Se nos explica en
los evangelios (Lc 11,5-8, o Lc 18,1-5) que si uno pide y pide incansable, al final recibe,
siquiera para que no moleste más.
Bien, nosotros
tenemos una mosca cojonera llamada clase gobernante de Cataluña. Hace años
afirmé que lo suyo no es más que independentismo de salón, pero son cansinos
hasta la extenuación. ¿Y si les damos lo que dicen que quieren? No lo que
quieren, porque lo que quieren es dinero e impunidad judicial; no, la
independencia que reclaman. Súbita y cruda, eso sí, que ya sabemos que todos
queremos un piso de soltero costeado por nuestros padres, provisionado por
ellos y con la colada y plancha a su cargo. Y que si su plan de vacaciones nos
interesa, pues nos apuntamos. No, digo, algo inmediato, sin anestesia, y
HOSTIL. Como cabreados. Como que cedemos porque no los aguantamos más, pero de
mal humor. Bloqueo diplomático internacional, control de fronteras, aranceles,
pérdida del fondo de pensiones, nada del Barça en nuestra liga… Y pérdida de la
nacionalidad española, se siente. El que quiera seguir siendo español de
nombre, que se venga aquí.
Como catalán, les
aseguro que a mí no me importaría. Confío, claro, en que la parte catalana del
fondo de pensiones se emplearía en ayudar a los que nos cambiáramos de país -
quiero decir, a los que nos viniéramos a España-. ¿Echaría de menos a Cataluña?
Supongo que sí, pero tampoco nada serio. No se crean que Cataluña es algo
increíble: la costa es bonita, como todas las costas, y las zonas montañosas
como todas las zonas montañosas. Planicies y ondulaciones, en realidad de todo
lo hay mejor. Barcelona es única, lo reconozco, pero como lo son Viena, París o
Venecia: no sufrimos porque no estén en nuestro país, están "ahí".
Vale, no tendríamos la Segarra, el Urgell o la Cerdaña, pero tampoco a sus
antipáticos habitantes. Lo uno por lo otro.
Total, en unos años
estaríamos acostumbrados y en un par de generaciones el tema será agua pasada.
¿Nos iría mejor o
peor? Miren, como nos vaya a nosotros depende de nosotros mismos, no de los
catalanes, ¿no? Ahora bien, en términos
absolutos algo perderíamos, faltaría más. Pero ¿compensa la parte positiva, el
deshacernos de tan desagradables compatriotas? Si me preguntan a mí, les diría
que sí.
Que conste
que este ejercicio de ficción lo planteo como un no-catalán, como alguien que
no puede hacer nada para cambiar a los gobernantes de Cataluña. El catalán sí
puede intentarlo, y es lo que debe hacer. Porque esta historia/histeria es sólo
de la clase gobernante, que tiene las razones espúreas antes anotadas.
Pero, me dirán
ustedes, ¿qué pasa con los catalanes que no quieren dejar de ser españoles y
catalanes? Pues miren, si el 27-S no se produce ningún cambio espectacular en la escena
política, si no se vuelcan en los dos partidos (PP y C's) que apuestan
claramente por la unidad, no me van a dar ninguna pena: ellos mismos se lo
habrán buscado. El voto podemita ayudará a los secesionistas a corto o a medio
plazo; el voto a Unió o al PSC, lo hemos visto años y años, les ayuda a corto y
a medio. Quien vote a éstos, pienso yo, es que le importa poco lo que le pase a
su país; sólo mira por su bolsillo. Que les zurzan.
Hace dos o tres
años, lo que había en España con relación al prusés
era asombro. Que podríamos reducir a "¿cómo es que estos tíos están
pidiendo la independencia y 5.000 millones del FLA?". Ahora, en cambio, es
hastío; cada vez leo más opiniones a favor de largarlos.
Lo más gracioso del
tema, si es que tiene alguna gracia, es que los gobernantes (y la burguesía
adinerada que les apoya) va de farol, quiere que el gobierno se achante y les
dé más dinero. Pero como jamás dejarán de pedir, llegará un momento en que el
hartazgo podrá a los demás y entonces les saldrá el tiro por la culata y les
tocará a ellos el llanto y el rechinar de dientes, porque estarán a merced de
los podemitas catalanes, y éstos, ya sin Madrid, les crujirán.
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