela es un peñazo. Un par de capítulos, titulados Cetología, me los salté. Con un par. La novela usa la famosa historia de la caza de Moby Dick como argumento para lo que no es sino una descripción de la navegación en el XIX. De hecho, la novela tiene dos partes, y a veces parece que las han escrito dos personas diferentes con ideas diferentes.

Pero, en cambio, es un pedazo de novela. No, más aún. Es una novela especial; no se hacen novelas así. O quizá es que no es una novela: es un siglo y un mundo.

y 7) ¿no les dije que habría más trampas? El séptimo petrecol no se lo diré yo: nómbrenlo ustedes. Este tipo de listas, la verdad sea dicha, se las ha de hacer cada uno. Piense, al menos, qué obra incluiría usted. Yo, a veces muchas y a veces ninguna. Aunque sí les voy a mencionar una novela que, lo reconozco, ya cuando la leía pensaba que estaba ante algo más que una novela: El Silmarilion, de Tolkien. Sí, de Tolkien. Pero si esperan una novela de aventuras tipo El Hobit o El señor de los anillos, me temo que no la encontrarán. Es mucho más profunda, al igual que la Biblia es mucho más que las batallitas de Sansón y David contra Goliat. Sí, si usted sólo lee historias, no pierda el tiempo con El Silmarilion. No captará ni la mitad de lo que se le estará diciendo.

Sí, para mí El Silmarilion es una obra magnífica. Quizás uno de los Siete Petrecoles.

23 de abril de 2016. Venga, hombre, no sea rancio: salga a la calle y cómprese un libro. Pero léalo, ¡eh!




Creedence Clearwater Revival - I Heard It Through The Grapevine

domingo, 17 de abril de 2016

Las explicaciones de la azafata




Ya conté que el otro día tuve que volar a Bilbao. Como soy buena persona, al sentarme en mi asiento me abroché el cinturó de seguridad, puse la bandeja en posición vertical y atendí a las explicaciones de la azafata.

Ya saben, avión con seis puertas de salida, dos allí, dos allá, etc. 

Hubo un tiempo en que volaba mucho por motivos de trabajo. Los que vuelan por trabajo son muy diferentes de los turistas y los que vuelan por placer. Se nos reconoce a kilómetros porque, en primer lugar parece que tenemos que tener prisa. Que volar es un mal trago que hay que pasar, y que sea cuanto antes. Pero, sobre todo, se nos reconoce por la cara de hastío que hay que tener en todo momento. Ya en la puerta de espera hay que parecer que estamos hasta las orejas de volar. Sea luego "finger", pasillo, autobus o a pie por la pista, los desplazamientos hasta el avión han de ser como si estuviéramos hasta las orejas de hacerlos. Nada de excitación, nada que atraiga nuestro interés. Cuando cogí el avión de vuelta, una pareja se hacía una foto en la escalerilla. Yo esperé paciente y sonreí cuando me pidieron perdón, pero el buen trabajador tiene que poner cara de perdonarles la vida. Cuando se entra en el avión, nada de mirarlo, y menos admirarlo: directo al asiento y a la revista o al ordenador. Y luego está la prueba definitiva. Cuando la azafata da las reglamentarias explicaciones de seguridad, el viajero por trabajo mira cualquier cosa menos a la azafata. Por nada del mundo atendería, atender es cosa de novatos. Y él no lo es, él es un duro y curtido trabajador con miles de millas a a sus espaldas. Más aún: la cara de fastidio ha de mostrar que ¡por amor de Dios!, que pase cuanto antes este trago.

Yo no digo que hay que gritar ¡Bravo! al aterrizar y aplaudir; pero... Sí, hubo un tiempo en que yo era de los que ponían cara de fastidio, creía que tenía que hacerlo para demostrar que yo tampoco era un novato, pero un día caí en la cuenta de que para las azafatas, que se saben las instrucciones de memoria, que las repiten por nuestro bien y no por el suyo, que son burladas en monólogos y parodias, es muy desagradable notar la cara de fastidio, el no querer atender. Ellas sólo hacen su trabajo, el que no atiende lo que les está transmitiendo es que no quieren que lo haga. Creo que fue una azafata quien me lo comentó, en cierta ocasión. Por lo mismo que nos despiden con una sonrisa, no nos cuesta nada devolver saludo y sonrisa. Y yo intento adelantarme, ser el primero en sonreir y saludar, y desearles también a ellas un buen día o unas buenas noches: también ellas están en el avión por trabajo.

En fin, que desde entonces intento poner cara de atención. Interrumpo lo que estoy leyendo, alzo la cabeza y las miro. Es sólo un minuto, no cuesta tanto. Además, siempre pienso que, si ocurre la emergencia, cuanto mejor se sepa uno esas instrucciones más probable es que se sigan. Es lo que hace el entrenamiento. Porque seguro que son momentos caóticos en los que uno actúa casi por instinto, en los que estaremos encantados de haber atendido durante las rutinarias explicaciones. Más aún, me asombra que los comerciales, todos con más de cien vuelos al año, no atiendan: son los que tienen mayor probabilidad de sufrir un accidente, digo yo. Aunque sea por estadística.

Dicho lo cual, pienso que esas explicaciones deberían mejorarse. Por ejemplo, deberían decir que es buena idea tener el cinturón de seguridad abrochado: no es imposible que el avión se cruce con una bolsa de aire, y tenga una caída de, pongamos, 1.000 metros. Para el avión, no es un problema grave. Para usted, es como si se cayera esos mil metros. Si no está sujeto, se estrellará contra el techo. No es necesario que lleve el cinturón bien apretado, pero mejor consérvelo.

También se dice siempre que los chalecos salvavidas no deben inflarse en el interior del avión. Deberían explicar el porqué. Si se infla dentro, entra el agua en la cabina y el hueco de salida no está en la parte más alta de la cabina, usted no podría salir. Ha ocurrido, se han recuperado cuerpos en el interior de aviones con el chaleco hinchado.

No sé, en general creo que no insisten en las instrucciones que necesitaríamos en una emergencia (¿posición de impacto, por ejemplo?), porque bastante resquemor tiene mucha gente como para que encima le hablen de esas cosas; además, no va a pasar nada. Pero no me disgustaría que en la revista que siempre hay en cada asiento se incluyera un capítulo de seguridad en el que ampliara esta información.

En cualquier caso, yo ya siempre atiendo (o finjo atender) a las instrucciones de las azafatas. Porque darlas es su trabajo, y lo hacen por mí.




Orquesta Mondragón - Viaje con nosotros

jueves, 14 de abril de 2016

Hacia un mundo más feliz (II)




El 1 de febrero de 2012 publiqué una entrada titulada "Hacia un mundo más feliz". Como es habitual, esa entrada no provocó una controversia mundial sobre los temas que allí planteaba, pero yo la he tenido presente siempre. Así que cuando esta mañana leí la noticia, la conexión fue inevitable.

Puede que la noticia sea falsa. Pero, como mínimo, alguien en 20minutos.es la creyó verídica; de hecho, también puede que lo sea. Resulta que unos científicos chinos han modificado embriones humanos para hacerlos resistentes al VIH (la noticia, aquí). Por cierto que luego, comprobado que eran ya inmunes, los tiraron a la basura. De hecho, cogieron 26 embriones y los manipularon. En 4 de ellos tuvieron éxito y en los otros 22, según dicen, "se desarrollaron mutaciones no planeadas". No detallan las mutaciones. Y, para tranquilidad del personal, se explica que los 26 embriones "se destruyeron" a los 3 días.

En la reproducción humana "embrión" se aplica hasta la octava semana, y tras la octava se denomina "feto". Un cambio de calificativo, como "bebé", "niño", "joven" o "anciano". En cualquier caso, los 26 estaban lo suficientemente creciditos como para que los manipularan y observaran qué les pasaba. Luego a la basura, y a otra cosa. 

Uno de los peores horizontes que podemos tener es un mundo como el de "Un mundo feliz". Que nos fabriquen ya diseñados desde antes de nacer, para unos fines específicos, y luego nos "eduquen" para el objetivo que nos hayan asignado.

Opinaba yo en mi artículo de 2012 que lo que nos salva de ese futuro es que en Occidente, donde pueden desarrollar la tecnología, la ética tiene el peso necesario para no ir por ese camino, pero que los chinos carecen de esa ética, aun al contrario. Y que por suerte ellos aún no saben cómo hacerlo. Rogaba yo porque Occidente ni lo intentara, porque tarde o temprano ese conocimiento llegaría a China, y entonces...

Lean el libro de Huxley. Es muy cortito y fácil. Entenderán de qué les hablo. Luego, lean de nuevo la noticia del 20minutos. Y da igual si es falsa; en poco tiempo será verdadera. Es una carrera que los chinos ya están corriendo. Vamos hacia "un mundo feliz", eso lo tengo claro.

Y, por supuesto, los periodistas, sin enterarse del significado de lo que están publicando. Cuando sea tarde, supongo, alguien levantará la voz. Cuando sea tarde.



Como he dicho, la noticia puede ser falsa; estoy convencido de que hoy lo es. Tiene toda la pinta de ser la clásica "noticia" de la web El Mundo Today, y los de 20minutos.es no se distinguen por su investigación periodística y su rigor en lo que publican. Pero da igual, incluso me alegra si hacerlo mueve a las personas a reflexionar, porque puede que dentro de diez años no lo sea. Y, para mí, de eso se trata. Hay reflexiones sobre a dónde nos lleva un camino, que deben hacerse antes de iniciar ese camino. ¿No creen?




Vaya con Dios - Don't cry for Louie

miércoles, 13 de abril de 2016

Aeropuertos





Vuelo a Bilbao. Espero el embarque mientras las azafatas dan las instrucciones; en español. Las repiten en catalán, y luego en inglés. No las dicen en vasco. En la puerta de al lado, un vuelo a Granada, se dan en español e inglés. No en catalán. ¿Por qué en mi vuelo se dan en catalán? ¿Por qué no se dan en vasco?

Lo cierto es que no hay una sola persona que sepa catalán y no español; al menos, en Cataluña. Por lo tanto, no se trata de una razón práctica. No sé la razón. Pero, fuera la que fuera, el vasco tuvo peor trato.

Como ingeniero, me gusta la eficiencia. Minimizar el esfuerzo para maximizar el resultado. Y cuando uno busca la eficiencia, uno aprende que todo tiene un coste; la clave es encontrar su beneficio.



Según parece (creo que incluso se cuenta en su hagiografía oficial), nuestro nuevo mandamás Puigdemont, cuando volaba de Barcelona a Madrid se desviaba a Bruselas, para llegar a Madrid por la puerta de vuelos internacionales y enseñar el pasaporte. Dicen también que gustaba de esperar a que en los hoteles entrara el turno de noche para registrarse, porque el personal nocturno, dicen los mismos, solían ser inmigrantes sin conocimientos y Puchi les colaba un carnet de identidad falso de ciudadano catalán. ¡Y es que Puchi es un catalán como no hay otro!

Estas historias, por supuesto, no son más que tonterías de las que se dicen cuando no hay nada interesante que contar. Puede que alguna vez su avión lo desviaran a Bruselas por lo que fuera y él llegó como vuelo internacional (en cierta ocasión a mí me desviaron a Bruselas por algo de una huelga, y en vez de un vuelo directo con Iberia fui a Bruselas con Sabena y de ahí a BCN con Virgin, o al revés), y puede que alguna vez haya llegado a un hotel por la noche. De ahí a lo que se cuenta hay un trecho, pero ya digo que a veces uno alardea sin tener de qué, y estas cosas se dicen. No es esto lo que me irrita.

No. Se trata de que hay gente adulta (quiero decir, mayor de edad) que de una manera u otra vive del erario catalán, y que da pábulo a estas estupideces. Que las hayan escrito, publicado, comentado. Que las hayan creído, o como mínimo propagado con la intención de convencernos de que eran ciertas. Que Puchi no haya hecho una declaración desmintiendo que tenga el cerebro de un adolescente desnortado.

Pero qué podíamos esperar. Las cosas tienen un coste, que tarde o temprano se paga. Aquí nos hemos esforzado en comportarnos como auténticos idiotas; es lógico que tengamos los dirigentes que tenemos. No damos para más. Llenamos nuestras vidas de imbecilidades, y así nos va.

Me pregunto cuando caerán en la cuenta de esto esos que creen que venimos de monos diferentes.



Edmund Angerer - Sinfonía de los juguetes

lunes, 4 de abril de 2016

Educando en el valor del dinero




Cuando era pequeño, mi colegio estaba a 100 m de mi casa; y en aquella época, la calle que teníamos que cruzar no era una calle sino un callejón, y semipeatonal. Sin embargo, al poco el colegio se trasladó a las afueras, a 3 km de casa, y allí que me fui.

Por suerte, el colegio habilitó un sistema de autobuses que nos llevaba y traía, cuatro viajes al día en total. La parada estaba donde la puerta del antiguo colegio, con lo que, para mí al menos, el sistema era muy cómodo.

Mis padres no me daban ninguna asignación semanal ni nada de eso. En verdad yo no tenía muchas necesidades, porque era fácil que hubiera algún hermano enfermo, lo que significaba una provisión de tebeos, o a lo mejor algún domingo mi padre se sentía espléndido y nos compraba algunos. En cuanto a las chucherías, podía hacer recados en casa y obtener alguna moneda por ello. El viejo Juanita tenía su puesto de chuches en la plaza de la parada del autobús y con una o dos pesetas uno podía  hacer provisión suficiente, así que ese flanco también estaba cubierto.

Cuando tuve 12 años, mi madre me propuso (o lo propuse yo, ya ni lo recuerdo ni importa) que fuera andando al colegio los viajes del mediodía. Ella se ahorraba la mitad del autobús escolar, y a cambio yo recibiría un cierto estipendio: el coste en el autobús urbano de la mitad de los viajes. Esto suponía que yo tendría que hacer al menos 5 caminatas semanales, y sólo podría ir 5 veces en autobús, pero... si hacía los diez viajes andando, me quedaba el dinero del autobús. Y ese dinero quedaba a mi libre disposición. Trato hecho, tenía 12 años. Y el curso siguiente se amplió a los cuatro viajes, 20 a la semana. Y doble importe de la asignación.

Por supuesto, no todos los viajes los hice andando. Cogía el autobús si llovía, si me encontraba mal, si llegaba tarde, si iba muy cargado, si hacía muuucho frío (recuerdo un día que nevaba ver, desde el autobús abarrotado, a mi hermano Guillermo volviendo a casa caminando; vale que se ahorraba pagar el billete, pero en aquel momento pensé que se estaba excediendo en su afán ahorrativo).

Pero, en general, la mayoría de los trayectos los hice andando. A la salida del colegio, era natural que fuéramos en grupo gran parte del trayecto, y a la ida solía quedar con mi amigo José a más o menos la mitad del trayecto; si entraba a y media, creo que quedábamos a y cinco o a y diez en la esquina de su calle; de allí al colegio había poco menos de 20 minutos, por lo que llegábamos al colegio unos cinco minutos antes de que abrieran. Es que llegar tarde era inconcebible. Esto además motivó un cierto sentido de la puntualidad: si quedábamos a y diez, era a y diez, no a y doce.  En una época sin móviles, uno no podía saber qué estaba haciendo el otro, así que si no estaba a y diez había que suponer que algo habría pasado... y largarse. Si se queda a y diez, a y diez hay que estar. Mis padres, por supuesto, se despreocupaban de si yo llegaba tarde a mi cita con José y con el cole; debía apechugar. Sí me resolvían la papeleta si llegaba tarde en la época del autobús - aunque los nervios que pasaba, en ese caso, no compensaban los beneficios de la indolencia-, pero en los años pedrestres la puntualidad era cosa mía.

Con doce años y un dinerito en el bolsillo, mis ideas estaban claras. La mitad de mi asignación se me iba en comprar El guerrero del antifaz, y la otra mitad se iba en autobuses - ya digo que no era raro cogerlos- o, si llegaba con posibles al viernes por la tarde, en un batido de chocolate en el bar del colegio. Al doblarse la asignación (y desaparecer el Guerrero, por cierto), mis opciones aumentaron y, por lo general, me llegaba para la entrada del cine del sábado por la tarde y, con suerte, unas palomitas que me compraba los sábados por la mañana al volver del colegio (solía subir a jugar al patio, éramos así).

Por lo demás, la política familiar respecto al dinero siguió siendo la misma. Me hice socio de la biblioteca municipal, y listos.

Pasó el tiempo, ya tenía 14 años, y quise una cosa: una máquina que jugaba al ajedrez. ¡Era tan chula! Pero era muy cara, y mis padres no me la iban a comprar. Mi tía Ana me sugirió que ahorrara y me la comprara yo. Mi tía Ana fumaba creo que Bisonte, y me hizo gracia: calculé cuánto se gastaba a la semana en tabaco, y cuánto al año, no sé si unas 4 ó 5.000 pesetas. Aquello me parecía una fortuna y, además de alejarme para siempre del vicio del tabaco, me animó a intentarlo. En una pequeña agenda de mano apunté los ingresos y las previsiones, y... podía hacerse. Quizá tardé un par de años, pero lo logré. Me la compré, y me la pagué yo solo. Con los años descubrí que fue una malísima compra, pues ni de lejos valió la pena el esfuerzo, pero quiero aprovechar la oportunidad para decir que éste sería un país mejor si a todos nos gustara el ajedrez. En fin...

Muy pocos años después, entré en una cofradía. De nuevo, ahorré para pagarme el hábito: 4.500 la tela y 4.500 la confeción. Y, de nuevo, prueba superada. Ya había abandonado el colegio, pero en mi casa seguían dándonos una asignación con el criterio anterior. Con truco, claro: ese criterio era para los hermanos más pequeños que recibieran esa asignación, la asignación base. Sobre ésta, los mayores teníamos un plus, digamos de antigüedad. Claro que la asignación debía abarcar los gastos que tuviéramos por elección nuestra, entiéndase los de salir con los amigos o los libros o música que nos quisiéramos comprar. Y por cierto, sigo con el hábito de entonces, y si Dios quiere y el tiempo no lo impide, procesionaré con la capa original.

Una vez conseguido el hábito, mi siguiente objetivo no tardó en aparecer: quería un equipo de música.Palabras mayores, en aquel momento; y no olvidemos que yo era aún estudiante. Esta vez, la estrategia fue distinta, porque estando, no sé, en segundo o así, tenía acceso a fuentes de ingreso mucho más potentes: cuidar niños y, sobre todo, clases particulares. Y además por aquella época yo era... ¿cómo decirlo? Un joven impetuoso. Tipo nunca maïs no ya. Vamos, que caí en las redes de los bancos. De lo que ahora es Ibercaja, en concreto. Abrí una libreta, me dieron un préstamo y me compré el equipo. Era alucinante. Mi madre se enfadó mucho, porque era un equipo regio y ella opinaba que uno sólo debía comprarse un equipo así si estaba ya casado. Que había que ser el propietario de la casa, vaya. Por otro lado, Belinda, nuestra asistenta, entró en la habitación, lo vió y se quedó parada en la puerta. ¡Qué equipo más bonito!, vino a decir, y yo valoré mucho más la opinión de Beli que la de mi madre. Total, que dos días después me llamó el director de la oficina y me preguntó si el equipo funcionaba bien; yo le dije que sí, y entonces se hizo el pago a la tienda del equipo. A cambio, estuve un par años ingresando religiosamente la cuota en el banco.

Y ya está. En cuarto de carrera empecé a trabajar de ingeniero, y todas estas historias pasaron a ser sólo eso, historias de cuando era chico.




José Luis Perales - Compraré

domingo, 3 de abril de 2016

España - Holanda, 1971





He de confesar que, en esto de escribir, soy más bien del género vago. No soy un tipo que tenga una idea y la escriba cuanto antes; al revés, tengo bastantes ideas que, al paso que van, se quedarán en el tintero. Así pues, no es de extrañar que algunos argumentos se desarrollen con quizá excesiva lentitud.

En agosto del año pasado, estamos en abril, escribí un artículo sobre los Pop Tops y la canción Mamy Blue. La canción era de 1971, y con ella quería echar un vistazo a cómo era España entonces.

Ese artículo era parte de un argumento que se prolongaba con un detalle incluido en otro artículo escrito en febrero de este año. En ese artículo, la canción de acompañamiento era del grupo Shocking Blue. Shocking Blue fue un grupo holandés, de la misma época que los Pop Tops, y la canción propuesta era también de 1971, el mismo año.

La idea, ahora está claro, es comparar ambos países a través de un videoclip. Qué se hacía antes, en España y en Holanda. Ambas canciones son buenas, yo las calificaría de hipnóticas. Y, en fin, no se aprecian demasiadas diferencias. ¿Era Holanda mucho más evolucionada que España? No lo parece. A fin de cuentas, los holandeses podían circular libremente con España, y los españoles por Holanda; la dictadura de Franco no fue lo que nos cuentan ahora, casi como la Latveria del Dr. Muerte.

Y si quieren insistir en lo mal que se vivía aquí, entonces, les diré que he preguntado a una húngara qué grupos tenían entonces. Hungría y Yugoslavia eran los dos países más abiertos del bloque socialista, por descontado dentro de los márgenes de apertura del bloque. Y ¿saben? No había ninguno. Deberían preguntarse por qué. Aquello sí que eran dictaduras, si las hubieran vivido se les quitarían las ganas de decir lo otro.

De todas formas, Shocking Blue tuvo otro éxito, que igual reconoce: Venus, de 1969. Y le sonará, porque en 1986 Bananarama hizo una versión que todavía se oye en las radios. La original, eso sí, es la original.

Por cierto, habrá una entrega más; la tengo pensada desde hace tres meses, pero... a ver cuándo encuentro el día.




Shocking blue - Venus

sábado, 2 de abril de 2016

Sin ánimo de lucro




Esposible que yo sea corto de entendederas, o que sea demasiado despierto. O que unas veces peque de un lado y otras de otro.

La primera vez que leí las siglas ONG me sonó a chiste. Organización No Gubernamental, decían. ¿Y eso era algo bueno? Una organización no gubernamental es la tienda de ropa de debajo de mi casa y sin embargo nunca ha alardeado de no ser del gobierno. En cambio, lo que se anunciaba como ONG me parecía una agencia de funcionamiento oscuro (diría que parecido a un ministerio, con sus negociados, sus gestores de papeles, su cúpula privilegiada, su opacidad verdadera e intrínseca, la persona que te habla siempre habla por otros, todo eso) que ejercía una actividad de titulares de beneficencia pero que no sabría explicar bien y en algún lugar desconocido. Mi amigo F. me decía hace muchos años que los periódicos ponen en su cabecera lo que no son: el que más alardee de diario independiente será el que menos lo sea, el que más intereses espúreos tenga detrás de cada artículo. Pues esto de la ONG me sonaba igual: cuanto más insistía una entidad en que era no gubernamental, más gubernamental me parecía a mí.

A fin de cuentas, la tienda de debajo de casa nunca ha necesitado pregonar que es no gubernamental.

Y que además se usara eso como gancho me parecía el no va más de la estupidez. Me era tan estúpido que me daba mala espina, me parecía un cebo para cazarnos.

Sin ánimo de lucro. Esta expresión está también muy extendida. Y ¡qué casualidad! la emplean con frecuencia todas esas ONG que, ya digo, quieren engañarnos sobre lo que son y lo que pretenden. ¿Sin ánimo de lucro, dicen? Eso hay que verlo.

Podría poner como ejemplo a la vendedora de ropa de debajo de casa, pero no hace falta: yo mismo sirvo. Sí señores, yo tengo ánimo de lucro. Me levanto cada día con intención de ganar dinero, y con ese fin intento ser un buen ingeniero, hacer un buen trabajo y que así quieran que siga haciéndolo. Resuelvo problemas, por dinero. Si no ganara dinero trabajando de ingeniero no trabajaría de ingeniero; no sé qué sería, pero buscaría algo que me lucrara. Además, si tuviera mi vida resuelta y quisiera ejercer de ingeniero gratis et amore no creo que tuviera ni un cliente.

Lo mismo que yo, hay organizaciones que tienen ánimo de lucro. Las empresas existen cuando logran un lucro, y si no lo dan desaparecen. Y no me parece mal.

En el rincón opuesto, tenemos a las empresas (organizaciones, se llaman ellas) sin ánimo de lucro. Las organizaciones gubernamentales están en ese rincón, no quiero pensar que el INEM o los bomberos se han montado para ganar dinero. Pero junto a ellas, en el mismo rincón, tenemos unas organizaciones parecidas que alardean de ser no gubernamentales y que, como las gubernamentales, tampoco tienen afán de lucro.

A mí, lo que más me disgusta de esa expresión es que no lo parece. Yo diría que esa empresa sí tiene ánimo de lucro. Pongo un ejemplo:

Soy socio del RACC. Este año, cansado, decidí darme de baja. Al darme de baja, me dijeron que me iban a hacer descuento, que llevaba mucho de socio y que querían premiarme. Me hicieron un descuento del 50% en la cuota. ¿Por qué no me lo habían hecho los años anteriores? Pues porque para ellos yo era un tipo al que le estaban sacando las perras: todas las perras que podían sacarme. Cuando vieron que se les acababa el chollo, aflojaron la presión. 

Por cierto motivo que no confesaré, he prorrogado mi asociación este año. Y el otro día me llama un comercial de ellos, para decirme que por una módica cantidad puedo... Ya saben cómo funciona esto del telemárketing. 

El caso es que del RACC podría hablarles largo y tendido. Y les diré una cosa: en nada se diferencia de una empresa privada. Cualquier aseguradora, Liberty, Santa Lucía, Allianz, todas se comportarían igual. La diferencia estriba en que los beneficios de las privadas se los reparten las personas y empresas que han invertido sus ahorros en esas compañias (comprando acciones), y los beneficios que obtiene el RACC... se lo reparten los trabajadores con sus salarios y gratificaciones. No estoy diciendo que el sufrido teleoperador que tiene que convencerme de que le compre algo se beneficie de ese beneficio, que quede claro. Pero los socios no nos beneficiamos. Jamás he recibido una comunicación que nos diga que, como ese año ha habido más ingresos que gastos, nos devuelven una parte de la cuota o nos rebajan la del año siguiente. Eso, jamás. Y el comportamiento de todas las personas del RACC que han tratado conmigo ha sido el mismo que si trabajaran para Santa Lucía, pongo por caso. Estoy seguro de que los ejecutivos del RACC se fijan presupuestos y objetivos, se les juzga por sus resultados económicos y se les paga en función de su rentabilidad. Y este espíritu empresarial se transmite hacia abajo: a los directores de zona y de oficina les presionarán para que consigan más socios (es decir, más clientes), que les vendan más productos, etc. Y los directores de zona y de oficina presionarán a los empleados. ¿En qué se diferencian de una empresa "con ánimo de lucro"?

Sólo en las palabras. Porque las dos lo tienen. Pero la empresa con ánimo de lucro no va por ahí diciendo que no tienen ánimo de lucro.

El Instituto Noos también era una empresa "sin ánimo de lucro". Como el Palau de la Música, también aquí en Barcelona. Y ya las conocemos.

Y las cajas de ahorro. Que no sé en qué se diferenciaban de los bancos, pero sí sé que pagaban unos sueldos y prebendas a sus cúpulas directivas de cagarse la perra. ¿Quizá porque no podían tener beneficios?

Otra historia muy diferente es Cáritas. Cáritas es una organización sin ánimo de lucro. Y, si alguien trata con Cáritas, se dará cuenta de que, efectivamente, ahí nadie tiene ánimo de lucro. También la Iglesia, en su conjunto. Conocerán a muchos curas, pero si conoce a alguno de ellos que se haya enriquecido, o que viva como un marajá (me temo que hay algunos obispos eméritos que están dando un espectáculo muy poco gratificante), seguro que lo tendrá identificado como "un mal sacerdote". Podrá rebatirme y decirme que el cura de tal parroquia gallega o tal otro... pero, en el fondo, usted sabe que lo dice sin tener la razón, porque usted mismo sabe que son casos aislados causados por la debilidad de las personas, no de la institución. Y lo mismo que la Iglesia en su conjunto, las instituciones de su órbita, como las cofradías o las agrupaciones.

Pero, salvando estas entidades y unas pocas más en las que confío, para mí "sin ánimo de lucro" significa "queremos tu dinero". ¿Recuerdan lo de la asociación francesa de lucha contra el cáncer? Resultó que el 72% de lo que recaudaban se iba en "gastos de funcionamiento", que incluían los viajes en Concorde y las mansiones en la Costa Azul del presidente. O lo que nunca se supo que pasó en la Liga contra el Cáncer de Tarragona (la versión catalana de la AECC promovida por CiU, supongo que por los intereses que han movido a CiU siempre).

Y, por descontado, la FIFA es una organización no gubernamental sin ánimo de lucro. Y el COI. Y los partidos políticos, si me presionan. 

En fin, yo no estaría muy orgulloso de que me etiquetaran como organización no gubernamental. Y si además recalcan que soy sin ánimo de lucro... para echar a correr.

 


Bob Dylan - The times they are achangin (versión de Knuckles McGee)