Me pide un cliente que revise un proyecto que encargó a una ingeniería. Pasa a veces, sobre todo cuando trabajan con varias ingenierías y les gusta que se vigilen entre sí.
Revisar el proyecto de un colega es siempre un asunto delicado. Por supuesto, los ingenieros somos unos cretinos y cuando tenemos la oportunidad de poner a caldo a otros nos sale el colmillo asesino y para qué les voy a contar: hasta los ingenieros de Mercedes son unos mantas a nuestro lado. Pero con el tiempo uno se da cuenta de lo cretino que se es (con el tiempo: cuando otros ingenieros cretinos han revisado suficientes proyectos de uno); y en realidad, lo que la propiedad o la constructora quiere saber es si lo del proyecto se le va a caer o no y si se están matando moscas a cañonazos, y lo demás les da igual.
Así que desde hace tiempo yo intento alabar el trabajo del colega y criticar sólo lo que en buena lid es un tema a discutir. Cuando la revisión es así, mi experiencia es que la ingeniería responde bien: donde se ha equivocado lo reconoce, y donde el error es mío (una revisión siempre se hace con mucho menos detenimiento que el proyecto) me lo ha demostrado, yo reconozco mi error y emito un dictamen favorable, y todos contentos. Yo, el que más.
Recuerdo un caso que la documentación de la estructura y cimentación medía más de 1,50 m de altura. La obra era complejísima, y sin embargo había muy pocos errores. ¿Dónde se equivocaban? En los márgenes del proyecto. En las cosas pequeñas, a las que no se dedica atención porque ya se ha resuelto lo principal. En los elementos que el ingeniero senior deja ya que los resuelvan los junior. Como si después de diseñar un fórmula 1, uno dejara el tapón de la gasolina al becario.
En el caso que nos ocupa, el proyecto era muy fácil. Muy fácil. Muy, muy fácil. Tan fácil, que ése fue el error de la ingeniería. Sin duda, el proyecto lo resolvió un ingeniero junior con muy poca experiencia. Le darían un par de directrices, las ideas geniales de cómo resolverlo (se notaba), y luego le dejaron solo, porque no creo que cobraran mucho, ya que esa ingeniería era una subcontrata de otra ingeniería.
Como he dicho al principio, lo que la Propiedad quiere saber es si aquello se va a caer. Y no, no se iba a caer. Las soluciones proyectadas eran correctas, se veía a simple vista, sin necesidad de sacar la calculadora; ya he dicho que era un proyecto muy fácil.
¡Qué desastre de proyecto!
Los errores que cometían eran de dos tipos: formales y despreciables.Los formales son aquellos que solo afean el resultado: por ejemplo, que describan el terreno empleando la descripción de otro proyecto. O que aparezca en el encabezado la referencia a otro proyecto y no a éste. Que digan "la obra es en Cáceres" y sea en Tarragona. Cosas así. Afean.
Los despreciables son aquellos que los legos no perciben y los profesionales, directamente, no van a hacer ni caso. Por ejemplo, y son extraídos del proyecto que nos ocupa), que empleen tornillos M14 (y de un tipo que no existen), que pongan en los planos que la obra está cerca del mar (no lo está), detalles típicos que no son de aplicación en esta obra y que la propia constructora resolverá cómo hacerlo,... cosas así.
El problema mío es que si no los señalaba sería como hacerlos míos. Y además, qué caramba, si la ingeniería no quería que le sacara los colores no haber cometido los fallos. Que hubieran revisado el proyecto antes de entregarlo: yo tardé menos de una hora en encontrarlos todos, y no tenía ni idea de qué iba el tema.
En fin, espero que no se enfaden conmigo y que en cambio aprendan la lección.
Y es que todos los ingenieros jóvenes cometen los mismos fallos en todas partes. Lo que da que pensar, porque son errores "modernos". En mi época no se cometían.
Muchos errores son lingüísticos. Muchas faltas de ortografía, muchas palabras en catalán, muchas palabras que en catalán se emplearían pero que en español no. Y en algunos casos, traducen mal (no dominan el español, es la verdad) y no se dan cuenta de que la traducción que han hecho tiene otro significado:
"No obstante, es conveniente, que a no ser que hallen órdenes en contra, se cumpla..."
Lo que el escribiente quería decir es "a no ser que haya órdenes". Pero tendría el texto en catalán, y no dominaría los subjuntivos en castellano. El resultado es que uno no sabe si hay que esperar a que un equipo de arqueólogos busque primero alguna tablilla de madera con órdenes en caracteres cuneiformes, si hay que enviar a la policía a registrar la obra, si se confía en que algún peón encuentre por allí un papelajo...
Muchos otros errores son el resultado de reescribir textos. Uno tiene la memoria de un proyecto, y la aprovecha para el siguiente: cambia la localización y cuatro cosas más y ya está. Y así salen los textos: el seguro de mi coche no cubre los daños que cause por introducir mi coche en un acelerador de partículas. Juro que está escrito en lo que no cubre: daños por erupciones volcánicas, guerras, cosas así. Y la transmutación de la materia de mi coche. Estoy seguro de que el ingeniero que escribió la cláusula debió quedar la mar de satisfecho. Pues en la memorias de los proyectos, igual. Terminan describiendo montones de cosas que no son de aplicación en el proyecto (imaginen que haya instrucciones para ponerse el chaleco salvavidas que encontrarán debajo de su asiento... en un bólido de F-1).
Además, siempre se dejan algo por cambiar, y el resultado llega a ser de risa. En el proyecto los anejos de cálculo hacen referencia constante al sótano -2; y no había ningún sótano.
Otro error moderno: en los planos había textos con letras de 5 mm de altura, y textos importantes con letras de seis décimas. Ilegibles. Y, sin embargo, no lo vieron. No vieron nunca los planos en papel, sólo en pantalla; y en pantalla, como se hace el zoom que haga falta...
Son, ya digo, fallos modernos: fallos por hacer el proyecto por ordenador. Pero hay algo más, algo mucho peor.
Los jóvenes de ahora no aprenden. No se responsabilizan de su propio trabajo. No lo repasan. Lo miran y no ven los fallos que cometen. Y esto, una y otra vez. Y otra, y otra. No sé porqué es. Cuando yo tenía 23 años mi jefe me echó una bronca; no volví a cometer aquellos fallos. Un año después, en otro empleo, también cometí un fallo y recibí la pertinente bronca. Nunca más. Cuando cometía fallos, mis jefes me sacaban los colores. Y yo salía de allí decidido a que no me volvieran a abroncar más; y si para ello debía no cometer errores, no los cometía y por si acaso repasaba lo hecho. Los de ahora no sé si tienen sangre de horchata o es que están tan acostumbrados a que les revisen su trabajo que no hay manera.
Y yo no debería quejarme: mientras estos chicos estén haciendo proyectos a mí no me faltará trabajo. Como Nadal y Djokovic, que aún no hay tenistas que les echen. Pero desilusiona ver cómo ahora se hacen las cosas peor que antes, y cómo los chicos de ahora tienen menos capacidades que los de antes. No todos, claro, sigue habiendo mozos extraordinarios. Pero el nivel medio es muy decepcionante.
Me gustaría que el jefe de la ingeniería se sonrojara al ver mi informe, y decidiera que los jóvenes de su despacho han de avergonzarse también y les cantara de verdad las cuarenta, a ver si se espabilaban. Porque al ver lo que dan ellos por bueno se me cae la cara de vergüenza ajena. Que dicen que son tan ingenieros como yo.
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