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Charles Darwin pertenecía a una familia acomodada que en la Inglaterra del siglo XIX podía vivir de rentas y dedicarse a su pasión, el estudio de la Naturaleza. Hasta el punto de que se embarcó como pasajero en el Beagle, un bergantín que realizó una expedición entre 1831 y 1836 para explorar las aguas de América del Sur, invitado por el capitán. Como es sabido, en ese viaje realizó numerosas observaciones que le llevaron a preguntarse el porqué de las diferencias entre por ejemplo, los animales de una zona y de otra. En aquella época la postura oficial es que el mundo lo creó Dios, y las especies (de animales y plantas) eran inmutables. ¿Los dinosaurios? Los destruyó en el Diluvio, qué pasa. Pero Darwin se hizo preguntas.
Y, en 1859, publicó El origen de las especies, y nuestra visión del mundo cambió. Fue un vuelco mental como sólo ha habido el de Copérnico, y todos nos reímos de los estadounidenses que aún lo niegan.
Hasta aquí, el conocimiento popular. Que no explica por qué hay más de 20 años entre el viaje y el libro, así que escarbemos un poco más en lo que pasó.
Darwin anotó sus pensamientos en un cuaderno forrado en cuero marrón, con un cierre a pestaña y 280 páginas de color crema, que etiquetó con la letra B y cabía en el bolsillo de su chaqueta, y que por supuesto se conserva (en concreto, en la Universidad de Cambridge). En ese cuaderno ya están escritas las primeras ideas de cómo concebía él la Naturaleza; de hecho, en la página 21 está la anotación Los seres organizados representan un árbol, y un primer bosquejo del árbol evolutivo: julio de 1837. Luego empleó los cuadernos C, D y E. Las dos ideas clave, para Darwin, eran:
1) Todos los hijos se parecen a los padres, los nietos a los abuelos. Las características se heredan.
2) Los hijos no son idénticos a los padres, ni siquiera a sus hermanos. Hay entre ellos pequeños cambios que provocan pequeñas diferencias.
Son, en apariencia, dos principios contradictorios: Darwin sigue dándole vueltas a la cabeza.
Se sabe, por el cuaderno D, que a principios de otoño de 1837, "por entretenerse", lee Ensayo sobre el principio de la población, de Thomas Malthus. Y le pareció muy interesante su propuesta. Muy, muy interesante: ¿y si no solo se aplicara a los humanos sino también a todo bicho viviente? A fin de cuentas, por ejemplo, un conejo suele tener 8 gazapos, un pez cualquiera deposita mil huevos. ¿Y si todos llegaran a adultos? En pocas generaciones esto sería invivible. Si no todos llegan, entonces es que hay una lucha por la supervivencia.
El cuaderno E lo empezó en octubre de 1837. Y el 27 de noviembre escribió:
Tres principios lo explicarán todo
1 Nietos parecidos a los abuelos
2 Tendencia a los cambios pequeños... especialmente en los cambios físicos
3 Gran fertilidad en proporción al sustento paterno
Ahí está: herencia, variación y superpoblación.
En noviembre de 1859 publica El origen de las especies, como es sabido, aunque el título original era más largo. El caso es que han pasado 21 años. Curioso, ¿verdad?
Charles Lyell era un geólogo escoces 10 años mayor que Darwin. Y también tenía ideas propias que se oponían a la tesis oficial imperante. En el caso de la geología, lo establecido es que la historia de la Tierra era una serie de cataclismos provocados por el Creador, como el Diluvio; esos desastres habrían tenido un determinado propósito, buscado por quien los provocó, por ejemplo eliminar los dinosaurios o añadir nuevas creaciones (como los mamíferos). Lyell, en su obra Principios de geología, defendía que la Tierra era producto de cambios físicos uniformes (erosión, sedimentación, vulcanismo, etc.) y que esos cambios se seguían produciendo hoy en día más o menos al mismo ritmo. Que algunas especies de animales y plantas desaparecieran era fruto de esos cambios, no de la mano de Dios. Si dejamos de lado el asunto de Dios, nos daremos cuenta de que la clave de su tesis es que los cambios geológicos son continuos y más o menos con un ritmo constante. El paso de una evolución geológica constante a una evolución biológica constante no era competencia de Lyell y no decía nada, pero su obra se publicó entre 1830 y 1833 y Darwin la leyó. Él si hizo el paso.
Y lo más importante: a la vuelta de su viaje en el Beagle, Lyell se convirtió en un amigo y confidente de Darwin, y en calidad de tal está enterado de su teoría.
El tercer personaje de esta historia es Alfred Russel Wallace. Que, a diferencia de Darwin, no provenía de una familia acomodada sino todo lo contrario. El joven Wallace se gana la vida recorriendo los trópicos y vendiendo elementos decorativos, como pieles de aves, mariposas o pintorescos escarabajos. No tiene estudios ni contactos, no conoce a nadie importante en las esferas científicas y nadie le conocía a él. Era un don nadie, un coleccionista de animales disecados, un comerciante que había leído. Pero había conseguido publicar algunos artículos en una revista respetable, y uno de ellos le había interesado a Lyell.
Se da además la circunstancia de que Wallace "mantenía" correspondencia con Darwin. Digo "mantener" entre comillas, porque parece ser que Darwin le había escrito una carta, seguramente en respuesta a cartas admirativas de Wallace (que, por supuesto, había leído el relato de Darwin de su viaje en el Beagle).
Tras cuatro años recorriendo la zona del Amazonas, Wallace se trasladó a la zona de Malasia, donde estuvo otros 4 años. En una escala en las Molucas, Wallace cae enfermo, tal vez malaria. Una noche, en un acceso febril, se le viene a la mente una idea: variación más superpoblación menos las variantes fallidas igual a adaptación hereditaria. Es decir, selección natural.
Cuando se recupera de la fiebre, la idea todavía sigue en su cerebro. Wallace escribe entonces un manuscrito explicando su idea, y... se la manda a Darwin con una carta de presentación y con la esperanza de que si cree Darwin que el artículo es interesante éste interceda ante Lyell, al que Wallace sabe que Darwin conoce, para que Lyell consiga que lo publiquen. El paquete se lo envía en febrero de 1858, y Darwin lo recibe el 18 de junio. Wallace no sabía lo que pensaba Darwin, en esa época Darwin era un naturalista que había escrito un interesante libro sobre un viaje y otros escritos por ejemplo sobre la taxonomía de los percebes, pero nada revolucionario.
En el verano de 1858, ante la Linnean Society, Lyell y Hooker hicieron una breve presentación y luego dos personas, una representando a Wallace y otra a Darwin (que no estuvo presente, su hijo menor acababa de morir de escarlatina) leyeron el artículo de Wallace y unos extractos de los cuadernos de Darwin. Aquella presentación... pasó sin pena ni gloria: a nadie le llamó la atención.
Dieciocho meses después Darwin publicó El origen de las especies, pero ya no eran las notas de un cuaderno sino un texto pensado y repasado para ser publicado. Y ese libro fue el que desató la revolución darwiniana.
No sé qué tal le fue a Wallace después de aquello. No sé si desarrolló una amistad con Darwin o si sintió que le habían robado su idea. Tampoco puedo afirmar que Darwin hiciera lo correcto (¿se encargaron ellos de que la presentación de la idea de Wallace fuera en un foro sin repercusiones?) o siquiera qué debía haber hecho. ¿Porqué Darwin guardó su idea 20 años? ¿Se la habría llevado a la tumba si no hubiera sido por Wallace?
Pero así se escribe la Historia. Charles Darwin fue un genio que figura con letras de oro en los anales de la humanidad, y Alfred Wallace no fue nadie.
César Portillo de la Luz - Contigo en la distancia
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