lunes, 4 de marzo de 2013

Una historia increíble

Durante unos años tuve un compañero de trabajo, J. J. Vivía solo, estaba separado, no tenía hijos. Rondaba los 40.

Un día J. no vino a trabajar porque se encontraba enfermo. Un resfriado, una gripe, lo normal. J. vivía solo. Con fiebre, con temblores, J. intentaba cuidarse, es sólo un gripe.

Pasaron los días. Las semanas. Extrañados por no tener noticias, los compañeros avisan a Personal. Allí contactan con el padre de J., que tiene llave de su casa y va a verlo. Al llegar llama a una ambulancia y lo ingresan en el hospital.

Un resfriado es una infección respiratoria. Todos concemos los efectos: tos, mocos, fiebre, dolor de garganta, de cabeza, malestar,... A veces la infección no pasa de ahí, pero a veces no la tratamos oportunamente y entonces viaja. Faringitis. Laringitis. Bronquitis, y ya se acude al médico. La bronquitis evoluciona y pasa a neumonía, que tumba a un caballo, y de ahí a pulmonía, que es la neumonía en su grado más severo.

Vencido por la fiebre, J. no pudo cuidarse bien. No pudo ir al médico, no pudo ir a una farmacia a comprar las medicinas. Prepararse un caldico, una tortilla,... era un esfuerzo. Cuando tienes fiebre sólo quieres acurrucarte en posición fetal, taparte y esperar que a la mañana siguiente te encuentres mejor. Te levantas en mitad de la noche para ir al baño y en unos segundos estás temblando de frío. Así que vuelves a tu cama, y aunque sabes que deberías levantarte, no lo haces. Pasan los días, y con la falta de cuidados estás cada vez más débil. Cada vez tienes menos fuerzas, cada vez te vas a cuidar menos.

Cuando el padre de J. lo encontró, la infección le había pasado ya al cerebro. Lo ingresaron, no recuerdo si en la UCI o en la UVI. Estuvo allí semanas, bastantes. Al final lo ingresaron en la planta. Estuvo hospitalizado unos tres meses, y algún tiempo más de baja.

J. vivía solo. Se resfrió, como otras veces, pero esta vez el resfriado era más potente. En un momento dado, algunos cuidados como ir a comprar medicinas requirieron más fuerzas de las que la fiebre dejaba a J., y J., que vivía solo, cayó.

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