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viernes, 8 de diciembre de 2017

Un interés que empezó con un Tocón




En contra de la opinión de algunas personas, los reyes godos son anteriores a mi época. 

Por supuesto, yo no tuve que aprender de memoria en el colegio la lista de los reyes godos pero sí es cierto que nos enseñaron la lista de cuáles eran. No la recuerdo entera, claro, pero si me dicen un rey godo, me suena. Si me hablan de Sisebuto o de Suintila, los tengo identificados, pero a bote pronto no sabría decirles nada más sobre ellos. Un día lo haré, porque ahora con internet es muy fácil encontrar información sobre todo, y no sólo la historia de los reyes godos es muy entretenida (aunque nadie lo diría), sino que además casi todos tienen muchas historias muy curiosas que contar.

Pero ahora no se trata de hablar sobre los reyes godos.


1.- La arquitecta

Hace no mucho hablaba con una arquitecta de 28 años educada en Alicante y le contaba (o le quería contar, mejor dicho) que el Código de Hammurabi ya establecía las penas a aquellos constructores cuyos edificios se hunde. Mi problema estribaba en que la moza no sabía quién era Hammurabi. Al explicarlo resultó que ella no sabía quiénes fueron los sumerios, los acadios, los asirios y los babilonios; tampoco los hititas o los fenicios. No sabía nada de lo del Tigris y el Éufrates. Como justificación, me dijo que a ella le habían enseñado la Historia a partir de los Reyes Católicos. 1492. 

Pero la cosa no acaba ahí: la conversación derivó a un punto en el quise explicarle las distintas fechas que establecían qué era Edad Media y qué era Edad Antigua, qué era Prehistoria... y la moza no sabía qué era la Edad Media o qué era la Edad Antigua. Quiero decir, realmente no sabía qué significaba Edad Media: me preguntó si la Edad Media era antes de, por ejemplo, los romanos. Como quien responde por si suena la flauta. Más adelante, cuando le dije que Julio César conquistó la Galia en unos 7 años, ella me preguntó si luchaba contra los musulmanes. Ya saben, cuando en una conversación uno no quiere pasar por tonto e intenta meter baza de vez en cuando con alguna afirmación que demuestre que algo sí que se sabe.

Y no sólo eso: sobre muchas otras cosas lo desconocía todo. Había oído "la expresión" Rómulo y Remo, pero no sabía que eran. No sabía nada de los cartagineses, ni sabía por qué Cartagena se llama Cartagena.

No sabía la Historia Antigua de España. 


2.- Tocón

No sé si en alguna otra entrada he hablado de Tocón. De los libros de Tocón, quiero decir.

No recuerdo bien cuándo fue. Tengo vagos recuerdos, me parece que aquel día estaba enfermo, pero por la imagen en mi memoria de llevárme mi parte a una habitación en concreto, diría que ocurrió antes de la reforma de mi casa; yo tendría entonces, pongamos, ocho años. El caso es que un día llegó mi madre con (o trajeron a casa, tando da) una colección de libros de Tocón. Libros de tapa dura, por supuesto, con sobrecubierta y todo eso, pero eran libros infantiles (para la época): contenían algunas ilustraciones. La colección constaba de 12 libros, y me van a permitir el alarde, pero para regocijo de mis hermanos mayores voy a enumerar los que eran (sin clavar el orden).

  1. Tocón en las cruzadas
  2. Tocón y los vikingos
  3. Tocón en el Renacimiento
  4. Tocón con Aníbal
  5. Tocón en las cavernas
  6. Tocón en el Polo
  7. Tocón policía
  8. Tocón y el emperador
  9. Tocón y los piratas
  10. Tocón en las carabelas
  11. Tocón en las Termópilas
  12. Tocón y Gengis Kan
Es posible que me equivoque en alguno de ellos, no todos me gustaron. Pero no sé si captan la idea: Tocón, el protagonista, aparece en cada libro en un hecho histórico (salvo el de Tocón policía, que es un policiía de la Suretê).  El esquema en todos los libros es siempre el mismo: Tocón es un personaje anodino, uno que pasaba por allí (nunca sabe cuál es su origen y siempre es pelirrojo, lo que lo aún más extraño), pero por alguna extraña razón se ve envuelto en los acontecimientos históricos y los presencia en primera fila. Por ejemplo, en Tocón y el emperador lo reclutan para el ejército francés, progresa hasta convertirse en guardia de corp de Napoleón, forma parte de su escolta en la isla de Elba y lucha en Waterloo. 

El caso es que en aquel momento en casa éramos tres hermanos lectores (es posible que el cuarto hermano, ni mucho menos tan lector, fuera demasiado pequeño para la que se le vendría encima), y mi madre nos repartió los doce libros entre los tres. A mí me tocaron (o me llevé) el de las cruzadas (qué malo era), y los tres mejores: Aníbal, Gengis Kan y las Termópilas. Que todos leímos todos, faltaría más, pero cada uno cuidaba los asignados como suyos.

Esto del reparto quizá merezca una explicación adicional. Siendo muchos hermanos muy seguidos, lo normal es que no hubiera para todos. Si llegaba algún tebeo a casa, o dos, o tres, rápidamente cada uno se pedía el turno para leerlo: "primero para el Tiovivo y tercero para el Pulgarcito", por ejemplo. Al que lo leía primero se le consideraba el titular. Responsable de mantener el orden de lectura establecido (que nadie se los saltara), de recogerlo cuando andie lo estuviera leyendo, de cuidarlo. De ahí que nos repartiéramos los libros; yo guardaría y cuidaría mis cuatro libros asignados, y a cambio sería el primero en leer esos, los demás tendrían que esperar que los acabara.

Como para entonces yo estaba (era un niño) muy impresionado por la película "El león de Esparta", sobre la batalla de las Termópilas, yo estaba totalmente predispuesto para leerme esos tochos de novelas históricas. ¡Y vaya si lo hice!

Una consecuencia imprevista de los Tocones es que los tres pasajes históricos se convirtieron, y ya para siempre, en mis favoritos. Para mí, fueron las mayores gestas de la Humanidad. 

Y lo que más me impresionó fue el final de "Tocón con Aníbal", con Aníbal portando el cadáver del héroe que acababa de morir (en la realidad se suicidó, en la novela no lo recuerdo).

Una consecuencia adicional, ya que estamos, es que desde entonces, para mí, los romanos siempre fueron los malos.


3.- Amílcar

Al principio de mi andadura en el blog les escribí una entrada sobre Agatocles (no sobre Agatocles, sino usando la figura de Agatocles para presentar una idea, pero ahora no importa). Agatocles es todo un personaje y quizá algún día escriba sobre él, en este momento baste decir que era un caudillo de Siracusa en su lucha contra los cartagineses. Siracusa era una ciudad griega en Sicilia, en aquel momento la ciudad más importante del mundo griego (decadentes ya Esparta, Atenas y las otras), y Cartago era la potencia rival, que dominaba todo el Mediterráneo occidental. Cartago era una potencia porque, aunque fenicia, no se había involucrado en las luchas seculares que asolaban (y asolan) Oriente Próximo. Cosas de la paz.

El caso es que griegos y cartagineses, durante cientos de años, se las estaban teniendo tiesas en Sicilia. De vez en cuando salía un caudillo capaz, como Agatocles, y un bando se imponía al otro, pero poco a poco los cartagineses eran los que se iban imponiendo. Y en éstas, Roma metió sus narices. Empieza la primera guerra púnica.

La primera guerra púnica es como la primera guerra mundial: algo inevitable, que se veía venir, y que empezó por una nadería, un error que no debía haber ocurrido. La segunda guerra púnica, como la segunda guerra mundial, empezó por el odio del vencido al vencedor y por las ruinosas condiciones de paz que había establecido el vencedor. Y tercera guerra mundial no ha habido, pero la tercera guerra púnica fue por el odio del vencedor hacia el vencido: querían exterminarlos, que desaparecieran de la faz de la Tierra para siempre.

Bien, la primera guerra púnica duró 25 años. Habría durado muchos menos si hubiera comenzado unos años más tarde: habría pillado a Amílcar Barca más mayor, no tan joven, y éste se hubiera puesto al frente del ejército cartaginés mucho antes. Pero empezó cuando empezó, y cuando Amílcar obtuvo el mando ya Roma había aprendido.

En los 1.200 años de Roma, dos hitos cambian el curso de su historia. Uno, obviamente, es el asesinato de Julio César y el fin de la república; el otro es la primera guerra púnica. Antes de ésta, Roma era una ciudad que había dominado a sus vecinos primero, a toda la península al sur del Po en aquel momento, pero que no iba más allá. Por ejemplo, no tenía barcos. No era un pueblo comerciante, sino labrador.  Podríamos decir que "no se metían con nadie". Fuera de la península, insisto. Pero sólo hay 3 km de la península a Sicilia. 

En principio, la guerra púnica parecía un choque desigual, la poderosa Cartago, nada menos. Pero las naciones tienen su personalidad: España tiene su personalidad, Francia la suya, Alemania la suya, Inglaterra la suya, y Roma tenía la suya. Cartago, para hacernos una idea, hasta Agatocles no tuvo murallas. ¿Para qué iba a tenerlas? Roma, en cambio, llevaba siglos en luchas de ganar o morir. Yo no sé qué fue, pero la república romana jamás se rendía; siempre se levantó y continuó. En el caso de la guerra púnica, Roma no tenía barcos. No sabía construir barcos, no navegaba. Eran agricultores, caramba. Pero para luchar contra Cartago tuvo que aprender a construir barcos, y tuvo que aprender a navegar. Tuvo que aprender a luchar contra una ciudad poderosa, y lo hizo. Luchó. Puede que no ganara, pero no retrocedía. Como la primera guerra mundial entre Alemania y Francia. Luego llegó Amílcar y con él las victorias, pero Roma no se rendía. Y Cartago no era un pueblo de agricultores, sino de comerciantes. El poder de Cartago estaba en su comercio, y 25 años de guerra lo estaban deshaciendo. Más aún, los romanos eran su propio ejército; los cartagineses, ricos y refinados, no: pagaban a otros, a mercenarios de todas las naciones, para que lucharan por ellos. Y eso costaba dinero. Para cartago, las guerras eran la ruina, no negocio. Así que no les interesaba seguir y, a espaldas de Amílcar, firmaron la paz con Roma.

Eso sí, no sabían con quién estaban firmando. Como los franceses en 1919, las condiciones romanas fueron leoninas. Y Amílcar se fue de Cartago. 

Se fue a España, con un pequeño ejército de cartagineses, en principio para expandir el dominio de Cartago más allá de la zona de influencia romana. La mala noticia es que murió. La buena noticia es que con él se había llevado a su hijo Aníbal.



4.- Aníbal

Aníbal Barca es el mayor genio militar que ha habido nunca. Y no sólo porque saliera en Tocón. Su desgracia fue que era cartaginés.

Aníbal odiaba a Roma, y la lucha de Aníbal contra Roma fue la segunda guerra púnica. Las diferencias de la primera con la segunda podemos reducirlas a tres: ahora, había un cartaginés capaz al mando desde el principio. Segundo, el objetivo del cartaginés no era defenderse de Roma o mantener Sicilia, sino destruir a Roma. Y, tercero... Cartago ya no tenía barcos. Al igual que Alemania tras 1919, por el tratado de paz con Roma Cartago se había quedado sin armada. Así que Aníbal, que estaba en España (en Cartagena, Cartago-Nova, ya puestos), tuvo que ir a Roma a pie. La famosa gesta de cruzar los Alpes con un ejército de elefantes.

El cruce de los Alpes fue algo increíble, que espero desarrollar en otra entrada para no alargar ésta en demasía. Quedémonos con que cruzó los Alpes y el Po. Los romanos le enviaron ejército tras ejército, y él los derrotó a todos. Ticino. Trebia. Trasimenos. Cannas, donde con sus 40.000 hombres venció a un ejército de 76.000 romanos: 52.000 muertos y casi 20.000 prisioneros. El tipo llegó hasta Roma. Lo que pasa es que los romanos aún tenían tropas, y Roma era una ciudad amurallada. Aníbal no podía tomarla con lo que le quedaba de ejército tras tanto viaje, tantas heroicidades y tantas batallas. Necesitaba refuerzos, los pidió y esperó.

Y esperó, y esperó.

Aníbal, de hecho, no confiaba en su ciudad, en Cartago. Pero sí en su hermano Asdrúbal, que había dejado en España y tenía tropas allí. Lo que pasa es que los romanos daban para todo, y habían enviado un ejército al mando de Publio Cornelio Escipión a España y además interceptaron a Asdrúbal en Metauro, en el norte de Italia. Asdrúbal no era Aníbal, y perdió. No iba a recibir refuerzos, de España. Como mucho, de Cartago. Pero Cartago era ruin y mentecata, y no los envió. Al no hacerlo, Escipión pudo ir a Cartago. ¡Ay, amigo, eso son otras palabras! ¡Que vuelva Aníbal! Y Anibal volvió, pero el ejército que tenía en Italia no. Porque a esas alturas de la partida, cartagineses, en su ejército, le quedaban pocos, y la mayoría eran galos y gente así que había ido reclutando por el camino a Roma. Para más inri, para entonces Cartago ya se había rendido a Roma, pero como las condiciones romanas eran tan leoninas o más que tras la primera guerra, los cartagineses creyeron que Aníbal les salvaría y reanudaron la guerra. 

La batalla de Zama, a las afueras de Cartago, fue la batalla que perdió Aníbal. Casi venció, pero digamos, simplemente, que era una batalla que Aníbal no podía ganar.

Acabada la guerra, Cartago lo perdió todo menos la vida. Eso se la quitaron en la tercera guerra púnica, unos años después; una guerra que provocaron romanos viejos que se acordaban de Aníbal, y que les aterraba que un día Cartago se rehiciera. Mejor prevenir: fieles a su estilo, acabaron con todos y demolieron la ciudad. Fue el final de Cartago en la historia.


5.- La república de Roma

Sin embargo, y aunque desde niño me han caído mal, cuanto más aprendo de los romanos más me asombran. Los 500 años del Imperio no, me parece un periodo lamentable, pero los 500 años de república... ¡Ah, la República de Roma!

Cuando yo era chaval, veo que ahora ya no, en el colegio se estudiaba el sistema político de la república romana. Cónsules, pretores, cuestores, ediles, tribunos, todo eso. Pero no lo suficiente: creo que se debería estudiar más a fondo, extraer conclusiones, aprender de ello. Porque Cartago no es más que un pasaje en la Historia, pero la República de Roma... 500 años de éxito no se dan así como así. Es necesario entender qué pasó, qué la hizo grande, qué la destruyó.

Además, la República tenía algo que hizo a los romanos triunfadores; tenía que ser algo inherente a la república, porque luego el Imperio los convirtió en decadentes. Quizá fuera su sistema político, no se me ocurre otra cosa. Desde luego, eran crueles: mataban y exterminaban a pueblos enteros sin ningún escrúpulos. También eran rencorosos e inmisericordes: sus condiciones, cuando ganaban, eran demoledoras. Siempre se condujeron con orgullo y se comportaron como ganadores antes de empezar los conflictos: a menudo sus leoninas condiciones eran para no empezar las guerras. Sea como sea, el caso es que no abundaron los casos de pueblos que se quisieran quitar de encima el yugo romano: salvo los judíos, que son otros que también hay que echarles de comer aparte, no sabría decir ningún ejemplo. Así que algo tendrían.

Roma, como Inglaterra, siempre me han intrigado. ¿Cuál es la clave de su éxito? No es algo coyuntural, como España o Francia. Es algo en sus sociedades, que las hace triunfar frente a las demás. ¿Qué era? No lo sé, y me gustaría saberlo. 

Sea como sea, pienso que estudiamos poco la república romana. De hecho, nos concentramos (los que se concentran) en la parte peor, la de las guerras civiles, la época de Mario, la de Sila, la de Cicerón y la de su decadencia. Vale que es la más documentada, pero no es la parte que a mí me interesa. A pesar de las muchas páginas de gloria que en esa decadencia escribió.
 


6.- Mi arquitecta como botón de muestra 

Cuando lo pienso, me cuesta creer lo de mi arquitecta. Que no tuviera ni repajolera idea de la Historia anterior a 1492. Pero yo estuve allí, y la conversación fue real, fue franca. No hubo interés en ocultarme su sabiduría, en tomarme el pelo. De verdad que ella no sabía. 

Si esto me ocurriera con un peón en una obra, pensaría que esa persona no asimiló los conocimientos que le mostraron en la escuela. Pero no, hablamos de una persona con una titulación superior, con un máster. La clave es que es una persona joven, menor de treinta años. Es, pues, de lo mejorcito que consigue nuestro sistema educativo.

Sin embargo, no saber Historia es tremendamente dañino para la persona. El que no sabe Historia no lo creerá, como el sordo no puede entender el placer de escuchar música. Pero lo es. No sabiendo, la formación de esa persona es incompleta. Su visión del mundo es reducida, es como si viviera en una celda y no supiera nada del mundo exterior.  Y viene al pelo, en este momento, recordar una frase del romano Cicerón: "Si ignoras lo que ocurrió antes de que nacieras, siempre serás un niño".

En mi entrada sobre Agatocles animaba a conocer más de la Historia. Es divertida, es entretenida, es enriquecedora y aprenderla nos da la sensación de ser mejores que antes, de saber más, de no haber perdido el tiempo. Pero es una afición que hay que sembrar desde la infancia: mi arquitecta, me temo, nunca se interesará ya por saber Historia. Es imposible no pensar que nos encaminamos hacia una sociedad más pobre, menos desarrollada.

Y no, no veo Tocones por ahí, en las casas de nadie ni en las librerías. Ayer estuve en una, y no vi, en la oferta infantil, nada parecido. Sí vi los libros que en mi época serían para nilños de tres, cuatro y cinco años. Pero Tocones, ninguno.

No vamos bien.




Eddie Cochran - Summertime blues


sábado, 1 de septiembre de 2018

Los Comentarios: Parte I. Hombres extraordinarios




En contadas ocasiones a lo largo de la Historia han aparecido hombres extraordinarios. Extraordinarios de verdad, no uno entre un millón. Hombres con un genio superior, con habilidades superiores y con una capacidad de liderazgo insuperable, capaces de aunar a miles de hombres sólo con su carisma, a millones, y que todos, por él, den lo más de sí mismos, hasta la vida cuando era preciso.

Llevo unos días meditando cuántos de estos hombres me salen, y no son muchos. Siete, quizás ocho.

Lo más curioso, sin embargo, es una coincidencia que casi todos ellos tienen en común. Casi todos, no todos. 

Por orden cronológico, el primero de los hombres extraordinarios es Alejandro Magno. Porque caudillos ha habido muchos, y grandes reyes, incluso grandísimos caudillos y reyes. Pero lo de Alejandro Magno se sale de escala. Intenten explicar cómo fue posible que un territorio insignificante de la pequeña Grecia, un reino que sin él apenas sería hoy conocido sólo por los muy eruditos del helenismo, dominara en tan pocos años casi toda la Tierra conocida y más aún. Cual ratón que se come un elefante, se tragaron el vastísimo imperio persa y, por si era poco, lo que lo rodeaba, desde las arenas de Libia hasta las selvas de la India.

¡Ah, y a pie!

Alejandro Magno murió, rey del mundo, con 32 años de edad. Con sólo 22 años ya arrastró a su ejército a la conquista de Asia.

No sé qué carismas tuvo Alejandro, pero, fueran los que fueran, sin duda hicieron de él un hombre extraordinario. Por fuerza, tenía que haber algo en él. Es el patrón por el que se han de tallar los hombres extraordinarios y quien mejor representa mi idea de hombre extraordinario.

Cien años después, en la costa de Túnez nació otro hombre extraordinario: el hijo de Amílcar Barca, el gran Aníbal. La figura de Aníbal ya la glosé en mi entrada sobre Tocón, así que baste decir que su nombre en la lista no admite discusión posible. Sin peros.

Y poco más de cien años después, nació el tercero. Esta vez, romano: Julio César.

Ya hablaremos de César en otra ocasión; de momento, quedémonos con esta idea: después de él, todos los emperadores romanos quisieron llamarse también "César".

Después de César hubo que esperar 1.200 años: Temudjin. No alcanzo a explicarme cómo pudo Gengis Kan juntar a los desharrapados mongoles de la estepa, campesinos y pastores y todo lo más salteadores ocasionales (la excusa mundial es que eran curtidos guerreros, cuando lo más probable es que se limitaran a pelearse en sus contiendas tribales internas) y convertirlos en el más exitoso ejército que jamás han visto los tiempos y conquistar absolutamente todo lo que quiso en un abrir y cerrar de ojos. Y es que el imperio mongol es el más grande (terrestre) que ha existido nunca; abarcó desde el Pacífico hasta las murallas de Viena y no hubo nadie que fuera capaz de resistirles. Pero ¡por favor, que hablamos de mongoles! En el caso de todos los anteriores (y de los que seguirán), al menos tanto ellos como los hombres que les siguieron tenían un propósito, un fin. Uno quiso ser el conquistador de Asia, el rey del mundo. Otro quería destruir Roma. Y el romano quería darle gloria. Pero ¿Gengis Kan? ¿Los mongoles? Vale que los macedonios, los cartagineses y los romanos no tenían ni idea de lo que se iban a encontrar cuando atravesaban Asia Menor, los Alpes o la Selva Negra y el Rin, pero es que los mongoles ni siquiera sabían a dónde iban o dónde pararían. No sabían qué país estaban conquistando, contra quién luchaban o porqué; simplemente, era el país siguiente. El que iba a continuación. Pero es que ni la codicia, oigan. Los mongoles siguieron viviendo en yurtas y montando a caballo de la mañana a la noche, siempre buscando el siguiente cuello que rebanar.

Sí, Gengis Kan merece estar con todos los honores en la lista de hombres extraordinarios.

El quinto miembro de la serie tardó 300 años en aparecer, y diría que era italiano, aunque su éxito vino de la mano de España: Cristóbal Colón.

Cristóbal Colón era un crack. Un auténtico crack. No fue sólo su pericia como navegante (y como almirante, jefe de una flota). Su comprensión de lo que pasaba con la brújula (hasta él, la brújula sólo se usaba en el ámbito del Mediterráneo y Europa Occidental, en el que la brújula marca más o menos siempre con el mismo ángulo con respecto a la Estrella Polar), cómo supo que Cuba era una isla y que habría un continente más allá, su descubrimiento (es increíble que no se lo estudie como una de sus máximas hazañas) de ¡la ruta de vuelta!, que no es ni de lejos la ruta de ida, su tesón, el convencimiento que tenía (sin pruebas) de que valía jugarse la vida porque tenía razón,... Hay tantas cosas y tantos detalles asombrosos que yo, personalmente, a menudo pienso que Colón fue un fraude: que él ya sabía que América estaba ahí, que de alguna manera  algún barco habría llegado antes por error (¡qué sé yo, alguna tormenta que lo desviara!) y que en el viaje de vuelta naufragara y algún marinero llegara hasta Madeira y allí él escuchara el relato de un moribundo náufrago... 

Por cierto, lamentable la página sobre Colón en la Wikipedia. Parece que la ha escrito su peor enemigo.

Colón, sin lugar a dudas, merece un puesto en la lista de los hombres extraordinarios. Y, desde luego, si alguien fue capaz de arrastrar a un puñado de hombres hasta el infinito y más allá, fue el. Pero es que además con Colón se inicia una etapa irrepetible en la que de la Península salieron una pléyade de hombres que llevaron a cabo hazañas sin paragón. Cortés, Pizarro, Almagro, Valdivia, Orellana, Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Magallanes, Elcano, Núñez de Balboa, Torres, Ponce de León, Urdaneta y Legazpi, Mendaña, Ojeda, Jiménez de Quesada, Coronado,... la lista parece interminable y todos ellos realizaron proezas que empequeñecen a las de cualquiera de los exploradores anglosajones que se nos venden como héroes. No alcanzo a entender porqué no se estudia, en nuestras escuelas, esta etapa gloriosa de nuestra Historia y menos aún las gestas que hicieron nuestros paisanos; imagino que será porque nuestros planes de estudio los confeccionan gente que nos odia, pero aun así... El caso es que de la larga lista de descubridores y conquistadores, dos nombres descollan sobre todos los demás y merecen ser incluidos por derecho propio (y también como representantes) en la lista de los hombres extraordinarios.

El primero de ellos es Hernán Cortés; para entenderle, situémonos en 1519. En esa época España controla las islas del mar Caribe. Ha descubierto el continente, y Núñez de Balboa lo ha atravesado por el itsmo de Panamá, descubriendo el océano Pacífico. Ojeda ha descubierto el lago de Maracaibo y Venezuela, Ponce de León Florida y Hernandez de Córdoba ha llegado a Yucatán. Las colonias de las islas ya están en marcha y los colonizadores empiezan a traer a sus familias desde la Península, pero no hay mucho más. Se han descubierto tierras y selvas infestadas de mosquitos, indios poco civilizados (apenas ha habido un primer contacto con los mayas) y nada especialmente interesante... aparte del imperio azteca. Se sabe que al otro lado del mar hay tierras vastísimas, controladas por indios guerreros y poderosos que tienen sometidas a todas los pueblos indígenas que los rodean. Su cultura es impresionante, rica en oro y muy avanzada. Sin duda, no es un enemigo despreciable, y desde luego no son los indios con los que se han topado hasta ese momento. De hecho, Hernández de Córdoba había descubierto la península de Yucatán, sí, y contactado con los mayas y sabido de una civilización avanzada, pero esos indios ya eran demasiado para él: salieron por piernas.

Un detalle adicional: los españoles aún no conocían la corriente del Golfo. No tenían cartas marinas ni mapas. Podían saber que había tierras al oeste, al sur, al suroeste... pero no sabían ni cómo de lejos, ni dónde había radas donde atracar los barcos. Y la corriente del golfo trastocaba lo poco que sabían: salvo que fueran hacia Sudamérica (Colombia, Venezuela...) por las islas antillanas, una corriente imperceptible para ellos arrastraba los barcos al estrecho entre Cuba y Florida; debían ser escasos los pilotos que, tras varias malas experiencias, supieran cómo lidiar con ella.

Y en éstas, aparece Cortés, dispuesto a romper el estrecho corsé que supone colonizar sólo las islas. La aventura debía parecer imposible, pero Cortés consiguió organizar la expedición y llevar 600 hombres. Cruzaron el mar y desembarcaron en Yucatán: hasta ahí, terreno más o menos conocido. A partir de ahí, una de las más asombrosas hazañas de la Historia, como prueba el que, en el omnipresente intento de desprestigiar a España y sus hijos, cuando se estudia este pasaje en los colegios siempre se intenta aportar explicaciones: que si los caballos, que si el armamento,... Es tan asombrosa la gesta que no se acepta tal cual: piensen en cambio si en alguna de las otras grandes gestas de la Humanidad se pone tanto interés en intentar explicar (¡y desde niños, por si acaso!) las ventajas que tenían los que la lograron: no, no encontrarán ninguna otra. Así que algo tendrá el agua cuando la bendicen, y sin par es la hazaña de Cortés.

Hernán Cortés, de Trujillo, es sin duda uno de los hombres extraordinarios.

Y el otro hombre que incluyo sin dudarlo es un portugués: Fernando de Magallanes. 

De nuevo, 1519. Sitúense, por lo tanto, en el panorama anterior: América se limita al territorio antillano. Cabral, el portugués, ha descubierto por accidente Brasil, pero sólo la punta que está más cerca de África. Y Núñez de Balboa, el Pacífico. Por el otro lado, en 1512 los portugueses, siempre con su técnica de exploración por cabotaje y pasos cortos pero seguros, habían llegado hasta las islas Molucas. Pero siempre, desde Colón, pasos cortos. En estas apareció Magallanes.

¿Qué movía a Magallanes? ¿En qué pensaba? No lo sé, pero sí sé una cosa: metido en faena, no se arredró ante nada, y como resultado no hubo obstáculo que no superase.  Y es que circunnavegó América del Sur hasta el estrecho que lleva su nombre, dando la vuelta en la Patagonia; y cuando decidió que ya estaba en el Pacífico, mas al sur de lo que nadie había llegado jamás, hizo lo que se me antoja más imposible de todo: se lanzó a cruzar el océano y, de alguna manera, llegó a las Molucas. ¿Cómo llegó, cómo sobrevivieron, cómo no se perdió, cómo....? Las mil preguntas que se pueden hacer sólo revelan lo imposible de su hazaña. Pero a partir de ese momento, el océano Pacífico fue "el mar de los españoles".

Como todo el mundo sabe, Magallanes murió en Filipinas en un combate contra indígenas, y fue Juan Sebastián Elcano, su segundo, el que culminó la expedición con el regreso a España. La gesta de Elcano no estriba, en realidad, en su aspecto de exploración, sino en el ejercicio de su liderazgo: Filipinas, Molucas, era ya territorio descubierto. El camino hasta casa era, pues, conocido. Pero... era un camino portugués, y los españoles no podían navegarlo. Si los descubrían, no les socorrerían: les matarían. Elcano lo consiguió: cruzó Indonesia, atravesó el océano Índico (y no por la ruta portuguesa, pegada a la costa, sino a la brava, y luego rodeó África hasta llegar a España. Pocos y medio muertos de enfermedades, hambre y esfuerzos, pero vivos y libres. Ambas gestas, la de Magallanes y la de Elcano, son realmente asombrosas; pero si he de escoger a un hombre como extraordinario, escojo a Magallanes. Elcano, a fin de cuentas, hizo lo imposible pero porque no tenía otra opción. Magallanes, en cambio, consiguió que todos abandonaran la comodidad de sus día a día para lanzarse, a pecho descubierto, hacia lo desconocido.

Alejandro Magno, Aníbal Barca, Julio César, Gengis Kan, Colón, Cortés y Magallanes. Siete. Han pasado 500 años (el año que viene, ya verán cómo pasan sin pena ni gloria) de las gestas de Hernán Cortés y de Magallanes. Y yo creo que no ha vuelto a surgir un hombre extraordinario. Ha habido, sí, grandes exploradores, genios militares, caudillos y líderes. También científicos e inventores que cambiaron nuestro mundo; e incluso políticos.  Pero, en mi opinión, ninguno de ellos realizó una gesta del calibre de la de mis siete héroes. Quizá sea porque ya es imposible: a Armstrong, si lo miramos bien, a la Luna lo llevaron. Y previamente lo entrenaron a fondo. No fue él que se plantó en Houston y dijo "señores, dénme un cohete y dos tripulantes que voy a pisar la Luna". O, como diría Newton, las cosas extraordinarias se consiguen ya porque se está "a hombros de gigantes". Aunque escribí al principio que quizás podríamos ampliar la lista hasta ocho. Y el octavo sería, sin duda, Napoleón Bonaparte. Pues sin duda a él hay que atribuirle el cambio de la problemática Francia de finales del siglo XVIII a la potente nación que dominó Europa bajo su mando. Pero me resisto a considerarlo al mismo nivel que los otros siete. Digamos que Napoleón se lleva el accésit.

Podríamos nombrar también a algunos finalistas que sin embargo me temo que no pasan el corte. Por ejemplo, Gandhi. O Mahoma. Y es que tampoco es que lo suyo fuera extraordinario. Tomemos como ejemplo a Mahoma: en realidad, lo que pasa es que se le mira con buenos ojos. A fin de cuentas, lo que de verdad hizo fue organizar una banda de salteadores, deponer a los gobernantes de La Meca (¡como si en aquella época eso fuera una hazaña!) y vencer a las tribus de la zona. Que luego los Omeya expandieran sus dominios (aprovechando la debilidad coyuntural en esa época de Occidente y los persas) no tiene nada que ver con él, no fue obra suya. Sería como dar a Colón el mérito de lo que hicieron Cortés y Magallanes.

Así pues, ésta es la lista de los hombres verdaderamente extraordinarios:
  1. Alejandro Magno
  2. Aníbal Barca
  3. Julio César
  4. Gengis Kan
  5. Cristóbal Colón
  6. Hernán Cortés
  7. Fernando de Magallanes
 Accésit: Napoléon Bonaparte.

Y ahora viene un dato curioso: un griego, un tunecino (pre-Islam), dos italianos, un español, un portugués, un mongol y (si lo incluimos) un corso. ¿Alguien nota un patrón aquí? Caray, no sé que pinta un mongol en esta lista y quizá sea la excepción que salva a todos los pueblos, pero no puede ser casualidad. No sé qué decir al respecto, salvo que ya que hoy en día se mira la Historia desde una perspectiva ex-Mediterráneo estoy seguro de que se aducirán múltiples razones que en realidad no son sino excusas por parte de las demás naciones que no han conseguido aportar jamás ningún nombre a la lista.

Pero estoy seguro de que no es casualidad. Algo debe haber en nuestro carácter, en nuestra manera de afrontar la vida, no sé qué, algo que hace que, a veces, surjan entre nosotros alguno los hombres más extraordinarios de la Historia de la Humanidad.




Schubert - Sinfonía inacabada (1er movimiento)