viernes, 28 de agosto de 2015

Canícula en Galve




Dedico unos días de agosto a recorrer el Territorio Dinópolis. Es cierto que ya estuve en el puente del 1º de mayo, pero entonces batí todos los récords y la sensación de que aquello merecía mucho más tiempo fue irresistible. En agosto hay días libres a cascoporro, y me organicé un periplo que incluyó una visita a Peñarroya de Tastavins, noche en Aguaviva, baño en el río Bergantes, Castellote, dos noches en Galve, Ariño y Belechite, que cae de paso en el regreso. En Aguaviva el nuevo alcalde (creo que podemita, o del palo) ha cambiado que los pregones ya no se acompañen de jotas sino de rancheras de Rocío Dúrcal, y lo del Bergantes es indescriptible para mi capacidad, pero la esencia de todo es Galve. Ir a Galve es ir al corazón de Teruel… no, al de Aragón. Aragón es una tierra que las guías de turismo calificarían como polifacética: la montaña del Pirineo y su opuesta de los Montes Universales, la aridez de Belchite y el Mar de Aragón, el Moncayo y el Somontano, el Bajo Aragón y la vega del Ebro. Sin embargo, un mismo carácter común subyace en tan distintas comarcas y las vincula a todas, y este carácter sale a la vista en Galve, Teruel.

Para los ojos de un barcelonés, Galve no es un pueblecito, es un pueblucho: el día del reparto de ubicaciones, Galve quedó ahí, en medio de la nada. En un páramo rodeado por montes suficientes para aislar las comunicaciones pero insuficientes para que aporten algún interés o riqueza. Sin árboles, sin río - el cercano Alfambra es más bien una acequia-, sin pastos, sin nada. Sin socorrista en la piscina pública, no les digo más. Apartado de la carretera, no sé qué sería de Galve sin Dinópolis, y creo que tampoco ellos lo saben.



Galve tiene 130 habitantes; 28 de ellos niños, lo que es motivo de orgullo para todos pues supone tener escuela. Hace quince años la escuela estuvo a punto de cerrar, al quedarse sin el mínimo de niños; desesperados, pusieron anuncios buscando una familia con hijos que aceptara instalarse en el pueblo. Por suerte, una familia de Zaragoza (no sé decir si maña, rumana o argentina) aceptó, y aunque sólo resistió la dureza de Galve un año, permitió dar continuidad. Hoy se puede estudiar hasta 2º de ESO, algo es algo, ya que el resto de la ESO han de hacerlo en Teruel, y es mejor que vayan con 14 años que no con 12; piensen que casi todos van a la Escuela-Hogar de Teruel, donde los niños quedan internos de lunes a viernes: duro es para las familias y para el chico el irse de casa tan pronto. Algunos optan por ir y venir en el día, en un autocar que sale de Perales de Alfambra, pero Perales está, en el mejor de los casos, a 14 minutos en coche. En invierno, ese tramo de carretera es de mucho cuidado. Si sumamos el tiempo de viaje hasta Teruel, ¿a qué hora ha de levantarse el chaval y su padre o madre? Y si hay más niños en casa… No, la mayoría opta por el internado Como en tantos pueblos de la provincia.

Todos sabemos que el invierno es duro. El frío es cruel, y a las seis de tarde, cuando cae la noche, Galve se cierra. Pero el habitante afirma que vivir en su pueblo compensa. Y en verano, por caluroso que sea el día de agosto llega un momento en que Manolo afloja y la vida surge de debajo de las piedras. Las sillas salen a la calle, brota las conversaciones, aparecen perros sueltos en las calles y los niños se suben a sus bicicletas; no hay mucho más que hacer, pero esta sencillez es suficiente. El viajero accidental llega, ve y escucha a los pájaros. Y piensa que cuando uno quiere descansar y olvidarse de los problemas de la ciudad, Galve es el sitio. El habitante de las ciudades que viene aquí sabe que encontrará descanso, tranquilidad, silencio y noches frescas. Dormirá bien y sus neuronas agradecerán el sosiego. La paz lo llena todo y es culpa suya si no sabe disfrutarla, si se ahoga en la molicie del pueblo.

A mí me gusta mirar por la ventana, alojado en una fonda de gruesas paredes de carga -creo que todos los edificios de aquí son de paredes de piedra, no llegan ni a mampuestos-, o en las calles, que cualquier calle linda con el campo. Me reconforta ver el paisaje adusto, que me hable de una vida recia, un invierno riguroso como oposición a un vera agostador, una tierra que exigirá un trabajo ímprobo por cada simiente que dé. Me gusta oír unas castañuelas, me recuerdan dónde estoy. Me dicen que aquí radica el alma de mi tierra.




José Antonio Labordeta - Canta, compañero, canta

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