jueves, 30 de junio de 2016

Mide con micrómetro, marca con tiza, corta con hacha



Llega a mis manos un ejemplar de una revista de nuestro sector; quiero decir, especializada en el cálculo de estructuras. He leído (o intentado leer) los artículos, y… Soy un ingeniero del pleistoceno. Puede que el último en activo, además.

Verán, hay varios artículos en la revista. Uno de ellos lo escribe Fructuós Mañá, un gran calculista, ya jubilado. Es un artículo que se lee de corrido, que incluye perlas como por ejemplo cuando explica que para muchos arquitectos la cimentación no forma parte del edificio, porque el proyecto ha de atender a las funciones, al estilo y a las proporciones, y en consecuencia la cimentación es algo que ya resolverá el que haga la estructura. Es cierto: nadie, cuando ve una casa, salvo que sea del gremio, se interesa lo más mínimo por los cimientos, al igual que nadie se preocupa por el tipo de soldadura de las conexiones del chip de su teléfono móvil. Sin embargo, los estructuristas sabemos que si fallamos en los cimientos, nada va a tener arreglo.

Otra idea muy interesante del artículo es que, cuando llegan las patologías, cada técnico tiende a buscar la causa (y la solución) en el ámbito de su competencia, de lo que sabe.

Lamenta, en definitiva, que las profesiones se hayan ido superespecializando, pues se están perdiendo las personas con un saber general y una visión global de los proyectos y de los edificios. Porque, como concluye, construir es algo más que la simple sucesión del trabajo de especialistas.

Pero, como les decía, hay más artículos en la revista. Y éstos los escriben ingenieros más jóvenes que yo, que tienen muchos títulos debajo de su firma y muchos cargos universitarios. Y ¿saben qué pasa? Que no entiendo los artículos. Son, en mi opinión, una hueca exhibición de saber, en el que "explican" cómo resolver complejos problemas con ordenadores y programas de cálculo. Son artículos en los que una estructura es una matriz expresada con notación indicial, y que tras leerlos uno, como mucho, es consciente de que a) hay problemas muy difíciles, ahí fuera, y b) suerte que estos tipos tan listos han hecho programas tan geniales que los resuelven por nosotros.

Normal que me sienta un ingeniero del pleistoceno.

Alguna vez he escrito sobre mi profesor de estructuras de la carrera. El peor profesor de nada que he tenido jamás. Ese tipo se pasó todo el curso escribiendo matrices con notación indicial; nunca dibujó el esquema de una estructura. Se relacionaba con nosotros como una computadora (de las de entonces, con las de ahora las estructuras ya se las modeliza mediante esquemas gráficos y son los programas los que se encargan de generar las matrices). Y al acabar el curso yo no había aprendido apenas nada. Y lo poco que aprendí no fue gracias a él, que incluso cuando nos enseñaron el método de Cross (habría sido un delito no hacerlo) tuvo que venir un ayudante; el profesor titular volvió días después, cuando ya había acabado el "desagradable" capítulo del Cross.

Pues los articulistas son como ese gachó.

Yo es que ya no soy de esta época, me temo. Perdí el tren de los tiempos. Con todo, tengo una pregunta que hacerles: si esos problemas son tan serios y se necesitan tan complejos modelos informáticos para resolverlos, ¿cómo lo hacían antes? Porque los edificios no se caen nunca (bueno, alguno alguna vez, pero siempre porque es muy antiguo y ha sufrido ocho guerras e incendios, o porque en su momento se construyó mal, rayando en lo delictivo). Me dirán, tal vez, que es que antes los coeficientes de seguridad eran mayores… y sin embargo es fácil reconocer una estructura de hace cincuenta años porque todo es más ligero, más esbelto, con menos cimiento, con peor hormigón, peor acero y menos armado. Y con menos controles en las obras. ¿Cuándo es mayor el coeficiente de seguridad, antes o ahora? La verdad, probablemente, es que la respuesta es la del primer artículo: estos superespecialistas con sus superespecializados programas de cálculo no se han dado cuenta de que en los edificios hay muchas más cosas que también intervienen en el comportamiento de todo, no sólo la estructura.

Aparte, hay un dato que es incontestable: la obra es la obra. Quiero decir, la obra es el mundo del "mide con micrómetro, marca con tiza, corta con hacha". Uno puede hacer el modelo computerizado definitivo en el que refleja hasta el último detalle de la realidad, y luego vendrá el paleta analfabeto y hará lo que le parezca. Y suerte si se parece a lo que se había computerizado. Esto pasa tantas veces, y tanto más cuanto más exacto es el modelo, que uno se plantea si no es mejor trabajar a la antigua, con modelos simplificados y consideraciones fruto de la experiencia, y no perder tanto tiempo en los modelos informáticos en los que confiamos.

Ahora bien, es cierto que los calculistas sabemos cada vez menos de lo nuestro, por lo que si queremos proyectar algo complicado de verdad necesitaremos los programas de ordenadores, y éstos sí que mejoran a la velocidad del rayo. En un círculo vicioso, más usamos las máquinas, menos sabemos nosotros. Y estos artículos, lo que hacen, es mostrarnos a nosotros lo poco que sabemos nosotros, lo mucho que necesitamos a las máquinas.

Nos muestran cuan antiguos somos. En mi caso, del pleistoceno. 




Rickie Byars - Oyaheya

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