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miércoles, 3 de abril de 2024

Camino del abismo

https://www.youtube.com/watch?v=uWhkbDMISl8 

 

 

El lector recurrente ya se habrá dado cuenta (no cuesta mucho) de que acostumbro a quejarme por todo. Mi tesis habitual es que todo se hace cada vez peor, cada vez somos más peores técnicos, cada vez sabemos menos, etc. Cosas de la edad, es natural, y espero que la realidad me contradiga y sobre todo que aquellos a quienes critico estén dispuestos a quitarme la razón; pero ¿y si resulta que sí la tengo?

Este preludio lo motiva una experiencia que me ha ocurrido estos mismos días. Estoy diseñando una estructura y lo que mi cliente me facilita, a modo de especificación, es la barandilla de límite. En concreto, me facilita un estudio realizado por nada menos que todo un señor doctor arquitecto sobre esa barandilla. Al leer ese estudio se me cayeron los palos del sombrajo, como suele decirse.

Entiéndase: no es que el estudio estuviera técnicamente mal. No hay ningún error técnico: ¡si hasta emplea un programa de cálculo de estructuras para calcular la barandilla! Sí, el famoso Cype. Luego emplea otro programa de cálculo para calcular las chapas de anclaje al piso y luego otro para los tornillos de anclaje. Tres programas de ordenador, nada menos. ¡Como para estar mal resuelto!

Lo que pasa, dejando de lado que un arquitecto (peor: un doctor arquitecto) tenga que recurrir a 3 programas de ordenador para una simple barandilla, es que además  el informe es tan malo que no vale. Porque el arquitecto (perdón, doctor arquitecto) no empleó el sentido común, no pensó lo que estaba haciendo. Se limitó a aplicar la normativa a rajatabla y a analizar un tramo de barandilla como si fuera la única cosa en el universo. Y resulta que no es lo único en el universo, que hay más elementos, y que hay más cosas que las mínimas que establece la normativa. Así que su estudio está muy bien en un mundo ideal, pero no tiene aplicación práctica y no responde a lo que su cliente necesitaba. Salvo que el título de doctor en arquitectura lo regalen a cualquiera (no creo), el mozo (voy a presumirle juventud) tiene una capacidad demostrada. El hombre aceptó el encargo, por lo que se vio capacitado. ¿Entonces?

Los fallos que cometió el arquitecto (perdón, doctor arquitecto) no son achacables a un ordenador. Los programas que empleó resolvieron lo que el arquitecto les introdujo. No hay que darles más vueltas, el arquitecto no pensó. Él, sin duda, alegaría que no le advirtieron, que no le dijeron, que no... Da igual: el doctor arquitecto era él, y él tenía que haber pensado en lo que no pensó. Tal como yo hice cuando me dieron su informe. 

Pues bien, esto es cada vez más corriente. Los técnicos piensan cada vez menos. Llega un momento en el que no se trata de tener más o menos conocimientos, sino de sentido común. De imaginación (la capacidad de tener en la mente lo que aún no existe). De pensar, caramba. Y esto, se lo digo de verdad, cuanto más joven es el técnico menos piensa; y luego, cuando un anciano ingeniero les revela todo aquello que ni se les  habría ocurrido surgen los murmullos de admiración y los disimulados intentos de tocar el borde de nuestras vestiduras, pero no es eso lo que queremos. No buscamos reconocimiento ni adulación, sino que ellos hubieran hecho bien su trabajo. Que nos demostraran que podemos descansar, que quedamos en buenas manos.

Los fallos del arquitecto son típicos en un principiante. En un chaval que empieza, no en un doctor arquitecto. Sí, ya sé que les canso con la matraca de siempre, pero qué quieren que les diga. La realidad que me encuentro me reafirma en mi convicción de que vamos camino del abismo.



Blondie - Hanging on the telephone


 

miércoles, 2 de noviembre de 2022

La caseta multidisciplinar

https://www.youtube.com/watch?v=UFpaHMqz0nM 

 

 

Imaginemos que, en pleno campo, proyectamos una caseta. Un cobertizo para guardar herramientas. ¿Qué ingeniero ha de proyectar tal edificio? Depende.

Como hemos dicho, la caseta está en el campo. Así que es cosa de los ingenieros agrónomos: será para que el labriego guarde el arado y la azada.. Pero si el suelo no es plano, sino que es en el monte, entonces es cosa de ingenieros de montes. O no. Porque si las herramientas que se van a guardar lo son para una mina cercana, es de un ingeniero de minas. Si lo son para una carretera cercana que se está construyendo, es cosa de los ingenieros de caminos. Si no es una carretera, sino una vía férrea, es cosa de ingenieros industriales. O para un aerogenerador. Si en vez de un aerogenerador hablamos de una antena de telefonía, es para ingenieros de telecomunicaciones. Si la antena no es de telefonía, sino para el balizamiento de aviones, intervienen los ingenieros aeronáuticos. Y, como se imaginarán, si las herramientas son para construir una atarazana, un ingeniero naval. 

Ahora bien: si en vez de una caseta para herramientas el edificio es para las viviendas de los obreros que han de construir lo dicho, el ingeniero competente es el mismo que el del proyecto general. Ya sé que no es muy normal en España, en estos tiempos, construir viviendas para los obreros como parte de los trabajos de la obra, pero lo fue. Y lo sigue siendo si la obra se realiza en según dónde. Por ejemplo, en Argelia: la constructora desplaza a todo el personal a una especie de "campamento", una villa cerrada aislada que incluye además el equipamiento de asueto necesario para los bastantes meses que pasaran todos ahí encerrados. Pues bien, si los obreros están construyendo un puente, el ingenieros es de caminos; si un aeropuerto, un aeronáutico; si un puente... para ferrocarril, un ingeniero industrial. Si unos cortafuegos, un ingeniero de montes. Si una deshidratadora de alfalfa, un agrónomo. Y así todo.

Y lo mejor: si lo que van a construir los obreros es una futura urbanización de chalets y viviendas pareadas... no puede hacerlo ningún ingeniero: ha de proyectarlo un arquitecto.

Menudo guirigay, dirán. Y sí, pero es que hemos de pensar en los ingenieros como antiguos cuerpos del Estado, y por lo tanto cada uno con sus competencias y funciones. Según para qué sean las herramientas, el proyecto será de esos ingenieros o de otros. 

Esto, la legislación lo recoge con la expresión "técnico competente". Competente porque tenga autorización para hacerlo, y porque sea técnicamente capaz de ello. Y de esto quería hablar: la legislación considera que, si el técnico está autorizado, entonces sabe hacerlo. No pone en duda la valía técnica del ingeniero. Si se tiene el título, se sabe. El problema es que eso no es muy real: me juego el cuello a que casi ningún ingenieros es capaz de proyectar un edificio de viviendas -completito, ¡eh!, con su instalación eléctrica, fontanería, comunicaciones, etc.- por más que el legislador le otorgue la competencia técnica.

Lo queramos o no, los ingenieros no somos tan multidisciplinares como la ley nos considera. Ni de lejos. Pero entre saber hacer mil cosas y saber sólo cinco hay mucho entre medio. Hay ingenieros que sólo saben hacer 5 cosas, otros 10, otros 100. Los que saben 5 sabrán esas 5 cosas mejor que los de 100, pero claro.

¿Qué es mejor, ser especialista o ser multidisciplinar?

Yo, por ejemplo. Estudié con un plan ya extinto que daba una formación general, no especializada. Apta para todo y con la que apenas aprendíamos algo de nada. Luego, la vida, las circunstancias,... en mis primeros quince años de profesional toqué muchos palos. Trabajé como mecánico de reparaciones en una acería, con mi mono naranja y mis manchas de grasa, y fui director de fábrica. Proyecté instalaciones de refrigeración, de estructuras, de actividad, de incendios, eléctricas,... Construí maquinaria de muy diverso tipo, construí instalaciones industriales. Desarrollé software industrial y software comercial, trabajé con ordenadores antiguos ahora inimaginables, con miniordenadores y con microordenadores, con compatibles IBM y con ordenadores especiales no compatibles. Llevé gestiones económicas, proyectos de integración de empresas, viajé al extranjero y por España, me encargué de clientes y de proveedores, participé en el boom de los sistemas de calidad,... 

Y luego, cosas que pasan, me encontré establecido como calculista de estructuras. Precisamente uno de esos campos en los que todos los ingenieros tenemos competencias y por lo tanto deberíamos ser competentes. Y no sólo los ingenieros: también los arquitectos. El caso es que lo que me encontré fue un mundo de especialistas: todos eran especialistas en estructuras, y sabían un montón. Y yo ahí, con mis nociones generales y poco más pero con una vitola de "experto" que a mi pesar proclamaba mi aspecto de ingeniero "con experiencia". La experiencia, ya se sabe, no hace a alguien experto sino experimentado, que no es lo mismo.

¿Saben qué pasó? Que los especialistas de estructura con los que me batía el cobre carecían de cualquier experiencia o conocimiento fuera de su campo de trabajo. Digamos que sabían construir casetas, pero no sabían nada de las herramientas que iban a guardarse ni lo que hacía el cliente con esas herramientas. Y yo no sabía mucho de casetas, pero sí de todo lo demás.

Para más inri, en los años que habían pasado desde mi instrucción el mundo había cambiado. Yo aprendí a calcular estructuras a mano, no existían programas para calcularlas. Pero cuando entré en el sector, ya existían esos programas. De repente, el cálculo propiamente dicho de una estructura no lo hacía el ingeniero, sino una máquina. Por descontado, aquellos expertos en estructuras manejaban esos programas mil veces mejor que yo (que ni sé emplear el Cype), pero la habilidad en sí de calcular estaba dejando de ser necesaria. Bastaba con saber lo que se hacía. Y como yo entendía los problemas del cliente mucho mejor que los expertos de estructuras y preveía el uso futuro también mucho mejor, y me había visto en muchos fregados en los que un ingeniero de estructuras jamás se mete, pues se pueden imaginar: encontré mi hueco, y aquí sigo. 

Soy, por lo tanto, un firme defensor del ingeniero multidisciplinar. Si es necesario, ya se buscará luego los especialistas que necesite. Insisto, el multidisciplinar no sabe mucho de nada, sólo un poco de muchas cosas. 

Nado contracorriente, me temo. Quizá, sólo quizá, sea porque los jóvenes de ahora carecen de algo fundamental que yo sí tuve: conocimiento de más cosas. Sin conocimiento de más cosas, no cambian. Ni ellos se atreven, ni otros se lo piden. En mi opinión, una mala política, pero ya no es cosa mía.  




The Chicks - Not ready to be nice

 

viernes, 1 de abril de 2022

A vueltas con lo que pasa en los estudios de ingeniería

https://www.youtube.com/watch?v=0CtA2LVPBIc 

 

 

Escribía en mi anterior entrada que en la Universidad de Zaragoza han estudiado la tasa de abandono en las ingenierías y ha bajado del 29% en el curso 2009-10 al 16% en el curso 2019-20. A mí me parecían tasas muy bajas, pues en mi época la tasa de abandono rondaba el 80-90%. La explicación inmediata que se me ocurría es que el nivel de exigencia en la carrera ha descendido hasta conseguir que los estudiantes se saquen el título, pero una opinión tan negativa no puede ser cierta: hay que explorar otras explicaciones.

Por poner números, en mi año creo que empezamos 600, y en 5º había como mucho 60 alumnos. Con una tasa del 16%, en último curso debería haber 500. ¿Qué ha cambiado?

Lo primero, en mi época sólo se estudiaba Ingeniería Industrial. Ahora hay no sé cuántas ingenierías. Pero esto no afecta, porque el estudio era global, de todas las ingenierías. Da igual si los 600 alumnos se reparten en 1 escuela o en 8.

Se habla del nivel socioeconómico, de la necesidad de trabajar, del excelente programa de becas actual. En mi época la matrícula valía menos de la mitad del sueldo de un obrero sin cualificar; ahora, ese obrero necesita tres sueldos. Estudiar ahora es mucho más caro que antes, lo que en parte corrigen (imagino) las becas. En cuanto a la necesidad de trabajar, yo diría que ahora la necesidad de aportar sueldos en casa es mayor que en mi época, con lo que la necesidad de abandonar los estudios por razones económicas ha de ser mayor ahora que en mi tiempo. Esta razón no la compro.

Se dice, se alardea incluso, que ahora, con tanta oferta, el alumno sí estudia lo que quiere. Pero el estudio no reconoce como abandono el alumno que se cambia de carrera si termina esa segunda opción. ¿En qué quedamos? ¿Estudian lo que quieren o no? Si alardean de lo primero, será porque lo segundo es un factor muy pequeño, muy pocos de esos 440 titulados adicionales lo serían en carreras que no fueron su primera opción. En mi época, con una excepción que luego explicaré, también eran muy pocos los que cambiaban a otra carrera.

Dos razones positivas pueden ser la mejora de la preparación de los alumnos y la mejora en la enseñanza que supone la aplicación del Plan Bolonia.

Lo de la mejor preparación de los estudiantes... dejémoslo correr. Todos los profesores de instituto con suficiente experiencia dicen lo contrario.

¿Supone la aplicación del Plan Bolonia que ahora las cosas se expliquen mejor? Aquellos 440 alumnos que no habrían terminado hogaño y ahora sí ¿lo es gracias a la mejora de los métodos de enseñanza? En principio, no debería. El Plan Bolonia puede que incorporase cambios en los métodos de enseñanza, pero dudo que fueran cambios importantes. En la manera de enseñar, quiero decir. Además, serían cambios aplicados por los mismos profesores y sin formación específica. No, no creo que fuera causa principal.

Ahora bien: hay un cambio fundamental que sí es debido al Plan Bolonia.

Antes he indicado que, en mi época, no eran muchos los estudiantes que cambiaban de carrera tras el fracaso en ingeniería y se iban a, digamos, Derecho, pero que había una excepción. Esa excepción era la carrera de ingenieros técnicos industriales, y eran muchos los que, tras estrellarse en los primeros cursos de la escuela superior se mudaban a la técnica. En la escuela técnica las asignaturas tenían los mismos títulos que en la superior, pero el Cálculo o el Álgebra que se estudiaba en la técnica era de un nivel menor al de la superior. Y era normal, los alumnos eran distintos. En la técnica había estudiantes que no habían aprobado Selectividad, o que no se habían presentado. También había estudiantes que venían de Formación Profesional, y por supuesto estaban los que no habían podido superar 1º en la superior. Tampoco iban a necesitar niveles tan altos de matemáticas como necesitarían los ingenieros superiores, eran dos carreras distintas. La ingeniería superior estaba más cerca de la Ciencia, y la ingeniería técnica lo estaba de la Técnica.

Y esto es lo que ha cambiado el Plan Bolonia: ya no se estudia ingeniería superior sino ingeniería técnica. Los títulos son de grado, el equivalente a la ingeniería técnica. Que antes se cursaba en 3 años, y ahora en 4, un detalle que también debe contribuir a dulcificar la carrera. El tiulo de ingeniero superior equivale al de máster, así que no deberíamos comparar el antes y el ahora. O sí, porque a fin de cuentas son los estudios que se ofertan.

De todas formas, Bolonia no explica el descenso del fracaso entre mi quinta y la del 2009. O han sido los alumnos o ha sido la carrera, pero algo ha cambiado. Podría haber sido por los alumnos: por ejemplo, al acceder a los ordenadores. Muchos cálculos, muchas simulaciones son más sencillas; de hecho, son posibles. Gracias a ello imagino que algunos aspectos de la profesión son más fáciles de entender. Sí, ya sé que ustedes tampoco se lo creen, pero es que estoy intentando encontrar todas las causas que me sirvan para decir lo que no quiero decir: que la carrera, como ha pasado en la Primaria, la Secundaria y el Bachillerato, ha bajado el nivel. No sé si porque los alumnos, con el nivel anterior, no llegarían (es lo que ocurre en los colegios) o porque quieren reducir la tasa de abandono y alardear de éxitos como sea. Puede que incluso sean las dos cosas.

EL otro día hablaba con un ingeniero muy joven, pero un tipo listo. Y me dijo que ya se sabe, que de todas formas cuando se aprende de verdad la ingeniería es trabajando. No quise replicarle. Puede que ahora sea así, pero en mi tiempo no. Quiero decir, uno no salía siendo un gurú y un ingeniero experto, pero sí se salía con lo suficiente para ir tirando. Para empezar, para defenderse. Para llegar a un sitio con 23 años y que todos notaran que eras ingeniero.

Aunque en realidad... ¿le importa esto, a alguien?

A mí, desde luego, no. Si el conocimiento que teníamos los de mi tiempo al salir ya no lo tienen los de ahora, dudo que en los años de ejercicio profesional lleguen a nuestro nivel, pero eso no es problema mío. Y tampoco de ellos: no en todos los partidos juegan los mejores. Ni le importa a los recién acabados, ni le importa a los estudiantes.

A la sociedad sí debería. Pero no lo hace, su único interés es que haya más mujeres que hombres estudiando ingeniería. Da igual que casi nadie sepa decir lo que hace un ingeniero. Y si para que haya más mujeres hay que estudiar las matemáticas con perspectiva de género y ver la termodinámica como una herrqamienta de opresión heteropatriarcal, quitar asignaturas abstractas (nada más abstracto que las disciplinas numéricas) e incluir asignaturas empáticas, vale decir árabe o Historia del cine, pues se hace. 

Por eso, ¿por qué me va a molestar, a mí, que el nivel de nuestros estudios de ingeniería baje? Como si soy la última persona en la Tierra que sabe calcular una estructura.

Y es que la cosa ha llegado a un punto en que me puede la curiosidad. Por saber cuándo la gente se dará cuenta.

O tal vez me equivoque de medio a medio. Mi cochino derrotismo, mi empeño en decir que nosotros fuimos mejores y que vosotros nunca seréis tan buenos como nosotros. ¿Y si resulta que los nuevos ingenieros sí consiguen aprender lo suficiente como para cerrar la brecha y ponerse a nuestro nivel o incluso superarnos? Aún no ha pasado el tiempo suficiente para saberlo; ¿por qué no ser optimista en vez de pesimista? Más aún, ¿y si resulta que yo era muy bueno pero un caso especial y que el nivel de mi quinta no era el que yo me atribuyo? Eso también podría ser.

Otro punto de vista: ¿para qué necesita un ingeniero ser tan bueno como antes si ahora tiene ordenadores y programas de ordenadores que hacen el trabajo por él? Es lo mismo que preguntarse porqué necesita una persona saber multiplicar si siempre tendrá en la mano un teléfono con calculadora.

Esto último me recuerda a un relato de ciencia ficción que cuenta una guerra, creo que entre planetas, en un momento en que en la Tierra se había perdido la capacidad de hacer operaciones matemáticas (el conocimiento llegaba sólo a saber leer los números), y un científico redescubría el método para sumar y para multiplicar e intentaba convencer a los dirigentes mundiales de la ventaja de tener tal conocimiento. ¡Qué cosas se le ocurren a Asimov!, pensé entonces. No se me ocurrió que llegaría un día en que lo que pensaría sería "¿y si...?".

El argumento de los ordenadores lo defenderá mucha gente. A fin de cuentas, ya no sabemos hacer raíces cuadradas a mano y el mundo sigue girando. Personalmente, no lo defiendo: supone la plasmación de lo mismo que estoy criticando. 

Lo difícil en esta lucha es que lo que uno pide que se sepa no tiene una utilidad inmediata. Es como defender que se sepa quién fue Parménides o la importancia de la batalla de Pavía o que se lea las Coplas a la muerte de su padre. El porqué de tantos conocimientos "no prácticos". La importancia del esfuerzo, del trabajo personal. De resolver los problemas solo. Si el interlocutor no lo sabe, debe aceptar nuestra palabra de que así es. Si está dispuesto a discutir, mejor dejarlo. No vamos a explicar porqué extender bien la cera en un coche es necesario para saber karate.




Basil Poledouris - La caza del Octubre Rojo




jueves, 5 de agosto de 2021

¿Es el BIM un verdadero cambio de paradigma?

https://www.youtube.com/watch?v=BBMcgREgyXU 

 

 

Respuesta: sí, lo es. El BIM es la herramienta clave para que las máquinas tomen el control. Es la quintaesencia de la renuncia del control por parte de los calculistas, y tras ellos vendrán todos los demás.

A aquellos que, por no ser calculistas, no tengan la perspectiva suficiente: los ordenadores se crearon para ayudar a los calculistas. En el principio, los ordenadores sólo calculaban. Cálculos aritméticos, primero, geométricos después, algebraicos más tarde. Invirtieron matrices, aunque usted no sepa qué es eso o qué trascendencia tiene. Pero así fueron las cosas, empezaron como una herramienta de cálculo. Herramienta a la que se le fue sacando provecho, eso sí: atrévase ahora a vivir sin ordenadores.

Con los años, los ordenadores, los chips, los cerebros electrónicos, han pasado a ejecutar muchas de las tareas que antes hacían personas. Pero nunca tuvieron el verdadero control: detrás siempre había personas. Siempre hubo ingenieros. 

Calcular la estructura de un edificio es un cálculo complejo. Es tan complejo que, de hecho, muchas tipologías estructurales, muchas maneras de construir un edificio, han estado ligadas a las posibilidades de calcularlas. Dicho de otra manera: usted no sabe de ningún puente curvo que no se haya calculado con ordenadores. De tablero curvo en planta, quiero decir. Sin embargo, a medida que los ordenadores han sido más potentes y se han desarrollado programas de cálculo más complejos y capaces, se han ido diseñando puentes cada vez más espectaculares. Más difíciles de calcular, también. Ahora nadie proyecta un puente de tablero recto si puede evitarlo, qué van a decir sus colegas de él como lo haga. Y con los edificios pasa algo parecido. Bien, para ambas cosas disponer de ordenadores ha sido una gran ayuda. Primero, hacían las operaciones matemáticas más farragosas. Luego iteraron y dimensionaron. Luego se mejoró la manera de introducir los datos, de crear los modelos, y se introdujeron las normativas en los ordenadores para asegurarse de que los resultados eran conformes. Las normativas cambiaron y se diseñaron pensando en que fueran ordenadores los que comprobaran la conformidad de lo que se proyectara. Se volvieron ininteligibles para los humanos, aptas sólo para los cerebros electrónicos. Hasta los planos sacaban, los ordenadores. Pero en todo el proceso había un ingeniero a los mandos.

Llegó un punto en que la informática permitió a los ingenieros crear modelos de lo que se quería, pulsar un botón y obtener los resultados. El ingeniero había proyectado sin tener ni idea de las normativas y las exigencias, sin saber si lo que había proyectado era complicado o sencillo, grande o pequeño, estético o antiestético, práctico o aparente. Y todo ello sin dejar de escuchar su sinfonía favorita de Brahms.

Creo que fue a principios de los 80, cuando aparecieron las máquinas herramientas de control numérico: es decir, tornos, fresadoras, máquinas manejadas por ordenador. Empezaba la era del CAM, la mecanización ayudada por el ordenador. Y al mismo tiempo, el CAD: el diseño ayudado por ordenador. En cuestión de segundos apareció el CAE: la ingeniería ayudada por ordenador. El técnico, con su ordenador, diseñaba la pieza y su mecanizado. En 1988 me presentaron un programa que diseñaba placas de circuitos integrados. En minutos. Poco a poco los ordenadores fueron usurpando (la palabra es un poco agresiva, pero descriptiva) las tareas de las ingenierías, y al final llegó el futuro: dado que todo podía hacerse por ordenador, hágase por ordenador a la vez. El BIM.

El BIM es crear un modelo de ordenador en el que todos aportan lo que tienen que aportar. Una reproducción informática completa de lo que se proyecta, sea un edificio, un avión o un coche de F-1.

El BIM es un cambio de paradigma en dos sentidos.

El primero de ellos, ya he escrito muchas reflexiones al respecto, es que supone la desaparición del plano como lenguaje del técnico. Ya no se hacen planos, carecen de sentido. Sólo los últimos escalones de la cadena, los obreros de la construcción, los necesitan. Ellos y los del pleistoceno que estamos camino de la extinción o aún no nos hemos adaptado. Nadie más. Y, como he declarado a menudo, al no emplear planos se pierde la capacidad de entenderlos y se evoluciona a sobrevivir sin ellos, a no necesitarlos. El BIM es la muerte del plano, y cuando esté de verdad desarrollado e implantado ya no habrá más planos.

(disculpen un momento; la mera idea de lo que escrito es para mí tan impactante que necesito unos minutos para asimilarlo).

El segundo cambio aún no ha llegado, pero llegará. No creo que ocurra en menos de diez años, pero sin duda será un hecho consumado dentro de 20. Y no será que no se ve venir, hasta un austrolopiteco como yo lo sabe y lo anuncia desde hace años.

Los programas de ordenador han ido usurpando la tarea de los ingenieros. Con su "deja, que ya lo hago yo" han terminado haciéndolo todo. Hasta el punto de que los ingenieros hemos incluso dejado de saber qué había que hacer: el ordenador iba a saberlo por nosotros. A pesar de todo, la usurpación nunca había sido completa: entre otras razones, porque había cosas que los ordenadores no podían resolver. No estaban aún desarrollados lo suficiente, también tardaron muchos años en conseguir ganar a Kasparov. Pero ya lo están. 

Veamos un ejemplo: un arquitecto diseña un edificio y le pasa su modelo BIM al ingeniero calculista para que "calcule" la estructura. El calculista pasa el modelo BIM por su programa de cálculo, el programa añade al modelo BIM la estructura y el calculista devuelve al arquitecto el modelo BIM, ahora ya con la estructura incorporada. Después del calculista le llegará el modelo al ingeniero de aire acondicionado para que repita el proceso en lo que a él atañe, al de incendios, al fontanero, al electricista, al arquitecto de fachadas, a los especialistas en suelos, paredes y otros acabados, a los carpinteros de ventanas y puertas, a todos los demás.

El primer eslabón, el más débil, el primero en caer, es el calculista. Es el más maduro, el que más ha sido usurpado por el ordenador. El que menos sabe lo que hace. El más prescindible. El que menos razones tiene para seguir existiendo: el arquitecto, con su programa de modelar BIM, en un momento dado apretará el botón de "dimensionar estructura" y se le dimensionará la estructura. El arquitecto podrá cambiar lo que quiera, y con el botón de "chequear estructura" sabrá si sus cambios son aceptables o no. No necesitará al calculista para nada.

A la desaparición del calculista seguirán todas las demás, con procesos análogos. Incluso sensaciones tan subjetivas como el confort de los usuarios serán reguladas por los ordenadores. ¿Acaso no existen ya los edificios inteligentes, que se autorregulan para el confort de los humanos que los ocupan? El BIM diseñará las instalaciones para conseguir el confort que se le establezca, no les quepa duda. Y adiós a los ingenieros que las diseñaban.

No sé si los calculistas aguantaremos 10 años. 20 seguro que no, no cabe duda. Y los demás no vendrán mucho después de nosotros.

Aunque no creo que desaparezcamos; ése es el segundo cambio de paradigma que supone el BIM: redefine la función de los ingenieros.

¿Qué haremos los ingenieros? A ver, ha de quedar claro que los ingenieros nunca desapareceremos, salvo que la humanidad vuelva a las cavernas. El ingeniero es el ingenio humano, y siempre habrá alguien que quiera discurrir. Ahora bien, el camino que marca el BIM es que el ingeniero se dedicará a inventar, a mejorar, a controlar que las cosas sean correctas, y a resolver los imprevistos. Más o menos, lo que ya hacen los ingenieros en las fábricas.

¿Y los ingenieros especialistas?  De nuevo, los calculistas somos el futuro en el presente. Trabajaremos de asesores cuando nos requieran, apareceremos cuando surjan problemas, cuando haya accidentes o imprevistos, y sobre todo buscaremos los márgenes, las cosas que los ordenadores aún no saben hacer. ¿Qué caramba!, ¿acaso no hay en las tripulaciones de los grandes vuelos un "ingeniero de vuelo"? Uups, ya no: los ordenadores terminaron sustituyéndoles.

No sé lo que nos deparará el futuro, pero estoy seguro de que dentro de muchos años, cuando echemos la vista atrás, veremos la implantación del BIM como un hito señero en el camino que habremos recorrido.




Así somos - Lágrimas negras



martes, 3 de agosto de 2021

Me saca de quicio

https://www.youtube.com/watch?v=OEJrCpkobWs 

 

 

Me encargaron una prueba de carga en un tejado. Ningún problema: redacté el protocolo, explicando qué se iba a hacer, cómo se iba a hacer, todo. Pacto con el cliente las fechas, que ya serían en septiembre, y me voy de vacaciones. 

En el protocolo detallaba qué tenían que hacer ellos antes de ejecutar la prueba; y una de las cosas que les endilgaba era discurrir cómo subirían la carga al tejado. No subir la carga al tejado, sino discurrir cómo subirla. Encontrar la manera, el camino.

El primer día de vacaciones recibo un correo del ingeniero del cliente que ha de encargarse de la preparación. Estaba discurriendo cómo subir la carga, y quería saber una cosa.

No me saca de quicio que me pregunten; tampoco, que lo hagan estando yo de vacaciones. No, lo que me saca de quicio es que me pregunten algo que está clarísimo en el protocolo que les envié. 

- Traéme 3 botellas.
- De acuerdo. ¿Cuántas te traigo?

Más de una vez, y más de dos, me han dicho que escribo muy bien los informes técnicos y que explico muy bien lo que quiero decir. En este caso concreto, lo cierto es que me trabajé el protocolo. Por lo tanto, no es que no se entienda, si el lector tiene un mínimo intelecto.

Puede que el ingeniero preguntón no se sepa del protocolo, que simplemente le hayan dicho que discurra cómo subir una carga al tejado; pero no, porque en su correo incluía el documento que yo les había enviado. Entonces...

Puede que no lo haya leído. Que sepa que existe un protocolo, pero para qué leerlo.

O puede que lo haya leído, sin prestar mucha atención a lo que se dice. Ya saben, para qué.

O puede que lo haya leído, prestando atención, pero que no lo haya entendido. Claro que, como dijo un aparejador cuando en una obra ejecutaron mal un plano mío: ¡si no se puede decir más claro!

¿Mi apuesta? El ingeniero lo leyó, pero no aplicó las neuronas suficientes para leerlo. Pero no es eso lo que me saca de quicio, ya digo.

Lo que no soporto es que el ingeniero tuviera una duda y, en vez de volver a leer el documento prestando más atención, por si acaso se le ha escapado algo, pregunte.

- "Según lo quiera el cliente muy hecho o poco hecho, el cocinero decidirá cuánto tiempo tendrá el chuletón en la parrilla".

- De acuerdo. ¿Cuánto tiempo tendrá que estar el chuletón en la parrilla?

Esto pasa muchas más veces de las que uno se piensa. 

Recuerdo que mi padre decía que los mejores proyectos de final de carrera se hacían durante la mili, porque el estudiante, en su cuartel de destino, no tenía nadie a quien consultar y, en cambio, durante las guardias tenía mucho tiempo para resolver los problemas que le aparecían.

Ahora, en cambio, a la mínima duda el estudiante acude a su director de proyecto (siempre tienen un director de proyecto). Y las dudas son de todo tipo: desde cómo presentar el trabajo a cualquier duda técnica. Lo triste es que el objetivo de realizar un proyecto de fin de carrera es precisamente enfrentar al estudiante a los problemas reales y comprobar que los resuelve. Pero no, los aspirantes a ingenieros se comportan como si les examinaran de cocinero y durante el examen le fueran consultando al examinador todas sus dudas.

Cuando entregué mi proyecto de fin de carrera, tenía que decir quién había sido mi director de proyecto. Así que fui a la oficina de un profesor, le expliqué el asunto y aceptó figurar como tal; me preguntó de qué iba mi proyecto, se rió porque unos años antes él también había hecho ese proyecto, y qué nota quería.

Ya que he sacado lo militar, la duda que tenía el ingeniero de mi cliente era como si se le dijera a un sargento:

- Vendrá un examinador que pasará revista a la tropa y elegirá el soldado que ejecutará la prueba según su porte y gallardía.

- De acuerdo. ¿Qué soldado ejecutará la prueba? Lo digo por ir entrenando al soldado.

Insisto, no me sacaría de quicio que realmente el sargento no entendiera la instrucción, tampoco que se pregunte qué soldado ejecutaría prueba; me sacaría de quicio que el sargento, ante la duda, no intentara obtener la respuesta en la instrucción que se le ha dado. Que no intentara hacer él el esfuerzo de pensar; que lo haga yo por él.

En honor a la verdad, la necesidad de que se lo den a uno todo mascado no es exclusiva de los ingenieros:

- El primer documento son 15 páginas, y los dos documentos suman 26 páginas.

- De acuerdo. ¿Cuántas páginas tiene el segundo documento?

Con los delineantes:

- La pieza mide 300, entre agujeros dejamos 200 y el primer agujero lo ponemos a 50 mm del borde.

- De acuerdo. ¿A cuánto queda el segundo agujero del borde?

Esta actitud es tan común que ya nadie se avergüenza. Y el ingeniero de mi cliente no vacila un segundo en preguntar, no cree que su valía quede menoscabada por reconocer que no ha entendido un texto tan claro como el mío. Lo que me saca de quicio es que no quiera hacer el esfuerzo ; no que no lo haga, sino que no quiera hacerlo.

- Es que no me había fijado, no lo había leído con atención.

- Nada, hombre, la culpa es mía. La próxima vez escribiré "se realizará una prueba" y ya me preguntará usted todo lo que quiera saber.

 

 

Miguel Aceves Mejía - El jinete

lunes, 26 de julio de 2021

¿Es el plano el lenguaje del técnico?

https://www.youtube.com/watch?v=HAKnWi15ycs 

 

 

Hace muchos años participé, como perito experto, en un juicio de patentes. El asunto era importante, y en consonancia no dictaminaba yo solo, sino que éramos tres  los ingenieros. Resumiendo, el juicio versaba sobre que una parte acusaba a la otra de estar vulnerando patentes de la primera. ¿Lo estaba? Para eso había que precisar qué era lo que estaba protegiendo la patente. Y ahí radicaba parte de nuestro problema: los planos de la patente no se correspondían al 100% con la memoria. Digamos que la parte acusada vulneraba o los planos o la memoria, no recuerdo. Yo era, con mucho, el más joven de los tres ingenieros, y en un momento de los debates el más veterano sentenció: "el lenguaje del técnico es el plano".  Decidimos que la esencia de la patente eran los planos y que en ellos nos teníamos que centrar.

Puede que alguno se escandalice, ¡cómo va a tener preferencia el plano! Pues la tiene, y así está establecido: en un proyecto, en caso de contradicción la preferencia la tienen, por este orden, los planos, las mediciones y presupuestos, el pliego de condiciones técnicas y, por último, la memoria.

Pasaron los años, y yo he seguido pensando que el lenguaje del técnico es el plano.

Yo, no hace falta decirlo, soy un ingeniero del pleistoceno. Soy de una época en la que había planos. Ahora que están desapareciendo, ¿qué?

Me ocurre cada vez con más frecuencia que, sea por taras genéticas o por incompetencia, las partes con las que trabajo, arquitectos y constructores, son cada vez más reticentes a plasmar sus ideas en planos. Y me cuesta un mundo entenderles. Me envía el arquitecto un modelo BIM (la palabra clave), un modelo tridimensional de su proyecto, y no puedo. O me envían los talleres sus modelos tridimensionales de la estructura, para que se los apruebe. 

Cuando un arquitecto me da un proyecto para calcular, lo primero que tengo que hacer es entenderlo. Y para entenderlo, lo disecciono. Lo divido en sus plantas, examino cómo se relacionan en vertical, todo eso. Pero en un modelo tridimensional esto no existe, es un todo. Ha de ser trabajo mío el extraer de ese modelo las vistas en planta y en alzado,y tener cuidado de no dejarme nada que pueda influir. Es trabajo mío. Antaño era del arquitecto, él dibujaba las plantas, las fachadas y los alzados. Ahora ya no, y no creo que sea para ahorrarse el arquitecto el coste de hacerlo pasándomelo a mí (aunque puede que sí). No, creo que es porque los calculistas modernos ya no necesitan tampoco los planos: meten el modelo 3D del arquitecto en sus programas, y ya calculan ellos por él.

Así que, por esta parte, soy un ingeniero del pasado, dirán ellos. Un ingeniero que aún entiende lo que calcula, quiero responder yo.

En el sentido contrario, cuando el ingeniero es el generador de planos, ocurre lo mismo. Ya todo se calcula con modelos tridimensionales, y los resultados del cálculo son eso, modelos 3D. ¿Quién quiere planos? Pues yo, porque sigo pensando en planos. Y necesito planos para comprobar que mi idea se ha desarrollado bien. Pero nadie más.

Hace unos años hablaba con una constructora. Estaban enamorados del BIM. Su capacidad para generar listados de mediciones. El BIM les permitía gestionar la obra con mayor facilidad.

El otro día entregué un proyectillo, una pasarela que tenía seis escalones en un tramo de su recorrido. Después de explicarle los planos a la arquitecta, me dijo que le parecía todo muy bien, pero que si no tenía unas perspectivas (vistas 3D, decía ella) para que se entendiera todo. Dio la casualidad que sí las tenía, porque el programa las había generado pero yo había descartado el plano porque para mí no aportaban nada y estaba en la montaña para reciclar. Lo recuperé, y con ese plano todo lo demás le dio igual.

Sencillamente, esa arquitecta ya no tenía la capacidad de vislumbrar la estructura sólo con plantas y alzados.

Al día siguiente, en otra obra, el taller me pide que le apruebe "los planos" antes de ejecutarlos. Los talleres modernos tienen dos características, cada vez lo veo más claro, y cuanto más modernos y a la última más acentuadas las tienen.

La primera de ellas es que necesitan que la dirección de la obra le apruebe los planos que ellos mismos se generan a partir de los planos que les da la dirección de la obra. Y no importa que me enfade y avise desde el primer día de que yo no reviso nada, que ellos construyan y si resulta que no es lo que yo quería ya me oirán. Es una causa perdida. No sé qué pasa en los talleres, pero ya no quedan técnicos con los redaños suficientes para asumir ellos la responsabilidad de su propio trabajo. Y es el signo de los tiempos.

La segunda característica es la aversión al plano. Son incapaces de dibujar. Absolutamente. Gracias a los ordenadores, ya no saben. Bien, eso lo tengo asumido, les pasa incluso a los arquitectos e ingenieros más jóvenes que yo. Pero en el caso de los talleres, su modelo 3D lo es todo. Y es lo que me envían. 

Por ejemplo, hace poco entregué una estructura. La estructura era muy, muy sencilla, y sólo hice un plano en A-3 en tamaño original; la cosa no daba para más y el cálculo me ocupaba medio folio. Bien, el taller hizo un modelo 3D de mi estructura ¡y me envió el modelo para que lo aprobara! Yo les respondí que no, y que si querían que me enviasen un plano. Que por fuerza coincidiría con el mío, ya he dicho que aquello era tan sencillo que no daba para más. Al final tendré que aprobar su modelo 3D, porque ellos no van a generar ningún plano, no van a fabricar hasta que yo lo apruebe, el cliente no tiene tiempo de que ellos se bajen del burro y no me compensa meterme en más discusiones.

Otro ejemplo, especialmente sangrante, fue uno en que la constructora decidió cambiar toda la estructura; yo les dije que podían, pero que yo no la iba a rediseñar. Así que contrataron a una ingeniería, que hizo el rediseño, y para ahorrar no le encargaron las uniones: ya se las resolvería, gratis, el taller que ejecutara. La ingeniería me pasó los planos y sus cálculos, y bueno. Pero luego el taller quiso que yo aprobara sus uniones. No hay problema, les dije, denme los planos que los miro. No me los dieron. Y tampoco me dieron el modelo 3D, porque no lo harían hasta que yo no aprobara sus uniones. ¿Qué me dieron? Páginas y páginas de anexos de cálculos generados por el programa IDEA (en el programa IDEA uno hace un modelo tridimensional de la unión y el programa calcula). Y querían que con esos anejos de cálculo yo supiera cómo iban a hacer las uniones. Y no conseguí, jamás, ni un simple croquis.

Si los nuevos talleres, los más modernos y vanguardistas, ya no usan un plano ni aunque les vaya la vida en ello, ¿tiene todavía vigencia el lema sobre el lenguaje del técnico? Es obvio que no: el técnico, en el futuro, ya no va a hablar mediante planos, y estos tiempos aciagos son la transición hasta que desaparezcamos los del pleistoceno y queden sólo los jóvenes. ¿Es bueno, es un avance?

Sí, sí que lo es. Supongo que sí. El lenguaje del técnico va a ser el modelo 3D, eso es todo. Lo importante es que el técnico tenga un lenguaje. Que haya técnicos que necesiten expresarse, no solo operadores de ordenador.

Y mi problema es que estoy, claramente, obsoleto. Era algo que tenía que pasar.




Jorge Cafrune - No soy de aquí


jueves, 22 de julio de 2021

Revisando proyectos

Me pide un cliente que revise un proyecto que encargó a una ingeniería. Pasa a veces, sobre todo cuando trabajan con varias ingenierías y les gusta que se vigilen entre sí.

Revisar el proyecto de un colega es siempre un asunto delicado. Por supuesto, los ingenieros somos unos cretinos y cuando tenemos la oportunidad de poner a caldo a otros nos sale el colmillo asesino y para qué les voy a contar: hasta los ingenieros de Mercedes son unos mantas a nuestro lado. Pero con el tiempo uno se da cuenta de lo cretino que se es (con el tiempo: cuando otros ingenieros cretinos han revisado suficientes proyectos de uno); y en realidad, lo que la propiedad o la constructora quiere saber es si lo del proyecto se le va a caer o no y si se están matando moscas a cañonazos, y lo demás les da igual.

Así que desde hace tiempo yo intento alabar el trabajo del colega y criticar sólo lo que en buena lid es un tema a discutir. Cuando la revisión es así, mi experiencia es que la ingeniería responde bien: donde se ha equivocado lo reconoce, y donde el error es mío (una revisión siempre se hace con mucho menos detenimiento que el proyecto) me lo ha demostrado, yo reconozco mi error y emito un dictamen favorable, y todos contentos. Yo, el que más.

Recuerdo un caso que la documentación de la estructura y cimentación medía más de 1,50 m de altura. La obra era complejísima, y sin embargo había muy pocos errores. ¿Dónde se equivocaban? En los márgenes del proyecto. En las cosas pequeñas, a las que no se dedica atención porque ya se ha resuelto lo principal. En los elementos que el ingeniero senior deja ya que los resuelvan los junior. Como si después de diseñar un fórmula 1, uno  dejara el tapón de la gasolina al becario.

En el caso que nos ocupa, el proyecto era muy fácil. Muy fácil. Muy, muy fácil. Tan fácil, que ése fue el error de la ingeniería. Sin duda, el proyecto lo resolvió un ingeniero junior con muy poca experiencia. Le darían un par de directrices, las ideas geniales de cómo resolverlo (se notaba), y luego le dejaron solo, porque no creo que cobraran mucho, ya que esa ingeniería era una subcontrata de otra ingeniería.

Como he dicho al principio, lo que la Propiedad quiere saber es si aquello se va a caer. Y no, no se iba a caer. Las soluciones proyectadas eran correctas, se veía a simple vista, sin necesidad de sacar la calculadora; ya he dicho que era un proyecto muy fácil.

¡Qué desastre de proyecto!

Los errores que cometían eran de dos tipos: formales y despreciables. 

Los formales son aquellos que solo afean el resultado: por ejemplo, que describan el terreno empleando la descripción de otro proyecto. O que aparezca en el encabezado la referencia a otro proyecto y no a éste. Que digan "la obra es en Cáceres" y sea en Tarragona. Cosas así. Afean.

Los despreciables son aquellos que los legos no perciben y los profesionales, directamente, no van a hacer ni caso. Por ejemplo, y son extraídos del proyecto que nos ocupa), que empleen tornillos M14 (y de un tipo que no existen), que pongan en los planos que la obra está cerca del mar (no lo está), detalles típicos que no son de aplicación en esta obra y que la propia constructora resolverá cómo hacerlo,... cosas así.

El problema mío es que si no los señalaba sería como hacerlos míos. Y además, qué caramba, si la ingeniería no quería que le sacara los colores no haber cometido los fallos. Que hubieran revisado el proyecto antes de entregarlo: yo tardé menos de una hora en encontrarlos todos, y no tenía ni idea de qué iba el tema.

En fin, espero que no se enfaden conmigo y que en cambio aprendan la lección.

Y es que todos los ingenieros jóvenes cometen los mismos fallos en todas partes. Lo que da que pensar, porque son errores "modernos". En mi época no se cometían.

Muchos errores son lingüísticos. Muchas faltas de ortografía, muchas palabras en catalán, muchas palabras que en catalán se emplearían pero que en español no. Y en algunos casos, traducen mal (no dominan el español, es la verdad) y no se dan cuenta de que la traducción que han hecho tiene otro significado:

"No obstante, es conveniente, que a no ser que hallen órdenes en contra, se cumpla..."

Lo que el escribiente quería decir es "a no ser que haya órdenes". Pero tendría el texto en catalán, y no dominaría los subjuntivos en castellano. El resultado es que uno no sabe si hay que esperar a que un equipo de arqueólogos busque primero alguna tablilla de madera con órdenes en caracteres cuneiformes, si hay que enviar a la policía a registrar la obra, si se confía en que algún peón encuentre por allí un papelajo...

Muchos otros errores son el resultado de reescribir textos. Uno tiene la memoria de un proyecto, y la aprovecha para el siguiente: cambia la localización y cuatro cosas más y ya está. Y así salen los textos: el seguro de mi coche no cubre los daños que cause por introducir mi coche en un acelerador de partículas. Juro que  está escrito en lo que no cubre: daños por erupciones volcánicas, guerras, cosas así. Y la transmutación de la materia de mi coche. Estoy seguro de que el ingeniero que escribió la cláusula debió quedar la mar de satisfecho. Pues en la memorias de los proyectos, igual. Terminan describiendo montones de cosas que no son de aplicación en el proyecto (imaginen que haya instrucciones para ponerse el chaleco salvavidas que encontrarán debajo de su asiento... en un bólido de F-1).

Además, siempre se dejan algo por cambiar, y el resultado llega a ser de risa. En el proyecto los anejos de cálculo hacen referencia constante al sótano -2; y no había ningún sótano.

Otro error moderno: en los planos había textos con letras de 5 mm de altura, y textos importantes con letras de seis décimas. Ilegibles. Y, sin embargo, no lo vieron. No vieron nunca los planos en papel, sólo en pantalla; y en pantalla, como se hace el zoom que haga falta...

Son, ya digo, fallos modernos: fallos por hacer el proyecto por ordenador. Pero hay algo más, algo mucho peor.

Los jóvenes de ahora no aprenden. No se responsabilizan de su propio trabajo. No lo repasan. Lo miran y no ven los fallos que cometen. Y esto, una y otra vez. Y otra, y otra. No sé porqué es. Cuando yo tenía 23 años mi jefe me echó una bronca; no volví a cometer aquellos fallos. Un año después, en otro empleo, también cometí un fallo y recibí la pertinente bronca. Nunca más. Cuando cometía fallos, mis jefes me sacaban los colores. Y yo salía de allí decidido a que no me volvieran a abroncar más; y si para ello debía no cometer errores, no los cometía y por si acaso repasaba lo hecho. Los de ahora no sé si tienen sangre de horchata o es que están tan acostumbrados a que les revisen su trabajo que no hay manera.

Y yo no debería quejarme: mientras estos chicos estén haciendo proyectos a mí no me faltará trabajo. Como Nadal y Djokovic, que aún no hay tenistas que les echen. Pero desilusiona ver cómo ahora se hacen las cosas peor que antes, y cómo los chicos de ahora tienen menos capacidades que los de antes. No todos, claro, sigue habiendo mozos extraordinarios. Pero el nivel medio es muy decepcionante.

Me gustaría que el jefe de la ingeniería se sonrojara al ver mi informe, y decidiera que los jóvenes de su despacho han de avergonzarse también y les cantara de verdad las cuarenta, a ver si se espabilaban. Porque al ver lo que dan ellos por bueno se me cae la cara de vergüenza ajena. Que dicen que son tan ingenieros como yo.

viernes, 7 de febrero de 2020

El esfuerzo oculto





En la vida hay una serie de verdades de las que no se suele ser consciente a pesar de su universalidad. Algunas de mis favoritas son:

  • Nada es tan fácil como parece
  • Todo cuesta más de lo que se cree

y en especial:

  • Todos tendemos a pensar que aquello que no sabemos hacer es fácil

En mi caso personal hay algunas cosas que hago razonablemente bien y gracias a ello me gano la vida. Pero, como era de esperar, esta última verdad es la causa de gran parte de la tensión a la que estoy sometido. Les contaré un ejemplo.

En una industria había una máquina muy vieja (llevaba 50 años funcionando) y que estaba muy deteriorada. Pasaba también que la máquina era muy grande, 15 m de altura, y sustituirla suponía un cambio muy importante en la fábrica: era un cambio que debía aprobar la Dirección, supongo que el consejo de administración. Como el consejo de administración no baja al barro de las fábricas que tienen desperdigadas por lo largo y ancho de este mundo, había que hacer un informe para los ejecutivos, en los que se explicara la situación. Así que me encargaron el asunto. Coja usted un avión, venga a esta fábrica cuando pueda, mire y ayúdenos. Pero ¡cuidado!, no se explaye usted en un farragoso estudio técnico, que estos ejecutivos ni entienden de los detalles técnicos ni tienen tiempo ni interés en saberlos.

Insisto en que la máquina seguía funcionando. Aparentemente no había razones para jubilarla. Y la máquina era básica para la fábrica, pararla significaba parar la fábrica. Y no bastaba con repararla, se quería achatarrarla. La decisión no podía ser caprichosa.

Al cabo de un mes les envié el informe. En el acuse de recibo me agradecieron de manera especial lo claro y bien explicado que estaba todo. Y es que soy bastante bueno en este tipo de trabajos. Ahora mismo, por ejemplo, tengo tres encargos de este tipo encima de la mesa.

Sin embargo, por alguna razón, todo el mundo cree que estas cosas me las ventilo en un plisplás. Como los informe son 5 ó 10 páginas que se leen en 5 minutos, como los problemas y las soluciones se exponen desprovistas de artificios y dificultades, como si fueran cosas sencillas… y, sobre todo, como la otra parte no sabe hacer fácil un informe sobre un tema complejo, siempre creen que son cosas que me ventilo en media mañana. Siempre.

Ya saben, como el relato del técnico, la fotocopiadora y el tornillo (una variante del cual pueden leer aquí).




Scissor sisters - I don't feel like dancin'

miércoles, 6 de marzo de 2019

¿Debe el ingeniero calculista preocuparse por el proceso?





Esta mañana caminaba por la calle París. Se había formado un atasco, y la causa era un camión hormigonera que salía de una obra que se estaba ejecutando al final de la calle. La calle París, conviene saberlo, no es una calle cualquiera. No destaca por sus dimensiones de cualquier otra calle del Ensanche, pero en cuanto a tráfico... es fundamental. Es una vía básica, no ya del barrio sino para la movilidad entre los grandes barrios. Por ejemplo, es el camino natural para ir desde L'Hospitalet, Sants y Les Corts para llegar hasta la calle Aribau (de subida) y Balmes (de bajada). Por si fuera poco, la sra. Colau (¡por favor, que acabe esto cuanto antes!) quitó un carril de circulación para convertirlo en carril bici. Lo sé, tan cerca de la Diagonal es estúpido, pero así es ella. El tráfico de bicicletas, si lo preguntan, es ridículo. Quizá una bicicleta por cada cien coches. No, menos. Bueno, el caso es que la hormigonera tenía que incorporarse a la calle y para permitirlo los obreros habían interrumpido el tráfico. No he dicho que la obra, de manera autorizada, había ocupado un carril de circulación para tener espacio para las necesidades de la obra, que el solar - en este momento está en la construcción de sótanos- no permite nada, se solicitó permiso y se concedió. Pero la hormigonera tenía que maniobrar para salir, y se formó un pequeño atasco que hizo el tapón en una vía que necesita muy poco parabloquearse.

Y yo me pregunté entonces: ¿debió el ingeniero de estructuras tener en cuenta la conveniencia de minimizar la interferencia con el tráfico? Por ejemplo, resolviendo la estructura con hormigón prefabricado, o qué sé yo. La pregunta es extensiva a todos los trabajos: ¿debe el proyectista preocuparse de resolver el cómo se construye?

Aparentemente la respuesta es que sí, sin duda. A ver si resulta que va a parir un proyecto muy bonito pero irrealizable. O irrealizable con los medios disponibles. Pero quizá no deba. 

Desde luego, el proyecto debe ser realizable y con los medios disponibles: el ingeniero no es un arquitecto ni un político, y mucho menos un cuñado. Eso, tratándose de ingenieros, se da por descontado. Pero esto no significa que el ingeniero deba discurrir cómo construirlo. Para eso está, sobre todo, el equipo constructor. 

Por otra parte, en el propio diseño del proyecto el ingeniero está indicando cómo construir, y es inherente a la solución proyectada. Si es con estructura metálica, suele indicarse si es atornillada o soldada, cómo ha de ir montada, etc. Si es de hormigón se decide si es prefabricado, cómo se arma, etc. Si algo se resuelve con madera, si se hacen apoyos aquí o allí, de qué tipo son y cómo se ejecutan, todas estas decisiones las toma el ingeniero al proyectar. 

Pero tampoco es necesario ir mucho más allá, hay cuestiones en las que a menudo no se entra: en las dimensiones de las piezas para su transporte, en la grúa necesaria y su emplazamiento, en los medios que podrá emplear el constructor (por ejemplo, en una rehabilitación en una casa es posible que todo deba subir por una escalera estrecha), en necesidades como la disponibilidad horaria o, como en el caso de la obra de la calle París, en la convivencia con el resto del mundo, un asunto no menor en las obras públicas.

Quiero decir, que zapatero a tus zapatos. Que el ingeniero diseñe una estructura construible, y ya se encargarán otros especialistas de discurrir la óptima forma de llevarla a cabo.

Ahora bien, hay una razón que aún no hemos sacado a colación: el factor humano. La mayoría de los ingenieros (creo que absolutamente todos los ingenieros que conozco) no se preocupan. No es su trabajo, ya lo hará otro. Yo, en cambio, no consigo no intentar resolver el tema. Puede que sea porque a menudo me llegan cosas complicadas, de esas que ni los técnicos de construcción saben, de entrada, cómo llevarlas a cabo. Y acaban preguntándome, pues no en vano soy el padre de la criatura y llevo mucho más tiempo que ellos pensándola y analizando todo lo que influye. O puede que sea porque incontables veces me han ejecutado mal las obras: gente no tan lista como yo (no es modestia: los obreros de las obras suelen ser más fuertes, resistentes e incluso habilidosos que los ingenieros, pero lo de estrujarse el cacumen no suele ser lo suyo). El caso es que a poco que me interese el encargo - sí, hay muchos trabajos que son rutinarios, alimenticios- y me caiga bien el encargante - de nuevo sí, no puedo permitirme el decirle que no a nadie-, me implico del todo en su diseño. Y eso conlleva el pensar y decidir cómo se ha de construir. Y lo reflejo en el proyecto. Más aún, busco maneras de obligar a que no puedan hacerlo de otra manera - los ingenieros sabemos cómo-. Estos proyectos son los que más me gustan, está claro, pero también los que más disgustos suelen acarrearme. Precisamente porque consiguen construirlos de otro modo, y siempre encuentran la manera. ¿Es que no soy tan listo, después de todo? Pues yo creo que no es eso: es cierto que a menudo el constructor, que sabe lo que le cuesta de verdad las cosas - inciso: y siempre mucho, mucho menos de lo que usted se cree y le digan-  prefiere hacerlo de alguna manera que yo haya descartado por parecerme a mí que supondría mucho trabajo o que sería muy cara, pero las más de las veces es, me parece a mí, por la natural tendencia de los españoles (o al menos de los que trabajan en la construcción) de no hacer las cosas como nos dicen que se han de hacer sino como a cada uno de nosotros nos parece que deberían hacerse. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y les diré: tengo ejemplos a capazos.

Por descontado, toda esta preocupación tiene un coste: fácil que el 80% del tiempo que empleo sea en discurrir el proceso constructivo. Y no, no se me paga (al menos de forma explícita). Pero no puedo evitarlo: a menudo coincido con otros calculistas, veo lo que proyectan, cómo lo proyectan, lo poco - nada- que se preocupan por el proceso constructivo, y no puedo evitar pensar que qué birria de trabajo han hecho.
 
Supongo que en el fondo se trata de la calidad del propio trabajo.




The calling - Wherever you will go

martes, 15 de enero de 2019

El puente de Saskatchewan

https://www.youtube.com/watch?v=mdz0VwCTAmk 



El original de la noticia está disponible en este enlace. También las fotos han sido extraídas del  mismo sitio.
Saskatchewan es  una provincia del centro de Canadá. Una zona poco poblada, más grande que España y Portugal juntas y con menos población que el área metropolitana de Málaga. Pero es Canadá, vaya, y eso debería bastar. En Saskatchewan hay un municipio rural llamado Clayton (para quien lea la noticia original: el puesto que está al cargo de un municipio rural, en Canadá, es un"reeve"), bastante pequeño en población pero grande en dignidad. El caso es que construyeron un puente sobre el río Swan, el Dyck Memorial Bridge. 
A las seis horas de estar abierto al público, el puente se vino abajo:
Y no, no fue por el intenso tráfico: la previsión hecha es de unos 1.000 vehículos al año, que son 3 vehículos al día.
¡Ey, miremos la foto con un poco más de atención! La línea de apoyo central, la que está en el centro del cauce del río, está hundida con respecto al nivel teórico del puente. ¿Qué ha pasado?
Que no habían hecho un estudio geotécnico. Por ahorrérselo, según confesó el Reeve local.  Parece ser que les habían dicho que perforar en el río para saber cómo era el terreno (como si no sirviera perforar en la orilla) era muy caro, y patatín patatán. ¿Cómo aceptó la ingeniería proyectar sin geotécnico y la constructora construir sin geotécnico? No comment, por lo que parece. 

El puente costó $325.000. Un estudio geotécnico habría costado $3.250, diría yo. El 1%. E incluso menos, si fuera en España. ¿En qué pensaban? No tengo ni idea.

Lo que sí sé, de lo que estoy convencido, es que invertir en ingeniería antes de ejecutar las obras siempre compensa. Siempre. Y la geotecnia es parte de esa inversión.

Así que lo siento, pero les está bien empleado.




Carole King - I feel the earth move

sábado, 3 de junio de 2017

A propósito del Tekla y los programas de ordenador




Escribía en mi articulo anterior acerca del Tekla y los programas BIM. Decía que no me gustaba el Tekla, como también he dicho en otras ocasiones que no me gustan los programas de cálculo (no quiere decir que no los use), y mientras lo escribía me dí cuenta, reflexionando sobre las cosas que no me gustaban del programa BIM, lo que no me gustaba de los de cálculo.

Con el Tekla, el operador (ya no puedo llamarlo delineante) monta un modelo de la estructura. Y cuando termina, pulsa una tecla y ¡voilá! se generan los planos y las mediciones. Hasta entonces, nada, tensa espera. Quiero decir, uno pierde el placer (a veces), el control, la satisfacción siempre, de ir montando el proyecto, verlo crecer y evolucionar de una idea embrionaria a un paquete completo de planos y mediciones que permitirá a unos semianalfabetos construirlo según mis deseos. En la delineación clásica, uno va supervisando el proceso de dibujo, corrigiendo errores, y muy a menudo captando problemas de diseño y recalculando la estructura: muchos de los fallos del técnico, todo aquello que no había pensado o en lo que no había caído, se ven cuando se dibujan. Al delinear, hay que pensar lo que se está dibujando. Y es este segundo pensamiento el que permite hacer la corrección.

Pero con el Tekla, el operador genera de golpe un porrón de planos (muy feos y áridos, todo quiero decirlo, que el Tekla en este aspecto deja mucho que desear), y... no es fácil encontrar los fallos cuando lo que se revisa no es un plano sino un paquete de 50. La única manera es estar junto al operador mientras éste trabaja (menuda ganancia, entonces), pero tampoco: porque el operador va haciendo cosas, montando un modelo mediante el aburrido proceso de rellenar los farragosos cuestionarios en que consiste el programa, y así mal se supervisa y se repiensa la problemática de la obra.

Pues bien, me he dado cuenta de que con los programas de cálculo me pasa lo mismo: cuando uno introduce una estructura compleja, hasta que no da al botón de analizar no sabe si la estructura funciona o no. Y luego tendrá que ir elemento a elemento, viendo si infradimensiona o sobredimensiona, y no sabe si tocando aquí obtendrá un efecto allá...Muy diferente del sistema clásico, en el que el técnico reducía en pasos sucesivos la estructura a subestructuras cada vez más simples, y al resolver estas subestructuras simples una a una va, ni más ni menos, resolviendo poco a poco la estructura completa. Que es el procedimiento que todavía seguimos (yo, al menos) al predimensionar, y que ya veremos (yo no) cómo lo harán dentro de unos años, cuando los del pleistoceno ya no estemos y los titulares de entonces no sepan predimensionar.

Así que sí, en el fondo es eso. Los programas complejos de cálculo me hurtan el placer (a veces), el control, la satisfacción siempre, de ir resolviendo poco a poco, por mí mismo, la estructura. Que es lo que me gusta de mi oficio, qué quieren que les diga. 



Nat King Cole - Adelita

Tekla: formando tontos




Estos meses he participado en algunos proyectos que se han desarrollado con el sistema BIM. El sistema BIM lo define la wikipedia como:
El modelado de información de construcción (BIM, Building Information Modeling), también llamado modelado de información para la edificación,1 es el proceso de generación y gestión de datos de un edificio durante su ciclo de vida2 utilizando software dinámico de modelado de edificios en tres dimensiones y en tiempo real, para disminuir la pérdida de tiempo y recursos en el diseño y la construcción.3 Este proceso produce el modelo de información del edificio (también abreviado BIM), que abarca la geometría del edificio, las relaciones espaciales, la información geográfica, así como las cantidades y las propiedades de sus componentes.
Desde tiempos remotos, el diseño de los edificios ha partido de ideas de los técnicos, que éstos explican a sus delineantes, y que los delineantes plasman en planos que ellos dibujan. Los planos son rayas, líneas, arcos, rellenos,... dibujos en una hoja de papel o equivalente y que una persona con pericia puede a su vez interpretar, entender la idea del técnico, y construir esa idea. El sistema se puede informatizar, claro: los planos ahora se dibujan por ordenador, usándolo como un tablero electrónico; los cálculos, las mediciones, las descripciones... todo es susceptible de informatizarse. Pero el esquema básico se mantiene.

LLega un momento en que los programas de ordenador mejoran tanto que permiten cambiar este esquema. El cambio principal lo tenemos en que el ordenador ya no es un tablero electrónico que dibuja líneas y arcos, sino que recibe directamente las intenciones del técnico: vigas y columnas, tuberias, muebles, paredes, embaldosados, pinturas,... Ya no se dibuja algo que representa una puerta: directamente, se le marca al ordenador que ahí va una puerta. El ordenador ofrece muchos modelos de puerta, y se elige uno. Y el ordenador se encarga de todo lo demás: aparecerá en su sitio en todos los planos en los que deba, se tendrá en cuenta en las mediciones y el presupuesto, se despiezará su carpintería, se tendrá en cuenta su comportamiento al fuego... Ya nos podemos olvidar de la puerta. Más aún, si alguien quiere moverla o eliminarla, el ordenador se encarga. Todos tranquilos: es el BIM.

En el caso de las estructuras, el proyecto tradicional incluía un paso que los demás oficios tenía una importancia pequeña, y que en la estructura es la parte del león: el cálculo. Bien, del cálculo por ordenador y su evolución ya he hablado muchas veces en este blog, así que no me extenderé. De momento, los programas de cálculo evolucionan unos (CYPE, TriCalc,...) hacia generar ellos mismos los planos de estructuras, en un camino que no tiene futuro, y otros hacia transmitir la información a un programa "de dibujo" que sea propio del BIM. Es decir, conectarse con el programa que modela el edificio o proyecto. Es el camino correcto, porque llegará el día en que ambos programas se fusionen y al modelizar el edificio ya evalúe las cargas que ha de soportar y genere la estructura soporte. Sí, no es culpa mía si los calculistas tenemos tanto futuro como los aparcacoches de los bingos.

El caso es que, como decía al principio, he estado colaborando con dos proyectos BIM. Y es el futuro, pero en ambos casos mis sensaciones han sido negativas. ¿Por qué?

En primer lugar, mi colaboración en el diseño ha sido mínima. En el primero de ellos, un día me vinieron con la idea general, y aporté un predimensionado suficiente para que siguieran desarrollando esa idea. Tiempo invertido: unos minutos de presentación, charla insustancial y exposición del proyecto, unos minutos para que me expliquen qué querían de mí a esas alturas, y unos tres minutos en describirles de palabra un sistema estructural y unas dimensiones  aproximadas. Con eso se apañaron y modelizaron su edificio. Supongo que el proyecto evolucionaría, participarían más personas, no lo sé: no me tuvieron al corriente. 

Unos meses después, me vinieron con que la cosa tiraba para adelante y querían que me reafirmara en mi predimensionamiento y les explicara cómo resolver algunos detalles. Aquí sí que tuve tiempo y pude hacer cálculos, pero no hice mucho más. Luego me pidieron que les enviara algunos detalles de estructura para ellos ver cómo querría yo hacerlos, pero ya se encargarían ellos de dibujarlos.

Y fin. No sé si volverán cuando estén en la fase de obra, y no sé si quiero que lo hagan. El proyecto, no lo he dicho, era de un laboratorio de I+D. Pero no se me puede tener en cuenta como parte del equipo de proyecto, pienso yo. Y no lo pondré en mi currículum.

El segundo proyecto era mucho más complejo, y es comprensible que se gestionara peor desde el punto de vista del BIM. Como era más complejo, tuve que emplear programas de cálculo mucho más potentes, de ésos en los que modelizas el edificio completo, le das a un botón y a los dos minutos el ordenador escupe dónde hay que reforzar y dónde se está sobrado. Luego, el programa transmitía el modelo al programa Tekla, que es ya un programa BIM. Y un operador del Tekla se encargaba ya de todo lo demás, fin de mi participación.

A mí no me gusta el programa Tekla. Sin embargo, a los tontos les encanta. Porque genera perspectivas del conjunto de la estructura. Esas perspectivas no valen para medir ni para construir, por lo que en el método clásico de los proyectos no se hacían, pero dan una idea de lo que se quiere hacer. Los listos, viendo las plantas y los alzados no necesitamos la perspectiva, pero ya digo que los tontos sí. Así que a los tontos les encanta el Tekla, y no se puede discutir con tontos.

Tampoco me gustan los planos que genera Tekla, pero entiendo que es una cuestión de gustos, y que el programa tiene todavía mucho margen de mejora: también los copistas medievales pueden decir que prefieren sus iluminados a una página escrita con una máquina de escribir. He de asumir, una vez más, que soy un ingeniero del pleistoceno.

Pero lo que más me impresionó del programa Tekla es lo que permite: permite que un tonto "dibuje" la estructura metálica.

Dentro de las artes clásicas de la delineación, la delineación de la estructura ha sido un arte completa en sí misma, en especial la estructura metálica: para dibujar estructura metálica el delineante tenía que ser ducho en estructura metálica, no valiendo de nada la experiencia en otro tipo de planos. Y una de las mayores dificultades del dibujo de la estructura metálica es la concepción espacial. Si el delineante no tiene la pericia necesaria, el técnico - o el programa de ordenador- debía croquizar lo que el delineante debía dibujar, en este caso casi "calcar", pero si tenía oficio, bastaba con que el técnico explicara la solución: el proyectista la entendía, se la imaginaba en la cabeza y podía dibujar las plantas, alzados, secciones y despieces necesarios.

Esta misma habilidad de imaginación espacial servía para detectar los problemas y proponer soluciones, chequear lo dibujado, etc.

Pero esta habilidad conceptual no sólo se obtiene por nacimiento: se ha de desarrollar con la práctica; si no, se atrofia.

Pues bien, con el Tekla no se necesita. Con Tekla no hay que imaginar nada; uno modeliza un elemento, y el elemento aparece íntegro en la pantalla, incluyendo su interacción con los demás. El operario puede acercarse, girar la vista,... no tiene que imaginar. No tiene que esforzarse. No tiene que tener ninguna habilidad para imaginar objetos en el espacio. Es genial, ¿verdad?

Es genial. Ahora cualquiera puede dibujar estructura metálica.

¿Saben que pasará?

Que serán los tontos los que dibujen la estructura metálica. Los listos, que siempre escasean más que los tontos, se dedicarán a cosas para las que aún no valgan los tontos.

¿A que es genial?



Christina Perri - A thousand years