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Tengo un cliente que no quiere pagarme.
Entiéndase, si le genero una factura me la paga. Lo que quiere es pagarme lo menos posible. Como todos, claro. Pero éste me lo dice a la cara, y su estrategia es que le trabaje lo menos posible. Hace años llegamos a un acuerdo de que le trabajaría por administración, a tanto la hora. Tras cada cálculo o servicio de asesoría, le pasaría mi minuta con el montante de horas empleadas y el precio que fijamos por mi hora. A mí me va bien, porque me ahorro ofertar cada vez (y discutir cada vez mi minuta), y además el precio por hora que pactamos es muy bueno. Y a él le va bien, porque le trabajo rápido y bien. De hecho, repite bastante, así que doy por sentado que le va bien; ya me cambió una o dos veces, hace años, por otras ingenierías, así que debe de estar contento.
Lo que pasa es que la cosa ha degenerado y su obsesión es que emplee el menos tiempo posible en resolverle las cosas. Por ejemplo, hace años que no le entrego algo acompañado de una memoria escrita. Fuera el tiempo de escribir memorias. Luego, su objetivo fueron los planos. Los menos posibles, lo más sencillos posibles. Y si vale con un croquis a mano mejor que un plano, venga el croquis. En cierta ocasión, recuerdo, me envió un correo electrónico con una fotografía adjunta y un "llámame y te cuento". Le llamé y me explicó el problema que reflejaba la fotografía, en la misma fotografía croquicé con rotuladores la solución, la escaneé y se la envié. Dos semanas después le envié la minuta, y fin de esta historia. Ni planos, ni nada. Como he dicho, a mí el precio por hora me va muy bien, y es posible que si hubiera empleado más tiempo en resolver el asunto (haciendo planos) él habría encontrado excesiva la minuta de la ingeniería invertida en ese problema.
El proyecto en el que le estoy trabajando últimamente es una demolición en un edificio de viviendas: demolemos la planta 2ª en su totalidad, y así la planta 1ª queda con doble altura, a mí que me registren.
El dato de partida es que acometió el proyecto a la brava; es decir, sin mí. Con un arquitecto, y adelante. Cuando llega el momento de demoler la estructura de la planta 2ª, les entra el temor: las fachadas se están aguantando en esa planta 2ª, los pilares interiores quedarían con doble altura y podrían pandear, esas cosas. Y entonces me llaman: esto estamos haciendo, esto nos encontramos, cómo seguimos. Todo, por supuesto, a golpe de llamada telefónica, respóndeme ya. Yo tengo mi autoestima, y todas las veces le digo que tranquilo, que lo pensaré y que ya le responderé. Y me tomo mi tiempo; no para resolver las dudas que me plantea él por teléfono, sino para entender la actuación en su conjunto. Así, le voy proyectando cosas que él ni se ha planteado, pero que son importantes; y, desde luego, ni caso de las soluciones que él me propone a sus problemas y que quiere que le confirme. Cada problema lo analizo como lo analizaría un ingeniero especializado en el tema, no como un gestor que llega allí y ve algo: tenemos ojos distintos y enfoques distintos. Luego, eso sí, nada de planos, que ya veo el percal: unos croquis con rotuladores, fotografía de móvil y whatsapp o escaneado y correo electrónico. Dibujos sencillos. No es lo que me gusta pero en esta actuación en concreto es lo que toca.
Hasta que el cliente dijo basta. Literalmente: "¡Basta! ¡No calcules nada más!". Que ya se apañaba él a partir de ese momento.
Y ése es el punto: ¿puedo desentenderme de lo que haga (o deje de hacer) a partir de ese momento? Si aquello se cae y el juez le pregunta si no contó con un especialista que le asesorase, acto seguido me preguntaría a mí que porqué no le advertí del peligro que corría.
En concreto, el corte vino cuando le iba a explicar lo que tenía que hacer en las otras plantas ante el cambio de situación (porque pasaban ciertas cosas). Mis recomendaciones, si las ejecutaba, iban a mejorar el comportamiento del edificio y el nivel de seguridad. Pero ejecutarlas costarían dinero, y él no tenía ese dinero. Como él pensaba que la seguridad ya era suficiente (ahí discrepamos, pero...), no quería ni asumir el coste de la ingeniería adicional.
En mi opinión, el ingeniero no puede desentenderse del todo. Porque hay un pacto implícito: si el cliente estuviera cometiendo una burrada muy gorda, el ingeniero ha de avisarle aunque no se le haya pedido consejo. Es lo mismo que si en un ascensor un pasajero me pide mi consejo u opinión como ingeniero y yo se la doy: tengo responsabilidad. Si le digo que puede meter los dedos en el enchufe sin problema, que lo del calambrazo es un bulo, y él me hace caso porque yo soy ingeniero, soy responsable. Y si veo que él va a meter los dedos en el enchufe, he de avisarle aunque simplemente esté en su casa como vecino tomando un café. Es lo mismo que si comentara que está mezclando dos medicamentos que son incompatibles (esto no lo dice porque no lo sabe). Yo, ingeniero, tampoco lo sé y no tengo obligación de avisarle. Pero si hay presente un farmacéutico o un médico con conocimiento, sí debe, tiene responsabilidad civil.
Así que hice lo que creí que debía hacer: analicé cómo quedaba todo a partir de ese momento, y le escribí un escueto correo a mi cliente explicándole porqué creía que era mejor que me dejara actuar en las otras plantas y que sin embargo sí reconocía que, sin esas actuaciones, aquello me parecía que no se iba a caer aunque no sabría decirle el nivel de seguridad que tendría. ¿Por qué lo hice? Pues porque me pareció que quedaba claro (y escrito) que a partir de ese momento yo dejaba de intervenir. Si pasa algo, podré demostrar que sólo me consultó para un tema puntual y de manera no presencial, que me mantuvo ajeno a la globalidad de la actuación y que conscientemente decidió prescindir de mi asesoramiento y seguir según su criterio.
Y sin rencor: hoy me ha llamado por otro asunto.
The Chicks - Travelin' soldier
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