Dicen que en España se inventa poco; es posible. Desde luego, lo que vemos a diario es que inventar no compensa; en cualquier caso, no se recompensa lo que vale.
Por ejemplo, todos tenemos delante el caso de Bessemer. Sí, es cierto que murió riquísimo, pero cada ciudad y cada pueblo tendría que tener su plaza principal, o al menos su mayor avenida, dedicada a honrar la memoria del gran Bessemer. Y, sin embargo, no es así. Al contrario, para las masas legas y estultas, el olvido; me atrevería a decir que sólo algunos ingenieros pre-CYPE sabrían decirnos quién fue este monstruo al que tanto debemos. Si incluso la enciclopedia infantil que leía de niño, el DIME QUIEN ES, dedica apenas 16 líneas a nuestro héroe, para qué les voy a contar las cuatro ideas que le recuerda la Wikipedia.
Bessemer. La mera mención de su nombre debe hacerse sólo entre susurros, indignos como somos de pronunciar su nombre. Bessemer.
Bessemer era un ingeniero, evidentemente un ingeniero de antes del CYPE. Nació en Gran Bretaña en 1813, y durante la guerra de Crimea inventó (¡qué raro!) un proyectil que giraba durante su trayectoria, lo que le confería un alcance y una precisión inimaginable hasta entonces. A partir de ahí, la Humanidad dejó de existir tal y como la conocemos. Bueno, quizá el hecho de que su madre fuera francesa también tuviera algo que ver.
Sí, porque resulta que el invento atrajo el interés del emperador de Francia, Napoleón III, que le invitó a establecerse en Francia, donde le financiaría sus experimentos. Porque había un pero en lo concerniente a su proyectil, algo parecido a lo que les conté en la historia de Urban: los cañones explotaban al disparar su pepino, la presión explosiva que necesitaba era muy superior a lo que los cañones de fundición podían resistir.
Verán, en aquella época (y desde los dos mil años anteriores), el material estrella era el hierro. El hierro era el metal común más duro y resistente que se conocía. Se obtenía calentando mineral de hierro con coque (si no le interesa especialmente, es un carbón limpiado, para entendernos) y caliza, y el material obtenido se denominaba "hierro fundido" o "fundición". Era barato y duro, pero relativamente frágil, un golpe fuerte podía partirlo. No se ría, sepa que aun hoy su casa está llena de elementos de fundición.
La clave estaba en el carbono que aportaba el coque: mucha cantidad. Así que a veces se intentaba rebajar el contenido en el hierro fundido... mezclándolo con más mineral de hierro. El oxígeno que también aportaba el mineral se combinaba con el carbono del hierro fundido generando CO, que es gaseoso y se desprendía formando burbujas. El resultado era un hierro casi puro, que se denominaba "hierro forjado". El hierro forjado era mucho más resistente, y aguantaba los golpes fuertes sin partirse, con dos peros: uno menor, era bastante blando. Y uno brutal: era caro. Esto era evidente, ¿no?
Perdónenme un momento y permítanme que hable con propiedad. El material base no era "hierro fundido" estrictamente, sino "arrabio". Pero, bueno, para ustedes, tanto da.
Ahora bien, resulta que existía (y existe todavía) algo a medio camino entre el arrabio y el forjado, y que era más fuerte que el primero y más duro que el segundo: el acero. El cual se conseguía a partir del hierro forjado, añadiendo los ingredientes precisos. Y, claro, el pero en este caso era el triple de grande: si el hierro forjado era caro, el acero era carísimo. Lo que se traducía en que era muy escaso, y sólo se empleaba para fabricar espadas.
Bessemer no sabía nada de la fabricación del hierro, pero si ése era el problema... Él era un ingeniero, y estamos en 1854.
El tipo le da al cacumen, y llega a la conclusión que de lo que en realidad se trata es de eliminar el carbono del hierro fundido a un coste moderado; y el modo más fácil y barato de añadir oxígeno al arrabio para quemar con el carbono del hierro fundido no es emplear más mineral de hierro, sino ¡el aire! Claro que... ¿añadir aire no enfriaría el hierro fundido y lo solidificaría? Pues...
El hombre empieza a experimentar, y descubre que no, que el aire quemaba el carbono (y, de paso, la mayor parte de las impurezas), y el calor de la combustión AUMENTABA la temperatura de hierro. Lo había conseguido: fabricar acero a un coste bajísimo. O quizá no.
En 1856 Bessemer anuncia los detalles del método, y los industriales siderúrgicos rompen en vivas a su efigie y se apresuran a invertir sus enormes fortunas en construir "hornos altos" para fabricar acero a lo bestia. Y entonces ocurre el desastre: el acero es de pésima calidad, no vale para nada. Y ruge la acusación: Bessemer, estafador.
Bessemer no entiende nada, pero vuelve a los experimentos. Y ¡cielos!, descubre que con su método no se puede emplear mineral que contenga fósforo, porque el fósforo permanece y hace que el metal resulte quebradizo (chascarrillo: los radiadores clásicos se hacen con hierro fundido ¡enriquecido con fósforo!). Y, por una de esas casualidades, en sus experimentos Bessemer había empleado un mineral de hierro que no tenía fósforo. Claro que a estas alturas, ningún industrial quería saber nada del embaucador. ¿Fin de la historia?
No, todavía no. El tipo no se amilana, consigue dinero prestado y en 1860 instala su propia acería en Sheffield; importa mineral sin fósforo de Suecia y empieza a vender acero de alta calidad a un precio de risa. Se forra. Hacia 1870 se descubre cómo resolver el problema del fósforo, y esto abre la puerta al empleo de los vastísimos recursos de mineral de hierro que hay en Estasdos Unidos (allí, claro, no salía a cuenta llevar hierro de Suecia), y Bessemer es ennoblecido en 1879 y muere, rico y famoso, en 1898. Ahora sí, fin de la historia. Ya saben quién es Bessemer. El hombre que sacó a la Humanidad de la Edad de Hierro y la introdujo en la Edad del Acero. Ni más, ni menos. Y sólo obuvo, a cambio, fortuna y un transitorio reconocimiento popular.
Y es que, oiga, le dé las vueltas que le dé, vivimos en la era del acero. Mire usted donde mire, el acero ha sido la clave. Y no es sólo que el acero permitió las construcciones que conocemos (intente recordar cómo eran los edificios pre-acero), los transportes (de hecho, la brutal expansión que tuvo el ferrocarril entonces fue gracias a que se pudieron hacer los raíles de acero), o lo que usted quiera. Es que incluso, lo que usted diga que no es de acero... se ha fabricado con acero. Vaya a la fábrica que quiera, elimine los elementos de acero... y no quedará una máquina.
No, en serio. ¿Cuál cree usted que es el invento más importante de la Historia? El reloj de muelle, las gafas o el pararrayos son grandes inventos, sí, pero no los pondríamos en la lista. El ascensor de Otis nos parece genial, pero más de la mitad de la humanidad vive sin él. ¿La imprenta? Diría lo mismo pero con mucho más de la mitad, pero aquí he de reconocer el punto, indudablemente ha de estar (aunque tampoco hay que lanzar las campanas al vuelo: después de Guttemberg se precisaron muchos inventores más para sacar verdadero provecho a la idea... ¿han oído acaso hablar de Koening?); también la esterilización y la vacuna de la rabia de Louis Pasteur, aunque no lo tengo tan claro en el caso de la bombilla de filamento de Edison. Sí pondríamos a la máquina de vapor de Watt. Tsai Lun (el papel), John Kay o Carl Benz también tuvieron inventos geniales, no les digo que no, pero... ¿alguno ha cambiado la Edad en la que vive la Humanidad? Sólo Bessemer, ¿verdad?
Pues eso. Somos unos ingratos. Y también unos incultos, si se me permite decirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario