martes, 31 de julio de 2012

¡Es la repanocha!.. pero es de la Universidad

Sí, ya sé que a veces me repito como el ajo, pero es que lo de hoy es tan, tan partiente... No puedo dejar de cebarme: iría contra mi naturaleza.

Me explico. En ocasiones he mostrado mi opinión y respeto sobre lo que emana del ámbito universitario, más aún si la información viene de los periódicos; por ejemplo, en mi entrada Noticia Bomba. Y, en líneas generales, lo cuento en Conoció a los apóstoles. Bien, pues hoy, en un repaso a los titulares de prensa, veo uno que reza así:

Una tesis advierte de las contradicciones entre las series adolescentes y la realidad


Y, claro, uno no puede menos que entrar a saber qué dice esa tesis. En la dirección de internet, del diario hoy.es, no hay gran cosa, poco más que la nota de prensa que enviaría la Universidad; algo más puede encontrarse en el diario extremaduradehoy.com.

Resumo lo que se cuenta: en la Universidad de Extremadura (en adelante, "la Universidad") una profesora de Sociología ha desarrollado una tesis, bajo la dirección de una profesora de Psicología y Antropología, en la cual, y con rimbombantes palabras, la profesora descubre que las series para adolescentes no tienen mucho que ver con la realidad y aboga porque sea al contrario.

A ver, puede que yo esté equivocado. No he leído la tesis y mi comprensión de los recortes de prensa puede ser equivocada, pues abundan las palabras de seis sílabas (hay un porrón), digamos de las que no se suelen emplear en la barra de un bar o para ligar en una discoteca. Puede que la prensa se haya equivocado y la nota de prensa de la Universidad fuera mucho más desarrollada y el periodista (el becario, visto el tema y las fechas en las que estamos) marrara al sintetizarla. Pero también puede que lo básico de lo que entendemos entre líneas de lo que se cuece en la Universidad sea cierto.

No hace falta decir que el gasto en personal de la Administración es cuantioso, que en Extremadura el ratio de empleados públicos supera de largo al de cualquier otra comunidad y que el sector público universitario es inmenso (y al ser independiente, no hay manera de atajarlo).

Pues bien, ya vemos a qué se dedican muchos profesores y (en mi opinión, peor aún), qué bobadas la Universidad considera que son descubrimientos de primera magnitud que deban hacerse públicos. Cabe recordar ahora que, en 1996, la Junta de Extremadura decidió duplicar el número de titulaciones que ofrecía su universidad, pensando que así atraería más estudiantes de fuera. Para ello duplicó el número de profesores, instalaciones, administrativos, gastos en general y todo lo que se les ocurra. Creo que me imagino perfectamente el nivel del claustro: no creo que fueran muchos los que tuvieran que escoger entre Yale y Badajoz.
Huelga decir que los estudiantes extranjeros no acuden a Extremadura en manada, pero la estructura y su gasto sigue ahí (digo yo que por si acaso). Total, pagan los tontos.

En fin, la Universidad está arruinada, no cubre sus gastos y cada año debe más dinero. Veo que tienen Grado en Dirección y Administración de Empresas, así que quizá los profesores son unos inútiles y nadie de allí sabe cómo gestionar bien un ente público.

Yo, yo... yo no sé con qué quedarme. Cualquier cosa que reflexione sobre este asunto me parece lamentable. ¿A ustedes no?

lunes, 30 de julio de 2012

Miré los muros de la patria mía

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que,amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

Siempre me gustó este soneto de Francisco de Quevedo; especialmente el primer cuarteto, que recito para mí mismo en ciertas ocasiones. Lo curioso es que le doy el significado equivocado.  
Me explico: en este soneto Quevedo (según la versión que creo que es la más difundida) se lamenta del descrédito de España como nación; si todavía en su infancia el simple hecho de mencionar que se es español bastaba para postrar en tierra al extranjero más bravucón, ya en su madurez el poeta palpa claramente la decadencia del país: las tierras atrasadas, la incultura general, la pujanza de Francia, Flandes y los demás países, cuyos barcos surcan todas las aguas; el oro de América, que no ha servido para convertir a España en un país rico sino para enriquecer a unos pocos y causar el bajón espiritual (en el sentido de espíritu o ánimo, no religioso) de las gentes del país,… Quevedo no puede sino mostrar la realidad de una manera deprimente.

Claro que estaría por ver qué habría escrito si hubiera tenido una visión de España en 2012… Pero hoy no quería hablar de eso. Hoy quiero explicar cuándo me recito el primer cuarteto y porqué.

Yo, al revés (repito que me parece) de Quevedo, no aplico el soneto al país. Yo veo a una persona. A aquél ingeniero (por ejemplo) que otrora fue brillante y prestigioso, que controlaba la situación con su mera presencia y que no tenía reto que no pudiera superar. Al calculista que resolvía las estructuras a pares sin apenas herramientas ni medios, con una productividad, eficiencia y seguridad que ni rozamos hoy en día a pesar de todos nuestros ordenadores y programas. Y cuando le veo, ya mayor, con pelo blanco y arrastrando los pies, aquejado de dolores en la rodilla y no entendiendo el guirigay normativo actual, por qué lo que él hizo y funcionó durante años no funcionaría y no se permite ahora… cuando le veo, intentando ser ingeniero en un tiempo que ya no es el suyo - o que está a punto de dejar de serlo-, cuando veo a los jóvenes veinteañeros e incluso treintañeros, los que no le conocieron en su plenitud ni lo imaginan siquiera como el gigante que fue, cuando veo, repito, cómo se ríen de él a sus espaldas, entonces no puedo menos que acordarme yo de Quevedo y de cómo describió a las personas si un tiempo fuertes, ya desmoronadas y de la carrera de la edad cansadas… 
Quizá sea porque he conocido a algunos que fueron gigantes y los he conocido también "ya desmoronados", quizá por eso cuando veo a las personas mayores en general no puedo dejar de imaginarlas cuando ellas hubieran estado como yo ahora, en su plenitud, y pienso para mí: "no te vanaglories tanto, porque tú no acabarás mejor que ellos".
Sic transit gloria mundi.

martes, 24 de julio de 2012

Consejos para un conductor

En los días que se avecinan, es probable que usted viaje en coche. Tanto si es conductor como si no, habrá oído que es muy importante conservar en todo momento la distancia de seguridad, pero ¿sabe realmente qué es la distancia de seguridad?

Imaginemos que va usted conduciendo y de pronto ve la luz roja del coche de enfrente encenderse. Está frenando, usted debe frenar también. ¡Pise el pedal del freno hombre! ¿Cuánto tiempo le ha costado, desde que ha visto encenderse la luz roja de delante, hasta que su pie ha apretado el pedal del freno? Si es usted un conductor avezado, con al menos un par de cientos de miles de kilómetros, años de carnet, y es todavía joven, en plena forma y con los reflejos a punto,... unos 0,8 segundos. Ocho décimas. Si es usted un taxista o conductor profesional y está atento, seguramente habrá tardado incluso 0,7 segundos. Y si tiene usted licencia de piloto de Fórmula 1 y un par de títulos mundiales que le avalen, quizás reaccione en 0,5 segundos. 

Ahora, si usted estaba fumando (relajado), o es un conductor novel, fácilmente le habrá costado 1,2 segundos. ¿Estaba distraído, pensando en sus cosa, hablando con los demás, poniendo paz en el asiento de atrás, cambiando de emisora de radio, somnoliento, ha bebido una o dos cervezas...? Unas décimas de más que si estuviera atento, en tensión y en plena forma sí va a tardar, eso se lo aseguro. Que las décimas pasan volando, hay diez en un segundo.

Así que, como mínimo, la distancia de seguridad que debe mantener con el coche de delante es la que recorre desde que el otro coche empieza a frenar hasta que lo hace usted

Y eso, ¿cuánto es? Fácil: depende de la velocidad a la que circule. Si usted va a tardar en reaccionar, pongamos, un segundo, y va a 120 km/h, recorrerá 33 metros en un segundo. Así que antes  de salir, camine unos cincuenta pasos delante de su coche y mire hacia atrás: ésa es la distancia mínima que deberá mantener con el de delante. Si usted es un Fitipaldi, de los que por ejemplo circulan a 150 km/h - y yo no se lo aconsejo-, deje al menos 42 metros, unos sesenta pasos. Que, dicho así, parece muy poco. Pero camine delante de su coche y cuente, y verá como es más de lo que usted dejaba.

Ahora bien, el coche es una máquina tremendamente eficiente, pensada para avanzar y para que la carretera lo frene lo menos posible. Y si tiene un problema, necesita un anticoche, una máquina que avance lo peor posible. Necesita frenar, como mínimo, ¡antes que el de delante! Su problema es, claro, que todo aquello que le ayudará a frenar debe estar a punto. En primer lugar, ya hemos visto, usted como conductor. Luego, la presión de los neumáticos y su dibujo (hay líneas de la cubierta hechas para favorecer las frenadas), el estado de los frenos y los amortiguadores. Sí, los amortiguadores: conseguirán redistribuir las masas del coche de manera que la frenada sea más eficaz. En serio, no se la juegue. Revise su coche antes de las vacaciones, y si algo no está a punto no sea tacaño y cámbielo. Recuerde, esto es como cuando va con un amigo por la sabana y les sale un león: si quiere salvarse no necesita correr más que el león, sino más que su amigo.

Y es que si el coche de delante frena y se para antes que usted... se va a dar el morrón. Con la distancia de seguridad que hemos hablado antes, los dos empezarán la frenada en el mismo punto. Si el coche de delante consigue frenar en cien metros y usted en ciento veinte, se lo tragará.  Así que además de tener el coche a punto, aumente algo más su distancia.

Pero la cosa no acaba ahí. Hasta ahora hemos supuesto que el coche de delante frena limpiamente. ¿Y si no? Y si resulta que hay un peñasco en la carretera, o una vaca, o un coche averiado o una caravana...? ¿Y si el coche de delante se da el golpe? Amigo, en ese caso usted deberá detenerse completamente antes que el otro. Y ahora no tengo una respuesta fácil, porque la distancia que necesita su coche para frenar depende de muchas cosas: obviamente, de la velocidad que lleva, pero también del estado del piso (por ejemplo, si ha lloviznado un poquito la grasa que hay en el asfalto ha subido a la superficie y la cosa está muy resbaladiza), si llueve mucho o no, el calor, la carga del coche, si va cuesta abajo, ... Hay muchos factores.

Pensaba hablarle, además, de cómo es de malo un impacto frontal, de a dónde estará apuntando la columna de la dirección (la que acaba en el volante) y de cómo los pedales le romperán los pies, pero... no se trata de darle miedo. Eso sí, siga mi consejo: ponga el coche a punto, intente estar en plenitud de facultades y no circule con exceso de velocidad. Pero, sobre todo, deje más distancia de la que cree. Si no pasa nada, no le pasará nada malo y no lo notará en el tiempo de viaje. Y si pasa algo y la necesita, agradecerá tenerla y maldecirá no haberla dejado.

Y limpie frecuentemente el parabrisas y los grupos de luces, sobre todo los traseros: ¡es importante que el de detrás vea que va a frenar!



sábado, 21 de julio de 2012

Los Almendros

Aquel primer verano, mi hermano mayor tendría siete años (aún no habría cumplido los ocho); el siguiente seis, yo cinco, Fernando cuatro y ya mi hermana dos. Y mi madre estaba embarazadísima, mi hermano Daniel nació el 1 de septiembre. Un piso totalmente urbano no es lugar para que semejante manga de gamberros pasara uno de aquellos largos veranos, con una madre de siete meses. Necesitábamos correr, desparramarnos; no podíamos estar encerrados.

Pero, por otro lado, para mantener a toda aquella caterva, mi padre trabajaba (pluriempleado, seguramente; creo que llegó a estar echando horas en cuatro empleos a la vez). ¿Qué hacer? Pues bien, de algún modo mis padres consiguieron alquilar "Los Almendros".

Los Almendros era un chalet con jardín, situado en las afueras, a unos 8 km de nuestra casa en el centro. Pertenecía a una acaudalada familia de Zaragoza con numerosísima prole; parece ser que aquella propiedad la tenían prácticamente abandonada, y les venía bien que una familia la ocupara unos meses - las casas necesitan vidas para no venirse abajo. El caso es que nos lo alquilaron ese verano por un precio casi simbólico, excelente.

Luego, a aquel primer verano le siguieron otros, y otros (otro hermano), y otros (otra hermana),... Era un sitio increíble.

Los Almendros, ya lo he dicho, era un chalet con jardín. La casa era amplia, y disponía de sótano, desván y porche, en la zona delantera y en una zona lateral.

A la izquierda de la casa, según se sale, estaba un porche con una mesa de ping-pong, un pequeño pero tupido bosque de cipreses y abetos, y en el centro del bosque, oculto a todas las miradas, un claro en el que se había colocado un columpio. En la esquina donde el seto y la valla de la parcela tocaba a la casa había un agujero por el que podíamos colarnos a lo que había detrás (un colegio para niños sordomudos que en esos meses estaba vacío, pero tenía muchos sitios que explorar y en los que jugar: una gran piscina vacía, por ejemplo, donde recuerdo que me picó una avispa en el pie cuando bajaba por la escalerita - qué iba hacer, tenía las manos empleadas en sujetarme, no podía saltar ni nada, sólo mirar cómo me iba a picar...).

En frontal de la casa, además del porche, había dos parterres de césped flanqueando el camino de entrada. Los dos parterres eran bastante grandes, incluyendo olivos en los extremos y uno de ellos unos enormes macizos de adelfas, en los que los niños entrábamos y te escondías dentro, a cubierto por la sombra que daban y casi invisibles desde el exterior.

A la derecha, saliendo por la puerta de la cocina, estaba la pileta con la bomba de agua (había que achicarla con una bomba manual, ¿es que no había agua corriente?), un numeroso grupo de almendros y, ya al fondo, una cochera y el cobertizo donde el jardinero guardaba sus herramientas. Los almendros no daban sombra, había muchos guijarros y ningún sitio en el jugar, así que los niños raramente nos aventurábamos más allá de la pileta.

Toda esta zona estaba limitada a lo largo por un ancho camino de gravilla que llevaba directamente a la verja de entrada de la finca; según se entra, lo descrito estaba a la izquierda del camino.

A la derecha del camino, separado por un alto seto, lo primero que había era un amplio huerto de unos cien árboles frutales variados; solíamos coger fruta según maduraba, y cada año, al acabar el verano, recolectábamos toda la que podíamos y mi madre hacía mermelada, para el invierno.

Después del huerto, pero separado por un pasadizo de seto con puertas ocultas, estaba la piscina. Para los niños, una piscina enorme. Y nuestra, sólo para nosotros. Luego otro seto, ¡una acequia!, y ¡un campo de fútbol de hierba! Ahí aprendimos todos a montar en bicicleta. Detrás de la portería del fondo, un espacio cementado (que entendemos que era una pista de patinaje) y unas higueras, que lindaban con unos cerezos por donde se llegaba al huerto. También estaba por ahí la entrada al pasadizo de seto de antes.

El otro linde del campo de fútbol era una hilera de chopos. Esta hilera hacía una L, pues también separaba el camino de guijarros que iba a la caseta del jardinero. Y rodeaba... una pradera. Así, sin más. No césped, no. Una pradera, de unos 70x70 metros, quizá más. 

Y ya, por fin, al otro lado de la pradera y donde la hilera de chopos perdía su casto nombre... una chopera. Una chopera enorme. Este era el punto más alejado de la casa, y realmente la esquina estaba lejos, muy lejos. Dudo que ningún adulto llegara ningún día hasta ahí: ¿a qué iba mi madre a ir tan lejos, si aquello ya era sólo campo y bosque? Desde luego, para nosotros los niños chicos esa esquina era otro planeta. La llamábamos "el punto X".

Obviamente, mi padre podía irse a trabajar al punto de la mañana y nosotros quedarnos con nuestra madre, con total tranquilidad. Y es que allí era imposible aburrirse. Primero, porque los cuatro mayores ya éramos de por sí una panda, y con la imaginación desbordante que teníamos inventábamos juegos a todas horas. Segundo, porque un chollo como el que teníamos no se dejaba escapar: casi cada día teníamos visita, a menudo de amigos que venían a pasar la mañana mientras sus padres trabajaban. ¡Y nosotros encantados!

Como es de esperar, de estos veranos guardo multitud de anécdotas. A mi hermano Fernando, no sé porqué, le prendimos fuego a la cabeza y, cuando nos dimos cuenta... ¡Fernando, corre a la acequia! Y le capuzamos la cabeza en ese agua, así sin más. ¡Qué susto!

Quizá fue allí donde se me despertó mi vena de ingeniero. Por mi santo mis padres me regalaron ¡una carretilla! (de plástico, por supuesto); el caso es que en la chopera, no sé porqué, había cientos de ladrillos, apilados y abandonados. Pues bien, con la carretilla, acarreando ladrillos, nos construimos una caseta en el centro de la pradera. Cierto que no tenía techo, pero teníamos siete, seis, cinco y cuatro años: no nos daba para más. Pero sí recuerdo que tenía una pared interior, ocultando la vista desde el hueco de entrada. ¡Me encantaba jugar a construir, fuertes o lo que fuera!

Y, por si fuera poco, había mucho más. Siguiendo al colegio de la parte de atrás había una vaquería donde comprábamos la leche. Junto a la entrada principal, una charca con patos (pero allí no íbamos nunca). Por detrás del huerto y las higueras, un camino que lindaba con un polígono industrial que recorríamos en bicicleta cuando las tuvimos (¡qué susto cuando nos salieron unos perros asesinos y tuvimos que pedalear más rápido que el Induráin ése!). Más allá de la chopera, saltando una alambrada de espinos, había... una chatarrería, o un cementerio de coches, no sé. Lo que sí sé es que nos encantaba colarnos y jugar entre los vehículos allí abandonados; recuerdo, por ejemplo, una furgoneta blanca, que nos metíamos en su caja y era un submarino para nosotros. O un volante, con su columna de dirección, que nos llevamos a nuestro jardín: la perfecta ametralladora antiaérea.

Que ésa es otra. En aquella época, el juguete favorito de cualquier niño era, sin duda... las pistolas.  Todavía no las obligaba la ley a tener cerrado el cañón ni un punto rojo para que se adivine que eran de juguete, y daban el pego perfectamente. Y lo mejor es que cualquier pistola que se precie disparaba pistones. Ahí estábamos, todos los chiquillos pegando tiros constantemente (hasta que se acababan las rueditas de pistones, claro). Recuerdo incluso un revólver con cachas rojas que enterramos (o perdimos) un año y desenterramos un par de años después.

No sé. Podría escribir cienes de páginas sobre aquellos veranos en Los Almendros; en el fondo, es hablar de un tiempo que ya fue, de familias densamente pobladas, de chiquillos con pocos juguetes y mucha imaginación, de juegos inventados y comunitarios, de jugar a espías, a soldados, a detectives y a todo lo que las feministas y los psicoeducadores de hoy en día prohibirían a gritos; de pasar el tiempo sueltos, de veranos largos en la ciudad sin necesitar que los adultos nos entretengan, de caerse y hacerse heridas, de subir a los árboles y mancharse con barro, de hacerse un tirachinas,... De un tiempo, en suma, en el que teníamos poco pero se nos prohibía poco y se nos permitía mucho; quizá, de un tiempo en el que los niños no estábamos tan sobreprotegidos como ahora y así conseguíamos ser más niños que los de ahora.

En fin. Me temo que, para cualquiera, nunca ha habido veranos como los de su infancia. Para mí, desde luego, como los veranos en Los Almendros, ninguno.

jueves, 19 de julio de 2012

Ciencia o chiripa

Este mediodía, hojeando un libro divulgativo juvenil de Astronomía de mi hijo me topé, en un aparte lateral, con la frase: "En 1768, Johann Elert Bode señaló el curioso patrón de la distancia entre los planetas". Y retrato del tal Bode al canto. ¿Quién era este Bode, del que nunca antes había oído hablar? Bien, para eso está la Wikipedia. Y lo mejor era que, al final del artículo de la wikipedia, daba como información adicional esta página. Para lo que sigue, por favor hagan una pausa y léanla primero. No pasa nada, es amena y de una lectura muy fácil.

Bode era un astrónomo alemán de finales del siglo XVIII que consiguió el rimbombante puesto de director del observatorio astronómico de Berlín, amén de otros honores. Supo de una fórmula que había "descubierto" otro astronomo, éste carente de fama, y el muy fresco no dudó en publicarla como suya. Vamos, que era un trepa de cuidado; y no fue ésta la única jugarreta que hizo, pero lo que me interesa es la fórmula en sí. Se la conoció como Ley de Bode, y cuando muchos años después se supo quién fue el primer formulador pasó a llamarse (a veces) Ley de Titius-Bode.

Esta "ley" da una fórmula que "establece" la distancia de un planeta al Sol. Es decir, es una ley que da unos resultados que se parecen bastante a la distancia entre el planeta 1, el planeta 2, el 3, etc., y el Sol en función de la distancia del planeta 3º, la Tierra. Digamos que fue una ley que se hizo al revés, Titius buscaba si había alguna relación en las distancias Sol-planetas, y encontró una fórmula que más o menos las clavaba. Más aún, unos años después Herschel descubrió el planeta Urano, y resultó que cumplía razonablemente la ley de Bode. Y según esa ley faltaba un planeta entre Marte y Júpiter (algo que, por lo demás, creían todos los astrónomos); total, que se pusieron todos a buscarlo... y en unos años encontraron el planetoide Ceres, que para ellos equivalía a un planeta. Ceres forma parte de la entonces desconocida cadena de asteroides, pero no importaba: estaba donde según Bode tenía que estar. El hombre, claro, no cabía en sí de orgullo.

Luego se descubrió Neptuno, y luego Plutón. ¡Oh, cielos! Plutón, el cuerpo 10º, no estaba en su sitio sino donde debería estar el 9º. Y Neptuno, el 9º cuerpo, estaba a medio camino entre el 8º y el 9º: estaba fuera de sitio. Vaya, la cosa no iba tan bien.

Posteriormente se ha aplicado a las distancias entre los grandes planetas y sus satélites y... más o menos. A veces se cumple, y a veces no. Se ha trabajado y reformulado, con cálculos logarítmicos y exponenciales (obviamente, resultando fórmulas muy diferentes de la inicial), y ... pues eso. Algunos resultados se aproximan más que antes, y en otros también fallan. Excepciones, que dicen sus partidarios. 

Yo es que esto lo veo como un juego. Se ponen los números y se intenta encontrar una fórmula que dé una recta (o una curva) que se aproxime lo más posible, y punto. No hay demostración, no hay razones ni explicación; sólo un simple "¡hey, he conseguido una aproximación mejor que la tuya!" Y es que hablamos de distancias que a) son difíciles de medir con exactitud, y b) las trayectorias no son circulares sino elípticas (que se lo digan a Plutón) y el Sol también oscila, con lo que hablar de distancias entre astros y darlas como exactas y permanentes... Vamos, que es un divertimento y poco más.

Lo curioso es que figura como "ley física", como si fuera una ley natural que regula las distancias entre astros y satélites. Y, más increíble aún, da una distancia teórica para un planeta más... y ahí es donde hay gente buscándolo.

miércoles, 18 de julio de 2012

Así somos, así pensamos

Actualmente, la línea de pensamiento preponderante en nuestro país es:
  1. Lo peor en esta Tierra es ser un fascista. Puedes ser un corrupto, un criminal, un terrorista, un depravado, un ludópata, un pederasta, un estafador, un prevaricador, un timador, un ladrón, un asesino, un genocida, un adorador de Satán o simplemente un tonto del culo. No nos importa, nada de esto te descalifica y admitimos todas las tendencias. Salvo que seas fascista. Eso, muchacho, no hay sacrificio que lo limpie, y mereces la ejecución en plaza pública ya.
  2. De hecho, no importa si eres fascista o no. Lo importante es que yo te llame fascista antes que tú a mí. En ese caso, amigo, la has cagado. Etiquetado fascista, etiquetado fascista para toda la vida.
  3. Por descontado, lo mejor que se puede ser es "progresista". Ser progresista es lo más; ante ti se deberán inclinar todas las naciones y caer rendidas las mujeres a tus pies.
  4. Yo soy progresista y mis ideas son las correctas, y si no estás de acuerdo conmigo entonces eres un fascista. Si estás de acuerdo, vale, te contaré como progresista. Pero que conste que yo siempre seré más progresista que tú, caraculo.
  5. Si tus ideas son más progresistas que las mías, por favor dímelas porque cambiaré las mías para que sean aún más progresistas que las tuyas. ¡Caraculo!
  6. No importa si mi idea es buena o es mala, si es conservadora o revolucionaria, ni sobre qué trate. Es mía y por lo tanto es progresista.
  7. Obviamente, yo soy quien decide qué es progresista y qué no lo es. Por ende, yo soy quien adjudica los carnets de fascista.
  8. Cualquier conducta "fascista" no lo es si es contra fascistas. Se llama "progreso" y el que la tiene es un progresista pata negra. Por ejemplo, tú puedes organizar la saca de todos los presos de las cárceles de tu ciudad, su transporte nocturno en camionetas a un bosque apartado y el tiro en la nuca de todos ellos una vez forzados a cavar las zanjas en las que caer y que taparán los siguientes de la lista. No importa; si los presos lo estaban porque tú les habías puesto la etiqueta de fascista, da igual si lo eran o no, entonces tú eres un auténtico líder progresista, jamás te afearemos tu conducta ni te obligaremos a pedir perdón, y por supuesto jamás te tacharemos (¡líbrenos el Cielo!) de fascista. Imaginen si los presos los fueran por ser etiquetados como "antifascistas".
Esto es así. Cualquier grupillo de personas que consiga autoadjudicarse el título de "Plataforma Antifascista" o similar podrá convocar una manifestación un domingo por la mañana en la calle principal, atraer a un montón de vagos de estética "kale borroka" que no quieren ganarse el pan con el sudor de su frente pero que aportan los correspondientes perros y subsiguientes flautas, y recorrer las calles llamando fascista a quien quieran, romper cabinas y escaparates y apedrear el McDonalds y el BBVA; no pasa nada, son "de los nuestros". Y quien proteste, está claro: es un fascista.

A partir de ahí, esto es el ver quién la dice más gorda. Se plantea una idea, por ejemplo "el límite correcto de velocidad es de xx km/h en autovías", y se abre la veda. El primero que tache de fascista a ese límite y diga que el verdadero límite progresista es yy km/h gana. Hasta que salga otro colectivo que diga que no, que cambiarlo a yy se queda corto y que debería ser zz. Y así todo el rato.

Con este método consiguieron que el emperador se pasease desnudo. Y nosotros tenemos tal pánico a que nos tachen de fascistas y de antiprogresistas que decimos que sí a la mayor sarta de imbecilidades que se han pronunciado en esta tierra, y alguno incluso se cree obligado a decir algo aún más gordo. 

Lo malo es que llevamos años así, y esta manera de pensar está calando tanto que nos estamos convirtiendo en los estúpidos cortesanos que alaban al emperador y su buen gusto. ¿Cómo invertir esta tendencia? La verdad, no lo sé. Cuando alguien no tiene pelos en la lengua y dice las cosas como realmente han de ser, ¡hay que ver lo que se dice de él! Menos bonito, de todo. No estoy pensando específicamente en mí, sino en personas de renombre que escriben en prensa, pero también podría aportar mi humilde experiencia: como ejemplo, les sugiero que lean los comentarios de mi famosa entrada "Mamá, quiero ser geógrafo", ejemplo de la apabullante cultura y educación de los autoerigidos en representantes de los licenciados en Geografía de este país y que, por supuesto, no entran a discutir ninguna idea sino simplemente a insultarme y preapuntarme en la columna de "los fascistas".

Ahora, que les garantizo que, mientras no me rompan las piernas, yo seguiré llamando al pan, pan, y al vino, vino. Sólo espero que, al igual que yo, los demás también razonen sus ideas en vez de limitarse a gritar eslóganes propios de una manifestación de la Plataforma Antifascista.

jueves, 12 de julio de 2012

¿Son coches o son hornos?

Especialmente en estas fechas todos nos hacemos la misma pregunta, cuando entramos en un coche aparcado al sol y dentro la temperatura está en torno a los 65 grados: ¿pero esto es un coche o es un horno con ruedas?

Porque, caramba, fuera da el mismo sol que dentro y no se está tan mal. ¿De dónde sale, pues, ese calor? De eso, precisamente, trata hoy este blog.

En tiempos de Franco se estudiaba en el colegio que el calor se transmite de un cuerpo a otro por tres medios: por conducción, cuando un cuerpo está en contacto directo con el otro; por convección, cuando entre ambos hay un fluido (un líquido o un gas) que circula, o por radiación, que es la burda emisión de energía de los cuerpos. El Sol, claro, no nos transmite la energía más que por radiación, habida cuenta de que tenemos entre nosotros ciento cincuenta millones de kilómetros de espantoso vacío. ¡Ah!, una cosa más: el Sol brilla en color amarillo. Y ése es el meollo de la cuestión.

Seguramente todos sabemos, por experiencia (o lo hemos visto en películas, o nos lo han contado), que cuando un cuerpo metálico se calienta... no pasa nada. Pero que si se sigue calentando, y se calienta mucho... empieza a brillar en un tono rojizo. Y luego ese tono rojizo se torna en rojizo muy brillante. Y luego... bueno, eso depende de la experiencia de cada uno y de los compuestos de la aleación metálica, pero se volverá blanco, verde (es espectacular ver arder el acero con una llama verde, y eso es que tiene mucho níquel), amarillo,... según los grados. Ocurre que en todos los cuerpos, estando a una temperatura por encima de los cero grados kelvin, el cero absoluto, sus moléculas vibran. Más rápido vibran, mayor es la temperatura. Y en esta vibración emiten energía, que es, entre otras cosas, una onda. Si las moléculas vibran con muy poca energía, la frecuencia de la onda es muy baja. Cuanto mayor sea la temperatura, más rápido vibrarán las moléculas y mayor será la frecuencia de la onda que emitan.

Y eso es lo que le pasa al acero que calentamos: emite ondas de calor (el calor es energía), pero las emite en una frecuencia que está por debajo del espectro visible. No las vemos, porque son microondas. Caliente, empieza a emitir en infrarrojos y cuando alcanza el primer espectro que captamos ocularmente (el rojo) es cuando lo vemos brillar. Pero eso no significa que no brille. No brilla para nuestros ojos humanos, eso es todo.

Bien, la superficie del sol está a unos cinco mil quinientos grados centígrados. Muy, muy caliente. Y emite en amarillo. Y también en todos los colores, rayos ultravioletas y todo eso. Pero quedémonos en el amarillo. Resulta que el coche se calienta si está al sol y los cristales están subidos. Se puede calentar por tres causas: primero, por conducción de la chapa exterior al interior; esto es así, pero se calienta poco: el revestimiento interior es aislante, está para eso. En segundo lugar, por convección. Si circulara el aire el coche... se igualaría con la temperatura del exterior. Pero como las ventanillas están subidas, no circula. Y por lo tanto ni se calienta ni ¡maldición! deja de calentarse. Y tercero, por la radiación. Las ondas de energía calorífica entran en el coche. 

¿Cómo que entran, si el coche está cerrado? Exacto. Si el coche está cerrado no pueden entrar. Pero... los cristales no son como las chapas. Las chapas son de acero (o de aluminio), pero los cristales son de un silicato que tiene la curiosa propiedad de que es transparente en el espectro de la luz visible. Es poroso a las ondas en las frecuencias visibles, vaya. ¡Ya lo sabía!, me dirá usted. Y estoy seguro de ello, pero... ¿ha pensado usted si el cristal es transparente en todas las longitudes de onda? Pues ahí está. Resulta que no lo es. No es transparente en las frecuencias de microondas, por ejemplo. Así que el efecto es que el calor, en la longitud de onda visible, entra sin problemas. Alcanza las superficies interiores y las calienta. Éstas, por conducción calientan el aire del interior y éste por convección calienta todo lo que está en el interior. Todos estos cuerpos, al calentarse, emiten energía. Pero como no se ponen a quinientos grados sino sólo a cincuenta, la energía que emiten es en una longitud de onda de microondas. Y los cristales son opacos a esas longitudes, luego equivalen a un cierre energético total. El calor que entra al coche no puede salir. Y por eso pasa lo que pasa.

Por cierto, y por si se lo preguntaba también: ¿y a los rayos ultravioleta? Pues tampoco, los cristales son opacos a los rayos ultravioletas. Nunca se pondrá moreno detrás del cristal de un coche. Que lo sepa.


miércoles, 11 de julio de 2012

El drama minero

Estos días es portada en todos los medios de comunicación la marcha y manifestación de los mineros de las cuencas carboníferas. Gallarda defensa de lo que es suyo, simpatía por los miserables que pretenden abocar al sinfuturo y la desesperación. Y claro, yo les entiendo. Entiendo la situación. Sólo que, me temo, al revés que ellos.

Voy a posta a huir de números. De dar cifras, porque la verdadera raíz del problema no son las cifras sino los conceptos. Y voy a intentar explicar lo que realmente es y lo que en mi opinión se debe hacer.

Lo primero: protestan porque se les rebajan las subvenciones. Sin subvenciones, su trabajo no es rentable para ningún empresario particular. No lo es en absoluto. Para la Sociedad, actuar como empresario (HUNOSA), dado que de hecho tendría que ser quien se subvencionara a sí misma con la otra mano, es evidente que no es una actividad rentable; más aún, es ruinosa. Hasta el punto de que era más rentable que el minero se quedara en su casa, sin hacer nada, y HUNOSA le enviaba los cheques directamente a su casa. Prejubilaciones de oro, a edades insultantes. Por supuesto, el minero rápidamente lo justificaba: el suyo es un trabajo muy duro, que se desarrolla en condiciones insalubres y peligrosas, etc. Que no es lo mismo que trabajar en una oficina y que por eso tiene DERECHO a jubilarse a tan temprana edad. La cosa funcionó… hasta que alguno de ellos se dio cuenta que la vidorra de ellos era la nada para sus hijos: y vuelta a la lucha.

En segundo lugar: protestan porque ven que el dinero se está gastando en otras cosas y no en ellos. Y esto es lo que me encorajina y me hace escribir esta entrada, aunque lo importante es el punto primero. Pero no soporto a aquellos que se sienten agraviados porque a otros les vaya mejor. Y qué, si la Sociedad quiere fomentar el cultivo de la remolacha azucarera o prestar dinero al sector bancario. Si les parece mal que se preste dinero a los bancos, que protesten por ese hecho. Como hacemos todos. Pero que no protesten porque a los bancos se les presta más dinero que el que a ellos se les regala.

Lo importante es que la minería del carbón, en España, es algo ruinoso. Si además es insalubre y peligroso, como dicen los mineros, ¿por qué lo hacemos? Paremos de una vez, caramba. ¡Ah, pero entonces se nos dice que esa comarca se queda sin futuro! ¡Por fin empezamos a llamar al pan, pan, y al vino, vino! Sí, porque se trata de que tenemos un valle (o dos, o los que sean) donde, "de siempre", los mozos de allí no tenían que esforzarse en mejorar y buscar sus habichuelas en otro valle. Tenían trabajo allí mismo, un trabajo espléndidamente pagado y para el que no necesitaban estudiar.  Y es lo que quieren, en definitiva. Que la Sociedad les pague ahora y para siempre por trabajar unos años junto a su casa en algo que no requiera un esfuerzo previo de formación. Importante que sea junto a su casa, espléndidamente y para siempre por sólo unos años. Y seguro que además el valle es, por lo demás, un "paraíso natural", como lo anunciaban años ha. ¿Quién querría irse fuera del paraíso, en esas condiciones?

Total, que ahora se destapa la verdad: el "paraíso natural" es un chollo porque lo pagamos todos los que no vivimos allí. Se lo pagamos a los que viven allí. Y ellos no quieren vivir con las reglas de los demás: que si no tienes los garbanzos cerca de tu casa, te tendrás que ir a donde los encuentres. Sí señores, ésa es mi opinión. Si las comarcas mineras no tienen futuro salvo que les financiemos permanentemente a los habitantes de allí poblarlas, pues mire, oiga, lo siento pero no me interesa. Que se conviertan en cotos enormes de caza, y listos. Seguro que los ciervos y los jabalíes lo agradecerán. Y las personas que quieren vivir en comarcas que no tienen futuro salvo que les paguemos por ello, pues que se busquen la vida. Si quieren seguir viviendo en el valle y lo consiguen, genial. Y si tienen que emigrar, pues como todos, caramba.

Porque las subvenciones no las paga "el Estado", las pagamos yo y todos nosotros, cada uno en la parte que nos toca. No está el horno para estos bollos, y éste en particular es uno que se ha mantenido y se mantiene por razones políticas, no prácticas. Y yo soy demasiado ingeniero para atender a razones políticas.



(Post scriptum)
Por cierto: recomiendo encarecidamente la entrada del blog de mi admirado Carlos Salas sobre la extracción del carbón: http://blogs.lainformacion.com/zoomboomcrash/2012/07/10/visita-guiada-a-una-mina-de-carbon/.  Es evidente que extraer carbón en Asturias es difícil y caro, y no quiero aquí insinuar que los mineros no se ganan lo que cobran. Pero (y que conste que no era ésa la intención del blog que menciono) les quedará a todos meridianamente claro la razón de lo que yo digo: no tiene sentido, actualmente, extraer carbón en Asturias.

martes, 3 de julio de 2012

La edad de mi abuela

Mi abuela era una señora muy mayor. Quiero decir, yo siempre la conocí como una abuela vieja, una señora antigua. Siempre salía de casa con guantes, nunca con las manos descubiertas, y nunca estaba fuera de casa al caer el sol (excepto la noche de aquel 24 de diciembre que nació mi hermano y nos quedamos los chicos solos y ella vino a cenar con nosotros; claro que es una excepción que se permite). Jugaba al tresillo, apostando unos céntimos, y a veces a la canasta. No comprendía bien la modernidad de entonces, pensaba que mi novia (y éramos los dos adolescentes) era... ¡la institutriz de mis hermanitos! (aquella palabra se me quedó grabada: ¡institutriz!  ¡Como si fuera ochenta años antes!). Quiero decir, no respondía al estereotipo de abuela joven cincuentona, sino al de abuelita venerable, de otra época. Pero es que yo creo que ya nació mayor.

El caso es que su edad era un misterio. Nunca nos la quería decir. Un día (para una panda de gamberros un bolso no es inviolable) supimos qué año figuraba en su carnet de identidad como el de su nacimiento. Realmente, mi abuela era muy vieja, pero ¿nos valía para saber su edad? La verdad es que, aunque ella juraba y perjuraba que era de aquel año, no nos fiábamos. Por la familia corría un rumor: durante la guerra habían ardido los archivos del registro civil donde había nacido, y la gente había tenido que volver a inscribirse. Y lo que se decía es que mi abuela y sus hermanas (seis en total, todo mujeres)... habían aprovechado para quitarse años. Se decía que cinco. Por supuesto, aquello era una maledicencia que todas las hermanas negaban y nunca se supo la fuente, ¡menuda patraña!

Así que no sabíamos a ciencia cierta cuántos años tenía la abuela.

Un día murió su hermana Carmen, sin descendencia, y mi padre tuvo que tramitar las cosas, papeles de herencia y esas cosas. El caso es que un día mi padre dijo que el notario le había dicho que su tía Carmen había nacido en cierto año, por lo demás muy fácil de recordar porque en él ocurrieron suceso famosísimos. Y a mi padre le había chocado porque él sabía que su madre y su tía se llevaban dos años. De ser así, mi abuela habría nacido... cinco años antes de lo oficial. Pero para entonces los nietos no teníamos ningún interés en saber la edad de la abuelita; nos bastaba saber que conoció a Matusalén de niño.

El tiempo pasó, la abuela murió y la generación intermedia se fue haciendo mayor. Probablemente, la fuente y la persona que lo supo de la primera fuente estarían ya muertas o seniles. Sin embargo, un año hubo una anécdota en la familia. Ocurrió que tras la muerte de una de las últimas hermanas, su hija, que sabía que (su madre) se carteaba una felicitación navideña con unos parientes muy lejanos a los que ella no conocía, decidió contactar con ellos. Y resultó que nosotros pertenecíamos a una rama perdida de una antigua familia: mi bisabuelo, que era militar, había abandonado en el siglo XIX el terruño familiar y tenido la vida itinerante de los militares de carrera, pero había mantenido un cierto contacto con su familia. Esta familia había sido más lejana para mi abuela y sus hermanas, pero a pesar de ello habían mantenido una correspondencia, algún conocimiento, supongo que con el paso de (muchos) años lo justo para cumplir con las tradiciones navideñas, participar de natalicios y bodas, esas cosas de entonces.

Pues bien: el resto de la familia había mantenido la relación entre ellos, únicamente nosotros éramos una parte ajena: parece ser que sabían que existíamos  de manera genérica, pero no quiénes éramos. De hecho, ellos seguían acudiendo de vez en cuando al pueblo de los antepasados. Y, claro, al reestablecerse una línea de comunicación surgió la idea de montar una reunión de todos, en el pueblo donde estaba la casa familiar. Sí, porque nosotros no lo sabíamos, pero esta familia conocía su propia historia y sabía todo su árbol genealógico hasta algún patriarca que había plantado un árbol y montado una casa en ese pueblo... en el siglo XVIII. Y la casa y el árbol seguían allí, y seguían perteneciendo a alguien de la familia. Una casa normal, no se vayan a creer, de campo, con un corral y un pequeño huerto circundado por una tapia. 

La reunión fue multitudinaria, y aunque a los más jóvenes justo nos venía para relacionarnos con nuestros primos segundos de otras ciudades (y que, hago notar, todavía pertenecían a la rama "nuestra", son nietos de hermanas de mi abuela), los mayores se lo pasaron bomba. Tanto es así que un día (lo prometo) contaré la más fantástica e increíble historia verdadera que se descubrió en aquel encuentro.

Pero al grano. Dentro del programa de actividades no podía faltar la visita común a la casa del tatatatatatarabuelo, en la que moraba en aquella época una señora mayor... con cuya madre resulta que se carteaban mi abuela y sus hermanas. Y esta señora tenía...

Una foto. Una foto de las seis hermanas, niñas (las mayores ya unas mujercitas); mi abuela, la menor de las seis, aparecía sentada en el suelo, con un gran balón. Todas ellas vestidas según la gala de la época, que era para una fotografía de entonces. Creo que no sabían bien quiénes eran esas chicas, pero mi madre las reconoció al instante. Eran ellas. No sabemos qué edad tendría mi abuela en esa foto, pero por el aspecto le echamos unos tres años. ¿Dos, cuatro? Tres, probablemente.

Y por detrás de la foto, escrita con cuidada caligrafía, la felicitación navideña... de dos años antes de nacer mi abuela.

Mi madre pidió permiso, que le fue concedido, y ahora la foto la tiene ella.

Y es que a veces parece increíble lo que han cambiado las cosas en un par de generaciones.

domingo, 1 de julio de 2012

Esta entrada estaba chupada

¡Yo siempre confié en los muchachos!

Claro que, por si acaso las cosas no hubieran salido como yo quería...:

  • La pista estaba en malas condiciones
  • Y el clima, también: ¡es un clima muy duro!
  • Y no olvidemos la altitud
  • O la comida de los jabalíes: las pobres criaturas no están acostumbradas
  • ¡Y la actitud del público! en mi tiempo sabíamos ser más deportivos
  • Y deben haber comido un jabalí que habría comido porquerías
Vamos, que:
  • La pista estaba en muy malas condiciones
  • Y los jabalíes también: deben haberse puesto ciegos.