El otro día escribí un artículo sobre el "caso Moro": el secuestro por una banda terrorista de Aldo Moro, las exigencias imposibles para su liberación, el "tribunal popular" que lo encontró culpable y que apareció asesinado. Conté que lo recordaba, pero lo cierto es que pocos años después tuvimos un caso similar, aquí en España, y ése sí que no se me olvida; todavía me descompone. En 1981 la banda terrorista ETA secuestró al ingeniero José Mari Ryan, planteó unas exigencias imposibles para su liberación, un "tribunal popular" lo encontró culpable y apareció asesinado. Y es que en España hemos tenido asesinatos ("atentados", los llamaban los periodistas) execrables, pero les aseguro que ninguno como el de Ryan.
Febrero de 1981 fue un mes difícil en España (el 23 de aquel mes hubo un intento de golpe de Estado; para tener una opinión fundada se ha de saber y entender lo que estaba pasando entonces). El 29 de enero había dimitido Suárez, el país tenía un gobierno en funciones. Aquel día, Ryan salió pronto (para lo que en él se estilaba) del trabajo para poder escuchar el discurso de Suárez, y tenía que ir a cenar con su mujer a casa de su cuñado. Ni oyó el discurso ni cenó.
En aquel momento, José Mari Ryan era el ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz.
La central de Lemóniz se había empezado a construir en 1972. Como es habitual, los que estaban en contra (los que siempre están en contra de estas cosas), se dejaban oír con mucha fuerza. Y ver: era habitual el anagrama de un sol rojo sonriente en un fondo circular amarillo, y el texto ¿NUCLEARRIK? (por encima del sol) EZ, ESKERRIK ASKO (por debajo). Hasta el punto de que todos, vascos o no vascos, sabíamos decir "no, muchas gracias". Y en 1977, ETA decidió que aquella también iba a ser su lucha: a fin de cuentas, era contra el gobierno, ¿no? Pues de cabeza. Y empezaron los atentados, 246 en cinco años. La exigencia, claro está, que se parara la construcción. Pero la construcción no se paró, por lo que la banda decidió apostar fuerte. El 29 de enero de 1981, secuestró al ingeniero jefe de la central. ¿El rescate? Daban una semana de plazo para demoler la central. No parar los trabajos, no. Demoler la central.
Iberdrola, la empresa, declaró que haría lo que le dijera el Gobierno vasco. En Madrid no había gobierno; es decir, lo había, pero Adolfo Suárez y todos los ministros estaban en funciones, esperando el relevo; la elección del nuevo presidente iba a ser el 23 de febrero. Suárez, por descontado, no iba a negociar con terroristas, pero además tenía innumerables presiones, dimitía porque no podía más. Él no podía hacer nada; tenía que ser el gobierno vasco. Y en el País Vasco las cosas no eran tampoco fáciles: el 4 de febrero, los Reyes hicieron su primera visita oficial a la comunidad, y se produjo el suceso de la Casa de Juntas de Guernica. Los diputados de HB fueron expulsados, pero la sensación (al menos para mí) del Rey parapetado detrás de dos guardaespaldas enormes... ¿dónde se estaba metiendo el hombre? El País Vasco, esos días, era un polvorín a punto de estallar.
Los técnicos de Iberdrola, por su parte, se comprometieron
públicamente a no arrancar la central si no se aprobaba en un
referéndum. ¿Qué más podían hacer?
Siete días en política son poquísimos; para la angustia por la vida de un hombre, eternos. Yo no olvidaré nunca la imagen de la mujer de José Mari Ryan suplicando por televisión, con sus niños pequeños en el salón de casa, que liberaran a su marido. El hombre tenía 5 hijos: de 9, 8, 6, 4 (éste cumpliría 5 al día siguiente de la muerte de su padre, el 7 de febrero; ¿le habrían comprado con antelación un regalo?) y 1. Todo fue inútil: a los siete días, ETA informó que un "tribunal popular" había encontrado culpable al ingeniero y que la condena era de muerte. El 6 de febrero por la noche apareció maniatado en un bosque, con los ojos vendados y la cabeza cubierta por la capucha de un anorak.
No se me ocurre ningún cumpleaños más triste que el que tuvo el pequeño Pablo a la mañana siguiente.
Desde el punto de vista humano, este asesinato de ETA fue para mí el peor de todos. La bomba lapa es súbita: explota. Quizás quedes herido y mueras en el hospital, pero... me entienden. Lo mismo el disparo, la emboscada, todas las muertes: una visita, un anuncio, y el dolor. Pero en este caso tenemos la angustia de que no llegue una noche; el anuncio de ETA al día siguiente, ocho días de espera, el desenlace. ¿Algo es más cruel? ¿Algo puede ser más cruel, con los hijos que tenía?
Pero, además, José Mari era ingeniero. Los familiares de un guardia civil, un sargento o un policía siempre pensarán que murió cumpliendo con su deber; en el caso de los políticos, jueces y similares, que murieron por defender las ideas en las que creemos todos. Pero en este caso la causa de ETA ni siquiera era política: mataban para que no se construyera una central nuclear. Y José Mari era el ingeniero jefe de un proyecto. Un proyecto, además, que es el sueño de cualquier ingeniero: todos consideraríamos el cenit de nuestras carreras la construcción de una central nuclear.
Por cierto, cuando Felipe González llegó al Gobierno, se paró Lemóniz. Para siempre. Con FG, ETA ganó la partida.
Si alguna vez pasan por ahí y ven los restos de la central, acuérdense de José Mari Ryan. Yo no pasaré jamás; aún espero que algún vasco me explique porqué consideraron que era una muerte aceptable y que ellos eran, en realidad, unos chicos que se arriesgaban por ellos.
Narciso Yepes - Romance anónimo
Fue un crimen horroroso que más tarde repetirían con Miguel Angel Blanco: secuestro y asesinato. El de Ryan fue un desencadenante del golpe de Estado de Tejero, (barullo chapuza), en un mes convulso.
ResponderEliminarEn España prima lo de nucleares no, petróleo no, fracking no, y después "e que tá to muuuuu maaaal".
Por fortuna, en la actualidad aquel pequeño Pablo es un gran médico internista y a mi, como a muchos otros, pero me ha salvado la vida. Le adoro y me conmueve siempre que le veo.
ResponderEliminar