sábado, 29 de septiembre de 2018

El bombardeo de Tokio




El seis de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre Hirosima. La bomba era de uranio. El 9 de agosto, lanzó una de plutonio sobre Nagasaki. En ambas acciones murieron 70.000 y 40.000 personas, más otros 70.000 y 40.000 más tarde y respectivamente.

Pero hubo un bombardeo más salvaje que estos, y sobre el que nunca se habla. Para ilustrarles el salvajismo de ese ataque, les repito: nunca se habla de él. Así fue de salvaje. Fue el bombardeo de Tokio la noche del 9 al 10 de marzo de 1945; y el hecho de que fuera por la noche (y sin luna: sería luna nueva el 14) me parece de especial importancia: las bombas nucleares fueron por la mañana, y la cosa cambia.

El bombardeo de Tokio podría resumirse en algunos datos: 279 superbombarderos B-29 (unos 30 más no llegaron, bien porque se perdieron, bien porque se averiaron) que lanzaron 1.665 toneladas de bombas de 230 kg de peso, miles de bombas. Cien mil muertos en el bombardeo. Un millón de personas perdieron todo lo que tenían, casa incluida. Pero decir esto sería quedarse en la superficie.

Las bombas no eran bombas como usted se imagina cuando piensa en bombas. Eran bombas de racimo que desperdigaban a su vez bombas de napalm. Cada una soltaba 38 bombas incendiarias, así que tenemos unas 275.000 bombas. Lanzadas desde el cielo en un par de horas.

El objetivo no era militar. No era estratégico. No se quería destruir ningún complejo industrial o una red de comunicaciones importante. Se eligió como objetivo a la población civil, los barrios más poblados. Se eligió el rectángulo noreste de la ciudad, en el que vivían más de un millón de personas. La mayoría de las casas, allí y entonces, eran de madera (y de bambú), y de ahí el emplear napalm.

A esas alturas de la guerra, todo Japón ya sabía que iba a perder. Los heridos volvían a sus casas y los heridos hablaban, así que de puertas adentro no se engañaban; lo que no sabían era cómo rendirse.

También los norteamericanos sabían que la cosa ya estaba resuelta. Seguían combatiendo en Iwo Jima, pero para ellos todo era cuestión de tiempo, la victoria ya estaba asegurada. LLevaban tiempo bombardeando Japón (¡desde casi tres años antes!) y su dominio del espacio aéreo era indiscutible. El problema que tenían con estos ataques era que no conseguían gran cosa. Bombardeaban los objetivos clásicos, militares e industriales, pero por una causa o por otra no lograban grandes resultados. Sí que probaron, también, el empleo del napalm, pero el mando aéreo prefirió el estilo tradicional. Hasta que destituyeron al general Hansell y pusieron al mando al general Curtis LeMay.

Y LeMay quería resultados que presentar.

Así que cambió la estrategia de bombas contra industrias a napalm contra la población.

¿Cómo es la noche en un Tokio en guerra pasadas las 12 de un 10 de marzo? En primer lugar, pensemos quiénes estarían viviendo allí. Desde luego, no jóvenes aptos y hombres en su plenitud, no. Vivirían niños, mujeres, ancianos, lisiados e inutiles para el combate. Las familias, sin el cabeza, sin la persona en la que confiar para sacarlos de todo apuro. La noche sería oscura, sin luces. Hay que ahorrar, y además no hay que poner las cosas fáciles a los bombarderos. 

Así que tendríamos a todo el mundo durmiendo. Hasta que de manera salvaje empieza a llover fuego del cielo. Despierta, deprisa. ¿Qué está pasando? No lo sé, pero tenemos que salir de aquí: ¡busca a tu hermana! Los bomberos no pueden hacer nada, sólo ayudar a la gente a escapar. Pero no del fuego de tu casa, sino de la ciudad: el sector atacado medía 6,4 por 4,8 km, y el fuego y el caos está por todas partes. El aire arde, creo que se alcanzaron los 980 grados centígrados. Miles de personas murieron simplemente porque el fuego consumió todo el oxígeno. Y todo aquél que intentó combatir el fuego, o que prefirió quedarse en su casa, todo aquél que no salió disparado por piernas, murió. Más de 100.000 muertos. Pero no, repito, soldados o trabajadores: niños, mujeres, ancianos. Los soldados estaban todos a salvo, en sus cuarteles.

Y no fue un daño colateral de un bombardeo. Fue el objetivo buscado. Era lo que querían.

Mención aparte merece el napalm: lo inventaron en Harvard en 1942 y los americanos lo usaron en la guerra en Europa y, como he explicado, en Japón. Luego en Corea, y la fama le llegó en Vietnam. Y es un producto que, mientras encuentre oxígeno, no dejará de arder: no se puede apagar salvo que se sumerja completamente en agua, algo imposible en un edificio. ¿Sabían los bomberos japonenes lo que tenían que combatir? Desde luego que no. Y el fuego abarcó unos 41 km2. 

De noche. Usted estaba durmiendo. Se despierta porque la casa está ardiendo. Sale, cegado por el humo. Le cuesta respirar. Busca a los suyos, intenta organizarse, un lugar seguro. Pero no existe tal lugar, y si existe, está muy lejos de usted. ¿En qué dirección? No lo sabe. ¡Ah!, pues entonces va usted a morir, usted y su familia, atrapado en un incendio que no podrá apagar. ¿Sabe dónde huyó mucha gente? A los parques que se habían construido, precisamente para tener a salvo a la población, tras el gran terremoto de 1923.. Llevaban 20 años con la consigna "en los parques estaréis a salvo". Imagine usted, qué pasó con esos parques.

 Los días siguientes al ataque se recuperaron 80.000 cadáveres. Pero muchos más no se recuperaron, y el departamento de bomberos estimó que había 97.000 muertos y 125.000 heridos. No lo sé, y supongo que jamás se sabrá. Algunos historiadores creen que el número de muertos fue mucho mayor, varias veces, pero que ni Estados Unidos ni Japón entonces tuvieron interés en revelar que la matanza había sido tan espantosa. En cualquier caso, murió más gente y el área desvastada fue mayor que en Hiroshima y en Nagasaki. Y en mi opinión, más salvaje. En Tokio hubo ensañamiento.

Y por cierto: las noches siguientes atacaron con el mismo método Nagoya, Osaka y Kobe. Hasta que se quedaron sin bombas incendiarias. Y cuando tuvieron más, continuaron. A finales de mayo, más de la mitad de Tokio había sido destruida.


Se estima que los bombardeos de LeMay en Japón mataron oficialmente a 500.000 personas (y ya nos imaginamos qué tipo de personas) y dejaron a cinco millones sin hogar. Si los EE.UU. hubiesen perdido la guerra, no me cabe la menor duda de que LeMay y todos sus superiores, desde Arnold hasta Rooselvet, habrían sido ahorcados por crímenes de guerra. 

La Historia la cuentan los vencedores, ya lo sabemos. Y de lo que no quieren hablar no se habla. Del bombardeo de Tokio, desde luego, no quieren.  Y ya sabe usted porqué.




Mónica Naranjo - Sobreviviré (Interpretación de Ainhoa, OT-2)

1 comentario:

  1. No conocía ésto. Sí lo de los ingleses, mariscal Harris creo que se llamaba, en Alemania. Un abrazo

    ResponderEliminar