lunes, 30 de julio de 2012

Miré los muros de la patria mía

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que,amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

Siempre me gustó este soneto de Francisco de Quevedo; especialmente el primer cuarteto, que recito para mí mismo en ciertas ocasiones. Lo curioso es que le doy el significado equivocado.  
Me explico: en este soneto Quevedo (según la versión que creo que es la más difundida) se lamenta del descrédito de España como nación; si todavía en su infancia el simple hecho de mencionar que se es español bastaba para postrar en tierra al extranjero más bravucón, ya en su madurez el poeta palpa claramente la decadencia del país: las tierras atrasadas, la incultura general, la pujanza de Francia, Flandes y los demás países, cuyos barcos surcan todas las aguas; el oro de América, que no ha servido para convertir a España en un país rico sino para enriquecer a unos pocos y causar el bajón espiritual (en el sentido de espíritu o ánimo, no religioso) de las gentes del país,… Quevedo no puede sino mostrar la realidad de una manera deprimente.

Claro que estaría por ver qué habría escrito si hubiera tenido una visión de España en 2012… Pero hoy no quería hablar de eso. Hoy quiero explicar cuándo me recito el primer cuarteto y porqué.

Yo, al revés (repito que me parece) de Quevedo, no aplico el soneto al país. Yo veo a una persona. A aquél ingeniero (por ejemplo) que otrora fue brillante y prestigioso, que controlaba la situación con su mera presencia y que no tenía reto que no pudiera superar. Al calculista que resolvía las estructuras a pares sin apenas herramientas ni medios, con una productividad, eficiencia y seguridad que ni rozamos hoy en día a pesar de todos nuestros ordenadores y programas. Y cuando le veo, ya mayor, con pelo blanco y arrastrando los pies, aquejado de dolores en la rodilla y no entendiendo el guirigay normativo actual, por qué lo que él hizo y funcionó durante años no funcionaría y no se permite ahora… cuando le veo, intentando ser ingeniero en un tiempo que ya no es el suyo - o que está a punto de dejar de serlo-, cuando veo a los jóvenes veinteañeros e incluso treintañeros, los que no le conocieron en su plenitud ni lo imaginan siquiera como el gigante que fue, cuando veo, repito, cómo se ríen de él a sus espaldas, entonces no puedo menos que acordarme yo de Quevedo y de cómo describió a las personas si un tiempo fuertes, ya desmoronadas y de la carrera de la edad cansadas… 
Quizá sea porque he conocido a algunos que fueron gigantes y los he conocido también "ya desmoronados", quizá por eso cuando veo a las personas mayores en general no puedo dejar de imaginarlas cuando ellas hubieran estado como yo ahora, en su plenitud, y pienso para mí: "no te vanaglories tanto, porque tú no acabarás mejor que ellos".
Sic transit gloria mundi.

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