sábado, 1 de febrero de 2014

Aquellos chalados en sus locos cacharros


Venía el otro día pensando en escribir un artículo sobre cómo calcular un forjado reticular a mano, cuando caí en la cuenta de un pequeño detalle.

Actualmente, es impensable que se calcule un forjado reticular a mano. Para eso está el CYPE. Por lo mismo, es impensable que alguien sepa calcular un forjado reticular a mano, para eso está también el CYPE. Sin embargo, hubo un tiempo, no tan lejano, en que no era impensable.

Mientras caminaba, elucubraba con seguir mi línea habitual, ya saben, decir que los calculistas con más de 30 años de experiencia sin duda han calculado forjados reticulares a mano, entre 20 y 30 años de experiencia es probable que lo hayan hecho varias veces, y que con menos de 20 años de experiencia es seguro que no lo han hecho. Y razonaría que, a pesar de todo, los que tengan entre 20 y 15 años de experiencia probablemente serían capaces de hacerlo, pero que los que lleven menos de 15 años en esto, sin duda que no.

¿Cómo pensaba no perder el hilo despreciando a los novatos? Bueno, contaba con que realmente quería explicar cómo hacerlo, y pensé: tengo que dejar claro qué es calcular a mano. Obviamente, no es necesario que las operaciones aritméticas, sumar, restar, multiplicar, etc., se hagan en papel (¡a ver si iba a dejar fuera al 50% de los calculistas!); se puede usar una calculadora. Y el Wineva, claro. EXCEL, supongo que sería aceptable... Y entonces me dí cuenta.

Iba a hablar de las calculadoras. Iba a decir algo así como "... las operaciones que se pueden hacer con la calculadora de un reloj...".

Millones de personas, hoy, no saben qué es la calculadora de un reloj. 

Y, sin embargo, hubo un tiempo en que la calculadora de un reloj nos parecía lo más. ¡Una calculadora en un reloj! Estos japoneses, desde luego, ya no sabían qué inventar. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Un televisor en un reloj? Era alucinante, lo que se estaba consiguiendo.



Hace 40 años, los relojes, normalmente, eran de saetas y de cuerda. Había que darles cuerda por la noche, los relojes atrasaban o adelantaban, y era normal la pregunta ¿tiene usted hora buena?, porque una cosa era tener hora, y otra que fuera buena.

Luego se fueron popularizando los de saetas pero automáticos; empleo el verbo popularizar en su sentido más literal: hoy en día, los relojes automáticos no los ha de llevar el pueblo llano, para nosotros ya están los de cuarzo.

Y luego aparecieron los digitales. Increíbles. Tenían unos números en rojo, daban la hora, el día y el mes, y también los segundos. Bestiales. Luego, incluso tenían cronómetros. Ya no eran de leds rojos, sino de cristal líquido, decían el día de la semana, la correa era de plástico, ligeros, buf. Parece ser que tenían una precisión atómica, no retrasaban ni adelantaban, daban la hora de 24 en 24, sabían si era antes del mediodía o después... tener un reloj de saetas era de paleto bajado de las montañas.

Cuando salieron los relojes con calculadora, uno no podía menos que admirar a esos japoneses, capaces de crear en miniatura lo que nosotros no sabíamos hacer a tamaño natural. Ŕealmente, el futuro estaba a la vuelta de la esquina, y las películas de ciencia ficción iban a quedar como documentales de la tele.

En fin, por suerte ya saben cómo acabó todo aquello. La ergonomía, aunque nadie piense en ella. Eso sí, dudo que jamás de los jamases un verdadero calculista hubiera tenido que echar mano de un reloj calculadora. Yo, por supuesto, nunca tuve uno.

Lo sorprendente es lo que llegó a hacerse:



Antonio Machin - Tengo una Debilidad

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