lunes, 22 de noviembre de 2021

El reglamentista (II)

https://www.youtube.com/watch?v=HAKnWi15ycs 

 

 

Hablaba en esta entrada sobre los responsables de seguridad y salud en las empresas. De cómo son personas necesarias pero a veces dan risa de lo rígidas que son. Y a veces la risa se convierte en exasperación cuando esa rigidez es un obstáculo infranqueable. A veces es bueno que sea infranqueable, pues obliga a mejorar, que conste.

El otro día realicé una actuación para la que, por rutina, avisaron al responsable de seguridad y salud: imagino que el protocolo de esa empresa dictará que se ha de hacer así, y que las actuaciones han de tener su visto bueno. En mi caso, el responsable pidió una serie de papeles, entre ellos un procedimiento de trabajo. Yo sólo iba a mirar una cosa, así que pensé que lo que ocurría es que no le habían dicho al reglamentista lo que en realidad se iba a hacer, así que en vez de un procedimiento de trabajo le envié un correo explicándole la sencillez de mi visita y cómo no creía necesario redactar un procedimiento; ya íbamos a incurrir en suficientes gastos extras para cumplir las normas incluyendo una persona que estuvo las 8 horas mirando el móvil, pero que por norma se nos exigía que estuviera vigilando. La norma que exige la presencia de esa persona, por cierto, tiene su lógica: en caso de accidente estando en un lugar apartado, por ejemplo, sirve para prestar o solicitar auxilio. O en una zona de tráfico puede vigilar el tráfico. En el caso que nos ocupaba, en cambio, era totalmente inútil, era una de esas condiciones en las que no era necesaria. Pero lo dice la norma, así que se realiza el coste y no discutimos más.

Resuelto el trámite del procedimiento de trabajo, el de seguridad envió las directrices a seguir a todos (él, claro, no iba a estar presente). Incluyendo la obligación de estar a más de 2 m de distancia unos de otros y de llevar una mascarilla de cierta calidad. Nadie hizo caso; y yo, por ejemplo, no habría podido: la actuación podría haberla hecho así, pero por seguridad me exigieron que tuviera un acompañante conmigo todo el tiempo (además del antes mencionado, que esperaba en otro sitio). Y el habitáculo en el que estábamos no medía 2 m de largo, así que malamente habríamos podido cumplir con la distancia. En cuanto a la calidad de la mascarilla, se lo pueden imaginar. Que llevé de ésas por si acaso, claro que sí, pero usé mi habitual; como todo el mundo. Ya no tenemos, las personas, la histeria del coronavirus que nos dominó como sociedad hace año y medio, y sobre todo: sabemos comportarnos y lo que tenemos que hacer en este tema, no necesitamos indicaciones. Esto de la mascarilla me sentó mal, lo reconozco, porque ¿qué más le da al señor de seguridad que yo enferme por covid? No voy a demandarles, no podría demostrar que el contagio se produjera estando en sus instalaciones, y lo mismo la persona que contrataron para que me acompañara. Con que nos recordaran las normas habituales y generales habría bastado, e incluso menos: no necesitan recordarnos el no estornudar en la cara de los demás o tantas y tantas normas que se dan por conocidas. Pero es que nos exigía incluso una calidad determinada de mascarilla.

Por nuestra seguridad, claro está. Es una norma bienintencionada que busca nuestro bienestar, tampoco es para tanto, etc. etc. Faltaría más: ya dije que con los reglamentistas no se puede discutir. Como he dicho, en el bolsillo llevé la mascarilla exigida, en su bolsa original, y como no estaba no la empleé.

Volviendo a casa, me acordé de unos reglamentistas que todos conocemos y hemos sufrido: los examinadores del carnet de conducir. Todos sabemos que nuestra conducción actual no aprobaría el examen, aunque conducimos mucho mejor que cuando nos examinamos. Y sabemos que si todos condujéramos como si nos estuvieran examinando el tráfico colapsaría. A mí me suspendieron porque una persona iba a cruzar por el paso de cebra, aunque juro que esa persona estaba suficientemente lejos como para que mi paso no la obligara a ninguna variación de su marcha. Pero sí estaba a la vista, y eso le bastaba al examinador. Todos entendemos que los examinadores son necesarios aunque no compartamos su exceso de celo; de hecho, estoy seguro de que ni ellos mismos se comportan así en su vida privada. Supongo que ellos se justificarán a sí mismos pensando que como todos nos relajamos tras el examen, exigir el doble de lo razonable permite suponer que tras el relajamiento nos quedaremos en lo razonable. No estoy de acuerdo con esta lógica, pero no se me ocurre otra explicación. Bueno, sí, el que son unos reglamentistas de cuidado: pero entonces en el pecado tendrán la penitencia, porque no habrá quien les aguante. O quizá es como les expliqué en la otra entrada: entran con el segundo comportamiento y acaban, con los años, teniendo el primero.

Y todos sabemos que no se puede discutir con los examinadores de conducir, sólo sufrirlos. Todos los reglamentistas, me temo, parecen cortados por el mismo patrón. Aunque son buena gente, que conste.

 

Lo que pasa conmigo y los reglamentistas lo expliqué en esta otra entrada

 

 

Jorge Cafrune - No soy de aquí ni soy de allá

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