sábado, 1 de septiembre de 2018

Los Comentarios: Parte I. Hombres extraordinarios




En contadas ocasiones a lo largo de la Historia han aparecido hombres extraordinarios. Extraordinarios de verdad, no uno entre un millón. Hombres con un genio superior, con habilidades superiores y con una capacidad de liderazgo insuperable, capaces de aunar a miles de hombres sólo con su carisma, a millones, y que todos, por él, den lo más de sí mismos, hasta la vida cuando era preciso.

Llevo unos días meditando cuántos de estos hombres me salen, y no son muchos. Siete, quizás ocho.

Lo más curioso, sin embargo, es una coincidencia que casi todos ellos tienen en común. Casi todos, no todos. 

Por orden cronológico, el primero de los hombres extraordinarios es Alejandro Magno. Porque caudillos ha habido muchos, y grandes reyes, incluso grandísimos caudillos y reyes. Pero lo de Alejandro Magno se sale de escala. Intenten explicar cómo fue posible que un territorio insignificante de la pequeña Grecia, un reino que sin él apenas sería hoy conocido sólo por los muy eruditos del helenismo, dominara en tan pocos años casi toda la Tierra conocida y más aún. Cual ratón que se come un elefante, se tragaron el vastísimo imperio persa y, por si era poco, lo que lo rodeaba, desde las arenas de Libia hasta las selvas de la India.

¡Ah, y a pie!

Alejandro Magno murió, rey del mundo, con 32 años de edad. Con sólo 22 años ya arrastró a su ejército a la conquista de Asia.

No sé qué carismas tuvo Alejandro, pero, fueran los que fueran, sin duda hicieron de él un hombre extraordinario. Por fuerza, tenía que haber algo en él. Es el patrón por el que se han de tallar los hombres extraordinarios y quien mejor representa mi idea de hombre extraordinario.

Cien años después, en la costa de Túnez nació otro hombre extraordinario: el hijo de Amílcar Barca, el gran Aníbal. La figura de Aníbal ya la glosé en mi entrada sobre Tocón, así que baste decir que su nombre en la lista no admite discusión posible. Sin peros.

Y poco más de cien años después, nació el tercero. Esta vez, romano: Julio César.

Ya hablaremos de César en otra ocasión; de momento, quedémonos con esta idea: después de él, todos los emperadores romanos quisieron llamarse también "César".

Después de César hubo que esperar 1.200 años: Temudjin. No alcanzo a explicarme cómo pudo Gengis Kan juntar a los desharrapados mongoles de la estepa, campesinos y pastores y todo lo más salteadores ocasionales (la excusa mundial es que eran curtidos guerreros, cuando lo más probable es que se limitaran a pelearse en sus contiendas tribales internas) y convertirlos en el más exitoso ejército que jamás han visto los tiempos y conquistar absolutamente todo lo que quiso en un abrir y cerrar de ojos. Y es que el imperio mongol es el más grande (terrestre) que ha existido nunca; abarcó desde el Pacífico hasta las murallas de Viena y no hubo nadie que fuera capaz de resistirles. Pero ¡por favor, que hablamos de mongoles! En el caso de todos los anteriores (y de los que seguirán), al menos tanto ellos como los hombres que les siguieron tenían un propósito, un fin. Uno quiso ser el conquistador de Asia, el rey del mundo. Otro quería destruir Roma. Y el romano quería darle gloria. Pero ¿Gengis Kan? ¿Los mongoles? Vale que los macedonios, los cartagineses y los romanos no tenían ni idea de lo que se iban a encontrar cuando atravesaban Asia Menor, los Alpes o la Selva Negra y el Rin, pero es que los mongoles ni siquiera sabían a dónde iban o dónde pararían. No sabían qué país estaban conquistando, contra quién luchaban o porqué; simplemente, era el país siguiente. El que iba a continuación. Pero es que ni la codicia, oigan. Los mongoles siguieron viviendo en yurtas y montando a caballo de la mañana a la noche, siempre buscando el siguiente cuello que rebanar.

Sí, Gengis Kan merece estar con todos los honores en la lista de hombres extraordinarios.

El quinto miembro de la serie tardó 300 años en aparecer, y diría que era italiano, aunque su éxito vino de la mano de España: Cristóbal Colón.

Cristóbal Colón era un crack. Un auténtico crack. No fue sólo su pericia como navegante (y como almirante, jefe de una flota). Su comprensión de lo que pasaba con la brújula (hasta él, la brújula sólo se usaba en el ámbito del Mediterráneo y Europa Occidental, en el que la brújula marca más o menos siempre con el mismo ángulo con respecto a la Estrella Polar), cómo supo que Cuba era una isla y que habría un continente más allá, su descubrimiento (es increíble que no se lo estudie como una de sus máximas hazañas) de ¡la ruta de vuelta!, que no es ni de lejos la ruta de ida, su tesón, el convencimiento que tenía (sin pruebas) de que valía jugarse la vida porque tenía razón,... Hay tantas cosas y tantos detalles asombrosos que yo, personalmente, a menudo pienso que Colón fue un fraude: que él ya sabía que América estaba ahí, que de alguna manera  algún barco habría llegado antes por error (¡qué sé yo, alguna tormenta que lo desviara!) y que en el viaje de vuelta naufragara y algún marinero llegara hasta Madeira y allí él escuchara el relato de un moribundo náufrago... 

Por cierto, lamentable la página sobre Colón en la Wikipedia. Parece que la ha escrito su peor enemigo.

Colón, sin lugar a dudas, merece un puesto en la lista de los hombres extraordinarios. Y, desde luego, si alguien fue capaz de arrastrar a un puñado de hombres hasta el infinito y más allá, fue el. Pero es que además con Colón se inicia una etapa irrepetible en la que de la Península salieron una pléyade de hombres que llevaron a cabo hazañas sin paragón. Cortés, Pizarro, Almagro, Valdivia, Orellana, Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Magallanes, Elcano, Núñez de Balboa, Torres, Ponce de León, Urdaneta y Legazpi, Mendaña, Ojeda, Jiménez de Quesada, Coronado,... la lista parece interminable y todos ellos realizaron proezas que empequeñecen a las de cualquiera de los exploradores anglosajones que se nos venden como héroes. No alcanzo a entender porqué no se estudia, en nuestras escuelas, esta etapa gloriosa de nuestra Historia y menos aún las gestas que hicieron nuestros paisanos; imagino que será porque nuestros planes de estudio los confeccionan gente que nos odia, pero aun así... El caso es que de la larga lista de descubridores y conquistadores, dos nombres descollan sobre todos los demás y merecen ser incluidos por derecho propio (y también como representantes) en la lista de los hombres extraordinarios.

El primero de ellos es Hernán Cortés; para entenderle, situémonos en 1519. En esa época España controla las islas del mar Caribe. Ha descubierto el continente, y Núñez de Balboa lo ha atravesado por el itsmo de Panamá, descubriendo el océano Pacífico. Ojeda ha descubierto el lago de Maracaibo y Venezuela, Ponce de León Florida y Hernandez de Córdoba ha llegado a Yucatán. Las colonias de las islas ya están en marcha y los colonizadores empiezan a traer a sus familias desde la Península, pero no hay mucho más. Se han descubierto tierras y selvas infestadas de mosquitos, indios poco civilizados (apenas ha habido un primer contacto con los mayas) y nada especialmente interesante... aparte del imperio azteca. Se sabe que al otro lado del mar hay tierras vastísimas, controladas por indios guerreros y poderosos que tienen sometidas a todas los pueblos indígenas que los rodean. Su cultura es impresionante, rica en oro y muy avanzada. Sin duda, no es un enemigo despreciable, y desde luego no son los indios con los que se han topado hasta ese momento. De hecho, Hernández de Córdoba había descubierto la península de Yucatán, sí, y contactado con los mayas y sabido de una civilización avanzada, pero esos indios ya eran demasiado para él: salieron por piernas.

Un detalle adicional: los españoles aún no conocían la corriente del Golfo. No tenían cartas marinas ni mapas. Podían saber que había tierras al oeste, al sur, al suroeste... pero no sabían ni cómo de lejos, ni dónde había radas donde atracar los barcos. Y la corriente del golfo trastocaba lo poco que sabían: salvo que fueran hacia Sudamérica (Colombia, Venezuela...) por las islas antillanas, una corriente imperceptible para ellos arrastraba los barcos al estrecho entre Cuba y Florida; debían ser escasos los pilotos que, tras varias malas experiencias, supieran cómo lidiar con ella.

Y en éstas, aparece Cortés, dispuesto a romper el estrecho corsé que supone colonizar sólo las islas. La aventura debía parecer imposible, pero Cortés consiguió organizar la expedición y llevar 600 hombres. Cruzaron el mar y desembarcaron en Yucatán: hasta ahí, terreno más o menos conocido. A partir de ahí, una de las más asombrosas hazañas de la Historia, como prueba el que, en el omnipresente intento de desprestigiar a España y sus hijos, cuando se estudia este pasaje en los colegios siempre se intenta aportar explicaciones: que si los caballos, que si el armamento,... Es tan asombrosa la gesta que no se acepta tal cual: piensen en cambio si en alguna de las otras grandes gestas de la Humanidad se pone tanto interés en intentar explicar (¡y desde niños, por si acaso!) las ventajas que tenían los que la lograron: no, no encontrarán ninguna otra. Así que algo tendrá el agua cuando la bendicen, y sin par es la hazaña de Cortés.

Hernán Cortés, de Trujillo, es sin duda uno de los hombres extraordinarios.

Y el otro hombre que incluyo sin dudarlo es un portugués: Fernando de Magallanes. 

De nuevo, 1519. Sitúense, por lo tanto, en el panorama anterior: América se limita al territorio antillano. Cabral, el portugués, ha descubierto por accidente Brasil, pero sólo la punta que está más cerca de África. Y Núñez de Balboa, el Pacífico. Por el otro lado, en 1512 los portugueses, siempre con su técnica de exploración por cabotaje y pasos cortos pero seguros, habían llegado hasta las islas Molucas. Pero siempre, desde Colón, pasos cortos. En estas apareció Magallanes.

¿Qué movía a Magallanes? ¿En qué pensaba? No lo sé, pero sí sé una cosa: metido en faena, no se arredró ante nada, y como resultado no hubo obstáculo que no superase.  Y es que circunnavegó América del Sur hasta el estrecho que lleva su nombre, dando la vuelta en la Patagonia; y cuando decidió que ya estaba en el Pacífico, mas al sur de lo que nadie había llegado jamás, hizo lo que se me antoja más imposible de todo: se lanzó a cruzar el océano y, de alguna manera, llegó a las Molucas. ¿Cómo llegó, cómo sobrevivieron, cómo no se perdió, cómo....? Las mil preguntas que se pueden hacer sólo revelan lo imposible de su hazaña. Pero a partir de ese momento, el océano Pacífico fue "el mar de los españoles".

Como todo el mundo sabe, Magallanes murió en Filipinas en un combate contra indígenas, y fue Juan Sebastián Elcano, su segundo, el que culminó la expedición con el regreso a España. La gesta de Elcano no estriba, en realidad, en su aspecto de exploración, sino en el ejercicio de su liderazgo: Filipinas, Molucas, era ya territorio descubierto. El camino hasta casa era, pues, conocido. Pero... era un camino portugués, y los españoles no podían navegarlo. Si los descubrían, no les socorrerían: les matarían. Elcano lo consiguió: cruzó Indonesia, atravesó el océano Índico (y no por la ruta portuguesa, pegada a la costa, sino a la brava, y luego rodeó África hasta llegar a España. Pocos y medio muertos de enfermedades, hambre y esfuerzos, pero vivos y libres. Ambas gestas, la de Magallanes y la de Elcano, son realmente asombrosas; pero si he de escoger a un hombre como extraordinario, escojo a Magallanes. Elcano, a fin de cuentas, hizo lo imposible pero porque no tenía otra opción. Magallanes, en cambio, consiguió que todos abandonaran la comodidad de sus día a día para lanzarse, a pecho descubierto, hacia lo desconocido.

Alejandro Magno, Aníbal Barca, Julio César, Gengis Kan, Colón, Cortés y Magallanes. Siete. Han pasado 500 años (el año que viene, ya verán cómo pasan sin pena ni gloria) de las gestas de Hernán Cortés y de Magallanes. Y yo creo que no ha vuelto a surgir un hombre extraordinario. Ha habido, sí, grandes exploradores, genios militares, caudillos y líderes. También científicos e inventores que cambiaron nuestro mundo; e incluso políticos.  Pero, en mi opinión, ninguno de ellos realizó una gesta del calibre de la de mis siete héroes. Quizá sea porque ya es imposible: a Armstrong, si lo miramos bien, a la Luna lo llevaron. Y previamente lo entrenaron a fondo. No fue él que se plantó en Houston y dijo "señores, dénme un cohete y dos tripulantes que voy a pisar la Luna". O, como diría Newton, las cosas extraordinarias se consiguen ya porque se está "a hombros de gigantes". Aunque escribí al principio que quizás podríamos ampliar la lista hasta ocho. Y el octavo sería, sin duda, Napoleón Bonaparte. Pues sin duda a él hay que atribuirle el cambio de la problemática Francia de finales del siglo XVIII a la potente nación que dominó Europa bajo su mando. Pero me resisto a considerarlo al mismo nivel que los otros siete. Digamos que Napoleón se lleva el accésit.

Podríamos nombrar también a algunos finalistas que sin embargo me temo que no pasan el corte. Por ejemplo, Gandhi. O Mahoma. Y es que tampoco es que lo suyo fuera extraordinario. Tomemos como ejemplo a Mahoma: en realidad, lo que pasa es que se le mira con buenos ojos. A fin de cuentas, lo que de verdad hizo fue organizar una banda de salteadores, deponer a los gobernantes de La Meca (¡como si en aquella época eso fuera una hazaña!) y vencer a las tribus de la zona. Que luego los Omeya expandieran sus dominios (aprovechando la debilidad coyuntural en esa época de Occidente y los persas) no tiene nada que ver con él, no fue obra suya. Sería como dar a Colón el mérito de lo que hicieron Cortés y Magallanes.

Así pues, ésta es la lista de los hombres verdaderamente extraordinarios:
  1. Alejandro Magno
  2. Aníbal Barca
  3. Julio César
  4. Gengis Kan
  5. Cristóbal Colón
  6. Hernán Cortés
  7. Fernando de Magallanes
 Accésit: Napoléon Bonaparte.

Y ahora viene un dato curioso: un griego, un tunecino (pre-Islam), dos italianos, un español, un portugués, un mongol y (si lo incluimos) un corso. ¿Alguien nota un patrón aquí? Caray, no sé que pinta un mongol en esta lista y quizá sea la excepción que salva a todos los pueblos, pero no puede ser casualidad. No sé qué decir al respecto, salvo que ya que hoy en día se mira la Historia desde una perspectiva ex-Mediterráneo estoy seguro de que se aducirán múltiples razones que en realidad no son sino excusas por parte de las demás naciones que no han conseguido aportar jamás ningún nombre a la lista.

Pero estoy seguro de que no es casualidad. Algo debe haber en nuestro carácter, en nuestra manera de afrontar la vida, no sé qué, algo que hace que, a veces, surjan entre nosotros alguno los hombres más extraordinarios de la Historia de la Humanidad.




Schubert - Sinfonía inacabada (1er movimiento)

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