sábado, 18 de septiembre de 2021

El camarero de Rubí

https://www.youtube.com/watch?v=Dj8MFiK1tRo 

 

 

El otro día, en un rato libre en una obra, me fui a tomar un café al restaurante del polígono. Rubí es una ciudad de unos 80.000 habitantes, que debe su nombre (parece ser) al color de la arcilla de la zona, muy roja (en latín, rubí=rojo, piensen en el color de la gema o en la palabra "ruborizarse"). De hecho, era una zona tradicional de fábricas de tejas y ladrillos, la arcilla base la tenían ahí mismo. Es un lugar poblado desde los tiempos más remotos, algo comprensible visto su emplazamiento, y aunque hoy es zona de industrias y la típica población del cinturón industrial de Barcelona, también tiene su casquito viejo y sus habitantes "de toda la vida". "Catalanes de toda la vida", no he de precisar. Conozco desde hace muchos años a unos cuantos de estos, muy cordiales. El caso es que me fui a tomar un café.

A la hora que me lo tomé, el bar estaba casi vacío, quedaba sólo una persona además del camarero, que ya se iba. Como es lo correcto en estas situaciones, el cliente trabó una cierta conversación con el camarero al ir a pagar (el camarero criticaba la comida precocinada, los canelones y esas cosas, y decía que él prefería hacérselos), a la que me sumé yo (me tomo los cafés en la barra), y cuando se fue el cliente me quedé conversando con el camarero, que resultó ser el dueño.

Entraron dos trabajadores, claramente no habituales porque le preguntaron si podía prepararles unos bocadillos de tortilla con queso. Un segundo de duda... y por supuesto que sí. Que si querían algo de beber mientras, unas olivitas, esas cosas. Los dos clientes se sentaron en una mesa y el camarero-dueño-cocinero se metió en la cocina a preparar las tortillas y los bocadillos. Sonaba la música.

La música: rumba. Pero... ¿había un cuadro coral en la parte que no veía del restaurante (los restaurantes poligoneros acostumbran a ser enormes)? Sí que había gente cantando, tenía que haberla. Me acabé el café y me asomé a la cocina, para pedir la cuenta. Y estaba el camarero cantando la rumba a pleno pulmón. Sin complejos, que es su restaurante.

Por cierto, no lo he dicho: el camarero era la definición personalizada del gracejo.

Hablemos ahora del camarero. ¿Era catalán? Todas las conversaciones en ese bar (y había estado otras veces antes) eran en español. Por el acento del camarero no supe identificar su provincia de origen, suya o de sus mayores, yo la situaría al sur de Sierra Morena, no demasiado lejos de Osuna, pero qué sé yo. Era de carácter risueño, afable, dicharachero, pero también decidido, trabajador. Enjuto, moreno, sin afeitar. Puro nervio.

Venga, voy a decirlo: sí, era catalán. Da igual su procedencia, de dónde era él o su familia, el idioma que hablara. Todo eso da igual. Era catalán. Vivía en Rubí, trabajaba en Rubí, levantaría cada día la persiana imagino que a las 6 o las 7 de la mañana, todos los días, sin ayuda. Su hogar estaba allí. No hay más que pedir, más que exigir. Y esto, es terrible, es algo que la clase dirigente de aquí no es capaz de entender. Creen que sólo ellos y los que como ellos tienen 8 apellidos catalanes (porque ellos los tienen) son los verdaderos catalanes. Para ellos, el camarero de Rubí es un colono. Un invasor que les está quitando el pan y la sal. Y gobiernan no prescindiendo de él, sino contra él. Ésta es la verdadera realidad de Cataluña.

 

 

 

1,40 € un cortado de pie en la barra en un polígono industrial, por si les interesa comparar. Y ni me puso la galleta de acompañamiento que me ponía otras veces.




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