En el principio fue ChatGPT: el primer motor de inteligencia artificial con fines conversacionales que saltó a la fama. Lo desarrolló OpenAI. Luego OpenAI lo desarrolló más, y lo nombró SearchGPT, pero el nombre coloquial de chatGPT se mantuvo. Así que denominaremos ChatGPT a los motores de IA que empleamos para conversar.
Funcionan muy bien, pero.
Se ha vendido que ChatGPT es el futuro hecho realidad, que es la repanocha y una revolución. No tienen ni idea la cantidad de vendehúmos que hay ahí fuera intentando vender cursos de formación de IA porque, dicen, la IA es el futuro que está ya aquí y si usted no se forma (traducción: si no me compra el curso que quiero venderle) se va a quedar usted en la Edad de Piedra.
Y no.
Cuanto más uso ChatGPT (en mi caso, Perplexity), más me convenzo: es una secretaria. Ni siquiera es, como me vendieron al principio, un becario al que he de enseñar y sabrá cada vez ayudarme más. En absoluto. Es una secretaria especializada a la que le puedo pedir tareas de tipo administrativo, que me ayude con el software que empleo y que me escriba programitas simples, pedirle artículos y normas e incluso discutir con ella el sentido de aspectos de la norma. Lo que no hace, de ninguna manera, es ingeniería por mí.
Si fuera un hospital, podría rellenar la ficha de admisión del enfermo y, a lo sumo, hacer el triaje. Para todo lo demás, los profesionales de verdad.
Y eso que le saco partido y la hago trabajar. Pero, insisto, ingeniería por mí no lo va a hacer.
Quizás en el futuro, pero me parece que ese futuro no me va a pillar.
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