miércoles, 31 de agosto de 2016

Mi imagen de Europa



Soy un bicho de otra época. Cuando era chaval, mi dormitorio era una habitación superpoblada (llegamos a ser cinco, durmiendo). La habitación de mis dos hermanos mayores era, en cambio, un cuarto despejado debido a que las camas de ellos eran plegables (cuando, siendo yo más pequeño aún, yo dormía en esa habitación no lo eran, pero en la época a la que me refiero sí). Además, la habitación mía tenía una mesa redonda en el centro, con sus correspondientes sillas, y el baúl de los juguetes. La mesa, por supuesto, era el centro de una considerable actividad, lo que contribuía a que no hubiera mucho espacio de tránsito. El caso es que era natural que yo pasara muchas horas en la habitación de mis hermanos mayores; más aún, estando allí el aliciente sobre el que versa este artículo.

El dormitorio de mis hermanos era un espacio razonablemente cuadrado, con sus cuatro paredes. Una estaba ocupada por la ventana y una mesa que era un tablero alargado debajo de la ventana, y otra, perpendicular, por el mueble completo que albergaba las camas, el armario ropero y zapatero y las librerías. Las otras dos paredes, como la superficie principal del cuarto, estaban despejadas, decoradas con algunos carteles de películas (que conseguía mi hermano cuando se retiraba alguna película de los cines, iba en el momento en que ponían el cartel de la película nueva y pedía el de la vieja)… y este mapa de Europa:
 
En acumulado, horas mirándolo. Interminables juegos con mis hermanos, retándonos a localizar tal río o tal ciudad. Estimando distancias, recorridos, viajes. Por ejemplo, en los minutos que transcurrían entre que terminábamos de comer y teníamos que lavarnos las manos para volver a salir para ir al colegio por la tarde. ¡Qué quieren, cada época tiene sus maneras de entretenerse!

El caso es que para mí Europa es ese mapa. Por ejemplo, sigo pensando en Chequia y Eslovaquia como una unidad, como dos países hoy separados pero que en realidad son uno solo. O que cuando me hablan de Hungría, interiormente la identifico como "ese país verde oscuro del centro". ¡Qué le voy a hacer!

Y tengo para mí que no soy el único al que le pasan estas cosas.
 
 
 
 
Cheb Khaled - Aïcha

lunes, 29 de agosto de 2016

Nadie hablará de ti si no ganas





Elgin Baylor fue un jugador de Los Angeles Lakers entre 1958 (en aquel momento, los Minneapolis Lakers) y finales de 1971. Durante aquellos años fue el hombre franquicia, ayudado desde 1960 por Jerry West y desde 1968 por Wilt Chamberlain. No fue un panoli: por ejemplo, en la temporada 61-62 metió 38,4 puntos por partido y 18,6 rebotes (siendo un alero de 1,96). De hecho, fue el primer negro para el cual jugaba su equipo. Y más aún, en su temporada de novato llevó al equipo a la final de la NBA contra los Celtics de Russell. Si tenemos en cuenta que la temporada anterior el equipo había quedado último de la liga y estaba a punto de desaparecer… Por cierto, jugó 8 finales de la NBA. Pero, claro, las perdió todas. Por eso no se acuerda de él ni el tato. De su compañero Jerry West sí, todo el mundo habla maravillas. La diferencia, me temo, es que Baylor se retiró al inicio de la temporada en la que los Lakers ganaron por fin el campeonato.

Algo parecido a Baylor puede decirse de muchos otros jugadores mucho mejores que estrellas de hoy en día, pero que tampoco ganaron anillos. Podemos recordar a Pete Maravich, a Thurmond, Lanier, King, Murphy, English… No ganar el campeonato supone el olvido. Por hablar de jugadores más modernos: ¿quién menciona hoy en las conversaciones a Karl Malone, el segundo tipo que más puntos ha metido, o a John Stockton, el que más asistencias ha dado? Ambos eran increíbles, pero ahora… como si no hubieran existido. No se recuerda a Charles Barkley como el jugador imparable que era, el jugador total, el que todos querían en su equipo. Ninguno ganó ningún campeonato.

Y es que el deporte es así. Sea ciclismo, motociclismo, tenis, baloncesto, atletismo,… sólo gana uno, el resto son los perdedores. Y nadie se acuerda nunca de los perdedores.
 
 
 
Johannes Brahms - Danza húngara nº 1

domingo, 28 de agosto de 2016

Mrs. Clinton ya tiene los votos




La señora Clinton, Hillary para el pueblo, ya tiene los votos electorales necesarios para ser presidente. Según las encuestas, tiene 272 votos por 154 de Trump, con 112 aún indecisos. Para ganar hay que tener al menos 270, por lo que Trump debe llevarse los 9 estados que aún están indecisos y arrebatarle a Hillary alguno de los estados que se inclinan por los demócratas. Lo segundo puede hacerse, pero no se llevará todos los indecisos. Y además debe defender los que ya tiene. Ergo, Hillary president.

Como se ve en el mapa de www.realclearpolitics.com:





Los Ronaldos - No puedo vivir sin ti (versión de Barbonautas)

Porqué nos vamos a extinguir




Cuando hacía la carrera, los dos primeros cursos eran comunes; la especialización entre mecánicos y eléctricos (únicas opciones disponibles en Zaragoza, en aquel momento), empezaba en 3º. Por las fechas en las que pensaba qué camino coger, mi padre (que no es ingeniero industrial) me dio su punto de vista: mira, hijo, me vino a decir, la diferencia entre un eléctrico y un mecánico es que lo que hace el mecánico lo entiende todo el mundo, mientras que lo que hace un eléctrico sólo lo entienden ellos. Y recuerdo que capté la idea al instante. En aquella época, yo era bastante bueno en electrónica: sabía y había montado radios de galena, preconstruido placas de circuitos integrados, trabajado con computadoras y hecho mis pinitos de programación, había montado circuitos eléctricos y electrónicos varios,… supongo que algo por encima de lo normal para entonces. O bastante por encima, incluso. Y, sin embargo, no sabía explicar cómo funciona una radio de galena o cómo amplifica las señales un transistor. Por no hablar de misterios insondables como los condensadores y los chips o circuitos integrados. Estaba claro: iba a ser mecánico.

Lo que quiero decir es que ya desde el principio he pensado que el ingeniero ha de saber lo que hace y porqué lo hace. Ha de saber el porqué de las cosas. Es comprensible, pues, que al final haya acabado calculando estructuras. No me negarán que esto es sota, caballo y rey, hay poco misterio. De hecho, en la obra cualquier paleta nos discute, cualquier herrero decide saltarse nuestras instrucciones, porque tienen sus propias ideas sobre el particular. Nadie le discute a otro ingeniero. Incluso, un fontanero discutirá la parte estructural del tendido de las tuberías o la bancada de las bombas, pero no discutirá las bombas.

Hay dos materiales estructurales básicos: el acero y el hormigón. Sí que se pueden hacer y se hacen estructuras en madera, aluminio, ladrillo, PVC y lo que ustedes quieran, pero esto es como los veterinarios, que estudian el perro, la vaca, el cerdo y el caballo, a pesar de que hay infinidad de especies. Pues bien, el acero y el hormigón se parecen como un huevo a una castaña. El acero es un material noble, serio, fiable. Hace lo que tiene que hacer, se comporta como se espera que se comporte, deforma y transmite los esfuerzos como se espera que lo haga,… digamos que es un material científico. De hecho, el acero es un material como el que se estudia en la carrera, en la asignatura de Elasticidad y Resistencia de Materiales. Un material de libro. El hormigón, en cambio, es una caca. Una mezcla desconocida de agua, arenas y gravillas varias, cemento y algunos esotéricos aditivos. No se sabe nunca qué densidad tiene, qué pesa. Ni si es impermeable o no, su pH, su módulo de elasticidad, su límite elástico… Tan es así, que con él todo son conjeturas y coeficientes de seguridad adicional por si acaso. Eso, por no hablar de su comportamiento en la estructura. No se sabe  a qué tensión está trabajando, cómo transmite los esfuerzos, qué deformación tiene, qué esfuerzos nos está provocando con la retracción y la fluencia, etc.

En mi época, esta diferencia se mostraba en que el hormigón se calculaba con fórmulas aproximadas y márgenes de seguridad que sólo nos decían si la estructura aguantaba o no y, todo lo más, qué acero poner para que la cosa funcione. La mayor parte del hierro en la obra se ponía por cuantías mínimas y prolongaciones adicionales, fruto de la experiencia de "si se hace así no pasará nada".

Cuando la estructura era de acero, por el contrario, el calculista sabía a qué tensión estaba cada punto de la estructura. Sabía qué valor podía admitir, y sabía qué margen de seguridad tenía la estructura. Sabía cómo afectaba la tracción, la flexión, el cortante y la torsión. Y sabía cómo afectaba cada uno de dichos esfuerzos cuando surgían a la vez. Pero no solo eso: lo sabía incluso antes de que hubiera calculadoras. La aritmética básica era suficiente, pues las fórmulas necesarias eran bastante sencillas. Y una consecuencia de esa sencillez es que el ingeniero se las sabía.

Pero es que ya les he dicho que el acero es un material que se comporta como se estudia durante la carrera en la asignatura de Elasticidad y Resistencia de Materiales. En la carrera de Ingeniería (al menos la que yo estudié) las cosas no eran porque sí, porque lo dice el míster (salvo en inglés y en administración de empresas, un poco en metalurgia y, por supuesto, todo lo referente al hormigón por lo que les he contado antes). No, entonces lo que se decía se demostraba. Y los exámenes medían el conocimiento del alumno en tanto en cuanto éste tenía que demostrar el porqué de lo que respondiera.

En resumen, en una estructura de acero, el ingeniero de mi época sabía la tensión a la que estaba y, sobre todo, la sabía sin duda posible, pues sabía demostrarla. En una de hormigón, a lo más que se podía aspirar era  a saber que no se iba a caer. Y que no se caía era porque la experiencia mostraba que en esas condiciones las estructuras de hormigón no se caían.

No es de extrañar, pues, que siempre me gustaran más las estructuras metálicas.

Pero un día, no sé porqué, las cosas cambiaron. La norma española del acero, que daba las reglas básicas para el cálculo - reglas que, insisto, se correspondían con la Ciencia que conocía el ingeniero-, quedó derogada. Anulada. Declarada inservible. A partir de ese momento había que emplear una nueva norma. Que no es un problema excesivo, pero es que, quien fuera, decidió que la norma del acero tenía que ser como la del hormigón. Quiero decir, que el acero se tenía que calcular como el hormigón.

Es decir, que en vez de calcular el ingeniero a qué tensión está el acero y compararlo con el límite que él le establezca, ha de calcular qué esfuerzos máximos aguanta la barra en cuestión y compararlos con los que tiene. Y esto es como cambiar de la noche al día, sin amaneceres y sin nubes. Pero es que siguieron cambiando cosas, y ahí ya el desbarre alcanzó lo inimaginable. Porque, no me pregunten cómo ocurrió, el acero dejó de comportarse como predecía todo lo que había estudiado el ingeniero.

Voy a poner un ejemplo del antes y el después.

Imaginemos una barra sometida a esfuerzo axil. La tensión es N/A, y si hay pandeo es N·w/A, y se ha de cumplir que sea menor que f, el límite elástico. Con la nueva norma, la sección resiste f·A y se ha de cumplir que f·A es mayor que N. Si hay pandeo, la sección resiste f·A/w (solo que ahora w ya no es el estudiado y matemáticamente demostrado durante la carrera).

Imaginemos que la barra está sometida a flexión. La tensión es M/W. La nueva norma dice que la sección resiste f·W. Igual nos da, pues, ya que antes había de cumplirse que M/W<f y ahora M<f·W. Puede y suele ocurrir que la barra esté sometida a axil y a flexión. ¿Norma vieja? No problem. La tensión es N/A+M/W; si hay pandeo, Nw/A+M/W, y si usted es antiguo, N/A+0,9M/W. Esa tensión se compara con el límite elástico, y listos. Si además quiere tener en cuenta el cortante y no se cumple el teorema (¡teorema!) de Colignon, calcula la cizalladura que genera el cortante y la torsión, y la suma con el axil cuadráticamente según el criterio de Von Misses. En resumen: uno calcula a la tensión a la que está el acero, y luego decide.

Si ahora se aplica la norma nueva, ¿cómo se combina el axil y la flexión? En realidad, no se combina, sólo se tiene en cuenta la existencia del otro tipo de solicitación. En primer lugar se mira el axil. Si N<f·A, todo bien y se pasa a mirar la flexión: ha de cumplirse que M<Mp, siendo Mp el momento flector que aguanta la pieza, que ahora ya no es f·W. Como ahora hay un axil, la pieza aguanta menos. Tiene su lógica, pero la aplicación numérica es un poco laboriosa. Hay que calcular el ratio entre el axil que actúa y el que resiste la pieza, y con ese dato y una compleja fórmula calcular el flector que resiste la pieza. Si además la flexión es en dos direcciones (algo que no suponía ningún problema con la norma vieja), hay que calcular por separado qué flector resiste la pieza afectada por el axil (no por la otra flexión), y luego calcular, según la forma de la pieza, unos extraños coeficientes que afectarán a los ratios de los flectores actuantes y soportados en cada dirección, y una vez aplicados se mira si la suma es menor que 1. La norma nueva, por supuesto, sólo dice cómo calcular esos coeficientes en unos casos canónicos, si la sección tiene una forma rara se puede usted ir olvidando. Cortantes y torsiones, por descontado, es una guerra diferente pero parecida en la filosofía.

Por supuesto, la norma nueva tiene lógica, pero también es verdad que analiza secciones completas, no cada punto de la sección. Tampoco tiene en cuenta efectos mecánicos de concentración de tensiones, sin ir más lejos. En fin, que cualquiera con experiencia en la norma antigua (o en calcular máquinas antes de los ordenadores y la norma nueva, por ejemplo) le encuentra las cosquillas a la norma nueva sin sudar.

Llegados a este punto, ¿qué es lo que no me gusta de la norma nueva? Lo he dicho muchas veces. En primer lugar, no parece emanada de la ciencia de los materiales, sino fruto de observaciones en ensayos en laboratorios, en los que se ha buscado fórmulas que cuadren con los resultados que se obtienen. En una norma que se ha de aprender (bueno, esto es una opción) y aplicar, sin pedir demostraciones. Es así porque sí.

En segundo lugar, es tremendamente compleja. Son tan complejas que, en la práctica, uno no puede aplicarlas. Hay que hacer tantas comprobaciones y tan extrañas y laboriosas, que es invaible hacerlas. Se necesita un ordenador que calcule toda la estructura, todas las hipótesis de cargas, todas las comprobaciones. Que se encargue de todo y nos diga si la estructura es correcta o no (de momento, que en breve simplemente nos dimensionará por completo la estructura).

Y, en tercer, lugar, es tremendamente compleja. Sí, ya sé que ésta es la segunda razón, pero como segundo punto afectaba al hecho de que el calculista perdía la opción de ser él quien calculara. Ahora me quejo de su complejidad si la comparamos con las fórmula antiguas para calcular lo mismo. ¿Porqué es tan compleja? A fin de cuentas, las sencillas fórmulas del pleistoceno han demostrado su validez con millones de estructuras construidas. ¿Eran incorrectas? Yo creo que no, que eran suficientes. Nadie me ha explicado aún la necesidad de aplicar estas fórmulas nuevas. Que, como digo, son muy complejas: ya no hay quien se las sepa. Así que ahora tendremos especialistas en estructuras que no sabrán las fórmulas para calcular y, en consecuencia, calcular - ellos- estructuras. Tendrán que preguntarle al ordenador. No estoy seguro de que esto me parezca una buena política. Porque, insisto, antes sí sabían.

Así que esto es lo que hay, porque en el caso del hormigón ocurre otro tanto (ejemplo: limite 35). ¿Entonces? Bueno, hemos llegado a un punto en el que no importa si todo esto está bien o está mal, si será beneficioso o perjudicial; esta discusión se debió tener (y quizá se tuvo) hace mucho, ahora ya es la realidad.  Y la pregunta que se ha de hacer el que quiere ser ingeniero de estructuras es qué tiene que hacer él para ser un buen ingeniero.

Para ser un buen ingeniero de estructuras, dos habilidades son básicas: las tablas y el conocimiento. Las tablas las dan las obras o muchas horas de vuelo; eso, antes y ahora. Y por el conocimiento me refiero al conocimiento de cómo funciona una estructura; dado que vamos hacia un mundo en el que el ordenador se encarga de saber lo que hay que saber, el conocimiento de cómo funcionan las estructuras se aprenderá experimentando con el ordenador. Pero... claro: hay dos tipos de personas: las que aprenden a hacer lo que hacen y las que aprenden de lo que hacen. Muchos (muchas), tras largos años calculando estructuras con ordenadores, aprenden trucos; para que se me entienda, y perdonen la procacidad: una puta, si quiere, hace que acabes en cinco minutos. El operador de programas, cuando es una estructura de las que tiene por la mano, puede obtener resultados muy rápido. Eso no significa que sepa de estructuras: solo significa que con el programa adecuado, ciertos tipos de estructuras los resuelve muy rápido. Pero también hay y habrá ingenieros que aprenderán sobre estructuras; de hecho, es posible que los ingenieros que antes aprendían calculando ellos y los que aprenderán mediante ordenadores sean de la misma clase de ingenieros.

Mi consejo, pues, para el que quiera ser buen ingeniero de estructuras: su esfuerzo ha de ir dirigido a aprender el funcionamiento y los porqués de las estructuras, no el funcionamiento y el porqué de los programas. Que no se conforme con ser un experto en los programas, sino que sepa porqué las estructuras responden como responden. Aunque, vaya por delante, le aviso de que ni las normas, ni los ordenadores, ni el trabajo del día a día se lo van a poner fácil, porque la sociedad no quiere (en general) que el ingeniero sepa de estructuras, sólo que las resuelva.

En cualquier caso, la realidad es la que es y el progreso es tozudo: no se rinde, y va por ese camino. Así que si la profesión de calculista de estructuras está abocada a la extinción, es porque el misterio de calcular estructuras está, en la práctica, dejando de ser un misterio. Al igual que ahora mismo cualquiera puede generar hielo en su casa, aunque no tenga ni idea de los detalles técnicos ni del nivel tecnológico necesario para que eso ocurra. A fin de cuentas, en esto consiste el progreso.

Y yo, como es lógico, me alegro. ¡Snif, snif!




Héctor Berlioz - Sinfonía fantástica

Lo de Otegui, y los ingenieros



¡Bueno, bueno, la que se ha liado con lo de Arnaldo Otegui!

Resulta que el tipo fue juzgado por jueces de la Audiencia Nacional, encontrado culpable y condenado. La condena que se le impuso fue trimodal, entiéndase el palabro: fue condenado a cárcel, fue condenado a no poder desempeñar cargo público, y fue condenado a no ser votable.

Obtenida la libertad tras el paso por la cárcel, Otegui manifestó su intención de presentarse a mandamás del País Vasco en las próximas elecciones del 25 de septiembre. Y se ha montado el lío: gente con estudios de la cosa y cargos públicos dicen que no puede, y gente también con estudios de la cosa y cargos opina que sí. A los profanos se nos hace extraña esta discusión, pero por situarnos, creo entender que el tema va así:

En primer lugar, la pena de cárcel. Un periodo en el talego. Pero resulta que el juez condena a pasar dentro una determinada cantidad de tiempo, y... en fin. Que si ha pasado un tiempo antes del juicio, que si ese tiempo computa de una determinada forma, que si se cuenta desde tal fecha, que si beneficios penitenciarios que suponen menos tiempo en la trena, que si permisos ¡qué se yo!, lo importante es que el periodo de condena no coincide con el tiempo en prisión. Cosas de leguleyos.

En segundo lugar, lo del cargo público. Parece ser que el juez, en su sentencia (que no he leído) no explicita qué cargo público no podía ejercer, y no han faltado picapleitos que digan que, si no dice explícitamente el cargo que no puede ejercer, entonces puede. Peor aún, no han faltado jueces o altos cargos del sistema judicial que les han comprado la idea (digo peor aún, porque el picapleitos que lo defiende no necesariamente ha de creer que la idea sea correcta). Desde luego, por cosas como éstas pensamos los españoles lo que pensamos de los jueces, pero en cualquier caso no nos viene de ahí.

Porque lo que ahora se discute es si es elegible o no. Se le condenó a no ser elegible, pero ¿ha cumplido ya la pena? Esa es la cuestión que se debate, creo. ¿Los beneficios y descuentos sobre la pena de privación de libertad (la cárcel) se aplican también a las demás penas? ¿Se han de aplicar las penas una detrás de otra? Parece lógico que la pena de no desempeñar cargo público es a continuación de la de cárcel, ¿no? Además, creo que el tipo tenía aún otra condena anterior (sin carcel, quizás) que lo inhabilitaba, y es lógico que la segunda condena de inhabilitación empieza a cumplirse cuando se acaba el primer periodo, ¿no?

Yo no lo sé, ya digo que yo no entiendo de estos temas, y mi opinión de profano es asimilable a su opinión sobre lo bien que he calculado yo una estructura.

Pero no traigo a mi blog este tema para hablar de Otegui, sino de los jueces y los ingenieros.

Porque a ver si lo entiendo: trincan al interdecto y llevan ante el juez. Que, si ya de por sí es un titulado superior de élite, lo es de la AN: entiendo que de lo mejor en su profesión. Delante del juez, todo el mundo expone, funda y razona sus argumentos. El juez, es su oficio, toma su decisión y dicta su sentencia. La cual se debe cumplir, y fin de la historia. Pero entonces ¿a qué viene todo el jaleo actual? Porque lo que se está discutiendo es si la sentencia está cumplida o no y a qué se refería el juez cuando la dictó. Que no se sabe si se ha hecho ya lo que el juez quería y tenía en mente, o su intención era que fueran consecutivas, o qué sé yo. Uno, en su desconocimiento de cómo funciona la cosa, no entiende porqué no se pregunta directamente al juez que dictó la sentencia. Pero tampoco entiendo cómo es que la sentencia del juez es interpretable cual vahído de pitia, que se discuta el significado de sus palabras, que no esté claro cuál es el tiempo de las condenas y a qué se le condena, etc.

Y, claro, siempre comparo con los ingenieros, y me encorajino. Porque me es evidente que el juez no ha hecho bien su trabajo, pues no se trata sólo de que la sentencia sea justa (algo sobre lo que siempre habrá división de opiniones), sino sobre todo que sea una sentencia clara. ¿Qué mierda de sentencia es ésta, si entendidos están discutiendo hasta qué quiere decir y cuál es su significado? ¡Si resulta que se le puede dar la vuelta para que signifique todo lo contrario de lo que el juez pretendía (pues es posible que, de facto, no lo inhabilite para coger cargo público alguno)!

Insisto: no me he leído la sentencia. No sé del tema. No he seguido la polémica. Lo que sí sé es que el tipo quiere presentarse, que hay voces que dicen que sí puede y que esas voces son de personas que, aunque por su categoría personal no merezcan atención, por los cargos y las profesiones que ejercen es de suponer que hablan con conocimiento de causa. De lo que deduzco que la sentencia no está pulida del todo. Dejémonos de historias, si se ha llegado a la polémica actual es porque alguien ha fallado, y ese alguien es el juez.

Y, sin embargo, el juez no va a pagar por su error. Nadie le va a demandar, no le van a llevar ante ningún otro juez para que éste dictamine si hizo bien su trabajo o no y qué castigo debería recibir. Si un ingeniero de estructuras comete un error equivalente en su campo, el juicio está asegurado. Y el juez será implacable. Y oigan, que me parece bien que lo sea. Lo que me encorajina es cuando el error lo comete uno de ellos.




Amaral - Cuando suba la marea

martes, 16 de agosto de 2016

Tragacete y el rigor de la Wikipedia



 
Es agosto, hace calor y me voy unos días a recorrer la serranía de Cuenca. Una de las noches dormiré en Tragacete y, como salgo en un par de horas, se me ha ocurrido consultar qué dice la wikipedia sobre Tragacete. En mi opinión, no dice gran cosa; creo que dice más sobre el que escribió el artículo y sobre el rigor que a veces tiene la wikipedia. Espero que esto no dure, que el hombre recapacite o  que a quien corresponda la revisión se dé cuenta y lo corrija. 

A lo que voy, esto es lo que me ha aparecido:

No sé, quizá el tipo tenía un mal día y cualquier cosa que le dijeran le sentaría mal, porque lo de la educación parece fruto de un encontronazo con alguien allí, más que un estudio serio y riguroso sobre el nivel de cultura de la población.

En fin, voy para allá. Si ustedes tienen ocasión en algún momento, hagan lo mismo. Sólo por la Ciudad Encantada, vale la pena el viaje. Y el resto también. Yo, en que vuelva, publico todo lo que tengo en el tintero, que el calor de Barcelona en agosto me tiene aplatanado y entregado a la molicie.

Es agosto: conduzcan con precaución.




Puturrú de fuá - No te olvides la toalla cuando vayas a la playa