miércoles, 22 de junio de 2016

El inglés como síntoma




Me cuenta M. que su hija, que va a cumplir 10 años, estudia inglés en la escuela, pero el nivel es tan bajo que la lleva también a una academia privada. Ahí sí le enseñan inglés, y M. nota que sí, que su hija aprende. Al mismo tiempo, ve los exámenes que le ponen en el colegio, y como aquello es ridículo, acudió a quejarse. EL profesor de inglés le explicó que en la clase hay niños que van a academias de inglés y niños que no, y que la diferencia se nota muchísimo, pero que él no puede tener dos baremos. Aparte, en el aula hay, como es normal, niños listos y niños tontos, niños a los que se les da bien y niños a los que no, niños que tienen el ambiente adecuado en casa y niños que en su casa... no tienen el ambiente adecuado (M. lleva a su hija a una escuela pública de su pueblo, no a un caro colegio privado como los líderes separatistas catalanes). Pues bien, el profesor pone el nivel para los torpes. Para los torpes que no van a una academia, claro. Él es consciente de que el nivel de sus clases es muy bajo, pero... bueno, aquellos que quieren que sus hijos aprendan inglés ya los llevan  a academias privadas.

M. está indignada con el profesor de inglés de la escuela.

La realidad es, todos la sabemos, que al acabar los 12 años de enseñanza preuniversitaria, aquellos chicos que no hayan ido a academias privadas chapurrearán un inglés macarrónico. Salvo los especialmente dotados o trabajadores, aquellos que destacarán, la inmensa mayoría no podría leer una novela de Jack London. No es un problema del profesor de inglés de la escuela de M. (aunque eso no quita que el hombre sea un ejemplo de incompentencia). Es un problema de cómo enseñamos el inglés en nuestro país.

Por otro lado, el inglés no es muy difícil: lo aprenden niños de teta, y el más tonto de Gran Bretaña. Desde hace siglos hay analfabetos que hablan inglés; incluso hay analfabetos que hablan inglés y otras lenguas. Hay gente sin cultura que ha llegado a Inglaterra (o a Estados Unidos, Australia,...) ya talluditos y, sin embargo, han aprendido inglés. Quien dice inglés, por supuesto, dice casi cualquier otra lengua. Vamos, que no es física cuántica o mecánica de fluidos.

Lo que pasa es que incluso el que no sabe inglés es capaz de darse cuenta de que uno no sabe. Y por esto hay academias: porque los padres se dan cuenta de que sus hijos no saben, con sólo el colegio, y en cambio ven que yendo a las academias sí saben.

Está claro que el fallo está en el sistema de enseñanza.

Entonces, si en la escuela no consiguen enseñar inglés con un nivel adecuado, ¿por qué creen que sí consiguen enseñar las otras asignaturas? ¿Creen que los chicos salen con un nivel alto de Literatura, Matemáticas, Química, Historia o Gramática, por citar algunas asignaturas de mi época? ¿No es más probable que no, que su nivel sea bajo, pero que no nos demos cuenta?

A ver, volvamos al caso del profesor de M. Este hombre adapta el nivel de lo que enseña al nivel del más torpe de la clase. ¿Creen que es el único que lo hace? Yo diría que no. El mismo principio pedagógico que mueve al profesor de inglés mueve al de matemáticas, digo yo. De ser así, imagínense que el profesor de matemáticas también pone el nivel en el de los torpes. Imaginen a continuación que el siguiente profesor de matemáticas se encuentra un grupo con poca formación de matemáticas y en el que, para más inri (y esto es importante), hay un grupo de torpes a los que el sistema no los ha apretado, exigido y, de ser necesario, expulsado por el bien de la mayoría. El principio pedagógico sigue ahí, y el resultado es, por fuerza, que al acabar la enseñanza el nivel de matemáticas ha de ser parejo al de inglés. Pero ustedes no se dan cuenta, porque no saben multiplicar polinomios, distinguir permutaciones de variaciones  o calcular límites y series. Y no sabe que el chico desconoce las series de Taylor y no sabe trabajar con logaritmos.

Y quien dice matemáticas dice literatura o cualquier otra. Quiero decir, seguro que no somos conscientes de que los chavales acaban sin distinguir a Moliere de Rabelais o a Mateo Alemán de Baltasar Gracián, y sin saber quién escribió La Gaviota o como sigue "¿Qué es poesía, me preguntas...".

En resumen, si examináramos a los chicos al terminar el bachillerato con un rigor mínimo, no con la risa que es ahora el examen de selectividad y que aprueban casi todos los que se presentan, nos daríamos cuenta de que sí, de que en la mayoría de los casos en la mayoría de las asignaturas el nivel es tan paupérrimo como el inglés sin academias. 

Y ahora, ¿qué hacemos? Bueno, yo no soy muy listo, pero creo que si algo está cargándose el esfuerzo educativo de los maestros y profesores, el primer paso para solucionarlo es eliminar esa causa. Y, una vez eliminada, yo me atrevería a recomendar hacer justo lo contrario. Quiero decir, si algo es tremendamente nocivo, lo opuesto será beneficioso, ¿no? Imaginen un programa de gimnasia. Con las pautas pedagógicas de la escuela española, el monitor del grupo establecerá un programa de pesas que pueda superar el más alfeñique.  El alfeñique no se esforzará, y el monitor responderá adaptando la evolución del programa a la del alfeñique que no es esfuerza. Y da igual que el resto del grupo no consiga ningún beneficio de tan liviano programa (e incluso alguno se apunte, de forma paralela, a un programa privado en el que sí le trabajen). Sí, no se rían, porque esto es lo que está pasando en las escuelas. Volvamos a la gimnasia. Lo que debe hacer el monitor es:

1) En primer lugar, debe identificar a los mejor dotados (o entrenados) y preparar un programa para ellos. Por supuesto que los alfeñiques no podrán seguirlo, pero eso no ha de coartar al monitor. Ya preparará un programa especial para ellos.

No es casualidad que algo parecido ocurra en las academias privadas de idiomas: lo primero que hacen es identificar el nivel del alumno, y colocan al alumno en la clase más adecuada para su nivel. Si puede ser un nivel adecuado para su edad, mejor. Pero el criterio prioritario es el nivel, no la edad.

2) En segundo lugar, el monitor comprende que los más fuertes y los alfeñiques tienen objetivos diferentes. Cada uno ha de llegar a donde pueda llegar.

También en las academias de idiomas se hace lo mismo. Los objetivos de cada alumno son diferentes, y cada uno elige el curso que se adapta a su objetivo.

3) En tercer lugar, el monitor, a cada subgrupo, le propone un plan exigente. El monitor es consciente de que no todos lo cumplirán, muchos progeresarán menos de lo deseable e incluso habrá alfeñiques que renunciarán. Bien, no pasa nada, Dios no les ha llamado por el camino de la gimnasia.

Sí, también en las academias de idiomas hay fracasos. Pero las academias no bajan el nivel de sus cursos porque la gente fracase. Al contrario, es el alumno el que ha de ser consciente que ha fracasado porque no se ha esforzado lo suficiente (entendiendo que la academia le había dirigido al curso adecuado, claro).

¿Qué ha hecho el profesor de inglés de nuestra historia? Pues todo lo contrario. 

En primer lugar, aun siendo consciente de que había niveles muy diferentes, los puso a todos en el mismo grupo: la edad era el criterio clave. 

En segundo lugar, estableció para todos el nivel del más débil. Aunque eso suponga el aprendizaje de nada para la mayoría.

En tercer lugar, no exigió esfuerzo a los débiles, sino que fue adaptando el programa para que, no importa lo poco que aprendieran, siempre estuvieran en los parámetros del aprobado.

Y la verdad es que así funciona nuestro sistema educativo. Dirán que patatín y que patatán, que la culpa es esto o la cosa se fastidió cuando aquello, pero al final todo se reduce a los tres pasos que he dicho.

Y aún les diré más. Como M., la gente que de verdad quiere que sus hijos aprendan, si puede pagarlo, apunta a sus hijos en academias privadas para que aprenda inglés. La gente que tiene más posibles, los apunta a academias privadas para que les enseñen todas las asignaturas. Se llaman colegios privados.


Puede decirse que hay intereses espúreos en mantener al sistema educativo en la senda del fracaso. A fin de cuentas, el matrimonio (puede que civil o sólo de hecho) Montilla, cuando el sr. Montilla fue el mandamás de Cataluña, reconoció que enviaba a sus hijos al Colegio Alemán (privado), en el que no se enseñaba en catalán sino en alemán, porque saber alemán proporcionaría a sus hijos mejores expectativas de empleos futuros. Empleos de caché, por supuesto. Normal que el sr. Montilla quisiera que la educación pública fuera deficiente: sus hijos, al puentearla, obtenían ventaja frente a los demás. Este criterio, en el caso del Sr. Mas y el sr. Junqueras es descarado e innegable. Pero yo no voy a mantener ahora la tesis de que los políticos quieren que el sistema sea penoso. A fin de cuentas, la educación del país es demasiado serio. Digamos simplemente que es el resultado de equivocadas decisiones tomadas por ineptos y que era de esperar en un país donde en los puestos públicos se pone a las personas cuya incompetencia para ese puesto sea máxima (como, por ejemplo, el sr. Junqueras como consejero de Economía en una situación de vacas flacas). Y ya está, no hubo mala voluntad. Se hizo mal, y es lo que tenemos. En cualquier caso, esto es una crítica para otro día.





Vivaldi - Las cuatro estaciones (verano)

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