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Esta mañana me encontré en el Metro con una turista. Digo yo que era turista, porque era una mujer jovencita, muy pelirroja, piel muy blanca, zona cercana al cuello y parte superior de los hombros enrojecida,... Sí, podía ser de Almendralejo, pero había algo más en su actitud: tenía mucho calor. Y se quitó la camiseta, se quedó en sujetador. Primero pensé que quería secarse el sudor y pasarse un desodorante, pero en realidad sólo bufaba. Luego vino el tren, y se subió al vagón. Siguió en sujetador.
El Metro de Barcelona es suficientemente seguro para que un día laborable en horas laborables una joven pueda viajar sola en sujetador por las paradas del centro. Pero ¡caray!: es un espacio público, no el salón de su casa.
Era una turista, lo tengo claro.
Y sí, miró el móvil y luego se lo metió debajo del pantalón. Supongo que en las bragas, pero es que no me importa. Yo nunca lo haría.
Muchos turistas se comportan aquí como no lo harían en sus lugares de origen. Tal vez por eso vienen, o es una razón más.
El turismo es probablemente la principal industria de España. En Barcelona, suponiendo una estancia típica de 1 noche (2 días), calculo que recibimos cada día 100.000 visitantes de media (entiéndase turistas: extranjeros que vienen a Barcelona, por ocio o por trabajo, dispuestos a gastarse dinero aquí). A esas personas hay que alojarlas, alimentarlas, vestirlas (la parte que toca), transportarlas, cuidarlas, protegerlas, entretenerlas,... y reparar lo que rompen o gastan, limpiar lo que ensucian, gestionar sus residuos, proporcionar el agua necesaria,... Mucho más de lo que parece.
La parte positiva es que trae el dinero de fuera. Es por eso que se llama industria, porque es lo que las industrias hacen.
Ahora bien: considere un momento lo que hacen las otras industrias.
En la agricultura, el agricultor además de dejarse los cuernos consigue extraer un producto de la tierra. Ese producto lo vende y obtiene dinero.
En la ganadería, el ganadero gestiona un establo para que los animales produzcan (miel, huevos u otros animales) y lo que producen lo intercambia por dinero.
En la minería se extraen productos que tenemos y se venden. Funciona mientras queden productos que extraer, eso sí.
La pesca es parte ganadería, y parte minería.
En la industria propiamente dicha, el esfuerzo de los trabajadores y el saber de los ingenieros consigue mejorar las materias primas y conseguir que otros paguen por el resultado.
¿Ve un patrón común aquí?
Siempre alguien vende algo a alguien.
¿Qué se vende en la industria del turismo?
Hay quien dirá que cerveza, que noches de hotel o camisetas. O nuestra gastronomías (risas sostenidas). Pero no, no es eso.
Le daré una pista. A ver si se reconoce en esta situación:
—Chico, no pudimos ni entrar. Había una cola de gente que no veas.
Cuando uno vive en un bloque de pisos acepta compartir una parte de su vida con sus vecinos: será a los que salude por las mañanas, con los que hable del tiempo en el ascensor, con los que comparta problemas comunes y el espacio que ya considera suyo y se sienta a salvo. En menor grado comparte su vida con sus vecinos de barrio, y también de ciudad e incluso de país. Cuando está en el bar tomando un café o una cerveza le importa que estén: no entrará a un bar en el que no haya nadie, por ejemplo. Son con los que acepta compartir un día de playa, una sesión de cine, ir a misa o simplemente coincidir en el transporte público.
Cuando viene un turista, usted acepta compartir con él su espacio vital. Él también irá a la playa, se subirá a los autobuses o trenes, coincidirán en las calles e incluso en la escalera de su casa si como me ocurre a mí hay pisos turísticos. No se trae al turismo como si fuera un resort caribeño, encerrados en un espacio del que no puedan salir ni nosotros entrar, porque no vienen en busca de sol y mar: vienen en busca de sol y mar con nosotros. Quieren pasear por nuestras calles con nosotros (de hecho, no creo que les cause especial placer cuando todos los que caminan son turistas como ellos, como en los pasillos de los aeropuertos o grandes estaciones), quieren estar en nuestros restaurantes, caminar por nuestros bosques o montañas, coincidir con nosotros en las piscinas. Y, como están dispuestos a pagar por ello, usted acepta.
Lo que se vende en el turismo es nuestro espacio vital. Y no pasa nada, está bien. El visitante llega a un pueblo, y los que están en él comparten ese día: coinciden en el bar de la plaza, se saludan, lo ven, él les ve, observa dónde viven y qué hacen, se ven mutuamente comerse un bocadillo,... Y no pasa nada. El visitante no quería llegar a un pueblo abandonado, no ver a nadie, que nadie saliera de sus casas. Quería que el pueblo hiciera su vida normal. A cambio de dejarle estar allí (con ellos haciendo su vida normal), el visitante ha hecho un gasto tal vez en el bar o el restaurante, a lo mejor en el cepillo de la iglesia o en la gasolinera o en la tienda que vende productos típicos. Lo que ha costado, lo que ha comprado, no ha sido tanto. Así que está bien.
¿Y si la cosa se saliera de madre? ¿Y si vinieran tantos visitantes a la vez que los vecinos no pudieran circular en coche, las calles estuvieran atascadas permanentemente, no hubiera sitio en el bar o en la iglesia o en el dispensario o en la tienda de alimentación o en la piscina? ¿Y si fuera constante? ¿Y si la demanda de alojamiento fuera tal que ni siquiera ustedes pudieran permitirse una vivienda porque todo se destina a los mucho más rentables visitantes? ¡Ah, entonces sería un sinvivir! Habría vendido usted más de lo que debería. Como si vendiera alimentos y se encontrara que había vendido hasta los suyos propios y ahora solo tiene para comer billetes con monedas.
Pues hay sitios donde eso ocurre.
En Barcelona la presión turística ha hecho que al parque Güell sólo se pueda entrar pagando. Y a la catedral. Y al templo de la Sagrada Familia. El turismo ha expulsado a los barceloneses de muchos de los lugares de los que solían disfrutar, de los transportes que usaban (hay líneas de autobuses que se pidió a Google que no informara de ellas para que los turistas no las emplearan) y de pisos en los que antes se vivía. De bares, tiendas y paseos, que ahora son, en la práctica, tourists only. Y era de cajón que esto iba a ocurrir: desde hace muchos años el empeño del ayuntamiento de la ciudad ha sido la promoción de la misma: somos los mejores, un lugar maravilloso, tenemos joyas que usted no puede dejar de visitar, venir aquí es lo más. Incluso se consiguió que Woody Allen filmara una película que hasta tenía Barcelona en el título. Venga ferias, congresos, salones, exposiciones, lo que sea. Usted, venga.
Y a nosotros, ¿qué nos decían mientras tanto? Que el turismo es riqueza. Que trae mucho dinero que beneficiaba a muchas personas. No dijeron que la parte del león de ese dinero iba a las compañías de transporte y a las compañías hoteleras, eso teníamos que haberlo pensado nosotros. Y tampoco nos dijeron que lo que vendíamos era nuestro espacio vital, con lo que nadie sospechó si no iba a ser que venderíamos demasiado espacio.
Dejo, para terminar, una foto que ha aparecido hoy en el diario El Mundo: un montón de turistas delante de la salamandra del parque Güell. He estado allí muchas veces, estuve mientras se pudo, y no creo que vuelva nunca: es ya otro sitio tourists only.
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(artículo completo aquí) |
Las personas que usted se cruza forman parte de su vida y lo que el turismo vende es ser parte de su vida. Con el turismo, lo que usted está vendiendo es una parte de su vida. Mejor dicho: otros están vendiendo parte de su vida de usted. Ése es el problema del turismo, porque esos otros no sienten que estén vendiendo demasiado.
Barry White - You're the first, the last, my everything