lunes, 31 de marzo de 2014

La gestión de la derrota

Permítanme que vuelva a la NCAA, esta vez para hablar de la derrota.

Como saben, la competición de baloncesto de la NCAA es el no va más de la emoción, al jugarse por eliminatorias a partido único. No en vano, se denomina al torneo final (y los torneos regionales previos) "la locura de marzo". Como es lógico, es frecuente que haya partidos cuyos finales sean de infarto; por ejemplo, en este vídeo podrán ver algunos de estos finales:


Hay tiros que entran, tiros que no entran, robos de balón, rebotes... Y todos nos alegramos por el que gana. Pero en el deporte hay siempre uno que gana y uno que pierde. Bien, fíjense en el final de partido que se mostraba en el momento 1'45", el partido entre UCLA y la pequeña universidad de Gonzaga. El resumen no muestra cómo encajan la derrota los de Gonzaga, pero podemos ver este final ampliado en este otro vídeo:

Pongámonos en situación. Por un lado, tenemos a UCLA, la universidad de Los Ángeles, la más laureada de las universidades. En el quinteto en pista, Darren Collison, Jordar Farmar, Arron Affalo, Mbah a Moute y Ryan Hollins. 5 jugadores que ingresaron en la NBA, y no son de los malos. Por el otro lado, Gonzaga, una universidad de poco renombre - aunque en realidad sus últimos quince años han sido tremendos - y de la que aquí nadie sabría su existencia si no hubiera sido la de John Stockton. Los jugadores de Gonzaga no ingresan las filas de la NBA, y en este partido tampoco iba a ser así... salvo que contaban con un jugador que sí lo haría, Adam Morrison. Que, por cierto, ese año fue declarado mejor jugador universitario del país.

Morrison, en su época universitaria
Morrison era el alma del equipo, el jugador que les estaba llevando a las más altas cotas que ese equipo había pisado. Al descanso, ganaban de 17. Seguramente, el vértigo de estar entre los ocho mejores del país pudo con algunos jugadores, y los NBA de UCLA empezaron a remontar; en los últimos segundos, le dieron la vuelta a la tortilla y Morrison no pudo más. Llorando, juega los últimos segundos más con el corazón que con la cabeza, y se estrella. Tal es su lamento, que será un jugador rival, Affalo, quien le anime a levantarse del suelo.

Morrison no caía bien. Blanquito, alto para ser escolta, melenudo, con ese look... No tenía muchos fans. Y fue tremendamente criticado por, precisamente, su llanto con el partido todavía sin terminar. Aunque tuvo suerte relativa, porque en 2006 todavía no existía Twitter: hoy lo habrían despellejado, y, como les conté en otra entrada, quizá para siempre.

Este año ha ocurrido algo parecido a lo de Gonzaga. Creighton, la universidad de Doug McDermott. Carece del pedigrí de Gonzaga, pero tenían a un blanco que les convertía en mucho mejores que los demás equipos. En Omaha, todos soñaban con los triunfos que traería el chaval. Pero llega el torneo final, y el partido contra Baylor. Baylor, una universidad con pedigree baloncestístico, presenta un equipo cuajado de atletas negros grandes, altos, fuertes. El entrenador asume que McDermott meterá 30 puntos, y declara: "nuestro objetivo será que no meta 45". Y el día del partido... McDermott juega bien, tira y anota 7 de 14 (tirando siempre con tres tíos encima, no está mal); pero su equipo se hunde. No consiguen darle el balón, se las juegan ellos, y dos de ellos meten 1 de 6, otro 2 de 7... sólo un jugador acompaña, pero en vano. Creighton juega el peor partido del año, y resulta que es el peor momento. 85-55, y se acabó. Y se acabó realmente, porque es el último año de McDermott y todos saben que, sin él, volverán a ser la universidad del montón que siempre han sido.

Los jugadores se tapan las cabezas con toallas, pero en el vestuario... Difícil papeleta para el entrenador. ¿Qué se dice, en esas circunstancias?

Llegados a este punto, permítanme que les reproduzca (sin permiso previo) un artículo de la CBS (www.cbssports.com). La traducción, obvio, no es jurada; espero que baste.

Creighton fue expulsado del cuadro el domingo por la noche por Baylor. El ataque más eficiente en el baloncesto colegial eligió el peor momento posible para tener su posiblementemente peor partido de la temporada. Los Bears no mostraron piedad al ganar 85-55.
 
El equipo y Doug McDermott, el mejor jugador en el baloncesto universitario este año, parecían extraños frente a lo que hemos presenciado la mayor parte de la temporada.

Despues, las cámaras de Creighton registraron la escena completa en el vestuario. Es un vídeo largo, pero, como verán, es un registro verdadero e íntimo de una escena post-partido tras una derrota en el torneo. Es privada, pero Creighton ha tenido el detalle de compartir este emotivo momento en YouTube. Véalo, y tendrá algunos escalofríos. Un montón de llanto, pero el entrenador jefe, Greg McDermott (sí, el padre de Doug), intenta exponerles a los muchachos lo que ha sido la temporada y lo que han logrado. 

Ojos enrojecidos, cabezas gachas, un montón de sorbos. Las caras de estos jugadores: esto es el final de marzo cada año para tantísimos equipos.

En el minuto 7, el entrenador se dirige a su hijo delante del equipo.

"Doug... lo que todos nosotros hemos presenciado... ha sido increíble", dice su padre. Hay una pausa de unos 15 segundos. Continúa:

"No creo que ninguno de nosotros comprenda la magnitud de lo que has hecho. Y la razón por la que no la comprendemos es por cómo lo has llevado".

Otros 15 segundos de silencio.

 "Durante cuatro años hemos tenido un asiento de primera fila para una de las mejores actuaciones universitarias de la historia".

Otros 10 segundos.

"Pero todavía estoy más orgulloso de quién eres. ... Subamos al avión y celebremos un gran año".
 
Doug McDermott ha dado al baloncesto colegial una de sus mejores historias - y mejores jugadores-. Los Dulces 16 son un poco menos atractivos sin los Bluejays por aquí.
 
 
Supongo que, en realidad, se trata de eso. La derrota marca el momento del fin del baile, pero no hay que mirar lo que ha faltado por bailar, sino todo lo que se ha bailado hasta ese momento. No hay que quedarse hundido en un rincón, rumiando qué teníamos que haber hecho y no hicimos, lamentándonos de nuestra suerte (a alguien o algo hay que echarle las culpas), derrotados. Hay que decir "Bueno, ya está, hasta aquí hemos llegado, ha sido fabuloso". Hay que estar contento de lo logrado y ¿quién sabe?, puede que en una próxima ocasión lo hagamos mejor.

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