miércoles, 6 de marzo de 2019

¿Debe el ingeniero calculista preocuparse por el proceso?





Esta mañana caminaba por la calle París. Se había formado un atasco, y la causa era un camión hormigonera que salía de una obra que se estaba ejecutando al final de la calle. La calle París, conviene saberlo, no es una calle cualquiera. No destaca por sus dimensiones de cualquier otra calle del Ensanche, pero en cuanto a tráfico... es fundamental. Es una vía básica, no ya del barrio sino para la movilidad entre los grandes barrios. Por ejemplo, es el camino natural para ir desde L'Hospitalet, Sants y Les Corts para llegar hasta la calle Aribau (de subida) y Balmes (de bajada). Por si fuera poco, la sra. Colau (¡por favor, que acabe esto cuanto antes!) quitó un carril de circulación para convertirlo en carril bici. Lo sé, tan cerca de la Diagonal es estúpido, pero así es ella. El tráfico de bicicletas, si lo preguntan, es ridículo. Quizá una bicicleta por cada cien coches. No, menos. Bueno, el caso es que la hormigonera tenía que incorporarse a la calle y para permitirlo los obreros habían interrumpido el tráfico. No he dicho que la obra, de manera autorizada, había ocupado un carril de circulación para tener espacio para las necesidades de la obra, que el solar - en este momento está en la construcción de sótanos- no permite nada, se solicitó permiso y se concedió. Pero la hormigonera tenía que maniobrar para salir, y se formó un pequeño atasco que hizo el tapón en una vía que necesita muy poco parabloquearse.

Y yo me pregunté entonces: ¿debió el ingeniero de estructuras tener en cuenta la conveniencia de minimizar la interferencia con el tráfico? Por ejemplo, resolviendo la estructura con hormigón prefabricado, o qué sé yo. La pregunta es extensiva a todos los trabajos: ¿debe el proyectista preocuparse de resolver el cómo se construye?

Aparentemente la respuesta es que sí, sin duda. A ver si resulta que va a parir un proyecto muy bonito pero irrealizable. O irrealizable con los medios disponibles. Pero quizá no deba. 

Desde luego, el proyecto debe ser realizable y con los medios disponibles: el ingeniero no es un arquitecto ni un político, y mucho menos un cuñado. Eso, tratándose de ingenieros, se da por descontado. Pero esto no significa que el ingeniero deba discurrir cómo construirlo. Para eso está, sobre todo, el equipo constructor. 

Por otra parte, en el propio diseño del proyecto el ingeniero está indicando cómo construir, y es inherente a la solución proyectada. Si es con estructura metálica, suele indicarse si es atornillada o soldada, cómo ha de ir montada, etc. Si es de hormigón se decide si es prefabricado, cómo se arma, etc. Si algo se resuelve con madera, si se hacen apoyos aquí o allí, de qué tipo son y cómo se ejecutan, todas estas decisiones las toma el ingeniero al proyectar. 

Pero tampoco es necesario ir mucho más allá, hay cuestiones en las que a menudo no se entra: en las dimensiones de las piezas para su transporte, en la grúa necesaria y su emplazamiento, en los medios que podrá emplear el constructor (por ejemplo, en una rehabilitación en una casa es posible que todo deba subir por una escalera estrecha), en necesidades como la disponibilidad horaria o, como en el caso de la obra de la calle París, en la convivencia con el resto del mundo, un asunto no menor en las obras públicas.

Quiero decir, que zapatero a tus zapatos. Que el ingeniero diseñe una estructura construible, y ya se encargarán otros especialistas de discurrir la óptima forma de llevarla a cabo.

Ahora bien, hay una razón que aún no hemos sacado a colación: el factor humano. La mayoría de los ingenieros (creo que absolutamente todos los ingenieros que conozco) no se preocupan. No es su trabajo, ya lo hará otro. Yo, en cambio, no consigo no intentar resolver el tema. Puede que sea porque a menudo me llegan cosas complicadas, de esas que ni los técnicos de construcción saben, de entrada, cómo llevarlas a cabo. Y acaban preguntándome, pues no en vano soy el padre de la criatura y llevo mucho más tiempo que ellos pensándola y analizando todo lo que influye. O puede que sea porque incontables veces me han ejecutado mal las obras: gente no tan lista como yo (no es modestia: los obreros de las obras suelen ser más fuertes, resistentes e incluso habilidosos que los ingenieros, pero lo de estrujarse el cacumen no suele ser lo suyo). El caso es que a poco que me interese el encargo - sí, hay muchos trabajos que son rutinarios, alimenticios- y me caiga bien el encargante - de nuevo sí, no puedo permitirme el decirle que no a nadie-, me implico del todo en su diseño. Y eso conlleva el pensar y decidir cómo se ha de construir. Y lo reflejo en el proyecto. Más aún, busco maneras de obligar a que no puedan hacerlo de otra manera - los ingenieros sabemos cómo-. Estos proyectos son los que más me gustan, está claro, pero también los que más disgustos suelen acarrearme. Precisamente porque consiguen construirlos de otro modo, y siempre encuentran la manera. ¿Es que no soy tan listo, después de todo? Pues yo creo que no es eso: es cierto que a menudo el constructor, que sabe lo que le cuesta de verdad las cosas - inciso: y siempre mucho, mucho menos de lo que usted se cree y le digan-  prefiere hacerlo de alguna manera que yo haya descartado por parecerme a mí que supondría mucho trabajo o que sería muy cara, pero las más de las veces es, me parece a mí, por la natural tendencia de los españoles (o al menos de los que trabajan en la construcción) de no hacer las cosas como nos dicen que se han de hacer sino como a cada uno de nosotros nos parece que deberían hacerse. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y les diré: tengo ejemplos a capazos.

Por descontado, toda esta preocupación tiene un coste: fácil que el 80% del tiempo que empleo sea en discurrir el proceso constructivo. Y no, no se me paga (al menos de forma explícita). Pero no puedo evitarlo: a menudo coincido con otros calculistas, veo lo que proyectan, cómo lo proyectan, lo poco - nada- que se preocupan por el proceso constructivo, y no puedo evitar pensar que qué birria de trabajo han hecho.
 
Supongo que en el fondo se trata de la calidad del propio trabajo.




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