sábado, 10 de agosto de 2013

Los periodistas ya no leen

En mi mocedad, de vez en cuando se publicaba la noticia de que habían descubierto al japonés de rigor en alguna isla remota del Pacífico, que todavía creía que la guerra seguía. Como mandan los cánones de los tópicos, era el típico soldado cuya unidad quedó aislada en alguna selva, no se enteraron de la rendición, el hombre quedó aislado, etc. etc. Se incluía la foto del soldado, ya anciano pero todavía combatiente, y todo eso.

La noticia, ya digo, era relativamente frecuente en mi juventud, luego se espació bastante y yo diría que ya hace muchos años que no aparece ningún japonés. Por razones lógicas, no hace falta añadirlo. Es como la conmemoración del fin de la Primera Guerra Mundial, que siempre se publican las fotos de los viejos excombatientes, en las primeras filas de las tribunas y con el pecho cargado de medallas. Creo que el año pasado ya no se publicó ninguna foto de ésas: es ley de vida.

Bien, hace un par de días leí en la prensa la noticia de que habían encontrado a un par de vietnamitas (padre e hijo) que huyeron a la selva hace 40 años (la guerra de Vietnam estaba en su apogeo, ya saben) y por alguna razón no regresaron a su pueblo. Pasaron los 40 años alimentándose de animales que cazaban  y supongo que raíces y frutos que recolectarían de los árboles, y ustedes se imaginan el resto. Pue bien, el artículo incluía unos comentarios (que yo diria que el periodista de rigor que reescribía la noticia para el periódico añadió de su propia cosecha) sobre el curioso aspecto que, para él, ofrecían los dos hombres: delgados, quizá un poco mal de salud, pero...:

"...lo que sí parece que han mantenido es una preocupación por su aspecto físico. Ambos tenían un peinado cuidado con una especie de utensilio hecho de manera artesanal, a modo de peine..."

¡Qué triste! No la historia de los vietnamitas, quiero decir, sino la ignorancia del periodista. Quiero decir, ¿los periodistas ya no leen? Uno imaginaba que los que no leíamos éramos los ingenieros y asimilados, que somos " de ciencias" y sólo leemos (en la adolescencia) cómics y ciencia ficción, pero siempre pensé que "los de letras" era gente que leía, y entre ellos los periodistas eran lo más de lo más. ¡Esos artículos, siempre citando a Rimbaud, a Niezstche y Sun-Tzu o a gente así! Umbral, por ejemplo (y le cito porque multitud de periodistas, por lo que parece, le tenían como el periodista perfecto sublimado a semidiós), siempre deslizaba alguna referencia a algún escritor, y más si podía decir que le conoció - cuesta creer que un mozalbete de veinte años fuera tertuliano de prestigiosos novelistas octogenarios, pero...-; y como él, legión. Raro es el periodista que firma un artículo y no incluye alguna referencia cultista que pruebe lo mucho que lee.

Los nuevos periodistas, se ve que ya no son como los de antes. Los de ahora no leen. Puede que sí, que lean, pero entonces, probablemente, eligen sus lecturas por las referencias que citan sus ídolos profesionales: Joyce y su Ulyses, Proust y su En busca del tiempo perdido, y ladrillos así. Y por supuesto, todos (y en esto demuestran la portentosa clarividencia que les llevará a triunfar en su profesión) leen a los poetas que van a ganar el Cervantes y a ese tío de Madagascar que va a ganar el Nobel de Literatura.

Pero me extrañaría que tuvieran esas lecturas, porque (digo yo) un niño no empieza por Proust o Joyce. Antes hay que leer a Agatha Christie, Emilio Salgari, Julio Verne, Mark Twain y/o Edgar Rice Burroughs. Más aún, yo diría que un periodista de verdad habrá leído a todos estos, al igual que un ingeniero digno de ese nombre habrá leído, como mínimo, a Asimov.

Sin embargo, obviamente el redactor de la noticia no ha leído a Edgar Rice Burroughs. No ha leído nada de Tarzán.

Por si a usted (la juventud le disculpa) el nombre de Burroughs también le sonaba a chino, le aclararé que Tarzán no es sólo una película de Disney, sino también (y sobre todo) el personaje de una serie de relatos escritos por el mentado Burroughs.

Al igual que los vietnamitas de la noticia, Tarzán vive en la selva, abandonado a su suerte, y se alimenta de los frutos y raíces que encuentra y los animales que caza. Y nos cuenta Burroughs que Tarzán dedicaba mucho tiempo a, con la ayuda de una concha marina que va cuidadosamente afilando, cortarse el pelo. Al igual que los vietnamitas, por lo que parece. Y Burroughs nos explica por qué: quien lucha, caza o mata para sobrevivir, pues su vida depende de cazar y de no ser cazado, no puede permitirse el lujo de tener el pelo largo y que en un mal gesto un mechón de pelo le tape un ojo. Según en qué circunstancia, ese detalle puede ser mortal. Es lógico, ¿verdad? Pues para el periodista (y para todos los que después de él leyeran su redactado antes de publicarlo) el cuidado del cabello no es sino un detalle de coquetería.

Uno no pide que los periodistas tengan la agudeza necesaria para entender lo del pelo sin haber leído Tarzán, pero... ¡caray, es que esta gente debería ser leída! Supongo que, simplemente, la lectura va tan de capa caída entre "los de letras" como entre todos los demás y por eso ahora es "literatura juvenil" lo que se habría usado en mi época para enseñar a leer a los párvulos.

O quizás, no nos engañemos, lo único que ocurre es que los que hemos leído los relatos de Tarzán somos como los japoneses en las islas del Pacífico y los excombatientes de la Primera Guerra Mundial, nos estamos extinguiendo. Ley de vida.

Así que, si usted, a diferencia de la gran mayoría de lectores de este artículo, también se reconoce como un lector de aquellos autores y también se siente en extinción... sepa que este artículo va por usted.



lunes, 5 de agosto de 2013

La defensa de Cádiz


Desde el pasado 6 de enero vengo leyendo un interesante libro (la paradoja se explica porque yo soy así, los libros me duran mucho tiempo) sobre la Guerra de los Treinta Años. Mi interés nacía de que la guerra en cuestión en principio fue una guerra civil alemana, de católicos contra protestantes (luteranos y calvinistas), pero también una guerra mundial. Por resumirla, diré que desde Carlos I hubo tensiones y pendencias entre las zonas católicas y no católicas dentro del imperio, y también dentro de cada una de las zonas (ninguna lo era al 100%). La cosa fue evolucionando, y en un momento dado ya se habla claramente de guerra. El emperador (que no Austria) arrastró a España consigo (además de ser primos los mandamases, España tenía también muchas tierras dentro del Imperio, no sé si les suena el Franco Condado, por ejemplo); para nivelar la balanza, los protestantes se trajeron con ellos a Holanda, Inglaterra, Francia (comandada por el cardenal "católico" Richelieu y luego el también "católico" cardenal Mazarino), Transilvania (Hungría), Dinamarca, Suecia e incluso al Papa, que con tal de que le fuera mal a España ya se apuntaba. Turcos, polacos y rusos, por lo demás, a su bola, a lo que pillasen. Quien no metía las narices en la guerra es que no era nadie.

Oficialmente, el motivo de la guerra era la determinación de qué ciudades alemanas eran católicas o no y el trato que se le daba a cada uno en función de su religión. Como razones secundarias, para Francia, Inglaterra, los Estados Vaticanos y Holanda el objetivo era fastidiar a España que, por cierto, se metía en la guerra porque no podía permitir que los católicos no ganasen. Bien. En 1624 Inglaterra declara formalmente la guerra a España, y en 1625, juntamente con Holanda, monta una flota enorme con dos objetivos: conquistar Cádiz y (sobre todo) hacerse con la flota que venía de las Américas y con su precioso botín, necesario para pagar a las tropas que se partían la cara en Alemania.

La flota no era cualquier cosa: noventa barcos. Noventa. Intente imaginar noventan barcos. Noventa. Pues eso. Transportaban a 9.000 hombres, digo yo que cien por barco. Noventa barcos de tamaño tal que llevan a 100 soldados cada uno.

El historiador del libro no cuenta gran cosa del suceso, sólo que aquello "no salió bien" y prácticamente la guerra entre Inglaterra y España se dió por acabada,  a partir de ahí los ingleses estuvieron de retirada en lo que quedó de los Treinta Años.

Total, que me quedé intrigado. No recuerdo que en el colegio, entre fecha y nombre y fecha y nombre, algún profesor nos hablara de esta escaramuza. Pero estamos en la era de Internet, y tenemos la Wikipedia. Y allí que me fui.

Para empezar, los ingleses realizaron todo un alarde de preparación:
Las tres semanas de plazo marcadas por Carlos I para preparar la flota fueron reducidas a una sola por el duque de Buckingham; la temporada del año era propicia a peligrosas tormentas en el Atlántico. Las tropas, levadas en mayo, no habían recibido entrenamiento, y su disciplina era escasa; los marinos fueron reclutados a la fuerza. Las armas que deberían usar se mantuvieron guardadas en las naves hasta el día de la partida: días después de zarpar se descubriría que algunos de los mosquetes no tenían ánima, por la tosquedad de su fabricación, y que la munición era de un calibre equivocado. Algunas de las naves tenían los mástiles sueltos, las velas y cabos podridos y las quillas agujereadas; la carga venía mal estibada, la flota no tenía cartas de navegación adecuadas ni inteligencia de los puertos españoles, las provisiones eran escasas y tuvieron que ser racionadas pocos días después de zarpar. Sir Michael Geere, capitán del St. George, anotaría acerca de la comida: «...ni la mitad de la asignada por el rey, y apesta de tal manera que ningún perro de París podría comerla»
La flota era incluso mayor de lo que decía mi libro: los 9.000 soldados fuyeron 10.000, más 5.400 marineros y 100 caballos, y eso sólo en los 90 barcos... ingleses. La flota holandesa, otros quince barcos, se ha de sumar.

Originalmente, en Cádiz había 300 soldados; pero éstos resistieron el primer ataque y pudieron recibir refuerzos, hasta 4.000. 

Tras unos días de combates, los ingleses tomaron un fuerte que defendía el  tómbolo; pero supieron que venía una fuerza desde Jerez, y decidieron salir a su encuentro. En la acción, los oficiales ingleses, habiendo recibido comida de las naves pero no la orden de recibila, la devolvieron. Los muy burros marchan sin víveres... alejándose del mar.
Los ingleses no habían comido desde el desembarco en el Puntal. Entrando en los caseríos cercanos, encontraron barriles de vino, almacenado en espera de la llegada de la flota de Indias, con el que se emborracharon, amotinándose contra sus mandos.
Total, que a los españoles les dio tiempo a llenar toda la zona de tropas y aquello se convirtió en un desastre para los ingleses. Y, como a perro flaco todo son pulgas, el regreso:
El viaje de regreso fue desastroso. Los barcos holandeses, hastiados de la incompetencia inglesa, se marcharon sin previo aviso. Azotados por el mal tiempo, sin haber podido repostar comida y con la bebida echada a perder y racionada, las enfermedades se extendieron entre los marinos y soldados de la flota inglesa. De los 400 hombres que formaban la tripulación del buque insignia, el Ann Royal, sólo 150 emprendieron el regreso, de los cuales 130 enfermaron durante el viaje de vuelta hasta su llegada al puerto de Kinsale (Irlanda) el 21 de diciembre. Dispersados por las tormentas del Atlántico, los barcos fueron llegando a distintos puertos ingleses e irlandeses en los meses siguientes. Las bajas se estiman en 1.000 hombres y 30 barcos.
Les suena, ¿no? Fue como en 1588, pero al revés. España envió entonces 127 barcos y volvieron 87, esta vez ellos mandaron 105 y a Inglaterra llegaron 60, más o menos las mismas proporciones. Solo que una batalla tuvo a buenos historiadores por el lado vencedor, y la otra tuvo... a buenos historiadores por el lado perdedor.

Sí, normalmente ni conocemos toda la historia ni se nos cuentan las cosas desde los dos lados. Y así hemos crecido, avergonzados del declive español y desconociendo que tuvimos muchas más tardes de gloria de las que pensábamos.