martes, 7 de febrero de 2012

Los viejos se quedan, los demás se van

El tema del día este mes de febrero es claramente la fuga de cerebros. Parece ser que 300.000 jóvenes españoles se están buscando los garbanzos fuera del solar patrio, y que estos jóvenes son a) emprendedores, pues son capaces de dejar lo conocido y arriesgarse, y b) bien cualificados, pues son capaces de prosperar fuera, conocen idiomas y saben cosas que los de allí no saben.

Y según parece, esto es un problemón para el país. Sin embargo, yo no lo veo del todo un problema, sino que más bien los periodistas no saben realmente de qué hablan. Vamos por partes.

En primer lugar, el hecho existe, es real, y se lleva advirtiendo desde hace años. Les recomiendo que lean, en particular, el artículo que mi admiradísimo Carlos Sala (uno de los mejores periodistas de aquí, si no el mejor) escribe en su blog: la historia de los de Villacañas.  Es decir, los jóvenes que pueden se van y los que no pueden se quedan. Así de simple.

Ahora bien, ¿acaso no ha sido siempre así?

Panticosa es un pueblecito del Alto Pirineo, de 820 habitantes (según wikipedia). En términos aragoneses, es un pueblo afortunado: tiene chavalería, escuela, iglesia con cura, puesto de la guardia civil, gente joven que organiza fiestas patronales,... y estación de esquí. En el mismo pueblo, no en lo alto de una montaña que pertenece al pueblo. Allí mismo. Lo que explica que sea el pueblo más próspero del valle.

Ahora imaginemos que un chaval de allí acaba el ciclo escolar. Para hacer la educación secundaria, tiene que ir a Sabiñánigo, a 33 km y 36 minutos en coche según google. Carretera de alta montaña, por si alguien no conoce la zona. El tiempo pasa y el chico, con 16 años, puede volver al pueblo o seguir estudiando. ¿Qué le espera en el pueblo? Las actividades típicas de montaña: pastoreo, cultivo de huertos, recoger leña; también puede dedicarse a trabajar en la estación de esquí (de mozo) o, si su familia tiene algún comercio, tienda de ropa o lo que sea, pues ponerse detrás del mostrador. Ah, también podría trabajar en la administración: por ejemplo, en las piscinas municipales, en las brigadas de carreteras, esas cosas. De mozo.

Pero imaginemos que no, que el chico promete y la familia puede. Lo envían a Zaragoza a que estudie... ingeniería. Para un pandicuto Zaragoza es como para los que vivimos en las grandes ciudades sería Manhattan: el no va más. ¡Si hasta tiene aceras en las calles! Si el chaval no se deja arrastrar por los puestos de salchichas, las chicas y los cines, y acaba la carrera, ¿creen que volverá a Panticosa a ponerse detrás del mostrador? ¿Hay alguna industria en el valle, aparte de la central eléctrica (con dos puestos de trabajo cualificados)? Hay algún fontanero, algún electricista, algún leñador y puede que algún taller de coches. Todo lo mas, encontraría industrias en Sabiñánigo. También sería allí donde encontrará viviendas, si no quiere vivir en casa de sus padres a 36 minutos en coche de su trabajo. Y sólo en Sabiñanigo. Ni al norte, ni al sur, ni al este ni al oeste hay industrias que puedan contratar ingenieros. Tendría que bajar a Huesca capital, a Barbastro o a Monzón.

Pero lo más normal es que el chico, con suerte, encuentre trabajo en Zaragoza. ¿Por qué con suerte? Porque es un ingeniero joven, sin experiencia. No sabe, realmente. Tiene capacidad de aprender, pero no de enseñar. No puede llegar a una fábrica y decir cómo se van a hacerlas cosas a partir de ese momento. Así que o entra en una empresa muy muy pequeñita, que pueda manejar un chaval, o en una gran empresa que tenga cantera de ingenieros. 

Las empresas muy pequeñitas, normalmente o ya tienen a alguien que hace ese trabajo o son lugares de paso y aprendizaje, unos meses, destetarse y adiós. 

Las empresas grandes sí pueden ofrecerle una carrera profesional. Pero en la provincia de Huesca no creo que haya tres. En Zaragoza, media docena. Bueno, quizá más. Pero la escuela de ingeniería tiene tres mil setecientos alumnos. Si se mantuvieran las proporciones con mi época, mil setecientos estarían en primero, ochocientos en segundo, quinientos en tercero y 350 en cuarto y quinto. Es decir, saldrían trescientos cincuenta nuevos ingenieros cada año. Corcho, en Zaragoza no hay tantas necesidades de ingenieros. No hay tantos puestos para ingenieros novatos en épocas buenas, no las habrá en años de crisis. Si usted quiere contratar a un ingeniero, es porque lo necesita. Y puestos a elegir, ¿prefiere uno con diez años de experiencia que le salga rentable desde el primer día o prefiere un chavalín con la carpeta de gomas debajo del brazo y al que tendrá que enseñar (otro de sus ingenieros) durante al menos dos años?

Así que el ingeniero recién salido lo que hará es buscarse la vida. En Madrid o en Barcelona lo tendría más fácil: hay más industria. Pero también hay más universidades que escupen más ingenieros como él por sus puertas. ¿Qué hacer? Chaval, eres joven y crees que te puedes comer el mundo. ¿Has tenido una beca Erasmus? Vete fuera. Allí hay mucha más industria que aquí y sus escuelas sacan menos ingenieros.

Por eso muchos de los recién titulados se buscan las habichuelas en otros sitios. El panticuto de la historia no las encontrará en su valle. Un jaqués le quitará la plaza en Sabiñanigo, así que intentará encontrar algo en Aragón. No imposible pero difícil. Y cuando vea que le da lo mismo Madrid que Toulouse, se irá a Toulouse. Es el ciclo de la vida y no hay que escandalizarse porque ocurra.

¿Es bueno? Intrínsecamente, no es bueno ni malo. Es sólo una señal del empobrecimiento del tejido industrial del país. Nos estamos debilitando, vaya sorpresa. Mientras no bajemos de la masa crítica necesaria para regenerarnos cuando esto pase, no es excesivamente preocupante; tampoco lo es la fiebre si no supera los 40 grados, ¿no? Pues con la pérdida del tejido industrial pasa lo mismo.  Pero esto es tema para otro día.

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