martes, 11 de septiembre de 2018

Los Comentarios, Parte II: la Guerra de las Galias




Conté en mi entrada sobre el cierre de Oci que el día que acudí a despedirme aproveché la ocasión y compré un libro que en condiciones normales nunca habría elegido: con toda la pinta de ser un rollazo insoportable. El libro era Comentarios de la Guerra de las Galias, de Julio César. Sí, el legendario romano. Sí, de la colección Austral, serie "Humanidades". Sí, todas las trazas de ser un auténtico ladrillo.¡Cielos, qué equivocado estaba, qué equivocado estamos todos! ¡Si en la segunda página ya estaba añorando que en las páginas pares apareciera la versión original en latín, como el Cantar de Mío Cid! Y es que me daban ganas de leerlo en latín, idioma que no hablo ni escribo y que tampoco entiendo, pero eso me daba igual: tenía que captar el ritmo y la música, aquello era fabuloso.

El libro es la narración que hace Julio César de las campañas galas al pueblo de Roma, para que las conozca, y más de 2.000 años después, sigue siendo fabuloso.

Es cierto que no empieza con un "Canta, ¡oh Musa!, la cólera del juliano César...", sino con un poco prometedor "La Galia, en su conjunto, está dividida en tres partes...". Pero es sólo la primera página; en seguida, la narración atrapa al lector y le sitúa perfectamente, junto a Julio César, viendo cómo avanzan las legiones, cómo evolucionan las batallas, cómo se complica la logística,...

Porque ésa es otra. El libro es precioso, una joya. Pero la historia que cuenta las ocho campañas de conquista de la Galia (sólo se hacía campaña de abril a octubre, más o menos) es, en sí misma, una hazaña portentosa.

Por un lado, tenemos el genio militar romano. César sólo tuvo a su disposición unos pocos miles de hombres; y aunque conseguía reponer el número total incorporando nuevas legiones con diversas levas, el número de soldados veteranos era cada vez menor: su X Legión, su favorita y más experimentada, terminó con menos de 500 hombres de los 6.000 que empezaron la guerra. Pero era el ejército romano, y eso significa varias cosas: ejercicio, forma física para soportar cuantas horas de combate sean necesarias, disciplina, pericia con las armas, versatilidad para hacer cuanto sea necesario (y no sólo luchar: también tender puentes, erigir fortificaciones, excavar minas y trincheras, lo que hiciera falta) y, sobre todo, sentido del honor: más de un combate y más de dos se ganaron porque los soldados, ante la posibilidad de perder las insignias de su manípula, cohorte o legión o ante el ejemplo de su centurión dieron un 120% de su potencial y eso les llevó a la victoria.

Pero, por otro lado, tenemos el genio de César. El ejército romano era el más poderoso del mundo, sí, pero a lo largo de los siglos sus batallas perdidas se cuentan por cientos. Con César, en cambio, eso no iba a pasar. En parte, porque evitó todas las batallas que no fuera a ganar. Lo que también tiene su mérito: no todos sus lugartenientes lo consiguieron. En parte, porque sólo el saber que César estaba entre ellos daba moral a sus tropas y se las quitaba a los enemigos. Hasta el punto de que cuando los galos fueron conscientes de ello cambiaron su estrategia a conseguir que César no estuviera en las batallas. Bien atacando donde él no estuviera, bien haciendo la guerra en invierno, cuando César tenía que estar de vuelta en la provincia romana que gobernaba, la costa mediterránea de Francia (por cierto que a esa provincia en el libro se la denomina, a secas, "la Provincia"; y ahora se la conoce como... la Provenza).

Y es que ésa es otra: cada invierno César distribuía a sus tropas por los territorios entonces seguros, y el se volvía a la Provincia, donde tenía que ejercer de gobernador y juzgar los asuntos que tenía.Y lidiar con el Senado y con Pompeyo, y entrometerse en la política de Roma, y... realmente no paraba quieto, el hombre.

Pero, sobre todo, era un gran estratega. Su prioridad, parecía, era asegurar el suministro y el bienestar de las tropas. Dónde y cómo debían pasar los inviernos, cómo avituallarse durante las campañas, cómo tener a salvo la impedimenta (los bienes de los soldados, y no sólo lo necesario para el invierno, sino también sus botines). Y su gran victoria estratégica fue, es paradójico, su clemencia: César, a diferencia de lo que hicieron los romanos en Hispania, cuando vencía a un pueblo que se le resistía no pasaba a todos a cuchillo: les perdonaba, bastando la toma de rehenes (lo que en realidad era un chollo para los rehenes). Esta clemencia, conocida por todos, fue quizá su mejor arma: facilitaba que las tribus se rindieran, pues veían que luchar les llevaría a la muerte en combate y rendirse no. También, respetando su palabra de clemencia, ganó César la gratitud y la fidelidad de muchas tribus (de hecho, la guerra/conquista empezó con la petición de ayuda de unas tribus a César contra otras tribus que los atacaban; fue, digamos, una pelea que no empezaron y no quisieron librar, pero bien que la acabaron.

Mención aparte merece la faceta de César como ingeniero. Cruzó en varias ocasiones el Rin (y otros ríos caudalosos, pero ninguno como éste), y dedica un amplio apartado a descubrirlo; bien, la primera vez le costó descubrir cómo hacer un puente sólido, pero una vez sabido cómo, repitió con facilidad. El hecho de cruzar el Rin no es baladí, y el lector se da cuenta de cómo el cruce representa la tremenda diferencia entre el ejército romano y las tribus galas;: unos son capaces de hacerlo con facilidad y a los otros les es imposible.

Y también el cruce del Canal de la Mancha y la invasión de Inglaterra. Esto lo hizo en dos campañas, en la primera sólo cruzó el Canal y desembarcó una legión, más que nada para ver cómo era aquello, y el segundo año, con la experiencia del año anterior,hizo un cruce e invasión en toda regla. Temporal, eso sí, porque César no tenía como objeto conquistar Inglaterra: sólo darles un susto a los britanos, que estaban dando apoyo a los galos, un mensaje tipo "meteos en vuestros asuntos o yo me meteré en los vuestros".
Los nervios [una tribu gala], frustrada esta esperanza, rodean el campamento de invierno con un vallado de diez pies de altura y un foso de quince pies. Esta estrategia la habían aprendido de nosotros durante su relación en los años precendentes y, habiendo hecho algunos prisioneros de nuestro ejército, les daban éstos las oportunas instrucciones. Pero al no tener ninguna de las herramientas que serían idóneas para este trabajo, se veían obligados a perforar el suelo con las espadas y a sacar la tierra con las manos y con los sayos. De todo lo cual pudo inferirse la gran multitud que constituían, pues en menos de tres horas acabaron esa fortificación con un perímetro de quince mil pies. En los días siguientes comenzaron a construir torres de la altura de nuestro parapeto y a preparar hoces de asedio y tortugas, artefactos que los mismos prisioneros les habían enseñado a fabricar.
Libro V, XLII

La invasión de Inglaterra representa mejor que nada el principal, a mi modo de ver, reto de las campañas: se lanzaron a guerrear en lo desconocido. Es de suponer que César tendría descripciones de dónde se metía, dadas por comerciantes o por aliados galos, pero pobre ayuda sería ésa: "seis días de bosque impenetrable llenos de fieras", o "un río tan ancho que una barca con ocho hombres tarda medio día en cruzarlo" (me las estoy inventando), por fuerza tienen una difícil aplicación práctica: imaginemos a las centurias marchando, intentando abrir nuevos caminos a través de un bosque del que, como mucho, le habrán dicho al centurión que tiene seis días de ancho. La niebla, por ejemplo, era algo que les asombraba. Y es que el clima de Bélgica no tiene nada que ver con el del sur de Italia al que estaban acostumbrados. Y de aquí para allá, en Suiza, en el norte y el sur de Francia, en las llanuras y en las montaña, en las marismas de Bélgica y en los bosques sin fin de Germania.

La naturaleza del lugar que los nuestros habían escogido para el campamento era ésta: un collado que, desde lo alto, descendía con suave y uniformado declive hasta el río Sabis, que antes hemos mencionado. Desde la ribera opuesta del río, frente por frente, se alzaba otra colina de parecida pendiente, de unos 200 pasos de anchura, despejada en su parte inferior y tan boscosa en la superior, que difícilmente era penetrable para la vista. Los enemigos se mantenían ocultos en el interior de esas espesuras. En la zona descubierta podían verse, a lo largo del río, unos pocos piquetes de caballería. La profundidad del río era de unos tres pies.
Libro II, XVIII

De hecho, a menudo la táctica gala (y de los germanos) para no ser vencidos era trasladarse, toda la población, a los interminables bosques y zonas pantanosas, en las cuales no se aventuraba el ejército romano (que estaba pensado para batallas, no para escaramuzas: no tenían tiempo para ellas). 

En fin, los Comentarios se leen con una facilidad insultante para los libros modernos, tan peñazos la mayoría de ellos, y más aún si atendemos a lo poco atractivo del tema, el relato de unas campañas militares.

Pero es que hay un dato que escapa a la mayoría de las personas y a mí me parece el más asombroso de todos: César empleó 8 años. Conquistó Francia y Bélgica, el oeste de Suiza y zonas de Alemania y Holanda. Y uno de los 8 años lo dedicó a invadir Inglaterra a modo de exploración. Si no tenemos en cuenta que la Galia Narbonense, la costa mediterránea, había sido conquistada 70 años antes (la región, en realidad, estaba muy helenizada a partir de la colonia griega de Marsella, fundada hacia el 600 a.C.: era muy poco gala), podemos decir que César conquistó toda la Galia en 8 años. Ocho años.

Para ponernos en situación: a César lo nombraron procónsul (gobernador de la Galia Narbonense y desde ahí consuistó la Galia. No lo nombraron nada en Hispania, y no se metió por allí (bueno, sí, durante la guerra civil que siguió al cruce del Rubicón tras la conquista de la Galia, pero ésa es otra historia).

La conquista de Hispania, España y Portugal, duró 200 años. Y el dominio, en algunos sitios, parece ser que fue tan débil que aún hoy los habitantes de esas zonas "alardean" de haber permanecido en la Prehistoria y no haber sido romanizados como los demás. ¿Eran más débiles los galos? No lo creo, pues una de las cosas que más asustaban a los romanos en la primera campaña era el enorme tamaño de los galos, tan superiores a ellos los retacos romanos. ¿Menos valientes? ¿Hay ríos más caudalosos en España, bosques más impenetrables, montañas más altas? ¿Un clima más duro, quizá? ¿Estaban más organizados, los iberos? Esto seguro que no, pues los galos se llevaban muy bien entre sí, se consideraban todos un solo pueblo, se ayudaban unos a otros y, lo digo como ejemplo, nos cuenta César que tenían la costumbre del boca a boca en tan alta estima que las noticias, entre ellos, volaban y entre los galos se sabían las cosas de una punta a otra de la Galia en un tiempo récord. Además, la zona civilizada de España, todo el arco mediterráneo y la costa sur de Andalucía, era mucho mayor. Y, sin embargo, incontables militares romanos fracasaron a lo largo de estos 200 años (por supuesto, tuvieron más éxitos que fracasos, pues el balance final fue positivo para ellos: ganaron). 

Así que, de pronto, 8 años es realmente muy, muy poco tiempo para una conquista tan grande. Y tan trabajada, con tantas batallas y tantas victorias necesarias. Algo tendrá, pues, César.

César fue un gran político. Un gran militar. Y un gran escritor, pues desde el primer día lo tuvieron como tal los que le leyeron. Aparte de Octavio Augusto, el primer emperador, no sabemos (las personas normales, no yo; y tampoco los que se dedican a la Historia, supongo) el nombre de muchos grandes estadistas romanos. Nerón y Calígula, no por buenos motivos. Trajano y Adriano, los españoles sobre todo. Constantino, Diocleciano, los que se consideren algo puestos en Historia; Claudio, en televisión, o Publio Cornelio Escipión, los amantes de las batallas. Voy a dar una ristra de nombres, a ver cuáles sabe usted relacionar con una época y/o con algún hecho significativo: Mario, Sila, Pompeyo, Tito, Marco Aurelio, Teodosio, Valente, Decio, Caracalla, Séptimo Severo, Quinto Cecilio Metelo, Tiberio,... Con suerte, estos nombres le sonarán. Incluso sabrá situar a algunos de ellos. ¿Pero sabe algo más?

En realidad, ¿algún romano puede compararse en grandeza a Julio César?

Julio César, ya lo expliqué aquí, es uno de mis Hombres Extraordinarios.




Enseñanza adicional: conviene huronear de vez en cuando por las librerías. Hay muchas sorpresas ahí fuera, esperando una oportunidad.




Renato Carosone - Tu vuò fa' l'americano

 

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