miércoles, 3 de abril de 2013

Piratería industrial

A finales de los años 90, trabajaba en una empresa que se dedicaba a proyectar y construir plantas de tratamiento de residuos sólidos urbanos (en los años 80, basura). El drama, siempre, era abrir las bolsas.

Claro, porque la gente suele meter la basura en bolsas. No toda, y a veces las bolsas se han roto o abierto durante el transporte, pero una cantidad muy grande de los residuos llegaban en bolsas. Y lo primero que hay que hacer, entonces, es abrir las bolsas, vaciarlas, y deshacerse del plástico de la bolsa. Y todo a todo trapo, porque la capacidad de la planta no puede quedar determinada por este paso. Por cierto, que les advierto que la cosa tiene su miga, no es fácil en absoluto.

En aquel momento, la solución técnica era una máquina, no recuerdo si holandesa o alemana, que las abría. Pero no funcionaba del todo bien, y su rendimiento era muy bajo. Así que lo habitual era utilizar los trómeles de tamizado, colocando unos anillos con pinchos al principio del trómel. Más o menos, aquello valía. Pero no, porque era un remedio costoso, poco eficaz y poco eficiente, y no dejaba de ser un apaño hecho en una máquina que no era para eso.

Ahora bien, había una máquina americana que era la repanocha. Lo mejor de lo mejor. Aquella casa americana fabricaba pocos productos, a diferencia de las españolas que hacíamos casi de todo, pero lo que hacía tenía una calidad tremenda. Sólo tenía un problema: costaba lo que valía. Y la clarividencia de los diseñadores y responsables españoles era tal que no había ninguna en España; para verla funcionar se tenía que ir al extranjero, a algunas plantas en Francia, Alemania, etc. Vamos, que era invendible.

Como proyectista y luego director técnico, yo siempre aposté por colocar esos bichos; la penalización económica que suponía en nuestras ofertas era un problema, pero al final conseguí una planta con un abrebolsas americano. Compramos la máquina, y ésta llegó a tiempo. No pasó lo mismo con el resto del equipamiento (made in Spain), así que tuvimos la máquina un mes en el almacén. Recuerdo ahora que se le hizo tan poco caso que ni los de montajes e instalaciones quisieron saber nada de ella, y acabé siendo yo quien, en la planta del cliente, la conectase a la red, le hiciera las pruebas y todo eso.

Pues bien, una vez ya entregada, me viene el dueño de la empresa y me pregunta... ¿he hecho planos de la máquina? Para copiarla y venderla por la tercera parte, claro. Yo me quedé de piedra: ¡claro que no! Bronca al canto.

Lo mejor fue que no vendimos más máquinas de ésas en España. Ni yo ni el americano: la competencia, que había montado la planta en la mancomunidad de al lado, sacó otra, tremendamente parecida, y que valía la mitad. Cuando me los crucé, no me acuerdo si en una feria o en la sala de espera de cualquier aeropuerto (arrieros somos y en el camino nos encontramos, y a éste en concreto en cierta ocasión le cogí yo el teléfono, que le llamaba su mujer y si contestaba él no le creería que estaba conmigo y no con una puta - veníamos de Valencia- o con su amante - me huelo, si hubiéramos estado en Madrid-), le pregunté a su director comercial. Y sí, me confesó, les había faltado tiempo para ir a nuestra planta y piratearla hasta el último tornillo. Lo que al hombre le extrañaba es que yo no lo hubiera hecho en el mes que la tuve en la fábrica.

¿Qué quieren que les diga? ¿Debí o no debí piratearla? Lo cierto es que si no lo hacía yo lo iba a hacer el siguiente; el daño era inevitable, y la cuestión es quién se iba a beneficiar, la firma que me pagaba o su "distinguida" competencia.

Pero en parte es como si yo estuviera en un tren en Río de Janeiro y hubiera una turista sola en el vagón. Si no la violo yo lo harán los siete que tengo detrás, a la moza la van a violar de todas, todas, así que mejor me obtengo yo el beneficio, ¿no? Pues lo siento, pero no me sale. Y sí que el acto pirata contribuyó a mejorar el nivel de la técnica en España, pero si pienso globalmente el resultado es justamente lo contrario. A fin de cuentas, los que inventaron son los americanos, y lo hicieron porque confiaban en un beneficio económico. Si se lo niego, no van a inventar. Y como nosotros no sabemos,... todos más pobres.

Total, llámenme julai o panoli, pero siempre he creído que hice lo correcto. Y menuda vergüenza pasé cuando llamé al holandés que representaba a los americanos en Europa, hombre íntegro y honesto a más no poder, que por cierto ¡qué tío!, viajaba con él con su Ford Scorpio que le iba a gas, que no en balde el hombre se tragaba 92.000 km al año, tenía el primer navegador que he visto - y no tenía mapas de España, ¡país!, que diría Forges-; y, sí, en España lo usaba como diésel, que no había donde repostar gas por aquí. Pues el caso es que le llamé, le agradecí los años de esfuerzo destinados a abrir la lata del mercado español, el que nos hubiera hecho un precio especial por ser el primer equipo de la península ibérica, etc... y que así se lo hubiéramos pagado los españoles.

La piratería industrial, y no solo en nuestro país, está a la orden del día. Como el espionaje industrial (algún día, si alguien me lo recuerda, les contaré experiencias mías al respecto). Es cierto, así son las cosas. Pero a mí me sigue pareciendo mal, ¡qué quieren que les diga!
  


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