No me acuerdo de muchos lances de mi niñez; supongo que eso nos pasa a todos. El caso es que una de esas vivencias la recuerdo, sin duda porque aquella vez corrí por mi vida: todavía me dura el susto. Y aunque han pasado muchas décadas, jamás he vuelto a encontrarme en una como ésa.
Puedo datar el año en que sucedió, porque participó mi bicicleta amarilla. Por lo tanto, yo tenía 7 años, ya que me la regalaron ese año. Fue en verano, así que mi hermano Julio tenía 8 años y Guillermo 9 ó 10 (cumple los 21 de julio). Y, como era costumbre entre nosotros, también estaría en la partida mi hermano menor, que tendría 6. Cuatro hermanos, de 9-10, 8, 7 y 6 años. Bicicletas, tres: la mía, amarilla, recién estrenada; la Makiki, una bicicleta pequeña que heredamos de los primos de mi padre (y que quizá habían estos heredado, a su vez, de otros primos), y la azul, la bicicleta titular de mis dos hermanos mayores y que era demasiado grande para los pequeños. Como es lógico, uno iría de paquete en la bicicleta azul. Guillermo, de largas ancas llevaría la azul y al pequeño; yo, en la amarilla, que por algo era mía, y sin duda Julio iría en la makiki.
El lugar era la finca "Los Almendros", a la salida de Zaragoza. Describí la finca en esta entrada, por lo que ahora daré cuatro trazos: Al sur había una charca natural, quizá de unos 50 m o más de diámetro (yo era pequeño para juzgar estas cosas). Ya no existe, porque lo he comprobado con Google Maps, que la finca está en 41,6805/-0,9620, pero entonces estaba: tenía patos, y todo. Detrás de la chacar estaba la carretera. Al norte, un cementerio de coches. Al oeste, una escuela vacía (como todas las escuelas, en verano) de sordomudos. No íbamos mucho, porque ningún niño quiere ir a una escuela en verano, y porque una vez que fuimos y bajamos a la piscina vacía, cuando yo estaba descendiendo por la escalerilla (manos ocupadas) una avispa me picó y no me pude soltar. Y al este había un camino y un polígono industrial. Hoy no queda nada de estas cosas, pero entonces estaban ahí.
Nunca íbamos al polígono industrial. Fuimos una vez, y fue suficiente.
Aquel día cogimos las bicis, los cuatro hermanos, y nos fuimos. Sin duda, era por la tarde: Por la mañana vagueábamos en casa, hacíamos los trabajos de vacaciones, llegaba el "Panadero Díaz" con su 2CV haciendo el reparto del pan, desayunábamos como se desayunaba entonces, y esperábamos que dieran, más o menos, las once, la hora en que podíamos meternos en la piscina. Las mañanas se pasaban en la piscina, a la vista de mi madre; en cambio, por la tarde no nos bañábamos: supongo que las primeras dos horas serían las reglamentarias, y luego haríamos juegos de hermanos: cuatro niños pequeños es una banda mucho mayor de las que suele haber ahora, en las casas de vacaciones. También las tardes eran los momentos de las aventuras, así que sí: sería por la tarde.
Aquel día, ya lo he dicho, cogimos las bicis y nos fuimos por el camino del polígono. Mi hermano mayor tendría 9 ó 10 años; los demás, 8, 7 y 6. ¿Adultos? Por supuesto que no. En aquella época, los niños podían largarse solos; supongo que bastaría con un "nos vamos con las bicis" o algo así.
Íbamos tan panchos, a la descubierta. Sabíamos que más allá estaba la vía del tren, ése era nuestro objetivo primario, pero luego no lo teníamos claro. ¿Qué habría, más allá de la vía del tren? ¿Se podría ir siguiendo la vía del tren hasta Zaragoza? ¿Y hacia el otro lado? Había que explorarlo. Y para explorar, había que darle a los pedales. Tarde de verano, naves en el campo, niños pequeños en bicicleta con ganas de explorar...
En ese momento, unos perros asesinos salieron de alguna nave que habría por allí y, ladrando, se abalanzaron sobre nosotros. Ya no hay perros como los de antes, se lo aseguro: ahora son de raza y están todos domados, tienen un chip y pasan los controles veterinarios, pero en aquella época, perros como ésos estaban en las industrias para espantar a los gitanos (a los ladrones, es lo correcto decir).
Ahora bien: tampoco hay ahora niños como los de antes. Aquí nadie se paralizó: al contrario, prietas las filas, inyección de adrenalina y a pedalear como si fuéramos Ocaña y Merckx. Y sin aflojar, oiga, que nos iba la vida en ello.
Nos salvamos. Corrimos tanto que no nos alcanzaron, y los dejamos atrás. Eso sí, no paramos hasta las vías del tren. Y volvimos por otro camino, que ése nunca más lo cogimos.
Desde entonces, he montado en bici muchas veces, pero nunca me han atacado perros. Y, si alguna vez lo han hecho, un simple golpe de pedal habrá sido suficiente. Ya digo, no hay perros como los de entonces.
Porque, se lo aseguro, aquella tarde dependí de mí mismo para sobrevivir. Nadie daría los pedales por mí, era yo quien se había metido en ese lío y yo quien me sacó de él.
Tenía siete años, y todavía me acuerdo.
John Denver - Rhymes and reasons (cover de Mike Sinatra Rendition)
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