miércoles, 3 de febrero de 2016

Me llamarán carca




Cambio de canal, en el típico momento de después de comer echado en el sofá. Algún telediario en no recuerdo qué cadena. Empezaba un nuevo tema, que la locutora anuncia: la primera generación de niños transexuales. Seguí haciendo zapping.

Un vistazo a noticias en internet y hablan de no se qué niños transexuales, creo que se operan y todo eso.

No tengo nada contra los homosexuales, de hecho algunos de mis mejores amigos lo son, y comprendo que todos tenemos impulsos de muy variado tipo. Claro, lo que nos distingue de los animales es que sabemos imponernos a los impulsos: nos contenemos, aunque nos lo pida el cuerpo. Por ejemplo, hay muchas personas que, si leyeran esto, tendrían un impulso "irrefrenable" de partirme la cara. Pero no son animales, se contienen y tan solo me cubrirían de vituperios en los comentarios (que a la cara se callarían es otra cosa, es cuestión de que no tengan güevos). En el caso de los homosexuales, uno podría esperar que contuvieran sus impulsos, pero la intimidad es la intimidad y a nadie nos debería molestar lo que mi vecino y su novio hacen de puertas adentro; de puertas afuera, son educados, amables, serviciales, honrados y de fiar, y discuto con ellos como las personas razonables que son. Preferiría, eso sí, que fueran dos veinteañeras hetero salidas que necesitaran que les hiciera pequeños arreglos domésticos, pero también podría ser peor: dos macizos hetero salidos que le hicieran pequeños arreglos domésticos a mi santa. Así que no me quejo, son de los mejores vecinos que tengo.

Pero lo de los transexuales me parece otra cosa. Por lo que entiendo, son personas que no se sienten a gusto con su cuerpo. Que su cuerpo les desagrada muchísimo, y que quieren que les cambien el cuerpo vía operaciones y química. Parece ser, también, que la diferencia conmigo y con que yo quiera ser más joven, más guapo, más cachas, más alto, más agil, con más rabo y más sex-appeal, y más negro y más estrella de la NBA es que yo he aceptado que soy un escuchimizado representante del solanar patrio y ellos y ellas no lo aceptan y sufren por ello. Sufren mentalmente; que además sufran físicamente es una consecuencia de su comportamiento al no aceptar su realidad.

Es decir, tal y como lo veo el resumen es: que no les gusta su realidad, su cuerpo. Que ese desagrado no lo saben manejar. Que en vez de que un loquero o psicólogo les enseñe a aceptar la realidad, quieren que los médicos les traten y les operen para cumplir sus deseos y tener el cuerpo que quieren tener. Y además quieren que nosotros corramos con los gastos.

Cuando ví las noticias que les he contado, mi reflexión fue que esto es algo que se veía venir. Que, tarde o temprano, iba a pasar. Porque enseñamos a nuestros niños que primero es el placer, luego el deber. Que cada uno debe liberar al niño que lleva dentro, que el control, la exigencia y el esfuerzo es sólo si uno quiere. Somos una sociedad que lo quiere todo hecho y pagado. Y ya, además. 

Somos unos decadentes. Esto tenía que pasar.





Scott Mckenzie - San Francisco

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