La matanza en la redacción de Charlie Hebdo ayer en París debe llevarnos a todos a una reflexión profunda. Da la casualidad que tenía en mente una entrada más o menos como la que sigue, así que me van a permitir que la adapte un poco para recoger también alguna idea al respecto.
En las sociedades democráticas, lo habitual es que la gente sea (en mayor o menor grado) de derechas, de izquierdas o indiferente (indiferente por desconocimiento, como los niños, o por descreídos, desengañados de la política). Pero una característica fundamental de estas sociedades es que cada uno acepta a los demás. Al de izquierdas, de derechas o indiferente no le molesta que el otro no sea de su credo político; simplemente, le basta con que las políticas que se apliquen sí sean de su cuerda. Usted puede estar a favor de las subvenciones a los clubes de fútbol de Primera y yo en contra, por decir algo, y a ninguno de los dos nos molesta más de lo normal que usted y yo no coincidamos; lo que nos disgusta es que no se subvencione (usted) o que sí se subvencione (yo); y el indiferente lo único que pedirá es que en este tema no haya desvío de dinero.
En Cataluña, sin embargo, las cosas no son así. Tenemos, por un lado, la sociedad democrática habitual: los que son de derechas, los de izquierdas y los indiferentes. Pero aquí tenemos a un cuarto grupo: los catalanistas, hoy en día presentados como independentistas. Los catalanistas se diferencian de los demás que a ellos sí les molesta que sus conciudadanos no sean de su cuerda. No nos quieren aquí, nos quieren fuera. Les puedo dar mil ejemplos y explicaciones; creo que no es necesario. En síntesís, ésa es la realidad. Aquí vivimos con un sector de ciudadanos que, lisa y llanamente, quieren que nos vayamos. Que no estemos, que no hubiéramos llegado si venimos de fuera, que no hubiésemos sido así si somos de aquí. El resto, todas sus acciones y sus políticas, se explican entendiendo esto.
En esto, son diferentes a todos los demás. Y a partir de ahí, todos los demás valores son diferentes. Uno tiene derecho a insultar y llamar nazi al otro, siempre que se sea catalanista. Si alguien llama nazi a un catalanista, ¡la que se monta! Uno puede quemar o retirar de un asta una bandera española o francesa ¡pero jamás la estelada! Y así, lo que quieran.
Los valores con los que nosotros regulamos nuestra convivencia no son los de ellos. Y ellos claman que "son sus tradiciones"; que hemos de respetar sus tradiciones, sus valores. Y se les llena la boca con palabras como paz, convivencia e igualdad.
Recuerdo hace muchos años: paseaba con un amigo catalán por Zaragoza y vimos unos carteles en los que se hacía sátira del presidente autonómico de Aragón, entonces Hipólito Gómez de las Roces. Mi amigo catalán estaba asombrado: era inconcebible en Cataluña que alguien se burlara de Pujol: eso equivaldría a reirse de Cataluña (esto no me lo dijo, yo lo sabía), y Cataluña para el buen catalán es lo más sagrado, más incluso; es su nombre el que no puede tomarse en vano.
La matanza de París vuelve a poner en la palestra a otro sector de la sociedad, de la Humanidad en realidad, que tampoco quiere que existan los que no son como ellos: el infiel debe convertirse o morir, y en las zonas del planeta donde puede hacerlo (forzarle o matarle) lo hace.
No todos los catalanes son catalanistas. No todos los musulmanes son islamistas.
Los catalanistas no quieren que los que no somos catalanistas vivamos en Cataluña. No quieren un no-catalanista en Cataluña. Pregunten, si quieren, a Federico Jiménez Losantos por qué en 1981 lo
ataron a un árbol en el Tibidabo y le pegaron un tiro en la rodilla. O,
simplemente, siéntense y escúchenles. Lean sus twitters, sus comentarios
en las webs. ¿No le resultan semejantes a esos otros? Yo es que hay una pauta que encuentro familiar...
El gran error con los catalanistas ha sido darles cancha. Dejarles espacio. Aceptar que sean ellos los que marquen sus normas.
Pero tendrían que vivir en Cataluña para entender lo que les cuento. Desde fuera es difícil de creer.
Barbra Streisand - Memory
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