https://www.youtube.com/watch?v=Fn7rYISuUpw
El tema de actualidad era, hasta hace poco, los títulos universitarios que una política decía tener y no tenía. La política era de derechas y, claro, el escarnio público ha sido el imaginable. La respuesta ha sido sacar a colación los muchos ejemplos que el otro bando (y tras varias respuestas, cualquier bando) tiene de políticos que por matricularse en 1º de Ingeniería Industrial se apuntan en su currículum "Estudios de Ingeniería Industrial",y luego directamente se otorgan el título.
Esto es más viejo que la manzana, y no ocurre solo en política. Lo que pasa es que, en la vida cotidiana, no nos gusta que quien no tiene título se otorgue uno. Hasta el punto de que la infracción llega a ser delito. De hecho, en nuestra vida cotidiana nos burlamos de quien intenta aparentar lo que no tiene, lo despreciamos por ello y nunca lo tenemos en alta estima. A propósito de lo cual, recuerdo que escribí una entrada sobre este tema hace años: "En cualquier tiempo en cualquier lugar" sobre un caso que conocí. Pues bien, el desprecio a ese protagonista se produjo en el ámbito privado, no en el político.
Según parece, no nos molesta que un político nos mienta en quién nos dice que es. No se lo toleraríamos si fuera una relación personal, pero mientras sea un político, no hay problema: que nos gobierne si quiere. Que nos diga lo que tenemos que hacer y que maneje nuestros caudales públicos. La indignación por la política del principio, era, es obvio, fingida.
La explicación de porqué se lo toleramos a los políticos es deprimente, pero si yo fuera político, hubiera o no mentido en esto me deprimiría por lo que significa esa tolerancia. Significa que a todos nosotros (los políticos), cualquier ciudadano, si nos conociera, nos despreciaría.
Coro del Ejército Rojo - Marchaban los soldados
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